Los Reyes Católicos, el ideal nacional y el catalanismo
El escrito es anterior a la "transición", cuando el "problema catalán" era dado como finiquitado en la II República, (aunque no se descartaba su reparición, como de hecho sucedió...
Revista FUERZA NUEVA, nº 147, 1-Nov-1969
LOS REYES CATÓLICOS, EL IDEAL NACIONAL Y EL CATALANISMO
Se han celebrado los 500 años de las bodas reales de Isabel y Fernando, los Reyes Católicos. En su reinado se saldó materialmente lo que moralmente era una, indivisible, entera, inconsútil: la nacionalidad española. La unidad española no nació de fuera, sino de dentro. Y si surgieron distintos Estados tras la irrupción musulmana, no fue por causas intrínsecas, sino por el primitivo aislamiento forzoso de los focos de resistencia y reconquista. Pero aún entonces, el propio Ludovico Pío, en los “Capitularia Regum Francorum”, a los habitantes de la Marca Hispánica los llama “hispani”.
Un sentimiento más o menos consciente de fraternidad, estima y amor, aun en medio de sus luchas entre sí, una intuición más o menos vaga, pero eficaz, de su común interés patriótico, une a los españoles en los diversos Estados. El “Mío Cid”, tan poco dado a cumplidos, otorga al Conde Ramón Berenguer, después de vencerlo, sus excusas y atenciones. Habla de Barcelona, del Conde y de su espada, que da como prenda estimadísima, por ser quien era, al leal y querido Martín Antolínez: “-… mio vasallo de pro-, prended a Colada, ganéla de buen señor -de Ramont Verenguel, de Barcelona la mayor-“.
Era el mismo sentimiento por el cual nuestro gran Rey Don Jaime, en el Concilio de Lyon, después de haber defendido ante el Papa la conveniencia de una Cruzada y haberse ofrecido, encontrando en todos los que rodeaban al Pontífice indiferencia y aun cierto viso de hostilidad, volviéndose a los suyos, les dijo: “Barons, anarnosem po’em, que avui es honrada tota España”. De dentro del corazón, en aquellos momentos de disgusto y enfado, cuando lo que se siente no se matiza con lo reflexionado le sale a nuestro gran Rey este “es honrada tota España”. Es algo que le dice que un rey de Aragón y Cataluña, cuando está en el extranjero, es ante todo Rey de un pedazo de España, y que, por tanto, sobre todo España recae la honra de sus generosos proyectos y ofrecimientos.
Culminada la Reconquista se realiza plenamente la dichosa realidad política de la unidad nacional española. El matrimonio de Don Fernando y Doña Isabel es la oportunidad en que se logra lo que de siglos se venía forjando. Será entonces la hora del descubrimiento de América, de las reformas jurídicas, de la pacificación nacional con la expulsión de los judíos, por motivos muy ajenos a ningún racismo.
No se puede negar que el pensamiento de Fernando y de Isabel, en el decurso de los siglos, ha sido traicionado. El regalismo francés, su uniformismo, la influencia de la Enciclopedia, la acción de la masonería, la Constitución de Cádiz, son un complejo de jaranas liberalescas y músicas ratoneras que minan y agusanan la fe de España y la Monarquía. Tras la pérdida de América causada por la acción de las sectas, la desintegración también hace estragos en la firmeza de nuestra unidad nacional y características naturales.
El catalanismo
Que frente al centralismo, de corte afrancesado y antinatural, se defendieran las libertades legítimas, no sólo era deseable, sino que estaba en la misma esencia del pensamiento y de las luchas tradicionalistas. Pero si el centralismo realmente era ajeno a la tradición española, en general, el catalanismo estaba tocado de liberalismo y se limitaba a reivindicaciones tan vaporosas que, en definitiva, sólo servían y sirven a la subversión.
El catalanismo de Prat de la Riba es tan injustificable y falso filosóficamente que su consecuencia, lógicamente, debía desembocar en el Pacto de San Sebastián (1930). Si allí los reunidos acordaron que “los Estatutos no podrían negar el espíritu democrático de la revolución, y que en su elaboración se había de partir de sus principios básicos, porque los Estatutos no podían negar la obra común”, cualquier observador puede notar cómo esta afirmación sincroniza con la propia doctrina de “La Nacionalitat Catalana”. Los republicanos se opusieron al Estatuto Vasco, cuando éste afirmaba su sentido cristiano, pero Indalecio Prieto después apoyó el Estatuto del País Vasco, porque ya no era el Estatuto de Estella. El olvidado Dr. Juan Tusquets escribía en aquellas fechas: “Es realmente increíble que a proyectos de tal índole colaboren personalidades como Carrasco o Monzón, de cuyos sentimientos católicos no puede dudarse. De todas maneras, para los que sabemos de ciertos compromisos y hemos oído decir a algunos de esos personajes que prefieren una región libre izquierdista, a una región centralizada aunque católica, no resulta muy sorprendente lo que viene ocurriendo”.
