(por Santiago Cantera, 'Razón Española', nº 116, noviembre-diciembre 2002).
Tradicionalmente se ha visto en la toma de Granada por los Reyes Católicos en 1492, así como en la posterior incorporación del Reino de Navarra en 1512 a la nueva monarquía fundada por ellos, la culminación de la reunión de los distintos territorios hispanos bajo estos gobernantes y, por lo tanto, el logro de la unidad nacional española. Sin embargo, esta valoración, que era prácticamente aceptada sin plantear problemas ni dudas tanto por los historiadores como por el resto de la sociedad, ha venido siendo puesta en entredicho desde hace unos veinticinco años a partir de ciertas posturas.
Por eso mismo también, los miembros de mi generación hemos escuchado muchas veces, de la boca de diversos políticos y periodistas, así como de bastantes profesores de Historia tanto de Enseñanza Media como Universitaria, que «hasta el siglo XVIII y los Borbones, y más concretamente hasta Carlos III, no se puede hablar de Reyes de España», y no pocas veces se añadía a esto que «tampoco puede hablarse de España». Afirmaban que «los Reyes Católicos no eran Reyes de España». Incluso un eminente hispanista y buen conocedor del período y la obra de Isabel y Fernando, como Joseph Perez, después de haber titulado su estudio sobre estos monarcas Isabelle et Ferdinand. Rois Catholiques d’Espagne, cambia este nombre en su edición española, dándole ahora el de Isabel y Fernando. Los Reyes Católicos, y nos sorprende nada más comenzar la introducción con estas palabras: «He titubeado mucho antes de dar a este libro el título de Fernando e Isabel, Reyes Católicos de España. Para empezar, España no es, a fines del siglo XV, más que una expresión geográfica, como ocurrirá con Italia hasta el siglo XIX. [. . .] Fernando e Isabel no fueron jamás reyes de España, sino reyes de Castilla y de Aragón, por así decirlo. Para ser totalmente exactos, habría que escribir, por lo menos: Reyes de Castilla, de Aragón, de Valencia, Condes de Barcelona…» (2)
Por supuesto, resulta evidente que los Reyes Católicos nunca usaron en su intitulación la forma «Reyes de España», sino que siempre emplearon la de «Rey e Reyna de Castilla, de Leon, de Aragon, de Siçilia, de Toledo…». Sin embargo, también es innegable que numerosos autores contemporáneos, tanto extranjeros como aún más hispanos, les denominaban «Reyes de España».
Así pues, ¿cómo pueden conjugarse estos aspectos al menos en apariencia contradictorios? ¿Se les puede llamar «Reyes de España», tal como se lo llamaban sus contemporáneos, o es incorrecto, tal como nos dicen algunos historiadores, políticos y periodistas que aseveran, rotundamente y dejando constancia de su autoridad, que no es apropiado? Trataremos de responder aquí a estas cuestiones, acercándonos a los textos de la época y ofreciendo asimismo un marco más amplio.
1. LA EXPRESION «REYES DE ESPANA» EN EL MEDIEVO HISPANICO
Acerca del problema de si se puede hablar de España en la Edad Media y, en general, antes del siglo XVIII, se debe recordar la existencia de algunas obras bien documentadas y trabajadas como la ya clásica, pero no por ello falta de un gran valor actual, de José Antonio Maravall acerca de El concepto de España en la Edad Media (3). Ciertamente, se trata de un libro bastante largo y denso, y por ello puede resultar algo pesada a veces su lectura. Por eso es probable que no haya sido tan leído como merece. Por otra parte, recientemente se han editado unas muy interesantes reflexiones de destacados académicos de la Historia sobre el ser de España (4), que aportan luz de nuevo sobre la hoy tan debatida cuestión de qué es España y cómo se ha concebido a lo largo de su Historia.
Maravall se acerca de manera profunda a la realidad de los diversos reinos cristianos de la Península Ibérica en el Medievo, y analiza la razón de las expresiones «Regnum Hispaniae», «Reges Hispanici», «Reges Hispaniae», etc., que tantas veces aparecen en textos medievales (5). No vamos a tratar aquí con detalle ni a resumir ampliamente estos asuntos, pero sí diremos que, propiamente, el autor deja claro que en la Edad Media se habla de España y que este vocablo no se reduce a un simple valor geográfico, ya que «¿cuál es en tal caso, la extraña condición de una entidad geográfica capaz de dar origen a un hecho tan singular (la realidad de las expresiones “Regnum Hispaniae” o “Reges Hispanici”)?». Después de estudiar la cuestión, Maravall viene a concluir que la idea medieval de España hace referencia a una comunidad de identidad histórica, religiosa y cultural, que en un pasado (la época visigótica) había estado unida también políticamente, pero que luego perdió este último aspecto y no se aspira a recuperarlo de una manera plenamente intencionada. Es decir, los distintos reyes hispanos o españoles y sus reinos, son legítimos y no se piensa en acabar con ellos, pero sí existe entre ellos una solidaridad asentada sobre esa unidad histórico-religioso-cultural que hemos señalado. Y esto les confiere una identidad frente al Islam y dentro de la Europa cristiana. En palabras suyas, «la “divisio regnorum” es un sistema, si no querido, por lo menos aceptado y que se mantiene de tal forma que se da, a la vez, una variedad de reinos y pluralidad de reyes con la conservación de una conciencia de unidad del que concomitantemente se llama “Regnum Hispaniae'” […] Durante siglos, nadie piensa, o tal vez muy pocos, en reunir los reinos hispánicos, en restablecer efectivamente la “Monarquía hispánica”; pero esta situación de división de reinos no resulta incompatible con el sentimiento de comunidad de los hispanos y con el concepto de Hispania -con todo el contenido histórico y, por consiguiente, político, que ese concepto lleva en sí».
