Revista FUERZA NUEVA, nº 76, 22-Jun-1968
Ciclo de conferencias del P. Eustaquio Guerrero S. J.
TEILHARD DE CHARDIN A EXAMEN
Una crítica de los conceptos simplistas y de las expresiones ambiguas del pensador francés
Las conferencias fueron pronunciadas en el Instituto de Estudios Jurídicos de Madrid, entre los días 27 a 31 de mayo. Las lecciones dadas por el padre Guerrero son fruto de un estudio profundo de las obras de Teilhard, realizado durante varios años de dedicación al tema. La categoría intelectual del conferenciante -gran filósofo y teólogo-, de reconocida fama internacional, dentro y fuera de la Compañía de Jesús, se ha puesto de manifiesto una vez más en estas lecciones.
Un estudio desapasionado
La primera conferencia- “Orientaciones para el fructuoso estudio de Teilhard de Chardin”- estuvo dedicada a introducir al auditorio en el tema. “Es un hecho -dijo el ponente- la actualidad de Teilhard en el pensamiento de los últimos tres lustros, pero no lo es menos la dificultad de apreciar con exactitud el valor y el sentido de su obra”. La dificultad procede no sólo de la naturaleza de ésta, sino de la apasionada discusión a que ha sido sometida por sus críticos: los unos, fanáticos adoradores; los otros, no menos fanáticos adversarios; sólo algunos sustancialmente objetivos. Esta oposición engendra entre los católicos discusión de criterios y discordia. Por ello, y en bien de la unanimidad y de la paz, es muy necesario y oportuno orientar con imparcialidad y objetividad a los que pretenden llegar a un conocimiento verdadero de Teilhard. Para lograrlo, nada mejor que la actitud adoptada por el padre Guerrero: estudio desapasionado, que pone de manifiesto el pensamiento. De Teilhard con objetividad científica; lo que no quiere decir neutralidad, porque la ciencia no es neutral ante la verdad, ya que el científico investiga lo real, que no puede confundirse con lo puramente fáctico.
La lección segunda versó acerca de “Consideraciones generales sobre el ideal, el contenido y la expresión en la obra escrita de Teilhard. Sus ideas fundamentales, sus méritos, sus deficiencias y sus peligros”.
“El ideal de Teilhard de Chardin como sacerdote jesuita hubo de ser y fue -en palabras del orador-, aplicarse con todo su ser y actividad a la santificación propia y ajena, según el Instituto de la Compañía de Jesús. Pero durante su formación, y especialmente durante los años de sus estudios superiores y aun muchos después, preparándose a su tarea apostólica, le absorbió la preocupación de armonizar su fe cristiana con su visión evolucionista del universo. Cuando ya logró la síntesis tranquilizadora, su ideal continuó, en el fondo, el mismo, pero reflejó matices si no de absoluta novedad, sí de gran actualidad. Precisamente, para ganar al género humano para Cristo, estaba decidido a participar en el mundo, no a separarse ni aislarse de él; a promover sus valores positivos, a hacerlo progresar lo más posible para el bienestar, la paz y la perfección, aun natural, de la humanidad. Entre estas dos tareas: servir a Dios, según las enseñanzas evangélicas, y entregarse al fomento del progreso en el mundo, no ve Teilhard oposición alguna, sino al revés, conexión íntima salva, no obstante, la excelencia de la vida contemplativa que él mismo recalca y que procura el bien, aun temporal del hombre, a su modo, y la necesidad de la abnegación y mortificación de los egoísmos resistentes al esfuerzo humano para realizar el progreso”.
