Es interesante la historia y también la colección de enlaces que trae. En general, hay una tendencia a que los conversos se vean atraídos por el catolicismo tradicional y no por el postconciliar que nada les dice.
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Notas acerca de un camino.
Soy eso que algunos “tradicionalistas” “estrictos” suelen etiquetar como un “modernista” fiel a la “Iglesia Conciliar“, que no es poco.
El caso es que este “modernista” hace algún tiempo que anda un tanto preocupado por la salvación de su alma. Y por la de los miembros de su familia. Y por la de sus parientes más próximos. Y por la de sus amigos más íntimos. Y por la de los parientes de sus parientes. Y por la de los amigos de sus amigos. Y por la de los amigos de sus parientes. Y por la de los parientes de sus amigos. Et cetera ad infinitum…
El caso es que por fin acabó llegando el día en que se encendió una “lucecita” dentro de mi cabeza. Y así llegué a la brillante conclusión de que si quería cambiar la vida de los que me rodeaban, no tenía más remedio que empezar cambiado la mía. Pero, claro, no podía cambiar mi vida y seguir haciendo lo mismo de siempre. Y para cambiar mi manera de actuar no había más remedio que, oh, dolor de dolores, cambiar mi forma de pensar.
Por aquel entonces ya había leído, como tantas veces, en tantas situaciones, tantos sacerdotes me habían recomendado, los documentos del Concilio Vaticano II. Hasta había firmado el tomito de la BAC con nombre y fecha. También había leído la segunda edición del Catecismo de la Iglesia Católica. Y su correspondiente Compendio.
En los tres casos, como el rayo de luz que atraviesa un cristal, no quedó ni la más mínima huella de ellos en mí. ¿Pero qué más podía hacer?
Como algo tenía que hacer, me puse a buscar en el baúl de los recuerdos (o más bien en el trastero de mis benditos padres que, a diferencia de mí, lo guardan todo) el Catecismo de segundo grado de mi madre. No estaba completo pero me dió una cierta idea de cómo se expresaba la pastoral catequética en 1945. Por primera vez en mi vida entendí perfectamente lo que se me explicaba en todos y en cada uno de los puntos. Y, para mayor alegría y regocijo, las oraciones no trataban de “Tú” a ninguna de las Tres Personas de la Santísima Trinidad. Magnífico.
Más animado, me puse a buscar otra vez, pero esta vez en Internet.
Me descargué el Catecismo Mayor del Papa San Pío X. ¡Y creo que lo entendí! Por eso, una vez leído, me dí cuenta que tenía que profundizar algo más. Así que me descargué el Catecismo Romano y decidí volver a leer la Biblia. Compré la traducción a partir de los textos originales, con las introducciones y las notas completas, a cargo de Monseñor Juan Straubinger[1].
Sin embargo, aún me hacía falta algo más. Algo como rezar el Rosario. Así pues, busqué, busqué y busqué, y sólo encontré un Rosario en español de España que no incluía ni la Oración del Ángel de Fátima[2], ni la Oración al Arcángel San Miguel[3].
Encontré un Rosario en inglés en la página de “The Rosary Army”, pero no incluía ni las Letanías de Nuestra Señora ni la Oración al Arcángel San Miguel.
También encontré un Rosario en latín en la página de Radio Vaticano. No he oído nunca en mi vida voces más desafinadas y desagradables que las de aquellos benditos religiosos que, aun siendo todo lo santos que seguramente deben ser, son capaces de convertir en proeza imposible rezarle a Nuestra Señora, Madre de la Iglesia, Reina del Cielo. Supongo que sería ése el motivo por el cual se retiró la grabación de la página de Radio Vaticano. El único “problema” es que no se sustituyó esa grabación por ninguna otra. Por cierto ¿alguien sabe para qué diablos sirve Radio Vaticano?
Así pues, busqué, busqué, y busqué otra vez. Encontré oraciones en latín y “monté” un Rosario a mi gusto. ¿Y cómo avanzar en la oración? Pues acudiendo a “Las tres edades de la vida interior”, del r.p. Reginald Garrigou-Lagrange.
Pero aún seguía faltándome algo. Algo más de formación, quizá. Así pues, busqué y encontré el libro de Matthias Joseph Scheeben, “Los misterios del cristianismo”. Y el libro de Romano Amerio, “Iota Unum”. Y el manual “Enchiridion Symbolorum” de Heinrich Denzinger. Y el manual de teología dogmática de Ludwig Ott. Como no entendía las ediciones más recientes, me limité a las más antiguas.
Me descargué el comentario a los cuatro Evangelios de Cornelius Lapide S.I., la “Catena Aurea” y la “Summa theologiae” (comentada por Garrigou-Lagrange) de Santo Tomás de Aquino, la historia del Concilio Vaticano I de Scheeben, y la historia de los Papas desde el Prerrenacimiento hasta el Fin del Antiguo Régimen de Ludwig von Pastor que, claro, aún no he leído.
Sin embargo, todavía me faltaba una “visión filosófica” del ser, la esencia y la existencia. Por eso me inscribí en el curso de lógica tomista de “The Society of Scholastics”. Sin la lógica, no hay tomismo que valga.
Llegado a este punto ¿qué más faltaba? Pues una Misa cuya liturgia vaya pareja a la inconmensurabilidad del Sacrificio del Hijo Unigénito de Dios en el Altar para la remisión de los pecados de aquellos que, mientras aún sea el momento de hacerlo, pidan de forma adecuada que les sean perdonados.