Así, por lo tanto, estos reyes «forman un grupo claramente definido y fijo: los reyes de España. Y cabe decir, incluso, que la expresión se va estabilizando y generalizando a medida que el tiempo avanza». Hay que señalar que Maravall no afirma todas estas cosas a la ligera, sino que, como ya hemos dicho, el suyo es un trabajo muy documentado y fruto de un notable esfuerzo. De este modo, indica cómo la expresión de la que se ocupa aparece en diplomas reales, crónicas y textos literarios, tanto pontificios y del extranjero, como de toda España: Castilla, Cataluña, Navarra… y la expresión es conocida por los mismos reyes. Y «unidad fundamental es aquella en la que descansa la expresión “Reges vel principes Hispaniae”, no de mera circunstancia geográfica, ni aún histórica». Muntaner la reduce a términos de absoluto, porque no dice siquiera que “son de una carne y de una sangre”, sino que “son una carne y una sangre”». Exactamente, Muntaner dice en su Crónica que «si aquest quatre reis que ell nomena, d’Espanya, qui son una carn e una sang, se tenguessen ensems, poc dubtaren e prearen tot l’altre poder del mon».
Por otra parte, se debe recordar cómo al final del Poema de Mio Cid, el matrimonio definitivo de las hijas de Rodrigo Díaz de Vivar emparenta a éste con los linajes regios hispanos, de tal modo que el autor afirma: «Oy los reyes d’España sos parientes son; / a todos alcança onrra por el que en buena ora naçio» (6). Menéndez Pidal ya vio un «valor nacional» en esta expresión y en todo el Poema, y no deja de tener interés el hecho de que viene a mostrarse así al Cid como un vínculo entre las casas reales hispanas, con lo cual incluso podemos considerar que, de ser un héroe castellano, pasa a convertirse en un héroe español.
En la obra editada por la Real Academia de la Historia, a la que ya nos hemos referido, uno de sus autores resalta cómo, «ciñéndonos a la época medieval, no parece que pueda haber muchas dudas sobre la presencia de España como realidad histórica, de la que sus propios habitantes, integrados en la Europa medieval, tomaron conciencia creciente a partir de los siglos XI al XIII, a través de ideas que, como suele suceder, fueron expresadas por los grupos dominantes pero que alcanzarían amplia aceptación social» (7). En otro trabajo, este mismo autor afirma que «el concepto de España es, ante todo, un concepto histórico y cultural, más allá de lo geográfico y más allá de lo político, que son dos de sus elementos componentes, relativamente fijo el primero, cambiante en el tiempo el segundo.» (8)
En línea con Maravall, se refiere igualmente a la situación de «los cinco reinos», a la realidad de la pluralidad de entidades políticas en la Península, pero indicando que «no hay motivo para ignorar o negar que existió una España medieval», independientemente del grado de cohesión o disgregación política que existiera en ella. Hacia el año 1300, en el que concluye su estudio, «la hipótesis de traducir la realidad histórica española, que era sentida conscientemente por los dirigentes, en una entidad política común que favoreciera la concentración de poder en manos de una sola monarquía, era eso: una hipótesis». También matiza la idea de Maravall de que los «reyes de España» regían el ámbito hispano solidariamente, pues recuerda que en realidad fueron frecuentes los enfrentamientos entre ellos, si bien esto no significa que no existiese ese sentimiento de comunidad. Y, por otro lado se ocupa del neogoticismo y de la «Reconquista» como elementos característicos de las cuestiones tratadas. Y en este sentido, debemos recordar cómo Sánchez Albornoz insistió siempre en el papel de la Reconquista en la configuración de España.
Así, pues, hacia el 1300 «existía, en fin, un concepto ya muy elaborado sobre la existencia histórico-cultural de España que permitiría en el futuro, entre otras cosas, imaginar y justificar proyectos de convergencia política».
Por eso, no debe extrañarnos que los reyes de Castilla se acogieran a la protección del Apóstol Santiago, a quien se referían habitualmente en los preámbulos de los documentos que otorgaban como «el bienaventurado Apóstol Señor Santiago, Luz e Espejo [o Patrón] de las Españas, caudillo e guiador de los reyes de Castilla e de León». Y cabe recordar que el arzobispo de Toledo era el «primado de las Españas», y «cardenal de España» cuando se le concedía el capelo cardenalicio.
Tampoco debe sorprendernos que en documentos elaborados en el ámbito vasco se aludiera en muchas ocasiones a su integración en la Corona de Castilla y a la idea de España, como se puede observar, por ejemplo, en la fundación del mayorazgo del solar de Muñatones, en Somorrostro (Vizcaya), por Juana de Butrón y Múgica, esposa de Lope García de Salazar, en 1469, en virtud de la facultad real dada por Juan II de Castilla, y en la que se indica que se da preeminencia a los hijos mayores sobre los otros, «lo qual guarda y comúnmente es guardado, y se acostumbra a guardar en todo el mundo, y especialmente en España, y aun singularmente en estas montañas y costa de la mar». El mencionado Lope García se definía en 1471 como «morador en Somorrostro, vassallo del muy alto y esclarecido Príncipe y muy poderoso Rey y Señor nuestro, el Rey don Enrique [IV], Rey de Castilla e de León, a quien Dios mantenga» (9).
Y que España era algo más que un simple concepto geográfico y se sentía muy hondo, lo reflejan frases como la recogida en el preámbulo de la fundación de mayorazgo que hizo Juan Ramírez de Guzmán, señor de Teba y Ardales (Málaga), mariscal de Castilla, previa facultad del citado rey Enrique IV, en 1460, al referirse a «los reyes de nuestra España de gloriosa memoria, ya los pasados y los que viben» (10). Esto es lo que puede explicar también que los embajadores del rey Alfonso V de Aragón, Juan de Hijar y mosén Berenguer Mercader, exhorten a Juan II de Castilla a trabajar por la unidad de la Iglesia, esfuerzo para el que deben llegar a un acuerdo entre ambos monarcas y, asimismo, con los de Navarra y Portugal, para que «axi unida tota Spanya o pur la major part», otros príncipes cristianos se adhieran y les sigan, y de esta concordia obtendrán «gran merit davant Deu, gran gloria en tot lo mon, e sería gran honor de tota la naçió de Spanya»(11). Ya en el concilio de Constanza de 1414, los cuatro reinos habían actuado con un voto único como «nación»: entonces, este término se entendía básicamente como lugar de nacimiento, pero habían tenido la conciencia de ser una entidad que, en su comunidad, era distinta de las otras cuatro «naciones» con voto, a saber, Italia, Alemania, Francia e Inglaterra. Y, más aún, Italia y España eran las que habían mantenido el nombre romano, mientras que las otras habían adoptado el de los pueblos «bárbaros» que se habían asentando en ellas (12).