Excesiva simplificación
No es fácil aún juzgar la obra de Teilhard, porque, al parecer anda en inéditos no recogidos todavía en sus obras completas y sólo conocidos de algunos privilegiados; pero el Teilhard que se ha hecho famoso no es precisamente el científico, sino el pensador de problemas humanos y religiosos que hace unos años, y ahora mismo, preocupan a muchos, católicos y no católicos; y bajo este aspecto puede ser bastante bien conocido por los tomos publicados en diversas editoriales. Una lectura atenta de estos volúmenes -máxime si va acompañada de consulta a los mejores críticos- revela, sin duda alguna, que en el alma de Teilhard resonaban muchas de las preocupaciones religioso-morales, sociales y culturales de nuestro tiempo, y es benemérito por la franqueza, constancia, valentía y optimismo con que aborda los diversos problemas, y por el esfuerzo que desarrolla para resolverlos como él piensa que conviene al bien espiritual de la Iglesia, en general, y al hombre moderno, en particular.
Pero también es visible la excesiva simplificación al proponerlos, la audacia para oponerse a las más venerables tradiciones, la fácil generalización a toda la teología y a toda la ascética católica de lo que solo corresponde a ciertos particulares autores o grupos reducidos, la confusión de los planos natural y sobrenatural, la imprecisión de los términos, la omisión de convenientes aclaraciones en puntos ocasionados a significaciones equivocas, dando un sentido contrario a palabras consagradas por su sentido dogmático.
Expresiones falsas y ambiguas
Por eso -pese a sus optimistas perspectivas, alentadores estímulos y bellos pasajes de antología-, incurre en expresiones falsas y en ambigüedades, que personas no peritas interpretarán muchas veces en sentido erróneo. Esto es lo que -con tanta razón como notable caridad y delicadeza- dijo el Santo Oficio (hoy Congregación para la Doctrina de la Fe) en su tan famoso como desobedecido MONITUM del 30 de junio de 1962.
En la tercera conferencia se trató del valor apologético de la obra de Teilhard de Chardin. El conferenciante comenzó diciendo que “no faltan quienes piensan que la apologética católica se reduce a las cinco vías de la Suma teológica con que Santo Tomás prueba la existencia de Dios”. Pero que esas argumentaciones con que se demuestra la realidad de un ser necesario, de una causa primera, de un film último, de un principio ordenador del universo… y los ulteriores razonamientos de la teología natural con que, además, se procura esclarecer y precisar el contenido del concepto de Dios, no son lo principal de la pedagogía religiosa de la Iglesia, pues por sí solos no pueden llevarnos, ni nos llevan, sino a un conocimiento abstracto de la divinidad, utilísimo, sin duda, mas no suficientemente eficaz y vital para hacérnosla centro de nuestro ideal de vida y de nuestro amor. Para este efecto era necesaria, de hecho, la divina revelación que proclamó Jesucristo, Verbo humanado. Por eso, lo más importante de la apologética cristiana es la demostración de que Cristo es lo que Él dijo que era: el enviado de Dios, el Mesías prometido a Israel, el Hijo de Dios, verdadero Dios y Salvador del mundo; y él mismo viene a sernos la más eficaz prueba de la verdad, de la fe católica y aun de la misma existencia de Dios.
Limitaciones en su apologética
Si admitimos la revelación hecha por Jesucristo es porque nos persuadimos de que su persona merece crédito absoluto; y de que lo merece por su sabiduría, santidad, milagros, resurrección y perpetua glorificación, amén de su obra a través de la historia en la Iglesia y por la Iglesia. Entonces aceptamos todas sus enseñanzas como divinas y nos entregamos totalmente a Él, pese a la alteza de los misterios revelados, inaccesibles en su fondo a nuestra limitada inteligencia.
Esta apologética empieza por suponer y requerir inefables influjos sobrenaturales para llegar a creer: por consiguiente, no obstante un vigor lógico extraordinario, capaz de convencer a todos los hombres amigos de la verdad, sensatos y rectos, dando a la naturaleza racional las garantías prudenciales que exige que su fe a la palabra de Cristo, no es un salto en el vacío, sino en la roca firme de la realidad divina.
