(II)
Tal es el sitio que corresponde a Boscán en la historia de las letras castellanas y que no siempre le concedieron sus contemporáneos, como lo prueban las impugnaciones de Castillejo , las malignas alusiones del Pinciano, o de don Francesillo de Zúñiga —bufón del Emperador Carlos— en la graciosa Crónica burlesca.
Los versos cortos de Boscán y sus coplas castellanas son tan fáciles como cualquiera otros del Cancionero general, y únicamente Castillejo le lleva ventaja.
De todos modos él fue la figura más importante entre las que dio Cataluña a las letras de Castilla y una de las muy contadas que lograron entrar en las Antologías.
FRANCISCO DE MONCADA
El conde de Osona, don Francisco de Moncada, nació en Valencia el año 1586; pero, por amplitud de criterio, es incluido entre los escritores catalanes, tanto por su estirpe como por la época en que vivió, cuando aun no se había roto la unidad espiritual de la vieja Confederación aragonesa.
La Expedición de catalanes y aragoneses contra turcos y griegos figura en el el Rivadeneyra, habiendo reproducido Capmany algunos de sus fragmentos en el Teatro de la elocuencia española.
Pertenecía el autor a la familia literaria de aquellos virreyes y capitanes que fueron al mismo tiempo sabios humanistas, enamorado de la sentenciosa concisión de Tácito y Salustio.
El libro de Moncada es una muestra de buen gusto y que obtuvo cierto éxito editorial, siendo bellamente reimpreso en Madrid por Antonio Sancha (1777).
Sus admiradores comparan el estilo de Moncada con el de la Guerra contra los moriscos de Granada, de Hurtado de Mendoza, dando ventaja al primero, aunque tachándolo de descuidado. Con todo, su estilo es noble y musical, y no le faltan elevación ni elegancia. Pero lo que no supieron ver fue la relación de Moncada con la Crónica de Ramón Muntaner, porque dicha relación caía fuera del espíritu del tiempo. No se comprendía entonces el encanto de estas obras ingenuas, prefiriéndose las transcripciones de biblioteca, con la historia más solemnizada.
Así, por ejemplo, el público castellano prefirió durante largo tiempo el énfasis de Solís, escribiendo de segunda mano y a un siglo de distancia de la conquista de Méjico, y no comprendió el hechizo candoroso de Bernal Díaz del Castillo, quizá el último de los cronistas propiamente dichos.
JOAQUIN SETANTÍ
Figura también en el Rivadeneyra el conceller de Barcelona Joaquín Setantí; entre los poemas líricos de los siglos XVI y XVII se incluyen sus Avisos de amigo .Entre los escritos filósoficos constan las Centellas de varios conceptos, máximás en estilo lapidario. Género que peca de insuflciente para que en él pueda manifestarse un escritor completo.
El “La Rochefoucauld español” fue llamado Setantí por los méritos de sus sentencias, en las cuales se mostró ingenioso. Pero el círculo de la aforística es muy restringido para que dentro de él pueda desplegarse un escritor. Apenas caben en ese género las imágenes sensibles. Todo se fórmula ordenadamente, dividido con la simétrica apariencia de un cultivo de hongos. Basta eso para comprender que Setantí, espíritu catalán, no ofrece otro interés que el de la corrección y la pureza gramatical, suficiente para incluirle en un catálogo de autoridades de la lengua, pero no en el de los artistas superiores.
SIGLOS XVII Y XVIII
Desde Setantí y hasta Capmany, a finales del siglo XVIII, todo será sequedad y desierto.
Los historiadores más benévolos solo le atribuyen un valor muy relativo. «Hay que saltar—dicen—desde Boscán hasta las postrimerías del siglo XVIII para encontrar poetas catalanes que escribiesen medianamente en castellano».
Y si se pasa revista al conjunto de nombres recogidos por los repertorios
bibliográficos, hallaremos que unos, como fray Bartolomé Ordóñez, o el místico fray Arcángel de Alarcón, incluido en la débil categoría de los apreciables, llevan inconfundibles apellidos castellanos.
EL PADRE GUAL
Es muy difícil penetrar en el conocimiento de esta bibliografía, por la rareza de las ediciones y por no haber sido reproducidas en nuestro tiempo, lo que viene a demostrar también que no cuentan con la sanción de la posteridad.
Algun resto de literatura catalana en castellano puede aparecer, como la pequeña colección de Poetas baleares de los siglos XVI y XVII, publicada por el lulista y Maestro en Gay-saber Jerónimo Roselló, quien no creía, «enriquecer con nuevas joyas el Parnaso español.»
Solamente, de entre ellos, el P. Antonio Gual, muerto en 1655, llama la atención con su largo romance Ensayo de la muerte.
El P. Gual había residido en la corte, había viajado por Italia, fue amigo y confidente del duque de Medina de las Torres y tenía, hábitos palaciegos. Su castellano era bastante desenvuelto, aunque tendía al conceptismo semiescolástico de la decadencia. Imita a Góngora en el poema heroico-mitológico El caduceo; y otro poema, La Oronta, trata un asunto de la época: una «novela ejemplar», en la que no falta el acostumbrado episodio de amor, interrumpido por un asalto de piratas, con naufragio de galera y reencuentro y reconciliación de los amantes unidos ya para toda la vida.
Descartado, pues, el P. Antonio Gual y su Ensayo de la muerte, que obtuvo una cierta divulgación por toda España como lectura piadosa, nada queda digno de aprecio en esa antología de poetas baleares antiguos.
Todo lo demás es de una ineptitud y barroquismo que desconcierta y que pregona ya la plena aparición de lo provinciano.
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