Por lo tanto, habiendo visto brevemente que en el Medievo hispano se emplean con frecuencia las expresiones referentes a España y a los reyes de España, y habiéndonos acercado a la manera en que se conciben, pasemos ahora a tratar el punto tocante a la denominación de «Reyes de España» que varios autores de la época de los Reyes Católicos dieron a éstos.
2. LOS AUTORES DE LA EPOCA DE LOS REYES CATOLICOS
Uno de los autores que más emplea el término es el franciscano Fray Ambrosio Montesino, perteneciente al círculo de Cisneros y poeta y predicador de los Reyes Católicos, que cuenta en su obra poética con dos piezas dedicadas a San Juan Evangelista, compuestas a petición de la Reina Isabel la Católica, quien, como sabemos, era muy devota de este Apóstol. Incluso el escudo de los Reyes Católicos, como también es de sobra conocido, nos muestra el águila de San Juan acogiendo y protegiendo bajo sus alas las armas de todos los territorios englobados en la unión dinástica. En las Coplas escritas hacia 1485 ya encontramos uno de los más antiguos poemas del fraile franciscano: las coplas In honore Sancti Johannis Evangelista (13), realizadas «por mandado de la reyna de españa nuestra señora». Y en ellas, las últimas cuatro estrofas adquieren un interés especial. En la primera de estas cuatro dice el autor:
«Todo el çielo te acompaña
y te honora,
y la reina te es despaña
servidora [. . . ]»
Fray Ambrosio denomina a Isabel «Reina de España» y en los siguientes versos alude a la construcción en Toledo del magnífico monasterio franciscano de San Juan de los Reyes, levantado por los monarcas para conmemorar la batalla de Toro y el triunfo en la Guerra de Sucesión de Castilla, y a la vez para impulsar la reforma observante. No hay que olvidar que en este edificio, asimismo, se plasma de forma constante la simbología política de Isabel y Fernando. La siguiente estrofa es una «Suplicación a sant Juan por la reina nuestra señora», y lo que pide especialmente es la asistencia en la Guerra de Granada. Por fin, las dos últimas estrofas se dirigen a la propia Reina Católica, de la que hace varios elogios y dice creer ser su capitán «vuestro dulçe evangelista / que es sant Juan». Y en las otras Coplas de San Juan Evangelista, igualmente compuestas «por mandado de la cristianísima reina doña Isabel», también denomina a ésta «reina de las Españas», en el sexto verso.
Asimismo, este autor llama «Reyes de España» a los Reyes Católicos en el romance heroico sobre la muerte del príncipe don Alfonso de Portugal en 1491, hecho a petición de la infanta viuda doña Isabel, y que alcanzó una divulgación muy amplia, incluso en Francia. Cuando llega el caballero con la fatídica noticia, se le pregunta así: «decid, ¿qué nuevas son estas / de tan triste lamentar?, / los grandes reyes d’España / son vivos o váles mal?, / que tienen cerco en Granada / con triunfo imperial».
En cuanto a las traducciones hechas por él, la «Epístola Prohemial» de la revisión del libro de las Epistolas y Evangelios (1512) la dedica «al Rey de España don Fernando nuestro Señor», y ahí dice ser «su mas leal y antiguo predicador y siervo» (14).
De un modo singular destaca el «Prohemio epistolar» de Montesino a la Vita Christi de Ludolfo de Sajonia, «el Cartujano» (Alcalá de Henares, 1502-03) (15). La traducción de esta extensa obra al castellano fue un encargo de los Reyes Católicos e interesó de manera especial también a Cisneros, pues veía en ella un elemento importante para la reforma de los seglares, sin por eso dejar de suponerlo igualmente para la de los religiosos y eclesiásticos en general. El proemio está «endereçado a los christianissimos e muy poderosos principes el rey don Fernando e la reyna doña Isabel, reyes de España e de Sicilia, etc., inuictissimos e muy excelentes, por cuyo mandamiento lo interpreto (la Vita Christi)». Y lo comienza así Fray Ambrosio: «Cristianissimos principes rey e reyna, reyes clementissimos de España, rey don Fernando e reyna doña Isabel muy poderosos; fray Ambrosio Montesino, el menor de los frayles menores de observancia, e el mas desseoso del servicio de vuestras altezas, implora e suplica a Dios por la salud e prospero estado de vuestra celsitud muy esclarescida, en lugar de la reverencial e acostumbrada salutacion que a la magestad real se debe.»
El proemio se puede dividir en tres partes. La primera es una digresión teológico política sobre el gobierno y los reyes, y en la cual Fray Ambrosio se convierte en un exponente del «máximo religioso». La segunda es un elogio de toda la labor desarrollada por los Reyes Católicos. Y la tercera trata del profundo valor de la obra traducida. En cierta manera, la división entre las partes segunda y tercera no resulta del todo clara, ya que el franciscano considera el mandato de traducir la Vita Christi del Cartujano como una más de las grandes tareas emprendidas por Isabel y Fernando. La verdad es que este proemio no tiene desperdicio alguno, y para el asunto que estamos tratando es de gran interés su segunda parte. Dentro de la primera, destacan las siguientes palabras: «Ansi que serenissimos principes: en este prohemio epistolar, no entiendo explicar por extenso la particularidad de vuestros excelentes e muy esclarescidos hechos, porque assaz basta ver por experiencia, que son de tal calidad e tantos, que ponen en olvido las victoriales hazañas de los reyes passados, e dan admiracion e espanto a los presentes, e son imagen de bivo original para los tiempos advenideros, en que miren vuestros successores, e aun los reyes de toda la cristiandad, para no errar en las costumbres de sus personas, e para ser siempre notables e diestros en las administraciones de sus reynos». Aún hace alguna alabanza más a continuación, en esta primera parte.