El padre Teilhard, parte por no haber, quizá, profundizado en esta maravillosa estructura lógica y psicológica de la teología fundamental cristiana, parte por su especial sensibilidad del mundo científico en que se movía, no la estimó en su justo valor y pretendió sustituirla por otra fundada en las exigencias lógicas y, sobre todo, psicológicas de la evolución, como él la concebía.
La eficacia, por tanto, de Teilhard en el terreno apologético es muy limitada, ya que -todo lo más- puede haber influido en algunas personas del ambiente suyo, pero no tiene valor general cuando la realidad nos lo está demostrando: por sus frutos conoceréis al árbol. Y además, una apologética científica nunca se podrá basar en hipótesis, como lo es el concepto de evolución -muy subjetivo por otra parte- de Teilhard de Chardin.
Crítica de la evolución teilhardiana
En la cuarta lección, el padre Guerrero hizo un análisis muy agudo sobre la moral y la ascética en Teilhard de Chardin. Partiendo de lo que constituye la moral católica y la ascética, expuso a continuación algunos de los puntos principales de la concepción de la moral y la ascética por parte de Teilhard.
Sobre la base de la realidad espiritual y convergente, y por la necesidad de resolver el problema de la armonía entre la gracia y la naturaleza, formula Teilhard de Chardin dos principios o afirmaciones mayores, ejes de su moral y su ascética.
1ª. Hemos de colaborar a la gran corriente de vida que impulsa al mundo hacia su meta, y después, en particular, al hombre hacia su perfección inmanente primero, y después, hacia su convergencia en el “punto omega” trascendente, que es, en concreto, Cristo. Porque esa colaboración implica realización del plan divino, y, por lo mismo, cumplimiento de la divina voluntad.
2ª. Asimismo, hemos de colaborar al progreso del mundo, porque así contribuiremos a la edificación del cuerpo de Cristo, del Cristo total de que hablaba San Agustín.
De estas dos afirmaciones fundamentales, derivadas por Teilhard, la una, de la naturaleza de la evolución y de su conexión con Dios creador, y la otra, del modo de ser de Cristo, Verbo encarnado, y de la doctrina paulina sobre su primacía y eficiencia en el universo, y el Cuerpo Místico, concluye Teilhard que el esfuerzo humano por secundar la evolución, por progresar, por promover las realidades terrestres -todo viene a ser uno- es norma esencial de la ascética cristiana; pero también lo es, aunque en segundo lugar, la abnegación de los egoísmos y concupiscencias que resisten al trabajo en ese progreso y obstaculizan la unanimización de criterios y la concordia de amor a que tiende la noosfera, como al término final, en su marcha ascendente hacia la perfección.
El esfuerzo debe estar inspirado por el entusiasmo y la esperanza del éxito, y no sólo por la buena intención moral o deseo de agradar a Dios con la propia acción; y la abnegación y el sufrimiento, que necesariamente han de acompañar al positivo esfuerzo también.
En los dos aspectos de esta tarea recibirá gran aliento el cristiano persuadido de que así obtiene el precioso resultado de construir el cuerpo de Cristo, acelerar la Parusía y preparar el mundo para su espiritualización y divinización definitiva en el “punto omega”.
El padre Guerrero mostró con toda claridad cómo la parte aceptable que puede hallarse en estas ideas la puede realizar el cristiano sin necesidad de acudir a la evolución, porque -con evolución o sin ella- el cristiano tiene alicientes sobrantes en su fe y deberes acuciantes en los preceptos evangélicos para trabajar en beneficio del prójimo. Tampoco entiende el padre Guerrero de qué otra manera se pueda trabajar por el progreso, etc., sino cumpliendo cada uno con su deber de estado, como siempre lo enseñó la Iglesia. Es decir, que Teilhard se empeña en hacer depender todo de la evolución, tal como él la entiende. Y llegados a este punto cabe apreciar que la evolución -en el supuesto de que la ciencia algún día la confirmase tal como la entiende Teilhard de Chardin- nada añadiría a la moral ni a la ascética cristianas. (…)
A. SALGADO
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