Cuando Madrid fue la Corte de los elefantes y los osos hormigueros

A finales del siglo XVIII Madrid fue la capital de la curiosidad. Elefantes, osos hormigueros y megaterios fueron algunas de las criaturas que Carlos III coleccionó y quiso mostrar a los madrileños. Así fue el nacimiento del Real Gabinete de Historia Natural, uno de los periodos más fascinantes de la historia de la ciencia en España.





Foto:MNCN-CSIC El oso hormiguero de Carlos III, pintado en el taller de Mengs






Las paredes de la sala están salpicadas de esqueletos de serpiente, cangrejos gigantes y caparazones de tortuga. También hay fósiles, un pangolín disecado y corales traídos de ultramar. "Y aquí hay un cajón lleno de huevos", señala Javier Sánchez Almazán,conservador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN) en el que nos recibe. El lugar intenta reproducir el aspecto que pudo tener en su día el Real Gabinete de Historia Natural fundado por Carlos III en 1776 y alberga algunas de las piezas que pertenecieron a su colección, recopiladas en un tiempo en que el mundo estaba por descubrir.

"Los objetos y noticias que traían los españoles del Nuevo Mundo causaban estupefacción", relata Sánchez Almazán. "Volvían hablando de pájaros que eran como moscas, de un oso que metía la lengua por las torrenteras, de animales que estaban cubiertos por una coraza". Todas eran criaturas desconocidas para los europeos y a las que solo tenían acceso los españoles, de modo que se convirtieron en un motor para el conocimiento de la época. "Hasta tal punto", recalca el investigador, "que algunos están empezando a comparar el papel de los cronistas de Indias con el que tuvieron Galileo o Copérnico para el nacimiento de la nueva ciencia".
Sánchez Almazán es uno de los especialistas que mejor conoce la historia del Real Gabinete de Historia Natural y acaba de publicar un libro sobre su creador, el español Pedro Franco Dávila. Este comerciante nacido en Guayaquil reunió en París la mayor colección de curiosidades de la época y se convirtió en un referente para muchos científicos, lo que le valió para ser admitido en la Royal Society o la Academia Imperial de Ciencias de San Petersburgo. Sobre Franco Dávila, asegura Almazán, se ha extendido el tópico de que era simplemente un coleccionista compulsivo, pero basta ver los documentos de la época para ver que se trataba de un gran estudioso de la naturaleza. "Describe con mucha minuciosidad algunas piezas, utilizaba microscopio y ya decía que esponjas y corales eran animales", relata el conservador. "También tenía claro que las petrificaciones, lo que hoy conocemos como fósiles, eran animales de otro tiempo", añade.



Megaterios y osos palmeros
La colección de curiosidades de Franco Dávila adquirió tal fama que los asesores de Carlos III terminaron convenciéndole en 1771 de que la adquiriera para España y fundara con ella el Real Gabinete. Los cientos de fósiles, minerales y especímenes animales se trasladaron a Madrid en tres viajes por mar y tierra. Franco Dávila fue nombrado primer director del gabinete y bajo su mando la colección iría enriqueciéndose con nuevas piezas traídas de distintas partes del mundo, e impulsada por la propia curiosidad del Rey, que reclamaba que le trajeran un ejemplar de los animales más exóticos que se iban hallando en las Indias.


A unos metros del gabinete, en el otro ala del museo, la investigadora Ana Mazo nos enseña el esqueleto del primer megaterio, una gigantesca y extraña criatura cuyos huesos llegaron a Madrid procedentes de Argentina en 1788. "Imagínate cuando llegó aquí en un montón de cajones y el disecador del gabinete, Juan Bautista Bru, se encontró con unos huesos que no correspondían a ningún animal conocido", apunta Mazo. "Debió de ser terrible el organizar este animal, pero lo más curioso es que Carlos III pidió al virrey en una carta que le mandaran "un ejemplar vivo", pero un poco más pequeño, sin saber que estos animales habían desaparecido hacía miles de años".
Esqueleto del megaterio del MNCN, CSIC
Unos años antes había llegado procedente de América otro animal que tenía encandilado a Carlos III, tanto que mandó hacerle un retrato que hoy se expone en la reproducción del Real Gabinete en el MNCN. "La llamaban la osa palmera", explica Mazo, "y era el segundo oso hormiguero que mandaban a España, aunque el primero que llegó vivo". El animal provocaba la admiración de propios y extraños pues no se parecía a nada que hubieran visto hasta entonces. "El rey lo tuvo en palacio, pero luego mandó que lo llevaran al Buen Retiro", explica Mazo. "Lamentablemente, el animal llegó en julio y murió en enero, seguramente por la falta de hormigas".


"Esta mañana se encontró muerto el oso hormiguero que enviaron al Rey", dice una carta enviada en enero de 1777 al secretario de Estado. Los documentos aportados por Mazo en los que se prueba que el retrato del oso hormiguero fue encargado al pintor de cámara Antonio Rafael Mengs sirvieron al especialista Javier Jordán de Urríes para reforzar una teoría: él cree que el cuadro pudo haber sido pintado por el propio Francisco de Goya, que trabajaba por entonces en el taller Mengs, aunque hasta el momento no ha habido ningún otro análisis que apoye esas conclusiones.