Pero es realmente en la segunda parte del proemio donde Fray Ambrosio realiza un gran elogio de Isabel y Fernando y de su obra.
Digamos sólamente que un poco más tarde, Fray Ambrosio Montesino se declara ser «su pobrezillo e muy leal seruidor» (de los monarcas), y que la portada de los volúmenes de la edición alcalaína nos muestra un dibujo en el cual Fray Ambrosio, arrodillado, está entregando un volumen a los Reyes Católicos, quienes se hallan sentados en el trono. A la izquierda aparece otro fraile franciscano, que tal vez pudiera ser Cisneros, como me ha sugerido la investigadora estadounidense Bethany Aram. Debajo del dibujo aparece el escudo de armas de Isabel y Fernando, evidentemente ya con la granada, y una leyenda que dice: «Vita christi cartuxano romançado por fray Ambrosio». La edición de Alcalá de Henares de 1502-03 es sin duda una auténtica joya tipográfica, igual que lo son las ediciones portuguesa y valenciana de la misma obra.
Ciertamente, la segunda parte del proemio tiene un alto contenido de propaganda política, como buena parte de los elogios de la época a la labor y las personas de los Reyes Católicos. Pero ello no quiere decir que no haya sinceridad de sentimiento en el autor, ni tampoco significa que no sea verdad lo que dice, pues el conocimiento de la Historia nos hace ver que todo lo que se ensalza fue verídico. Y es lógico que los contemporáneos alabasen una época de tantos éxitos reunidos y a aquéllos que los habían hecho posibles.
Cabe pensar en el modo en que este texto pudo calar en los lectores, y no sólo en los del momento, sino también en los posteriores. Habría que considerar incluso el efecto que pudo tener en quienes lo leyeron no muchos años después de salir a la luz, cuando a España volvieron unos tiempos más dificiles, como dificiles habían sido los precedentes al gobierno de los Reyes Católicos. Así, por ejemplo, el propio San Ignacio cuenta en su Autobiografía que leyó la obra durante su convalecencia en la casa-torre de Loyola en 1521, cuando se recuperaba de la herida sufrida en el asedio de Pamplona (16). Y el P. Leturia, buen conocedor del vasco Iñigo de Loyola, dice que, al encontrarse con el panegírico que Fray Ambrosio Montesino hace de los Reyes Católicos, «había de leerlo el enfermo con gusto, pues le llevaba a recordar sucesos por él mismo vividos en su pubertad, y que ofrecían afilado contraste con los disturbios y marejadas que habían seguido en todos los órdenes desde la muerte de la Reina Católica» (17).
Por otra parte, podemos resaltar el interés de los Reyes Católicos por ésta y otras vidas de Cristo difundidas por toda España y que tanto éxito tenían en esa época aquí y en toda Europa. Así, por ejemplo, fijándonos en Valencia, cabe señalar que Fernando el Católico escribió en marzo de 1496 al batlle general de aquel Reino, Diego de Torres, solicitándole la edición de la traducción de la misma Vita Christi del Cartujano, que Joan Roís de Corella hizo al catalán valenciano y que fue publicándose entre 1495 y 1500 (18). Por otro lado, la Reina Isabel pidió una copia de la Vita Christi que había escrito en un precioso catalán valenciano Sor Isabel de Villena, abadesa del monasterio de clarisas de la Trinidad de Valencia. Y gracias a esta petición, la obra fue enviada a la imprenta, ya que la sucesora de Sor Isabel en el cargo, Sor Aldonca de Montsoriu consideró que así cumpliría mejor el encargo de la Reina, y a ella, a la «molt alta, molt poderosa, christianissima Reyna e Senyora», le dedicó la obra en el prólogo que le puso y que firma como su «humil serventa e oradora Sor Aldonça de Montsoriu, indigna abbadessa del monestir de la Sancta Trinitat» (19).
Pero también otras personas e instituciones del momento hablaron de España y de los Reyes Católicos como Reyes de España con total naturalidad, como varios historiadores han observado. Así, los predicadores se dirigían a los monarcas en sus sermones como al «Rey y Reina de las Españas» o de «España», y un poeta valenciano les reconocía como «Reys d’Espanya», mientras que en 1493 el gobierno municipal de Barcelona se refirió a don Fernando como el «rey de Spanya, nostre senyor» y en 1511 el concejo de Murcia le indicó que «toda la nación [de] España» le rogaba que no se arriesgase personalmente en una expedición a Africa (20). Cabría añadir algunos ejemplos más, como son los que se recogen en la pluma de Diego de Valera y en la de Pedro Mártir de Anglería, entre otros (21), o por supuesto, el caso de Antonio de Nebrija, del que más adelante recogeremos una cita de gran valor, pero del que ahora podemos recordar que en su Historia de la guerra de Navarra, escrita en lengua latina, habla del enfrentamiento entre «hispani» (españoles, bien es cierto que a veces los identifica en especial con los castellanos, pero no sólo) y «galli» (galos, franceses) y presenta a Isabel la Católica como «Regina Hispaniarum» y a su hijo el príncipe don Juan como «Princeps Hispaniarum», a la vez que exalta toda la labor de Fernando el Católico y del duque de Alba en la incorporación del Reino y expone que éste era parte de España: «At Navariam, quis aequus rerum aestimator iudicet, ab Hispania posse disiungi?» (22)
Incluso el propio Fernando el Católico, satisfecho y orgulloso de su labor, decía en 1514 que «Ha mas de setecientos años que nunca la Corona de España estuvo tan acrecentada ni tan grande como agora, asi en Poniente como en Levante, y todo, despues de Dios, por mi obra y trabajo.» (23)
Sin duda alguna adquieren una relevancia destacable los textos referidos al hijo mayor y heredero de los Reyes Católicos, el príncipe don Juan, y en especial los que lamentan la muerte de aquella joven «esperanza de España» (24).
