EL conocimiento divino del futuro
Eudaldo Forment, el 1.12.15 a las 4:39 PM
La presciencia
Dios conoce todo lo que es, pero también lo que no es. En la cuestión sobre la ciencia divina, de la Suma teológica, Santo Tomás cita la afirmación de San Pablo que Dios: «llama a las cosas que no son como a las que son»[1].
Para explicarlo, escribe seguidamente que: «Dios conoce todas las cosas que hay, cualquiera que sea su ser. Pues bien, nada impide que cosas que en absoluto no existen, existan de alguna manera, porque si en absoluto sólo existe lo que tiene existencia actual, sin embargo, las cosas que actualmente no existen están en potencia, sea la de Dios o la de la criatura, bien en el poder activo o en el pasivo, en la facultad de pensar o en la de imaginar, o en otro cualquier modo de significar. Cuanto, pues, la criatura puede hacer, pensar o decir, y todo lo que El puede hacer, lo conoce Dios, aunque no tenga existencia actual, y en este sentido se puede decir que tiene ciencia del no ser»[2], o de lo que no es actualmente.
Puede concluirse también, por ello, que Dios conoce el futuro, tiene presciencia. Se lee en la Sagrada Escritura: «Eterno Dios, que conoces las cosas antes que ocurran»[3]. Conoce así el futuro de los seres libres. «Has entendido de lejos mis pensamientos, has observado mi senda y el hilo de mis pasos. Todos mis caminos has previsto, aun cuando no está la palabra en mi lengua. Señor, tú conociste todas las cosas, las pasadas y las venideras»[4].
Ha sido definida la presciencia divina por la Iglesia, al declarar: «Dios sostiene y gobierna con su providencia todas las cosas, que creó, abarcando fuertemente de un cabo a otro del universo todas las cosas, y ordenándolas con suavidad. Pues todas las cosas están claras y patentes a sus ojos, hasta las que han de suceder por la acción libre de las criaturas»[5].
Los futuros
Dios conoce perfectamente todos los futuros. Santo Tomás indica que: «algo puede considerarse como futuro, no sólo porque sucederá de un modo tal, sino porque está ordenado de un modo tal por las causas de las que depende, que por tal modo llegará a suceder»[6].
El futuro es aquello que no tiene existencia real, pero que está ordenado ya a ella desde sus causas para existir en lo que todavía no ha sucedido.
Si las causas que le determinan para existir son necesarias, el futuro se llama futuro necesario. Si las causas no son necesarias, como son causas azarosas o fortuitas, que podrían no haberse dado, los futuros son contingentes. Si las causas contingentes son las acciones de los seres libres, los futuros son contingentes y libres. Todavía se puede distinguir entre los futuros absolutos, si no dependen de condición alguna para su realización, y los futuros condicionados, denominados futuribles.
La ciencia de los futuros contingentes
El conocimiento de todos los futuros, incluidos los contingentes y libres, es propio de la ciencia divina, porque: «Dios conoce todas las cosas, y no sólo las que existen de hecho, sino también las que están en su poder o en el de las criaturas, algunas de las cuales son para nosotros futuros contingentes, y, por tanto, Dios conoce los futuros contingentes».
Santo Tomás explica a continuación que: «Un efecto contingente se puede considerar de dos maneras. Una, en sí mismo, en cuanto existe ya de hecho; pero así no tiene ya carácter de futuro, sino de presente, ni es algo que pueda ser o no ser, sino algo que tiene ser, y por tenerlo puede ser objeto de un conocimiento tan infalible como, por ejemplo, el que me proporciona mi vista cuando veo a Sócrates sentado».
Otra manera: «es considerar el efecto contingente en su causa, pues así se le considera en cuanto futuro y en cuanto contingente no determinado, y en esta forma no puede ser objeto de ningún género de conocimiento cierto; y, por esto, el que solamente en su causa conozca un efecto contingente sólo alcanza un conocimiento conjetural».
Sin embargo, Dios conoce todo lo contingente: «pues Dios conoce todos los contingentes no sólo como están en sus causas, sino como cada uno de ellos es en sí mismo».
La razón es porque: «a pesar de que los efectos contingentes se realizan al correr sucesivo del tiempo, no por eso conoce Dios de modo sucesivo el ser que tienen en sí mismos, como nos sucede a nosotros, sino que los conoce todos a la vez, porque su conocimiento, lo mismo que su ser, se mide por la eternidad, que, por existir toda simultáneamente, abarca todos los tiempos».
El conocimiento divino no es en el tiempo sino en la eternidad. «Cuanto en el tiempo existe está presente a Dios desde la eternidad, y no sólo porque tiene sus razones o ideas entre sí, como quieren algunos, sino también porque desde toda la eternidad mira todas las cosas como realmente presentes ante El»[7].
