Revista FUERZA NUEVA, nº 527, 12-Feb-1977
EL CINE MODERNO, FIEL REFLEJO DE SU ÉPOCA
Se produce y realiza para mentes enfermizas
I. Todo gira en torno al fascismo
Si existe una única característica que pueda definir al cine moderno, es la de la obsesión del fascismo. Efectivamente, en películas tan diversas como “El ocaso de los dioses” o “Milán tiembla”, la obsesión y el trasfondo son siempre los mismos: hablar sobre el fascismo, criticar, satirizar, denunciar al fascismo, siempre al fascismo. Cualquier forma de opresión se debe identificar con el fascismo; cualquier depravación sexual o moral no puede ser sino fascista, cualquier filme con temática política debe presentar como arquetipo del cínico, del malvado y del vil a un elemento identificable con el fascismo. Cualquier crítica cinematográfica -y en esto la revista “Fotogramas” es una buena maestra- califica de fascista a aquel filme que le desagrada o a aquel actor que no ha hecho profesión de fe progresista: de “El Exorcista” a “La reencarnación de Peter Proud”, de Alain Delon a Clint Eastwood, todos se han visto tachados de fascistas: las películas, porque rechazaban el materialismo progresista y significaban una apertura hacia lo sobrenatural, hacia el más allá de lo humano, que el materialismo se ve incapaz de explicar; los actores, porque rechazaban el “vedetismo” del actor-protesta a lo Jane Fonda o a lo Robert Redford.
El fascismo se presenta como la encarnación de todos los males de la época moderna, males que, paradójicamente, el fascismo combatió con más denuedo. Todo esto, ¿por qué? No basta afirmar que es la tendencia general a la crisis lo que impulsa a los directores a sumirse en estas tinieblas, pues aun siendo condición necesaria, no es, sin embargo, suficiente. La tendencia antifascista, lo hemos dicho, no cuadra en absoluto con la realidad del fascismo, máxime cuando ya no se trata de películas de propaganda antifascista, como era lógico se dieron en los tiempos próximos a la posguerra, sino que existe un intento irracional de asimilación de Sade al fascismo. Quizá este intento se haya visto con suma claridad en la obra póstuma de Pier Paolo Pasolini “Saló o los ciento veinte días de Sodoma”. Pero esta tergiversación histórica, de la que más adelante hablaremos, no importa nada a los Pasolini, Visconti o Bertolucci. Parten de ese mito por ellos aprovechado, creado por los vencedores de 1945, por la alta finanza y el imperialismo a quienes el fascismo tanto combatió, y subliman sus complejos, desengaños y frustraciones.
II. Sade y el fascismo
Alphonse François de Sade, según cuenta Julius Evola en “Metaphysique du sexe”, era un tipo delicado y casi femenino, y su “sadismo” tuvo un carácter de perversión intelectual casi exclusivamente. El “divino marqués” pasó una larga temporada en el manicomio de Charenton -recordar la obra teatral de Peter Weiss “Marat-Sade”- no por sus perversiones, sino por escribir un panfleto que Napoleón jamás le perdonó. Por lo demás, parece que era un ser sano. Para Sade el elemento negativo y destructor “debe ser considerado como el elemento positivo, como estando conforme no sólo con la naturaleza, sino también con la voluntad divina y el orden universal; y aquello que, al contrario, sigue la línea de la virtud, del bien, de la armonía, debería ser considerad como de parte de los adversarios de Dios”. (J. Evola). Tal es el tema central de la obra de Sade y de su pensamiento, más aún que las refinadas descripciones “sádicas” con que ilustra sus obras y qué más le caracterizan.
Se identifica el fascismo con cualquier depravación sexual o moral, opresión, cinismo o vileza |
¿Tiene algo que ver el nudo intelectual de Sade con el fascismo? En absoluto: a medida que introspeccionamos más en el pensamiento de Sade nos damos cuenta de que si se puede otorgar alguna importancia a su pensamiento -nosotros creemos que es mínima-, éste no se puede asimilar, sino la forma de Gobierno democrática. En efecto: Sade preconiza una inversión total de valores y el triunfo de la perversidad sobre la naturaleza, a la cual, él mismo considera perversa. Sade llega a la paradoja de afirmar que el vicio y el crimen, para estar conformes con la fuerza cósmica predominante, serán siempre victoriosos, recompensados, mientras que la virtud será siempre castigada y atormentada. El fascismo, por definición, no es eso, sino más bien todo lo contrario: un canto a la vida natural y sana, a las energías, a la fuerza vital y física del hombre, a la salud mental, al hombre volcado sobre la acción o sobre un trabajo con el que se pueda identificar -no alienado, por tanto- lo bueno. La virtud, para el fascismo, es todo aquello que tiende a elevar al hombre, a identificarlo con la divinidad o acercarlo a ella; una divinidad positiva y en modo alguno telúrica. Esto es lo positivo del fascismo; no lo es, evidentemente, en Sade y sus epígonos; uno de ellos, la democracia. Sería absurdo -y falso, por otra parte- afirmar que sadismo y democracia son fenómenos surgidos de la misma matriz. No caeremos en la misma mixtificación que nuestros adversarios. Sin embargo, es evidente que la democracia representa el culto a aquellos seudovalores que, rechazados por todas las civilizaciones y culturas anteriores, encuentran su caldo de cultivo en la actualidad. Como Évola y Guenon han demostrado, nuestra humanidad vive de todo aquello que antes se rechazaba -la igualdad, el materialismo, el culto a los valores instrumentales, etc.-, para rechazar todo lo que hasta hace pocos siglos se aceptaba -el mando de los mejores, la jerarquía, el autodominio, la Tradición-, obrándose un curioso fenómeno de inversión de valores que sitúa a nuestra época en la cloaca de la Historia, allí en donde ha ido a parar todo los rechazado y desechado anteriormente.