Luis Ramírez de Lucena dedicó su Arte del ajedrez (Salamanca, 1494-95) al «sereníssimo e muy sclarescido don Johan el tercero, Príncipe de las Spañas», y lo mismo hizo Juan del Encina con su Arte de poesía castellana (Salamanca, 1496), en cuyo proemio aludía a la labor del «dottísimo maestro Antonio de Lebrixa [o Nebrija], aquel que desterró de nuestra España los barbarismos que en la lengua latina se avían criado»; y también le dedicó su traducción de las Bucólicas de Virgilio (Salamanca, 1496), saludándole en el prólogo como «¡O bienaventurado príncipe, esperança de las Españas, espejo y claridad de tantos reinos, y de muchos más merecedor!» Por su parte, de un modo semejante a como denominaba Fray Ambrosio Montesino a Isabel y Fernando, Lucio Marineo Sículo llamó en latín «Princeps Hispaniae et Siciliae» a don Juan.
Ahora bien, según hemos indicado, la muerte de este personaje suscitó un tremendo dolor no sólo en sus padres, los monarcas, sino en toda España, pues se había puesto en él toda la esperanza de la continuación de la época de paz y esplendor de Isabel y Fernando y la definitiva consolidación de la unión de Coronas y Reinos bajo un mismo cetro. Así la lloró el mismo Juan del Encina, en un poema A la dolorosa muerte del príncipe don Juan, de gloriosa memoria, hijo de los muy católicos Reyes de España, donde recuerda cómo éstos habían logrado restaurar el orden en la Corona de Castilla: «dionos Dios reyes de tal perfeción / que fueron remedio de mal tan entero [dicho desorden], / dioles Dios hijo varón, heredero, juntando a Castilla, Sicilia, Aragón. / ¡O, quántos plazeres España sintió / en todos lugares haziendo alegrías, / fiestas las noches y fiestas los días / quando el gran Príncipe ya nos nació! / […] Él era de España la flor y esperança», y en su boda con «la gran Margarita, la flor de Alemaña, / juntónosla Dios con la flor de España / […] ¿Quién dirá el gozo que España mostró, / sintiendo gran gloria destos casamientos?» El mismo poeta, en un romance, comienza lamentándose así: «Triste España sin ventura, / todos te deven llorar, / despoblada de alegría / [. . .] / pierdes Príncipe tan alto, / hijo de reyes sin par.»
Hacia 1498, el comendador Román, criado de los Reyes Católicos, publicó unas Coplas sobre el fallecimiento del hijo de éstos, en las cuales aparece en cierto momento «una señora, la qual dezía ser España, haziendo grandísimo planto por el Príncipe», afirmando que «Yo soy la que más perdió / en este Príncipe santo / que la muerte nos llevó», pues había puesto en él gran esperanza de que fuera la garantía de continuidad del buen gobierno de sus padres. Y también Garci Sánchez de Badajoz compuso unas Coplas con el mismo tema, donde decía: «Y cantemos sobre Spaña, / con triste voz y sonido / de ronco pecho salido, / la desventura tamaña / que a todos nos ha venido»; en este mismo poema denomina a Isabel«Reina de los afligidos, / leona brava de Spaña» y refiere que el dolor por la muerte del Príncipe «por toda Spaña puebla».
De manera semejante, Pedro Mártir de Anglería elaboró un poema en latín titulado De obitu catholici Principis hispaniarum, y Diego Ramírez de Villaesclusa se refirió a Fernando el Católico, también en la lengua de los romanos, como rey de las Españas y de Sicilia. En castellano, Alfonso Ortiz redactó un Tratado del fallecimiento del príncipe don Juan, a quien designa igualmente como «príncipe de las Españas», «don Juan de las Españas» y «heredero primogénito de las Españas». A todo esto cabe añadir unos romances populares que recogen similares ideas y sentimientos, como el que comienza «Nueva triste, nueva triste que sona por toda España».
Por lo tanto, el príncipe don Juan fue ampliamente considerado «príncipe de las Españas» y futuro continuador de la época de paz, esplendor y unión hispánica lograda por sus padres, y su muerte supuso un tremendo dolor que afectó, y esto está documentado, a todas las capas de la sociedad y en todos los reinos, como lo reflejaron los funerales celebrados por su alma y el sentimiento de tristeza general que se observó en todos los lugares...
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
... 3. LOS REYES CATOLICOS, ¿REYES DE ESPAÑA O NO?
Hemos visto con claridad que en la Edad Media hispana se habla de España y que ésta no se concibe como una entidad meramente geográfica, sino como una comunidad histórica y religioso-cultural, que confiere a sus miembros unos vínculos de solidaridad y de identidad. En principio, aunque se recuerda y en cierta manera se añora la antigua unidad política habida en la época visigótica y rota con la invasión islámica (es la idea de la «pérdida de España» desarrollada ya en la Crónica mozárabe del 754), no se aspira a recuperarla de un modo plenamente intencionado, al menos hasta fechas bastante tardías, pues se afirma la legitimidad jurídica de los distintos reinos y entidades políticas de la España medieval. Eso sí, éstos se ven interrelacionados entre sí por ese sentimiento realmente existente de comunidad hispánica y que les proporciona una identidad especial ante el Islam y en el seno de la Europa cristiana. Para la época de los Reyes Católicos, sin embargo, sí nos encontramos con unos deseos, en ocasiones muy marcados, de anhelo y búsqueda de la unión política, y las directrices del gobierno de los monarcas apuntan a ese fin. Esto, sin embargo, no procede de la nada, sino que se ha ido fraguando a lo largo de siglos, en especial desde el XIII. Según hemos indicado ya, en la propia centuria del 1400 toda una serie de textos fue preparando el terreno para la realización de la unidad hispánica bajo una sola Corona (25).