Hay, por tanto, dos modos del conocimiento de los futuros contingentes: en sus correspondientes ideas divinas y en la eternidad. Sin embargo, en las meras ideas no pueden estar representados, sino en cuanto están determinadas por la voluntad divina, Indica Santo Tomás en otro lugar: «La idea propiamente dicha se refiere al conocimiento práctico no sólo en acto, sino también en hábito. De donde, como Dios de lo que puede hacer, aunque nunca sea hecho en el futuro, tiene conocimiento virtualmente práctico, se sigue que puede darse la idea de aquello que ni es, ni será, ni ha sido; sin embargo, no del mismo modo como es el de aquello que es, que será, o que ha sido; porque para producir aquello que será o ha sido, es determinada por el propósito de la voluntad divina, no, en cambio, a las que no son, ni serán ni han sido, y de este modo en cierta manera son ideas indeterminadas»[8].
Las ideas divinas que representan de manera cierta e infalible a las cosas contingentes, que existen en el tiempo, en sus dimensiones pasado, presente y futuro, no son las meras ideas, sino que están determinadas por la voluntad de Dios para que existan. Como explica Muñiz: «En esta libre determinación de la voluntad divina o este divino decreto lo que hace que la idea de la mente divina represente el futuro. Por eso, conocer el futuro en las ideas divinas es para el Angélico Doctor lo mismo que verlo en la determinación o decreto de su divina voluntad. De lo cual se infiere que Dios puede conocer los futuros por una doble vía: por vía de decreto o causalidad y por vía de eternidad»[9].
Dios conoce todas las cosas, incluyendo las futuras y futuras contingentes por la doble vía de la causalidad o del decreto divino y de la eternidad. Escribe Santo Tomás: «Afirmo que el entendimiento divino ve desde la eternidad a cualquier contingente no sólo según está en sus causas, sino también según está en su ser determinado. En efecto, Dios, al ver la propia realidad –una vez que existe- según está en sus ser determinado, si no la viera así desde la eternidad, conociera la realidad después de ser de distinta manera a como fue antes de llegar a ser; y de esta forma, se produciría un incremento en su conocimiento, de acuerdo con los eventos de las cosa. También parece que Dios no solamente vio el orden que de Él salía hacia la cosa, y por cuyo poder la cosa habría de existir desde la eternidad, sino también veía el propio ser de la cosa»[10].
Sobre esta última vida de la eternidad, en la que Dios ve las cosas en sí mismas, que ya ve en causa en su ciencia, que lleva adjunta los decretos de su voluntad, ya había explicado que: «Dios al ver todos los tiempos con su única mirada eterna, no sucesiva, ve presencialmente desde la eternidad todas las cosas que acaecen en los diversos tiempos, y no solamente en cuanto que tienen el ser en su conocimiento. En efecto, Dios, desde la eternidad, no solamente ha conocido en las cosas el hecho de que Él las conoce –lo que es existir en su conocimiento- sino también ha visto desde la eternidad con única mirada y verá a través de cada uno de los tiempos, tanto que esta realidad concreta existe en este tiempo, como en otro tiempo falta. Y no solamente ve que esta realidad es futura respecto al tiempo precedente, y es pasada respecto al futuro, sino que ve el tiempo en el que es presente y ve que la realidad es presente en ese tiempo».
Puede afirmarse, por consiguiente que: «Dios, como desde la atalaya de la eternidad, ve con una sola mirada a lo lejos, no el futuro, sino todas las cosas como presentes». Advierte, seguidamente el Aquinate que: «se puede hablar de presciencia, en cuanto que conoce eso que, para nosotros, es futuro, no para Él».
La presciencia divina permite comprender, por tanto, que: «Nada impide que Dios tenga un conocimiento cierto de los eventos contingentes abiertos a las dos posibilidades, puesto que su mirada se refiere a la realidad contingente en cuanto que está presencialmente en acto, cuando su ser ya ha sido determinado y puede ser conocido con certeza»[11].
Cuádruplo división tomista de la ciencia divina
Debe advertirse que el conocimiento o ciencia de Dios es única, porque se identifica con la única esencia divina. Sin embargo, como la mente humana no puede contener de manera unitaria todo lo que se extiende la unidad infinita de la ciencia divina, se la considera dividida en varias ciencias en cuanto a las clases de objetos que abarca. No se la conceptúa tal como es entitativamente en Dios, sino con respecto a lo que comprende.
Tal como indica Santo Tomás y expone el tomista Norberto del Prado (1852-1918) son cuatro las clases de objetos a los que se refiere la ciencia divina y, por tanto, son cuatro las divisiones de la ciencia divina. «La primera división de la ciencia es en especulativa y en especulativa y simultáneamente práctica». La ciencia especulativa tiene por objeto lo conocido por Dios pero no causado. La ciencia práctica es la que Dios tiene de lo conocido y a la vez causado.