Para el “Nuevo Orden Europeo” (liberal-democrático), y así lo ha afirmado en todas sus declaraciones, se ha producido una “selección al revés”. Tradicionalmente, los líderes, los conductores de masas, no eran elegidos por “sufragio universal”, sino que era su misma naturaleza la que reivindicaba el mando como un derecho. Sin embargo, la democracia hace emanar el derecho de mando de una consideración meramente numérica y temporalista, susceptible de variar en el momento en que un candidato logre presentar una “imagen de marca” mejor que otro, todo ello no en función de las “cualidades” humanas, sino de las “cantidades” monetarias que está dispuesto a emplear en tal o cual campaña. Al negar la democracia la existencia de principios eternos e inalterables, ensalza todo aquello que es temporal, variable, caduco y que puede ser desplazado en cualquier momento en virtud de una votación adversa. Pero cuando José Antonio critica al liberalismo, en el discurso del teatro de la Comedia, diciendo que da libertad para morirse de hambre, en ese momento, termina por retratar el aspecto más rastrero y “sádico” del liberalismo.
Sin embargo, Pasolini, Bertolucci, Visconti y, en cierta medida, el subproducto de manufactura nacional, Saura, con “La prima Angélica”, insisten, con un afán irracional, en adicionar al fascismo unas pulsaciones sádicas que le son en absoluto exteriores. Cuando Pasolini hace reventar los ojos con agujas, comer excrementos, cortar lenguas a los personajes de “Saló o los ciento veinte días de Sodoma”, no está sino plasmando, en realidad, sus más íntimos deseos. No es el fascismo de Saló, de la República Social, quien es sádico, es el mismo Pasolini que sublima su inconsciente, que él mismo considera odioso y despreciable, en la imagen del fascismo que representa todo aquello que él no es, que no puede ser nunca por su misma naturaleza.
Saura intenta presentar al falangista de su película como un sádico peligroso que golpea con el cinturón repetidas veces a un hipotético pequeño, representado por José Luis López Vázquez. En realidad, lo que está haciendo es construir argumentos que objetivamente no existen, para demostrar la “brutalidad” del nacional sindicalismo. Pero al lado de esa brutalidad, el falangista representa unas cualidades “viriles” -recordar que en “La prima Angélica”, el falangista herido en el brazo desea volver al frente otra vez, aunque vuelva a ser herido, etc.-, cualidades que hoy son rechazadas con los argumentos más banales por una amplia gama de progresistas que, por encima de todo, buscan y desean una vida fácil, huyendo de cualquier esfuerzo y de todo deseo de superación.
No se trata para estos directores de presentar al héroe en su grandeza como tal, sino de criticar todo aquello que no se es. El sadismo de los personajes falangistas y fascistas de Visconti, Saura, Bertolucci o Pasolini encubre en realidad el sadismo de sus creadores. No es más que la transposición al séptimo arte del “fenómeno de proyección” del autor, de su personalidad y carácter, sobre su obra, que tantas veces se ha dado en literatura. Pasolini incurre deliberadamente en falsedades históricas en su “Saló…”, como reconoció hace unos meses la revista “Destino”, pero esto no le interesa en absoluto. (Ya que Pasolini produce para las masas, es justo que dé una enfermiza versión del fascismo al pueblo italiano, que hoy (1977) desea una coartada para justificar su situación decadente). Y así llegamos a la segunda característica: la fuga de la realidad y la sublimación de la decadencia.
III. Decadencia de hoy, para el ayer
No es de extrañar que la mayor parte del cine decadentista provenga de Italia.La “dolce vita” romana arrastra ya casi veinte años de triste y vergonzante fama, comprometiendo a un pueblo que durante el “venttennio” fascista había conseguido erradicar prácticamente la corrupción moral, las enfermedades venéreas, la estafa, y la preponderancia de la mafia. La depravada sociedad del “vedetismo” artístico, de la prostitución de altos vuelos, de la frivolidad, del esnobismo excéntrico y de la droga, no tienen nada que ver con la Italia unida y fuerte del Mussolini agitador de masas y líder carismático de una forma de concebir el mundo, cuyo único pecado fue no vencer en la guerra. Se trata de dos Italias y, por extensión, de dos Europas, diferentes y sin ningún punto de contacto.