Por otro lado, los contemporáneos extranjeros e hispanos denominaron con cierta frecuencia «Reyes de España» a los Reyes Católicos, y además usaban el término con naturalidad. Sin embargo, es cierto que los monarcas nunca emplearon tal designación en su intitulación, sino que conservaron la larga lista de títulos que ya conocemos y que estaba abierta a añadir otros nuevos; y, efectivamente, ellos la agrandaron de forma sobresaliente.
Respecto de esta segunda cuestión, Fernando del Pulgar, en su Crónica de los Reyes Católicos refiere que en el Consejo Real se debatió qué intitulación debían emplear, y que, a pesar de que los votos de algunos consejeros se inclinaron porque se denominasen «reyes e señores de España, pues subçediendo en aquellos reynos del rey de Aragón eran señores de toda la mayor parte della, pero determinaron de no lo hacer e yntitularonse en todas sus cartas en esta manera» (es decir, la de la lista de reinos y señoríos).
Por lo tanto, hubo una negación por parte de Isabel y Fernando a la idea de autodenominarse de forma oficial «Reyes de España». Y, sin embargo, es evidente que no sólo les llamaron así numerosas personas e instituciones, sino que los monarcas no pusieron impedimento alguno a que lo siguieran haciendo. Más aún, lo permitieron e incluso ordenaron que se imprimieran libros en los que aparecía tal término. El caso del propio Fray Ambrosio Montesino es bien claro y significativo: se dirige a Isabel como «Reina de España», al menos ya desde las coplas que por encargo suyo compone hacia 1485; a ella y a Fernando les denomina «Reyes de España» en la Vita Christi en 1502; y finalmente dedica al segundo, como «Rey de España», las Epistolas y Evangelios en 1512.
Esto último lleva a reflexionar sobre otro aspecto: el calificativo se aplica tanto a Isabel sola, como únicamente a Fernando, y a los dos juntos. Es decir, cabe afirmar que hay una conciencia clara de que los dos son los Reyes de España, y que el «Tanto monta» funciona al menos en la teoría.
Así pues, ¿podemos considerar y llamar «Reyes de España» a los Reyes Católicos?
En primer lugar, queda fuera de duda que España es una realidad en la Edad Media y que existe un concepto de ella que no se limita a mera geografía, sino que, si bien ésta puede ser y es la base, hay bastante más: hay una conciencia de identidad y de comunidad. Por lo tanto, en caso de considerar a Isabel y Fernando «Reyes de España», lo serán de algo que no se restringe a lo geográfico.
En segundo lugar, ya se ha visto cómo se habla con frecuencia de los «Reyes de España» en el Medievo hispánico, así que tampoco es del todo novedoso que se aplique el término a Isabel y Fernando, sino que tiene una larga tradición. Pero lo que sí es novedoso es que se les considera como reyes de la unión recuperada de España, gracias a su matrimonio y a toda su labor, en la que cuentan como elementos muy importantes la incorporación de Granada, Canarias, Navarra… La expansión norteafricana, el descubrimiento de América… y, desde luego, la política matrimonial de los monarcas. Todo esto, sin olvidar lo que desarrollan en lo que toca a la hacienda y la moneda, la justicia, el ejército, la reforma y unidad religiosas, etc.
En tercer lugar, no sólo otras personas e instituciones denominan a Isabel y Fernando «Reyes de España», sino que ellos mismos tienen conciencia de serlo, aun cuando no quieran usar de manera oficial esta designación. Si no fuera así, no se comprendería que permitieran que se les llamase de este modo una y otra vez a lo largo de todo su reinado, y tanto por separado como en conjunto.
¿Por qué entonces no aceptaron el uso oficial del título «Reyes de España»? Como apunta Suárez (26), se pueden encontrar varias posibles respuestas a tal cuestión.
La primera de ellas puede ser la tradición: a lo largo de la Edad Media, los monarcas hicieron uso de un sistema de titulación plural, que fue plenamente heredado por los Reyes Católicos. Este factor ya lo señala Maravall (27), y hay que recordar que Isabel y Fernando eran tenidos, y ellos a sí mismos se tenían, más como «restauradores» que como «fundadores» (28).
La segunda razón es que pudo deberse a que la unión política de España aún no estaba acabada del todo: no eran todavía reyes de toda España, sino de una parte, aunque fuera la mayor, lo que creaba en ellos el deber de completarla (29).
En relación con esto hay que poner la cuestión de Portugal: ya sabemos que, a través de su política matrimonial, uno de los fines de los Reyes Católicos era la armonización política con este reino. Pero el uso del título »Reyes de España» de forma oficial podía molestar al vecino lusitano, que también se consideraba parte de España. Maravall ya indica este aspecto, y realiza un comentario acerca de que el rey don Manuel de Portugal hizo una reclamación a Fernando el Católico porque éste se hacía llamar «rey de España» (30). De todas formas, el hecho de que, en cambio, Isabel y Fernando aceptaran que personas e instituciones les denominasen así, podía constituir un elemento de propaganda de cara también a Portugal.
Y, hablando de propaganda, una cuarta razón la podemos ver en la fuerza que podía tener una larga intitulación, la cual, además, estaba abierta a nuevos añadidos. Ladero matiza que la efectividad y la fuerza de cada título era diversa: los había honoríficos (Atenas y Neopatria, por ejemplo), reivindicativos (Rosellón y Cerdaña hasta 1493) y efectivos (31). Como decimos, la lista podía ir aumentándose mediante la incorporación de nuevos reinos o señoríos y esto confería un evidente prestigio al monarca o monarcas (32). Y, como igualmente hemos dicho, los Reyes Católicos hicieron crecer en su época el número de títulos de forma considerable.