«La segunda división es de la ciencia divina es en ciencia de la aprobación y en ciencia de la improbación». La ciencia de aprobación se refiere a los objetos que son buenos y la de improbación o de reprobación, la de objetos moralmente malos.
«La tercera división de la ciencia divina es en ciencia de visión y en ciencia de simple inteligencia». La ciencia de visión versa sobre los objetos con existencia actual, con objetos que existen, que han existido o que existirán. La ciencia de simple inteligencia es la que tiene Dios de los objetos sin existencia actual, y, por tanto, que no están en la eternidad y, por consiguiente, sin existir en el presente, en el pasado ni en el futuro.
«Finalmente la cuarta división de la ciencia divina es en ciencia necesaria y ciencia libre»[12]. La ciencia necesaria la tiene Dios de lo que conoce necesariamente, y, por tanto, antes de cualquier decreto de su voluntad libre. Son objetos que sólo dependen de su naturaleza, como es la misma esencia de Dios y las esencias de las cosas creadas. La ciencia libre es la que tiene Dios de las cosas conocidas libremente y, por ello, después del decreto de la voluntad libre de Dios, que la hace existir actualmente, en el pasado, presente o futuro.
La ciencia media
Entre la ciencia necesaria y la ciencia libre de Dios, Luis Molina (1535-1600) colocó la ciencia media, que tendría por objeto los futuros contingentes condicionados. o futuribles. Por ciencia media Dios conocería, por necesidad misma de su ser y antes del decreto, los futuribles contingentes, lo que haría la criatura racional por su libertad en unas u otras circunstancias, en las que se encontrase.
En la parte cuarta de su Concordia, parte que dedica a la presciencia divina de los futuros contingentes, indica Molina que: «Según las Sagradas Escrituras, es cosa evidentísima que Dios posee presciencia de los futuros contingentes, hasta tal punto que sostener lo contrario no sólo es locura, como afirma San Agustín (De civitate Dei, lib. 5, cáp. 9), sino también error manifiesto en materia de fe».
Después de citar varios pasajes de la Escritura, añade: «Además, Dios ya conoce todos los futuros contingentes cuando se producen y están en acto, según lo que leemos en Hebreos, (4, 13): “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta a sus ojos; todas las cosas son evidentes y manifiestas a sus ojos”. Pero no comienza a conocerlas cuando están en acto; pues esto sería pasar de no saber a saber y, en tal caso, sin lugar a dudas, en Dios habría sombra de cambio. Por tanto, conoce los futuros contingentes antes de que acontezcan. Finalmente, si Dios no posee ciencia de los futuros contingentes, perderán su valor la profecía y la mayor parte de las Sagradas Escrituras, siendo esto totalmente contrario a la fe»[13].
En el párrafo siguiente, para dar una explicación que no afecte al libre albedrío humano, y, por tanto, a su contingencia, escribe Molina: «Debemos distinguir en Dios una ciencia triple, si no queremos alucinar al tratar de conciliar la libertad de nuestro arbitrio y la contingencia de las cosas con la presciencia divina.
La primea es la ciencia necesaria, porque añade: «Una puramente natural, que, en consecuencia, de ningún modo puede sufrir variación en Dios; por medio de ella, Él conoce todas las cosas que la potencia divina ─ya sea con inmediatez, ya sea con intervención de las causas segundas─ puede hacer, tanto en relación a las naturalezas necesarias individuales y a sus uniones, como en relación a las naturalezas contingentes, pero no porque vayan a producirse o no de manera determinada, sino porque podrían darse o no indiferentemente, siendo esto una característica necesaria de dichos futuros y, por ello, caen bajo la ciencia natural de Dios».
La segunda sería la ciencia libre, porque indica seguidamente Molina: «Otra puramente libre, por medio de la cual, sin hipótesis, ni condición alguna, Dios conoce de manera absoluta y determinada a partir de todas las uniones contingentes y con posterioridad al acto libre de su voluntad, qué cosas van a acontecer realmente y cuáles no».
A los dos miembros de esta distinción clásica, según Molina, hay que añadir otro, porque escribe a continuación: «Finalmente, la tercera es la ciencia media, a través de la cual Dios ve en su esencia, en virtud de la comprensión altísima e inescrutable de todo libre arbitrio, qué haría éste en razón de su libertad innata, si fuese puesto en este o en aquel o incluso en cualquiera de los infinitos órdenes de cosas, a pesar de que en realidad también podría, si así lo quisiera, hacer lo opuesto»[14].
La presciencia divina de la ciencia media no afectaría a la decisión de la libertad de la criatura. Nota el molinista Marcelino Ocaña que, con la ciencia media: «Dios conoce todo lo que el libre albedrío decidirá de hecho –libremente, por supuesto-, en cada una de las hipótesis en que puede encontrarse» y «supuesta una determinada hipótesis, el libre albedrío se decidirá por una actuación determinada, pues aunque, evidentemente, pueda optar por varias cosas, sólo podrá hacer una, que es, por supuesto la que Dios conoce»[15].