Con tal de despreciar y atacar al fascismo y sus afines se incurre, deliberadamente, hasta en falsedades históricas |
¿Puede esta terrible realidad moderna satisfacer a alguien? Hasta los más frívolos progresistas sienten que algo huele a podrido, algo ineludible a lo que los grandes críticos de la sociedad moderna deben hacer frente. Pero cuando los Bertolucci y demás abordan el problema de la decadencia, se produce en ellos un extraño fenómeno de fuga de la realidad y de sublimación; no es a la Italia democrática a quien critican, no a sus podridas instituciones, no a su práctica política, ni a su bancarrota moral, no; prefieren trasvasar todas estas aberraciones al fascismo… curioso.
Así cuando Bertolucci nos presenta a los personajes de “Il conformista” como depravados morales y a una Italia fascista repleta de invertidos y de autoridades corruptas, renueva lo que Visconti hizo con mucho más arte en el “Ocaso degli Dei”, al pintar unos nazis que realizan en sus cuarteles orgías, practican modalidades sexuales edípicas o simplemente son unos advenedizos, o como Pasolini, que habla de las “Brigadas Negras de la “X. M. A. S.” de Borghese como de una banda de asesinos, mientras que elude los 200.000 fusilamientos de patriotas que sucedieron a la victoria aliada. Fuga de la realidad, en fin, sublimación de un presente que se rechaza, pero que se es incapaz de representarlo tal cual es.
La técnica de “Il conformista” no es la del fascismo. Es la que en la actualidad emplean los servicios secretos italianos; el estilo del protagonista no es de los fascistas; es, sin embargo, el estilo de los políticos de hoy y la técnica de las democracias occidentales. Presentar al fascismo tal cual fue -contestación global de las democracias y del marxismo, nueva alternativa salvadora para la juventud- representaría para estos directores progresistas una condena a la muerte cósmica, al ostracismo más absoluto a que se verían catapultadas sus películas-excremento. Dejemos que estos directores sigan viendo en el fascismo de ayer todos los vicios de la sociedad de hoy y a los que el fascismo combatió; sus obras temporalistas y objetivamente acríticas, sólo pueden ser, como de hecho son, ensalzadas por una humanidad enferma, nunca, jamás por una cultura normal y sana.
IV. Amor y odio por el fascismo
Por fin, advertimos una nueva característica en el cine antifascista, que nos revalida en las anteriores opiniones vertidas: en el fondo, Pasolini afamado homosexual de los más sibaríticos ambientes de la “dolce vita” romana y muerto como tal, no deja de sentir con respecto al fascismo dos pulsaciones antagónicas, pero complementarias en una personalidad como la suya. Se siente atraído por aquello que sabe inalcanzable, con la misma atracción con que un amante despechado no pierde ocasión de hablar de su amor inalcanzable aunque sólo sea para insultarme, calumniarle, etc. Este fenómeno justifica la tendencia actual a tratar con tanta insistencia el fenómeno del fascismo, haciéndolo víctima de las fugas de la realidad del autor o del guionista. Se ve en el prototipo fascista aquello inalcanzable por difícil. El universo fascista es aquel “paraíso con ángeles con espadas en las jambas de las puertas” del que hablara José Antonio. Hoy es más fácil seguir la ruta de la decadencia que enfrentarse a ella. La fuerza, la virilidad, el culto al heroísmo, a la lucha por el ideal, sin descanso y sin pausa, la superación constante de la condición humana, el culto a la vida natural y sana, al triunfo del honor sobre el servilismo, de la fidelidad sobre la traición, del amor sobre el erotismo, de la “poesía que promete frente a la poesía que destruye”, son algunas de las metas y de las características más profundas del fascismo. Sólo mentes enfermizas y viciadas por los mitos modernos pueden rechazarlas conscientemente, pero no evitarán una admiración inconsciente. Cuando el cine moderno se ensaña con el fascismo no es sólo porque esta ideología se muestra como uno de los revulsivos de la decadencia actual, sino también porque allí se sitúan las antípodas de la personalidad de los que con él se ensañan.
Todo esto no pueden llevarnos sino a una conclusión: el cine que se nos ofrece en la actualidad es un cine patológico, adecuado a una sociedad enferma. Mediante el análisis de la realidad cinematográfica -que puede adoptar la forma de cine-fórums, conferencias de camaradas cinéfilos, debates, y configurarse como actividad del partido- se puede llegar a la comprensión de la realidad del mundo moderno y a abrir un nuevo frente de lucha cultural; si deseamos un nuevo cine, si deseamos una nueva cultura, debemos, necesariamente cambiar la sociedad.
Ernesto MILÁ RODRIGUEZ
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