Fuente: “Filosofía de la Ciencia”. Mariano Artigas. Editorial EUNSA. Páginas 72-74.



6.2. Corrientes convencionalistas de principios del siglo XX


El nacimiento de la ciencia moderna en el siglo XVII estuvo acompañado por una polémica en torno a su alcance. Copérnico tardó en publicar su obra Sobre las revoluciones de las órbitas celestes, porque, como él mismo explica en la dedicatoria al Papa Pablo III, dudó mucho, pensando en la oposición que podía suscitar la teoría heliocéntrica, pero le estimularon a publicarla el cardenal de Capua y Tiedemann Giese, obispo de Culm, y muchos otros: “Decían que, cuanto más absurda pareciera ahora a muchos esta doctrina mía sobre el movimiento de la Tierra, tanta más admiración y favor tendría después de que, por la edición de mis comentarios, vieran levantada la niebla del absurdo por las clarísimas demostraciones. En consecuencia, convencido por aquellas persuasiones y con esta esperanza, permití a mis amigos que hiciesen la edición de la obra que me habían pedido tanto tiempo”. Copérnico pensaba que podría haber “charlatanes que, aún siendo ignorantes de todas las matemáticas, presumiendo un juicio sobre ellas por algún pasaje de las Escrituras, malignamente distorsionado de su sentido, se atrevieran a rechazar y atacar esta estructuración mía” (1). Sin embargo, la obra sólo fue publicada cuando Copérnico estaba próximo a morir, e iba precedida de una advertencia al lector que, durante cierto tiempo, se creyó que era del propio Copérnico, aunque luego se supo que había sido añadida por Andreas Osiander. Allí se dice que el autor ha conseguido calcular la historia de los movimientos celestes y sus causas de modo hipotético y, con tales supuestos, calcular los movimientos tanto pasados como futuros; se añade que no es necesario que esas hipótesis sean verdaderas, ni siquiera que sean verosímiles, sino que basta con que muestren un cálculo coincidente con las observaciones, dado que ese tipo de arte no conoce completa y absolutamente las causas, y sólo pretende “establecer correctamente el cálculo”; y se dice claramente: “Y no espere nadie, en lo que respecta a las hipótesis, algo cierto de la astronomía, pues no puede proporcionarlo” (2).

Todo el caso de Galileo gira alrdedor de este problema. Galileo estaba convencido de la verdad del heliocentrismo, e intentó probar la verdad de esa teoría, sin conseguirlo plenamente. No hubiera tenido ningún problema si se hubiera contentado con presentar el heliocentrismo, en la línea de Osiander, como un simple modelo útil para los cálculos de los movimientos astronómicos, tal como lo sugería el cardenal Belarmino. Sin embargo, buscaba establecer un conocimiento verdadero de la naturaleza.

El convencionalismo afirma que las construcciones científicas son solamente convenciones útiles para el dominio de la naturaleza, sin que pueda decirse que son verdaderas. El instrumentalismo es una doctrina semejante, según la cual las teorías son sólo instrumentos que sirven para conseguir objetivos prácticos. El final de la hegemonía de la física clásica coincidió con el auge de las doctrinas convencionalistas e instrumentalistas, a finales del siglo XIX y principios del XX. En esa época, tales doctrinas estuvieron representadas principalmente por Ernst Mach (1838-1916), Herni Poincaré (1854-1912) y Pierre Duhem (1861-1916). Los tres autores eran científicos de primera fila y llegaron a conclusiones similares a partir del análisis de la física matemática, que era su especialidad: concretamente, afirmaban que, mediante la pura lógica, no se puede demostrar la verdad ni la falsedad de los enunciados científicos. Aunque su trasfondo filosófico era muy diferente, los tres suscribirían la afirmación que Duhem expresó de este modo: “… toda ley física es una ley aproximada; por consiguiente, en pura lógica, no puede ser verdadera ni falsa; cualquier otra ley que represente las mismas experiencias con la misma aproximación puede pretender, con tanto derecho como la primera, el título de ley verdadera, o, para hablar más exactamente, de ley aceptable” (3).

Esos autores se referían directamente a la física matemática, donde intervienen construcciones nuestras que difícilmente pueden ser consideradas como una especia de reproducción de la realidad. Duhem estudió las concepciones acerca de la física desde la Antigüedad hasta Galileo (4), y señaló que no se puede demostrar la verdad de las hipótesis físicas mediante datos de observación, ya que siempre es posible formular teorías diferentes que den razón de los mismos datos. En su caso se trataba, sin embargo, de un convencionalismo moderado, porque Duhem afirmaba que a medida que la ciencia progresa, las teorías físicas se acercan a la representación del orden que realmente existe en la naturaleza. Duhem afirmaba la existencia de un orden natural objetivo que viene reflejado en los enunciados científicos: era un realista que admitía también el valor de la filosofía como conocimiento de la realidad (5). Por eso, es importante notar cómo precisa que su afirmación vale “en pura lógica” (en el original, “pour le strict logicien”).

Los problemas planteados por el convencionalismo y el instrumentalismo siguen siendo actuales, y deben ser tenidos en cuenta cuando se intenta delimitar el alcance de la verdad científica.


(1) N. COPÉRNICO, Sobre las revoluciones de los orbes celestes, Tecnos, Madrid 1987, pp. 8 y 11.

(2) Ibíd., pp. 3-4

(3) P. DUHEM, La théorie physique. Son objet. Sa structure, Rivière, Paris 1914, p. 259. Puede verse también: íd., Traité d´Energétique ou de Thermodynamique générale, Gauthier-Villars, Paris 1911, tomo I, pp. 1-5.

(4) Íd., Essai sur la notion de théorie physique de Platon à Galilée, cit.

(5) Cfr. íd., La théorie physique, cit., pp. 35, 37-38 y 40. La epistemología de Duhem ha sido frecuentemente malentendida. Puede encontrarse una valoración muy documentada en la obra, ya citada: S. L. JAKI: Uneasy Genius: The Life and Work of Pierre Duhem, 2.ª ed., Nijhoff, La Haya 1987. Cfr. también: M. ARTIGAS, “Pierre Duhem: The Philosophical Meaning of two Historical Theses”, Epistemologia, 10 (1987), pp. 89-97; F. J. LÓPEZ, Fin de la teoría según Pierre Duhem, Pontificia Università della Santa Croce, Roma 1998.