Un ejemplo de lo que supone la ciencia media, podrían ser unas palabras del escritor cisterciense Thomas Merton (1915-1968), tan famoso quizá como errado en parte de su pensamiento y de su conducta. En su conocida autobiografía La montaña de los siete círculos, al narrar el proceso de su conversión, confiesa: «Dios habría previsto probablemente mis infidelidades y no me había dado nunca la gracia en aquellos días porque veía Él cómo la malgastaría y despreciaría; y tal vez ese desprecio sería mi ruina. Pues no hay duda de que una de las cosas por las que no se da la gracia a las almas es porque están tan saturadas sus voluntades de codicia, crueldad y egoísmo que su negativa sólo las saturaría aún más… Pero ahora había sido llevado hacia la imagen de alguna clase de humildad por la miseria, confusión, perplejidad y temor interior secreto y mi alma trabajada era mejor terreno para recibir la buena semilla»[16].
Ciencia entre la necesaria y la libre
La ciencia media, por ser de objetos libres, los actos contingentes o libres de la voluntad libre creada, es una «ciencia libre» por parte de la cosa conocida. También es ciencia necesaria por parte de quien conoce, porque Dios lo conoce antes del acto libre de su voluntad, antes de su decreto libre, lo que se conoce como ciencia necesaria. La ciencia media es así ciencia necesaria por parte del cognoscente o de Dios y es una ciencia libre, pero no parte de Dios, que sería contradictorio, sino por parte del objeto, de la criatura, que Dios conoce de una manera necesaria.
Entre la ciencia necesaria y la ciencia libre de Dios, se encontraría la ciencia media. Estaría entre la ciencia totalmente necesaria y la ciencia totalmente libre de Dios, porque es una ciencia necesaria y no libre por parte de Dios, porque es anterior a sus decretos, pero se puede denominar libre por parte de su objeto contingente, la libertad de la criatura.
La ciencia media sería una clase de ciencia necesaria, porque afirma que en Dios hay ciencia necesaria de algo contingente y que no pertenece a la ciencia libre de Dios, que implica que es anterior al decreto libre de Dios, decreto que da lugar a su ciencia libre. Es un conocimiento necesario sobre algo contingente, pero independiente del decreto libre de Dios.
Por consiguiente, como indica Norberto el Prado: «La cuestión substancial no es de la ciencia media entre la ciencia de simple inteligencia y la ciencia de visión, sino de la ciencia media entre la ciencia necesaria y la ciencia libre: el punto de la controversia es acerca de la ciencia independiente del decreto o del acto libre de Dios».
La cuestión que se debate es esencialmente si Dios con su sola ciencia, sea la que sea, puede conocer los futuros contingentes y libres, y, por ello, también los futuribles, sin el conocer sus decretos de su voluntad libre. Por ello: «Si se pregunta: ¿está la ciencia media entre la ciencia especulativa y la ciencia especulativa y práctica? No hay ningún inconveniente (…) Si se pregunta: ¿Está la ciencia media entre la ciencia de aprobación y la ciencia de improbación? No se ve ningún inconveniente (…) Si se pregunta: ¿Está la ciencia media entre la ciencia de visión y la ciencia de simple inteligencia? Ni aquí no hay ningún inconveniente»[17].
En donde hay inconveniente es que la ciencia media sea media entre la ciencia necesaria y la ciencia libre de Dios. Es accidental que se admita una ciencia media entre los dos miembros de las tres primeras divisiones de la ciencia divina., pero siempre que no sea media en la cuarta división de la ciencia necesaria y libre de Dios. «De este modo la cuestión se circunscribe a si la ciencia media se introduce entre los extremos entre la cuarta división de las divinas ciencias; de si es admisible la ciencia media entre la ciencia de Dios necesaria o natural y la ciencia libre de Dios»[18]
El problema de la ciencia media
Son muchos los argumentos, que se han dado, para mostrar la inviabilidad de la ciencia media de Molina. Critican su realidad desde distintos aspectos, en que puede considerarse. Francisco Marín-Sola, siguiendo a Norberto del Prado en esta obra citada, sostiene que la raíz de todas las pruebas contra la verdad de la ciencia media está en implicar dos proposiciones[19].
Primera: los futuribles o futuros contingentes condicionados lo son o están en la eternidad, antes del correspondiente decreto divino que haría que existiera en la eternidad. Segunda, los futuribles son cognoscibles por Dios como futuribles antes de todo decreto que les daría la existencia.
De la primera se sigue, por el principio de no contradicción, que los futuribles no son verdaderos futuribles. De la segunda, que por no serlo no pueden ser conocidos infaliblemente por Dios, porque todo conocimiento, incluso el divino, es relativo y proporcional a su realidad.