Sin más cánticos con estribillos cuya letra recuerda la Guerra Civil Española con el “¡No pasarán!” (“No, no, no pasarán… Cielos y y tierra pasarán, mas tus palabras no pasarán… No, no, no pasarán)[4]. Sin más letras “extrañas” que, diciendo que somos miembros de “una Iglesia” (“Juntos, como hermanos, miembros de… una iglesia”), se olvidan de mencionar junto a ese “una” que es “única” o que es “una sola”. ¿O es que la Iglesia Católica acaso ya no es Una? Del mismo modo que no son lo mismo un hombre y una mujer públicos, no es lo mismo “… una Iglesia” que “Iglesia una…”.
Sin más “Credos” en los que se recite que “Creemos en”. Lo siento, “yo no ‘creemos’”. No puedo “creer” por alguien que no sea yo mismo. ¡Qué mas quisiera yo…! Si pudiera ser así, creería por todos los que no creen, especialmente por los que más quiero… Pero mucho me temo que las virtudes, tanto las teologales como las morales, son personales e intransferibles.
Sin más “Padre nuestro”s que terminen diciendo “…y líbranos del mal” o “…líbranos de todos los males”, o “…ans deslliureu-nos de qualsevol mal”. ¿De qué mal nos ha de librar Dios? ¿De torcernos un pie? ¿De que nos deje tirados el coche? ¿De perder el trabajo? ¿De Hacienda? ¿De la Policía Local? ¿De la Guardia Civil de Tráfico? ¿De la Gripe-A? ¿De la inquina del vecino? ¿Del Telediario? Yo le pido a Dios que nos libre a mi familia y a mí de Satanás. El resto, bienvenido sea, claro que sí, pero por añadidura…
Una Misa en la que ya no haya que esperar años y más años para que se traduzca “pro multis” como por “por muchos” por el simple motivo de que no hay que traducirlo. Cristo no murió en la cruz para redimir los pecados de los que no quieren ser redimidos, de los que le desprecian y le odian, al menos mientras le sigan despreciando y odiando. ¿O es que va a resultar ahora que ya nadie desprecia y odia a Cristo?
Una Misa en la que quien reparta la comunión no titubee cuando vea al fiel abrir la boca y sacar la lengua para comulgar. Una Misa en la que sea posible comulgar de rodillas. Una Misa de la que no se “expulse” a los fieles inmediatamente después de terminar…
Todos esas circunstancias me “distraen” del motivo de mi asistencia a la Misa: Cristo. Por lo tanto, mi deber es eliminarlas.
Así pues, por fin, me he decidido a rechazar todos los compromisos, “empaquetar” a la familia en el coche e irnos todos juntos a “participar en” una “Celebración Eucarística” según el Rito Extraordinario “con la asamblea de fieles” formada por la “comunidad parroquial” del “Pueblo de Dios” allí presente.
Los silencios del Rito Extraordinario me hacen sentirme “en casa”. Es una buena forma de empezar, otro año más, el camino del Ciclo Litúrgico.
ADVENIAT REGNVM TVVM
P.S.
[1.-]
Si alguien “se animara” a asistir a Misa según el Rito Extraordinario le recomendaría tres cosas. En primer lugar, que lea con anterioridad las lecturas del día. En segundo lugar, que imprima y se estudie el ordinario bilingüe de los fieles (hay que elegir en las opciones de impresora “impresión del papel por las dos caras"). En tercer lugar, que eche un vistazo al Misal Romano de 1962 (el año litúrgico comienza con el primer Domingo de Adviento en la p. 83). El “esfuerzo” vale la pena.
[2.-]
Si, además, alguien “se animara” a rezar el Oficio Divino en español, o en inglés, latín o magiar, mejor que mejor. Y si, ya de paso, también “se animara” a hacer un rato de oración ante el Santísimo Sacramento (Capilla del Amor Divino en Malvern, cerca de Filadelfia, Pasadena), miel sobre hojuelas. Se puede probar, por ejemplo, ante el Santísimo Sacramento de la parroquia de Santa María la Real de la Corte en Oviedo.
NOTAS:
______________________________________________________________________________________
[1]
Para ilustrarme un poco más, me voy dedicando a cotejar los textos que leo con la Vulgata Clementina, que fue la versión oficial de la Biblia católica entre 1592 y 1979.
[2]
Si la Iglesia celebra en su liturgia las apariciones de Nuestra Señora en Fátima, será por algún motivo. Supongo que será por ese mismo motivo por el que, desde que se produjeron las apariciones, tantos Papas reinantes han peregrinado a Fátima. Y también supongo que será ése el motivo que ha llevado a Benedicto XVI a pedir que no se observe el lapso de cinco años establecido antes de empezar el proceso de beatificación de Sor Lucía.
[3]
Si, por otra parte, León XIII se tomó la molestia de encerrarse en su despacho y no salir de él hasta que terminó de redactar la Oración al Arcángel San Miguel, ordenando que se rezara públicamente al final de todas las Misas, supongo que también sería por algo. Y si Benedicto XVI ha ordenado que la Misa en la que se reza esa oración pueda ser oficiada libremente por cualquier presbítero sin más orden, permiso de autoridad competente o petición de fieles que su propia voluntad, también supongo que será por algo.
[4]
La música recuerda más al estribillo del “No nos moverán” del barco de Chanquete, de la serie Verano Azul.
Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.
Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI
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