O sea: todos en el mismo saco: Juan XXIII, JPII, los mártires españoles, Álvaro del Portillo y, si nos descuidamos, el primero que pase por la esquina del Vaticano. Tanto valen los mártires como los pastores liberales posconciliares. Obsérvese lo que dice la noticia: "Aunque el procedimiento respecto a Juan XXIII resulta distinto al habitual, que es la aprobación de un milagro como requisito para la canonización, la santidad del «Papa bueno» es tan evidente que los cardenales y obispos han decidido proponerla directamente al Papa Francisco." Cuando veo ese sobrenombre de "Papa bueno", pienso: ¿Qué pasa, que todos los otros eran malos? Los que le precedieron habían sido unos santos varones que lucharon contra el modernismo. Los habido malos, los ha habido mediocres y los ha habido santos. Toda esa aureola que le suelen dar de Papa bueno al que trajo el nefasto Concilio y se negó a publicar el mensaje de Fátima, tanto mercadeo y publicidad, no sé. Más apropiado sería llamarlo "Papa buenista" o "Papa bonachón". Cada uno tiene su personalidad, y en sí no me parece malo el carácter bonachón de un Juan XXIII o un Francisco I. Lo que no me gusta es que en uno y en otro se los presente constantemente como papas buena onda, papas chéveres, halagando los sentimientos del vulgo. De tanto repetirlo se hace tan evidente que ya se considera obvia su santidad. (Y mientras que esperen otros grandes santos como Pío XII, Isabel la Católica y muchos más. De Marcel Lefebvre mejor ni hablo.) Hace tiempo las beatificaciones y canonizaciones han perdido seriedad y se han frivolizado.