En fin, la última razón es quizá la más importante: la unidad estaba construida sobre la base de la diversidad territorial. Suárez también opina que éste fue el motivo principal de la cuestión y concretamente recalca que la unión se estaba edificando según el modelo de la Corona de Aragón (33). Ladero, por su parte, da importancia igualmente a la realidad de que la monarquía tenía dominios y componentes variados (34). Y Hillgarth, recordando que en la intitulación de los Reyes Católicos los reinos de la Corona de Castilla y los de la de Aragón se enumeran uno tras otro en rigurosa alternancia, cita a Gómez Mampaso en la idea de que esto parece reflejar «la concepción pluralista del Estado, yuxtaponiendo los reinos sin fundirlos» (35). Sin duda alguna, el corporativismo u organicismo cristiano medieval pudo jugar un papel muy destacado en la configuración de la unión dinástica. Cepeda Adán tiene en cuenta este factor al referirse a la concepción del reino, del Estado, en los Reyes Católicos (36). Son muy esclarecedoras, por otra parte, estas palabras de Antonio de Nebrija en el prólogo que dedica a Isabel la Católica, «Reina i señora natural de españa e las islas de nuestro mar», en su Gramatica de la lengua castellana de 1492: «I assi crecio [la lengua castellana] hasta la monarchia e paz de que gozamos, primeramente por la bondad e prouidencia diuina, despues por la industria e trabajo e diligencia de vuestra real majestad. En la fortuna e buena dicha de la cual los miembros e pedaços de España que estauan por muchas partes derramados, se reduxeron e aiuntaron en un cuerpo e unidad de reino. La forma e travazon del cual assi esta ordenada que muchos siglos, iniuria e tiempos no la podran romper ni desatar.» (37)
Nebrija ve con claridad que se ha alcanzado la unidad que llevaba esperando siglos y que ya es irrompible. Pero, además de esto, habla de «miembros» y «cuerpo», y cualquier entendido en textos políticos medievales sabe que no son palabras dichas al azar o sin significado. El reino se concibe orgánicamente en lo social y en lo territorial, y los territorios que lo componen son los miembros que forman el cuerpo del reino. Este no puede existir sin aquéllos, y aquéllos, a su vez, no tienen sentido y finalidad fuera del reino. Y, sin duda alguna, ésta era la visión de los Reyes Católicos. Ellos fundamentaron la unidad sobre la diversidad, bebiendo doctrinalmente para ello en buena medida del pensamiento corporativo del Medievo cristiano, que se fue perpetuando y renovando posteriormente y que en España tiene una de sus expresiones más recientes y bastante fiel heredera de él en el tradicionalismo carlista; en Portugal podemos verlo en el miguelismo y el integralismo. El foralismo carlista se explica bien desde esa perspectiva y trata de conjugar la unidad nacional con la diversidad regional, de una manera no muy lejana al modelo de los Reyes Católicos. Los cuales, aunque sin duda dieron muchos y muy importantes pasos en la construcción del «Estado moderno», seguían vinculados a las doctrinas de la Edad Media cristiana.
Otro reflejo claro de tal concepción es el escudo de armas de Isabel y Fernando, en el cual se integran los distintos territorios y la personalidad de cada uno de ellos queda tan patente como la unidad alcanzada, al mismo tiempo que todo queda consagrado y protegido por el águila de San Juan Evangelista, por la fe católica (38).
Y esta diversidad en la unidad es la que también explica que muchas veces se hable de España en plural: «las Españas». También Felipe II utilizó, además de la larga lista de territorios en su intitulación, esa otra de «Philippus Hispaniarum Princeps» o «Philippus, Dei gratia Rex Hispaniarum…». Y esto ya lo había hecho su padre Carlos I, como se observa en varios sellos (39). Es decir, que después de los Reyes Católicos y antes de Carlos III, también otros monarcas fueron denominados (en los casos de Carlos I y Felipe II que aquí se refieren, se autodenominaron) «Reyes de España» o «de las Españas».
Los historiadores de la Edad Moderna, acogiéndose a veces a textos de autores de los siglos XVI y XVII, por ejemplo del P. Mariana, han propuesto, quizá como términos menos conflictivos, los de «Monarquía Católica» y «Monarquía Hispánica», para hablar de los reyes que gobernaron España desde Isabel y Fernando hasta la centuria del 1700. En realidad, son términos ciertamente bastante adecuados y que hacen referencia sobre todo a dos aspectos: la fe sobre la que se asienta la Monarquía y la universalidad. Porque, en realidad, tanto catolicidad como Hispanidad son conceptos que expresan universalidad, y la España de la Epoca Moderna muestra sin duda esta vertiente. Pero ello no quita el que, después de haber tratado toda esta cuestión, podamos sin temor hablar también de «Reyes de España» antes de Carlos III y que podamos aplicar tal calificativo igualmente sin miedo a los Reyes Católicos. Del mismo modo, no hay por qué evitar hablar de España antes del siglo XVIII, ni hay razones verdaderas para afirmar que España no existe ni ha existido en la Historia. Como bien dice el profesor Eloy Benito Ruano: «¿Negación actual de España? Síntoma de incultura histórica.» (40)
SANTIAGO CANTERA MONTENEGRO
1 Resumen de la conferencia pronunciada en la Universidad San Pablo-CEU de Madrid el 4 de mayo de 2001, dentro de las Jornadas sobre La creación del Estado moderno español: una transición política a finales del siglo XV. En buena medida, habíamos abordado el tema en el artículo “Fray Ambrosio Montesino y los Reyes Católicos como Reyes de España”, en Fundación, revista de la Fundación para la Historia de España (Argentina), II (1999-2000), pp. 261-282.
2 Tanto la edición francesa (París) como la española (Madrid, Nerea), son de 1988. La cita, p. 9.
3 Maravall Casesnoves, J. A.: El concepto de España en la Edad Media. Manejamos la 4a edicio~ilMadrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1997); la la es de 1954.
4 España. Reflexiones sobre el ser de España. Madrid, Real Acadernia de la Historia, 1997.
5 Op. cit., 2a parte. A continuación, recogemos algunas citas de las pp. 342, 345, 388-390 y 398.
6 Versos 3724-3725. Manejamos la 4a edición de Ramón Menéndez Pidal (Madrid, Espasa-Calpe, 1940, p. 298) y la de Colin Smith (Madrid, Cátedra, lg9l, p. 267).