Enseña Santo Tomás que: «Según que una cosa se relaciona con el ser, así hace referencia al conocimiento divino»[20]. De manera que lo que no es infaliblemente cierto, Dios no puede conocerlo como tal, o, lo que es lo mismo, Dios no puede conocer como infaliblemente cierta la existencia futura de una cosa, si la misma no está presente en la realidad, o si no está con existencia actual, pasada, presente o futura.
Podría afirmarse que con el mero decreto, que por otra parte no lo supone la ciencia media, o por la eficacia sola del decreto, Dios lo conocería, aunque no hubiera presencia de su efecto en la eternidad. Dios podría así conocer la voluntad o el querer su efecto. Sin embargo, para conocer el efecto cierta e infaliblemente debe ser objeto de un decreto invariable o absoluto y ningún decreto lo es mientras su objeto no exista en la realidad, y, por tanto, cuando el decreto está ya terminado o cumplido, y no es simplemente incoado.
Debe tenerse en cuenta que de todo lo que es y en la medida que es puede decirse que es cognoscible y, por tanto, conocido infaliblemente por Dios. Si algo es posible o existente en la eternidad, como pasado, o presente, o futuro, Dios lo conoce y lo conoce tal como es o existe. Por el contrario, si Dios no conoce algo no lo es por falta de su poder cognoscitivo, sino por la falta de cognoscibilidad en el objeto, porque éste no existe en la eternidad.
Para el conocimiento divino de los futuros contingentes o los futuribles se requiere la voluntad divina y la causación o los decretos divinos y además la eternidad. Estos requisitos no son formalmente para que Dios pueda conocer los futuros o futuribles, sino para que lo sean, para que estén en la eternidad como tales. Para que algo sea pasado, presente, futura o futurible necesita no sólo la inteligencia divina, sino también la voluntad y la causalidad, y estos mismos requisitos serán para que sea verdadero o cognoscible y así conocido por Dios en la eternidad.
Nada contingente puede serlo sin el decreto divino, que hará que tenga un ser determinado, o que sea determinadamente pasado, presente, futuro o futurible, y esté en la eternidad. Sin estos dos requisitos, nada contingente puede se conocido cierta e infaliblemente por Dios
Dios no conoce lo contradictorio, porque no puede ser conocido y ello porque no es. Dios no puede conocer por ninguna ciencia algo que no es, como no son los futuribles, sin los decretos y la causalidad de Dios en la eternidad. Tales futuribles no tendrían, por tanto, existencia actual, sino que serían posibles y conocidos por Dios como tales por ciencia necesaria o ciencia de simple inteligencia.
Para conocer el futurible se requiere que tenga existencia actual, que esté en la eternidad, y por tanto que la haya obtenido de Dios por su voluntad y su causalidad Argumenta Marín-Sola, en este sentido, que: «En la hipótesis de que hubiese otra causa primera distinta de Dios, y de que Dios, sin ser causa primera de nada, continuase siendo eterno, o mejor dicho, siendo la misma eternidad, Dios continuaría, en esa hipótesis, conociendo todo no en cuanto causa, sino en cuanto eterno. Igualmente si Dios fuese causa primera de unas cosas y no de otras, conocería aquellas en cuanto causa y éstas, o mejor dicho, y todas en cuanto eterno»[21].
Triple ciencia divina
Según la división de la ciencia divina en el tomismo, son ocho los tipos de ciencia de Dios, pero comúnmente se reducen a tres: ciencia de simple inteligencia, ciencia de aprobación y ciencia de visión. Las tres son necesarias para comprender la respuesta tomista a uno de los temas más difíciles de la sabiduría cristiana, por no decir el más difícil.
Al responder a una objeción de la cuestión de si las ideas divinas se refieren al conocimiento especulativo o al práctico, Santo Tomás menciona estas tres ciencias: « Se le llama simple idea (inteligencia) no para excluir la relación del saber a lo sabido, que inseparablemente acompaña a toda ciencia, sino para excluir su mezcla de lo que está fuera del género de las idea, como es la existencia de las cosas, que añade la ciencia de visión, o el orden de la voluntad a la cosas sabidas producidas, así como también el fuego se le llama cuerpo simple no para excluir sus partes esenciales, sino las mezclas de lo extraño»[22]. En este lugar, el Aquinate indica que se denomina ciencia de aprobación no sólo porque «lleva adjunta la voluntad»[23], sino porque, como precisa, lleva «el orden de la voluntad» a lo que se causa.
La ciencia de la aprobación no es igual ni tiene ninguna relación con la ciencia media de Molina. Podría parecer que coincide en cuanto que la ciencia de aprobación aparece colocada entre la ciencia de simple inteligencia y la ciencia de visión, pero a diferencia de la ciencia media no está entre la ciencia necesaria y la ciencia libre como la molinista. La ciencia de aprobación es posterior a un decreto actual y libre de Dios, dado para que lo posible esté ordenado a la realidad con existencia actual. Por tanto, es una ciencia libre divina.