El verdadero catalanismo, que debe responder a la existencia, a la historia, al ser y al futuro de Cataluña, debe estar vivificado por la fe católica y gobernado por la Monarquía, entendida según las constantes de nuestro pensamiento nacional. Entonces una serie de problemas que parecen insolubles, se clarifican y solucionan armónicamente.
Esta es la explicación de que la escuela catalanista que ha mantenido el sedicente ideal catalanista de tono conservador, neutralista en lo religioso, y formalmente capitalista, al comprobar el fracaso de sus ideales políticos, por biología y sentido común, ha tenido que reclamar la presencia de situaciones de fuerza y de autoridad para que la existencia de Cataluña, en su más elemental categoría pudiera subsistir. (…)
Por la verdadera Cataluña
La fecha del quinto centenario de la boda de los Reyes Católicos debería servir para reencontrar aquel ideal nacional, que encontraba a faltar Francisco Cambó, y que sólo es posible entender a través de los Reyes Católicos con toda su proyección de fe religiosa, de vertebración orgánica, de libertad cristiana y de afanes imperiales que presidió su Reinado.
El problema catalán es tan hondo y serio que ya no se puede prestar a frivolidades, que explican el desenlace que el catalanismo histórico tuvo hasta sus tremendos fracasos del 6 de octubre de 1934 y del 19 de julio de 1936, en que la Cataluña del “Estatut” preconizada también por el catalanismo católico y derechista, se hundió para siempre en el mar sangriento de los miles de asesinatos y en la esclavitud soviética que puso la Generalitat bajo la férula del cónsul de la URSS.
No, no puede seguirse ni aceptarse el centralismo absolutista y liberal. Pero tampoco el catalanismo laico y masónico de Almirall y de Pi y Margall, ni el de Prat de la Riba. El verdadero sentir catalán debe apoyarse en la interpretación cristiana de la libertad, de la sociedad, y de las realidades históricas. (…)
Más allá de la conmemoración
La celebración conmemorativa de la boda de los Reyes Católicos no puede quedar reducida a unos festejos, conferencias y actos oficiales. Para Cataluña, esta conmemoración debería significar el hallazgo de un pensamiento, que será original porque lo hojarasca de mil sofismas oculta la auténtica personalidad de la Cataluña verdadera. El problema va más allá del idioma, de los lugares comunes y de los tópicos para complacer auditorios fáciles. Es toda una reelaboración del total concepto de España, con su misión histórica, con su sentido de unidad y de realismo, con sus coordenadas de participación social en el poder, con su vinculación a la autoridad que plasma, específica la verdadera unidad y reconoce las diferencias naturales.
Cataluña necesita un pensador con genio, con hondura, con perspicacia, con vuelo de águila, y no con aleteos de pájaro cansado que busca sombras donde cobijarse y situaciones de privilegio personal. Ya no nos basta un Torras y Bages con su grandiosa concepción de “La Tradició Catalana”. Nuestro peligro estriba en la resurrección de los nefastos tópicos de “La Nacionalitat Catalana” de Prat de la Riba, texto de un positivismo afrancesado y ajeno a la verdadera catalanidad, que ha hecho estragos y males sin cuento a Cataluña. Tampoco solucionan nuestro problema las tesis de José María Fontana, aunque reconocemos su profundidad y garra, en cuyas obras hemos encontrado lo que consideramos como lo más serio y político que desde muchos años se ha escrito sobre Cataluña. Si fuera posible la simbiosis de la filosofía de Torras y Bages con las positivas y originales aportaciones de Fontana, lograríamos un programa de gobierno y un banderín de enganche suscitador de los mejores entusiasmos y galvanizador de las mejores y más necesarias empresas.
Todo esto nos debería ofrecer este quinto centenario del matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, que nada tiene que ver con las descuartizadoras parcelaciones de los Pi Margall y los racionalismos orteguianos, con los rabiosos bandazos de Prat de la Riba, ni con las ilusorias dos Españas de Menéndez Pidal. Esto sólo puede arrancar del enorme caudal de grandeza política del reinado de Isabel y Fernando. Santiago Udina exclamaba: “¿Queremos a España porque no nos gusta todavía? ¡Pues hagamos la que queremos en el nombre de Isabel y de Fernando!”. Nosotros diríamos, mejor, que hemos de querer a España cual actualmente, en el mundo de hoy (1969), con su pensamiento y su sentido de gobierno, la volverían a hacer Isabel y Fernando. He ahí una tarea para adelantados, para pensadores, para la juventud, para gente vacacionada políticamente con sentido de audacia y trabajo, cual la secular robustez de la obra de los Reyes Católicos, cuya perennidad pide una vuelta a sus ideas madres y alumbrantes.
Jaime TARRAGÓ
Última edición por ALACRAN; 12/06/2023 a las 14:49
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
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