Traspasar el muerto
No es la primera vez que el nacionalismo catalán nos obsequia con sus lindezas: incapaz de resolver sus problemas, siempre acaba trasladándolos al conjunto de la nación. El estatuto, por ejemplo.
Contra el victimismo
Ignacio Camacho
ABC
"La clase dirigente catalana pretende ahora trasladar sobre España la culpa de la crisis que ha desatado al colocar en el centro de la escena política un Estatuto de autonomía que rompe la Constitución, violenta la convivencia, reclama privilegios y establece unilateralmente un marco de relaciones desiguales con el resto de los españoles. La idea matriz de esta tesis consiste en la simple y esquemática formulación de que España no comprende a Cataluña, sustituyendo en algunos casos el concepto de España por el mucho más eficaz de Madrid, capital simbólica del centralismo o sede de lo que cierto medio ha llamado sin ambages «la caverna mesetaria».
"Los españoles, según este guión, somos cerriles nacionalistas incapaces de entender el esfuerzo colectivo de integración que la sociedad catalana ha plasmado en ese texto luminoso que se digna redimirnos de nuestra imperfección constitucional para señalarnos el verdadero camino para convivir sin sobresaltos, y que consiste, como no podía ser de otra manera, en reconocerle a Cataluña su papel de superioridad económica, intelectual, social y política, faro avanzado de la modernidad y oasis de racionalidad en un Estado atávico, crispado y ceñudo.
"Para los inspiradores del nuevo Estatuto -entre los que conviene reconocer que se cuenta una gran parte de la burguesía que, en voz baja, empieza a protestar de sus excesos pese a haber firmado manifiestos y respaldado en voz alta sus exigencias-, es España el único problema. España, y no Cataluña, es la responsable de una quiebra de convivencia que está empezando a abrir la puerta a viejos e indeseables demonios de rechazo social.
"España, y no Cataluña, es la que genera el conflicto sobrevenido por la perplejidad y la irritación con que ha sido acogido ese proyecto destinado, al parecer, a solventar todas nuestras viejas querellas territoriales fruto de una incomprensión visceral de la diferencialidad catalana. España, la España zaragatera y triste que siempre vuelve la espalda a quienes, como Maragall y su gobierno tripartito, como Artur Mas y sus jóvenes cachorros ultranacionalistas, tienen la audacia de proponer soluciones nuevas para las cuestiones ancestrales que atenazan el presente y bloquean el futuro.
"Este discurso unilateralista, impregnado de victimismo y autocomplacencia, domina la sociedad catalana con la misma densidad con que ha venido empobreciendo el clima social e intelectual de esa comunidad a lo largo de dos décadas y media de pujolismo. Con la misma alegre autosatisfacción que ha liquidado gran parte del versátil cosmopolitismo catalán -basta visitar periódicamente Barcelona para comprobar su creciente aislacionismo, su decadencia cultural, su progresiva pérdida de dinamismo histórico- para sumirlo en una nube autárquica; la hegemonía nacionalista ha provocado una pérdida de pulso colectivo tan patente que ha sido necesario encontrar en el sempiterno agravio un chivo expiatorio con el que justificar el fracaso de ese proyecto de «construcción nacional».
"Y ese culpable no es otro, naturalmente, que España, la España que ha permitido que Madrid, Valencia, Baleares e incluso Extremadura crezcan en pujanza y mejoren sus servicios mientras Cataluña decaía en términos relativos bajo la asfixia del éxtasis nacionalista.
"En vez de rebelarse contra esa atmósfera ensimismada que ha conducido a la sociedad catalana a una palpable postración de la que sólo la ha rescatado el enorme dinamismo individual de su burguesía, Maragall, que es un nacionalista puro encastrado en el tejido político del socialismo españolista, se ha ido a buscar la raíz del problema en el clásico argumentario miope del victimismo.
"Y, ayudado por los nacionalistas -que se dividen, retirado el siempre pragmático Pujol, entre radicales y directamente independentistas-, ha propuesto como salida un proyecto desquiciado que no sólo da una vuelta de tuerca a la feroz hegemonía del sector público sobre toda la sociedad civil catalana que ha venido trazando el pujolismo, sino que se lanza directamente a reconstruir el diseño político del conjunto de España, a la que exige un cambio de modelo constitucional para que ellos puedan sentirse más cómodos en su delirio diferencialista.
"La sociedad española no puede aceptar que le impongan una nueva Constitución, un nuevo modelo de convivencia basado en el privilegio y la desigualdad de unos ciudadanos sobre otros. En ese sentido, los victimistas tienen algo de razón: los españoles no los aceptamos. Pero no porque nos cueste trabajo comprenderlos; al contrario, es demasiado fácil comprender lo que quieren. El problema consiste en que de ninguna manera lo vamos a aceptar, precisamente por lo bien que lo entendemos." Ignacio Camacho, Contra el victimismo.
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