Para una mejor comprensión del carácter completamente libre de la ciencia de aprobación y posterior al querer de la voluntad de Dios o de sus decretos actuales, debe tenerse en cuenta ––como enseña Santo Tomás sobre el conocimiento de lo que no existe actualmente en el presente–– que Dios conoce, además de lo que existe actualmente, lo que no existe, porque es pasado, o porque es futuro, o porque es meramente posible y, por ello, ni pasado ni futuro. Dios conoce lo pasado, el presente y el futuro. Ve todo lo que está en la eternidad, todo lo que existe actualmente en ella, el pasado el presente y el futuro. También conoce lo que no ha existido, ni existe ni existirá, o meramente posible.
Aunque lo meramente posible no está en la eternidad como futuro, ni de ningún modo en ella, Dios lo conoce. Dios conoce todo lo infinitamente posible y lo hace con un conocimiento o ciencia, que se ha denominado «ciencia de simple inteligencia».
En Dios, de modo análogo a las criaturas, no coincide el conjunto de las cosas que puede hacer, que son infinitas, del conjunto de las que hace realmente. De las primeras posee el conocimiento o ciencia de simple inteligencia. Es un conocimiento cierto, evidente y que podría denominarse puramente ideal, en cuanto que no recae sobre algo realmente existente en la eternidad. Se le llama ciencia de simple inteligencia, porque su objeto recae sobre lo que podría hacer Dios si quisiera o lo que podrían hacer las criaturas reales o posibles con la moción divina. Es un conocimiento, por tanto, que requiere sólo la inteligencia divina.
Dios conoce las cosas que hace realmente con la ciencia de visión, porque las conoce realmente presentes en su propia eternidad, como pasadas –que ya no existen realmente en el tiempo–, presentes –existentes en el tiempo–, y futuras –que no existen en sí mismas en el tiempo–. Se le llama ciencia de visión, porque su objeto recae sobre algo que requiere no sólo la inteligencia, sino también la voluntad divina, con sus decretos, y también el poder divino, que les da la existencia actual, en el pasado, o en el presente, o en el futuro.
Sobre el futuro, debe advertirse que Dios conoce todos los futuros, Conoce los necesarios, los futuros cuya existencia está determinada en sus causas, de tal manera que no pueden menos que darse. Por ejemplo, «mañana saldrá el sol». Es un futuro basado en la misma naturaleza de las cosas, que no puede menos de ocurrir, si Dios no interviene con un milagro.
Dios conoce los futuros contingentes, los que dependen de causas no necesarias, como son las causas fortuitas, que pueden no darse, o bien, los que dependen de la libertad de las criaturas. Por ejemplo, un encuentro casual entre dos personas, que se ha producido por causas no necesarias; o la decisión libre de una persona de salir a pasear, fruto de una causa libre.
Por consiguiente, Dios conoce de manera cierta e infalible todos los futuros contingentes en su eternidad. En cambio, al entendimiento humano le es imposible el conocimiento de los futuros contingentes. El conocimiento cierto e infalible que tiene Dios de los futuros contingentes y, por tanto, también de los libres, no impide su contingencia, o que sean fruto de la libertad humana. El conocimiento divino, que, por ser cierto e infalible, es un conocimiento necesario, es perfectamente compatible con la contingencia del objeto conocido, porque no es lo mismo necesidad en el conocimiento que necesidad en lo conocido.
El conocimiento necesario del futuro
La ciencia divina cuando conoce el futuro contingente tiene un conocimiento necesario. Dios lo conoce todo con un conocimiento necesario, tanto lo que es necesario como lo que es contingente, porque lo conoce en sí mismo y como en causa. Dios no sólo produce como causa primera la acción de las criaturas, sino también su modalidad. Dios es la causa de lo necesario y de lo contingente. Todo actúa tal como quiere Dios y del modo que quiere, necesario o contingente.
Para Santo Tomás, los efectos necesarios o contingentes producidos por la acción de Dios no dependen de la naturaleza y modo de ser de las causas segundas. El efecto no es necesario porque la causa segunda sea necesaria, ni un efecto es libre, porque su causa sea libre. Si el efecto es necesario o suficiente es por la voluntad y el poder de la causa primera. Argumenta el Aquinate que: «Siempre que alguna causa es eficaz en su acción, no sólo se deriva de ella el efecto en cuanto a la sustancia de lo producido, sino también en cuanto al modo de producirse o de ser (…) Si la voluntad de Dios es eficacísima, se sigue que no sólo se producirá lo que Él quiere, sino también del modo que él quiere que se produzca».
Puede así inferirse: «Dios, con objeto de que haya orden en los seres para la perfección del universo, quiere que unas cosas se produzcan necesaria y otras contingentemente, y para ello vinculó unos efectos a causas necesarias, que no pueden fallar y de las que forzosamente se siguen, y otros a causas contingentes y defectibles».