El Borbón que amaba a los elefantes
Justo enfrente del retrato del oso hormiguero, la sala del gabinete en el MNCN expone dos de las piezas más valiosas de toda la colección: la piel disecada y los huesos del "elefante grande", un elefante asiático que Carlos III hizo traer desde La India y que vivió en Madrid entre 1773 y 1776, para deleite de los madrileños, que bordaban elefantes en los abanicos y le dedicaron obras de teatro y alguna coplilla. "Vino a Madrid, señor, el elefante /, y escoltado del pueblo y de la tropa / paseaba las calles arrogante", escribía Tomás de Iriarte en aquellos años.


La aventura de su llegada a la Corte la describía magníficamente el investigador Gabriel Sánchez Espinosa en un trabajo para la revista Goya. El animal llegó a Cádiz el 24 de julio de 1773 a bordo de una fragata procedente de Filipinas y recorrió a pie durante 42 días los pueblos de Andalucía y La Mancha hasta llegar al palacio de La Granja, en Segovia. La expedición fue encomendada a un capitán de fragata José de Mazarredo y el elefante venía acompañado de dos "indios malabares", que se ocupaban de su cuidado. "Tenían que avisar antes a los pueblos de que llegaban y viajaban preferiblemente de noche, por el calor y porque la gente se volvía loca por ver el elefante", explica Ana Mazo. "El animal era muy dócil, pero Mazarredo tenía miedo de que al final hubiera una desgracia".



Javier Sánchez Almazán junto a la osamenta del elefante grande

A finales de septiembre, y después de una travesía llena de anécdotas, el elefante llegó al real sitio de San Ildefonso, donde fue recibido por el propio Carlos III. Un tiempo después el rey pidió que fuera exhibido para que lo vieran los madrileños y más tarde se le alojó en el palacio de Aranjuez, donde en una ocasión se escapó y tuvo que ser perseguido por los criados. "Lo cuidaban muy bien", cuenta Ana Mazo, "le daban coliflores, castañas, cereales, leche... Y a veces hasta alguna cosa que no le venía tan bien, porque hay facturas que dicen que le daban ¡vino caliente con azúcar!", se ríe.


Pero por muchos cuidados que le dieron, el animal murió al cabo de los tres años y el rey ordenó que lo disecaran y expusieran su piel y sus huesos en el Real Gabinete, de lo que se encargó Bru, el mismo que montaría el megaterio. "Mi dueño y señor mío", escribe el disecador. "Recibí el jueves fui al cortijo a ver el elefante, y incontinenti se empezó a disecar". Durante muchos años, el elefante disecado estuvo expuesto a los madrileños en el edificio de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en la calle Alcalá, junto al resto del gabinete. Como las instalaciones se quedaban pequeñas, Carlos III encargó al arquitecto Juan de Villanueva que diseñara un edificio para albergar la colección, para lo que pidió consejo a Franco Dávila. "Aquel edificio es el actual Museo del Prado", explica Sánchez Almazán a Next, "y poca gente sabe que se ideó para albergar una colección de historia natural, pero después se dedicó a pinacoteca".



La piel disecada del elefante grande (MNCN, CSIC)

La suerte del elefante grande fue algo mejor que los otros dos que llegaron después, el elefante "chico", un ejemplar muy joven que murió en una semanas, y la elefante hembra que trajeron con la idea de servir de pareja al elefante grande, pero que llegó con un año de retraso y murió también en unos meses. En total, contando el elefante que había tenido en su etapa como rey Nápoles, Carlos III tuvo en su Corte cuatro elefantes, lo que da una idea, además de lo que dice en sus cartas, de su fascinación por el animal. "El motor de toda esta curiosidad era él", explica Ana Mazo. "Hay cartas en las que pide que le manden unos pájaros bien exóticos para regalárselos a su prometida, y mostraba un gran pesar cuando se moría un elefante".


El legado de aquella época de descubrimiento nos ha llegado a nuestros días parcialmente disgregado. Buena parte del gabinete original se distribuyó por diversos museos, como el propio Prado, el museo Arqueológico o el museo del Traje. "No sabemos qué parte de la colección original ha sobrevivido", confiesa Sánchez Almazán, "pero lo que mantenemos aquí tiene el mismo objetivo de entonces, mantener viva la curiosidad. Vivimos en una sociedad que está matando un poco la capacidad de sorpresa, y debemos recordar la época en que éramos capaces de interrogarnos y pensar 'pero estas cosas, ¿qué son? ¿Qué es eso?'". "Aunque la respuesta sea errónea", concluye, "hacerte una pregunta y atreverte a dar una respuesta ya habrá valido la pena".
Referencias: El oso hormiguero de su majestad (Ana Victoria Mazo Pérez, Asclepio 2006) | Los cuatro elefantes de Carlos III (Ana Victoria Mazo) | La llegada del elefante a Madrid en 1773 (Sánchez Espinosa, Revista Goya, 2003) | Pedro Franco Dávila (1711-1786). De Guayaquil a la Royal Society. (Javier Sánchez Almazán, CSIC 2012)

* Nota: Puedes visitar y ver con tus propios ojos este gabinete visitando el Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid. Muy cerca tienes dos visitas que también recomendamos desde Next: el Real Observatorio de Madrid y el Real Jardín Botánico, también encargados por Carlos III.

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