7 Ladero Quesada, M. A.: ~España: Reinos y señoríos medievales (Siglos XI a XIV)”, en España. Reflexiones sobre…, pp. 95-129; p. 95.
8 Ladero Quesada, M. A.: “Ideas e imágenes sobre España en la Edad Media”, en Sobre la realidad de España. Madrid, Universidad Carlos III de Madrid – Boletín Oficial del Estado, 1994, pp. 35-53; p, 38. Recogemos a continuación algunas citas de este trabajo y del mencionado antes.
9 Real Academia de la Historia (RAH), Col. Salazar y Castro, 9/356 (antiguo E-18), fols. 119 r. – 122 v.
10 RAH, Col. Salazar y Castro, 9/832 (antiguo M-25), fols. 180 r. – 188 r.
11 RAH, Col. Salazar y Castro, 9/706, (antiguo K-81), fols. 21 r. – 22 r.
12 En esta idea incide habitualmente el profesor Luis Suárez.
13 Para este autor, usamos principalmente la edición de la BAE (Biblioteca de Autores Españoles), vol. 35 (Madrid, Rivadeneyra, 1855), pp. 401-466; aquí, pp. 441-444. Y Rodríguez Puértolas, Cancionero de Fray Ambrosio Montesino, Cuenca, Diputación Provincial, 1987; pp. 253-260 y 260-268.
14 De la primera edición de Toledo, 1512, solo se conoce un ejemplar en el British Museum.
15 Por ejemplo, en la Biblioteca Nacional de Madrid (BN), R-4 a R-7. El proemio, en vol. I, fols. II-IV.
16 San Ignacio de Loyola: Obras Completas, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), 1977 (3a ed. revisada); p. 94.
17 Leturia, P. de S.I.: El gentilhombre Íñigo López de Loyola en su Patria y en su siglo, Barcelona, Labor (Colección “Pro Ecclesia et Patria”), 1949 (2a ed. corregida); p. 152.
18 Riquer, M. de; Comas, A.; Molas, J.: Historia de la Literatura Catalana, vol. IV (Part Antiga, per Martí de Riquer. Barcelona, Ariel. 1985, 4a ed.); p. 117.
19 Existe ed. crítica reciente de la obra completa, realizada por Josep Almiñana i Vallés, 2 vols. Valencia, Ajuntament de Valencia, Regidoría d’Acció Cultural, 1992. El prólogo en vol. I, p. 204.
20 Hillgarth, J. N.: Los Reyes Católicos. 1474-]516, Barcelona, Grijalbo, 1984; p. 282.
21 Maravall, op. cit., p. 467. LADERO, “Ideas e imágenes…”, pp. 46-48.
22 Nebrija, E. A.: Historia de la guerra de Navarra, Madrid, 1953.
23 Ladero, “Ideas e imágenes…”, p. 48.
24 Para esta cuestión, es interesante Pérez Priego, M. A.: El Príncipe Don Juan, heredero de los Reyes Católicos, y la literatura de Stl época, Madrid, UNED, 1997; antología de textos literarios en pp. 55-101.
25 Ladero Quesada, M. A.: Los Reyes Católicos: la Corona y la Unidad de España Valencla, Asociación Francisco López de Gomara, 1989; pp. 88-90.
26 Suárez Fernández, L.: Los Reyes Católicos. Fundamentos de la monarquía, Madrid, Rialp, 1989, p. 14.
27 Maravall, op. cit., pp. 352-353.
28 Suárez, Los Reyes Católicos. Fundamentos…, capítulo I, 1 (pp. 9-14). De este autor, cabe recordar también “España. Primera forma de Estado”, en España. Rellexiones sobre…, pp. 131-150.
29 Esta razón la apuntan también los profesores Maravall, Suárez (quien no cree que sea la más importante) y Ladero.
30 Maravall, op. cit., p. 470.
31 Ladero, Los Reyes Católicos ., p. 94.
32 Así lo veía Maravall, op. cit., p. 353.
33 Aparte de trabajos mencionados, es de gran interés el primer capítulo de su obra Claves históricas en el reinado de Fernando e Isabel, Madrid, Real Academia de la Historia, 1998.
34 Ladero, Los Reyes Católicos , pp. 93-94. En su obra España en 1492, Madrid, Hernando, 1978, p. 112, señala: “La Monarquía de ambos esposos es a la vez unión dinástica y ejercicio unido del poder en su cúspide. No supone un cambio en la constitución interna de los reinos y, tal vez por eso, Isabel y Fernando no se titularon oficialmente reyes de España, aunque como tales se considerasen, sino que mantuvieron las titulaciones tradicionales, incluso las honoríficas, unificadas en una larga relación donde cada reino -castellano o aragonés- tiene su puesto y a la que se incorporan las conquistas y anexiones efectuadas por ellos. Los monarcas de la Casa de Austria conservarían este procedimiento de titulación: [. ]”.
35 Hillgarth, op. cit., p. 283.
36 Cepeda Adán, J.: En torno al concepto de Estado en los Reyes Católicos. Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Escuela de Historia Moderna. 1956; pp. 74-75.
37 Nebrija, A. de: Gramatica de la lengua castellana, Salamanca, 1492. Hay edición facsímil de Valencia, Librerías París-Valencia, 1992. La cita, pp. 5-6.
38 Es muy interesante el estudio de Menéndez Pidal de Navascués, F.: “Los emblemas de España”, en Espaiia. Reflexiones sobre .., pp. 429-473.
39 Por ejemplo, en un sello de 1526 aparece la fórmula “Carolus Dei Gracia Rex Hispaniarum” (Archivo Histórico Nacional de Madrid [AHN], Sigilografía-Sellos, Caja 17, n° 63). Y en otro de 1541, “loana, Carlos su hiio, Reis de Spanna” (AHN, Sigilograffa-Sellos, Caja 47, n° 19).
40 Benito Ruano, E.¨”Reflexiones sobre el ser de España”, en España. Reflexiones sobre…, pp. 583-587; p. 587.
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
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