Concluye finalmente: «El motivo, pues, de que los efectos queridos por Dios provengan de modo contingente, no es porque sean contingentes sus causas próximas, sino porque, debido a que Dios quiso que se produjesen de modo contingente, les deparó causas contingentes»[24]. La primera causa de la necesidad y de la contingencia de todas las cosas esta en la eficacia de la voluntad de Dios.
Con ello, Santo Tomás prueba esta tesis general: «La voluntad divina impone necesidad a algunas de las cosas que quiere, pero no a todas». Un objeción a esta tesis sobre la voluntad de Dios, que se encuentra en el artículo que la defiende, es la siguiente: «Toda causa que no puede ser impedida produce necesariamente su efecto, ya que, como dice Aristóteles, la naturaleza hace siempre lo mismo, a menos de ser impedida (Física, II, c. 8, n. 10). Pero la voluntad de Dios no puede ser impedida, porque dice San Pablo: “¿Quién pues resiste a su voluntad?”. Luego, la voluntad de Dios impone a las cosas que quiere»[25].
Según lo que ha explicado, el Aquinate resuelve la dificultad, al afirmar: «Precisamente porque nada se resiste a la voluntad divina se sigue que no sólo sucede lo que Dios quiere que suceda, sino que sucede de modo necesario o contingente, a la medida de su querer»[26].
Al comentar esta argumentación de Santo Tomás, Francisco Muñiz nota que según la misma: «La voluntad divina no sólo produce la substancia de la acción en las causas segundas, sino también el modo de la misma; es decir: causa la necesidad y la contingencia o libertad de la acción creada». Se sigue de ello que: «Cuando Dios mueve la voluntad humana, hace no sólo que obre, sino que obre libremente. Y esto sucede en virtud de la eficacia infinita de la voluntad divina»[27].
Dios conoce los futuros contingentes, porque su conocimiento se mide por la eternidad, que, por existir toda simultáneamente, abarca todos los tiempos. Todos los futuros, al igual que lo presente y lo pasado, están desde toda la eternidad. Dios no los conoce como meras ideas, sino realmente presentes ante Dios, que los ve ya como presentes en la eternidad. Por ejemplo, Dios conoce necesaria y, por tanto, infaliblemente, si un hombre decidirá en un futuro concreto y determinado estar de pie o sentado, pero el hecho de lo que lo sepa Dios no impide que el hecho sea libre.
Sin embargo, la necesidad con la que conoce Dios los futuros contingentes no es la misma que la necesidad con la que conoce todo lo demás. En una objeción a que el hombre tenga libre albedrío, se dice: «Lo que Dios previó es necesario que suceda, ya que la presciencia de Dios no puede fallar. Pero Dios previó todos los actos humanos. Por tanto, sucede, por necesidad, y así, el hombre no tiene libre albedrío para obrar»[28]. Santo Tomás responde con la siguiente distinción de la necesidad: «Hay que decir que por la presciencia de Dios no se puede concluir que nuestros actos sean necesarios con necesidad absoluta, la cual se llama necesidad consecuente, sino por necesidad condicionada, que se llama necesidad de consecuencia»[29].
Dios conoce los futuros contingentes con una «necesidad de consecuencia», que se puede llamar «necesidad de conclusión», porque expresa una necesidad lógica, porque si con su conocer lo ve como presente, infaliblemente sucederá en la realidad. Así lo exige el principio de no contradicción, ya que lo que es real no puede ser no-real. En cambio, si lo conociera con una «necesidad consecuente», que puede denominarse «necesidad antecedente», porque significa que un efecto se sigue necesariamente de una causa, como sucede en todo lo demás, que conoce en sí mismo y como en causa, quedaría suprimida la contingencia y la libertad de la criatura.
Conocimiento de los futuribles
También Dios conoce los futuros contingentes, que no se realizarán, que no estarán nunca presentes en la realidad presente o futura, porque por la misma contingencia la futurición no ha pasado a futuro. Sobre este conocimiento debe tenerse en cuenta que los futuros contingentes pueden ser absolutos, si no dependen de ninguna condición, sólo, por tanto, de su causa contingente ; y condicionados, que, en cambio, dependen además de alguna condición, de manera que se realizaran únicamente si se cumple la condición.
Los futuros contingentes condicionados son queridos por Dios, dependen de su inteligencia y de su voluntad, pero no todos llegaran a tener existencia actual, porque no se cumple la condición, como, por ejemplo, la decisión de la libre voluntad humana. Sin embargo, Dios conoce no sólo a los futuros contingentes absolutos, sino también a los futuros contingentes condicionados.
Estos futuros contingentes condicionados no son meramente posibles, porque tienen una cierta actualidad. Todos ellos tienen un orden hacia su efecto. Son futuros incoados o futuribles Si se cumple la condición pasaran a ser futuros en sí mismos o acabados. Si no se cumple permanecerán siempre como futuribles. Son a estos últimos a los que se denomina generalmente futuribles.
Dios conoce también a estos futuribles, a los meros futuros incoados, que no se convertirán nunca en futuros consumados, en futuros que estarían en la eternidad. Dios no conoce los futuribles con ciencia de simple inteligencia, cuyo objeto es lo que no ha empezado a ser causado y sólo está en causalidad potencial. Tampoco con la ciencia de visión, por la que se conoce lo ya causado, como lo son los futuros absolutos o perfectos, que existen en el futuro por un decreto de la voluntad divina, que ha hecho que tengan ser determinado en el tiempo, coexistiendo con la eternidad. Dios conoce los futuribles con la ciencia de aprobación.
La ciencia que tiene por objeto los futuribles, se denomina de aprobación, porque implica la inteligencia divina y la voluntad, que ha aprobado con su decreto el orden actual al efecto. El objeto del decreto es el mismo que se realiza en una causalidad actual, pero como movimiento hacia el término de la causalidad. Su objeto es, por tanto, lo que está siendo causado hacia su efecto. Al conocer la ciencia divina estos decretos de su voluntad sobre un dispositivo vial, conoce los futuribles.
Al ser aprobados por los decretos divinos, los futuribles no siempre pasan a ser futuros existentes en la eternidad, porque, en los futuribles, el decreto de la voluntad divina no está cerrado o terminado. Puede ser impedida su causalidad vial, por el mismo Dios, o la criatura por permisión divina. Son, futuros contingentes condicionados y la condición puede dejarse de cumplir para que la futurición condicionada pase a ser futurición absoluta, o existente en el futuro. Los futuribles, por tanto, son frustrables o impedibles y si se da este caso se quedan siempre como futuribles, sin llegar a ser nunca futuros perfectos o acabados.
La ciencia divina es causa de todas las criaturas en cuanto lleva unida la voluntad de crearlas, porque la ciencia divina es causa ejemplar de todas las cosas en sí mismas y, además, unida a la voluntad y a la potencia o poder divino, es causa primera eficiente de todas cosas. La ciencia divina es única, pero según sus objetos, lo posible, lo futurible y lo existente en la eternidad, como pasado, o presente o futuro, la dividimos en ciencia de simple inteligencia, de aprobación y de visión. La ciencia de simple inteligencia tiene una causalidad potencial. La ciencia de simple aprobación tiene una causalidad actual, pero todavía vial o dispositiva, que comunica el orden actual al efecto o el movimiento hacia el mismo. La ciencia de visión ejerce una causalidad acabada, o perfecta
En la primera ciencia sólo entra la inteligencia divina, En la segunda, la inteligencia y la voluntad divina –denominada entonces «voluntad antecedente», porque recae sobre su objeto considerado en absoluto–, pero sin la existencia actual del objeto querido por Dios. En la tercera, la inteligencia, la voluntad –entonces llamada «voluntad consiguiente», por considerar las determinadas condiciones, que pueden haber modificado o cambiado su objeto– y la existencia del objeto querido por Dios.
En cualquier artífice, hay cosas que puede hacer y no quiere hacerlas; otras que quiere, pero que no hace, por el motivo que sea; y otras que realmente hace. También en Dios no es lo mismo todo lo que puede hacer, lo que quiere hacer y lo que de hecho hace. De las primeras tiene ciencia de simple inteligencia, de las segundas, ciencia de aprobación y de las últimas, ciencia de visión[30].
Toda esta explicación de Santo Tomás, en definitiva, tiene en cuenta lo que dice San Pablo sobre la ciencia divina: «¡Oh profundidad de los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios: cuán incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque ¿ quién entendió los designios del Señor, o quién fue su consejero?»[31].
Al comentar es pasaje de la Epístola a los romanos, escribe el mismo Santo Tomás que aquí San Pablo: «Primero expresa su admiración por la excelencia de la sabiduría divina en sí misma considerada; luego, por comparación con nosotros (…) Admira la excelencia del conocimiento divino. Primero en cuanto a su profundidad (…) De un modo en cuanto a la cosa conocida, en cuanto que Dios se conoce a Sí mismo perfectamente (…) De una segunda manera, en cuanto al modo de conocer, en cuanto que por Sí mismo todo lo conoce (…) Tercero, en cuanto a la certeza del conocimiento (…) Segundo, la excelencia del divino conocimiento en cuanto a su plenitud (…) de un modo en la plenitud de los conocimientos, porque todo lo conoce (…) De un segundo modo en cuanto a la facilidad de conocer, porque al instante todo lo ve sin inquisición ni dificultad»[32].
Eudaldo Forment
XXX. EL conocimiento divino del futuro
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
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