Revista FUERZA NUEVA, nº 570, 10-Dic-1977
EL VACÍO
Por D. Elías (sacerdote)
Con permiso del paciente lector y de algunos hipotéticos lectores no tan pacientes, nos atrevemos a hacer una afirmación atrevida, que desearíamos ver desmentida por los hechos: la nueva y laica Constitución saldrá adelante sin más oposición por parte de la comunidad católica que un gran vacío.
Las diversas voces sueltas que se oyen y aun las suaves advertencias del Documento de la Conferencia Episcopal (1977), poco van a hacer en esta original democracia que se nos han sacado de la manga nuestros políticos.
Con todos los respetos posibles, nos hemos ganado el fruto de muchos años de siesta y de unos pocos años de revolución interna. El Derecho natural, dado por la Suma y Eterna regla que es Dios, se ha ido al garete, sin que nadie de verdadera altura lo haya defendido con el calor y la valentía con que los católicos, sobre todo si son eclesiásticos, deben defender las cosas de Dios. Las voces sueltas que se han alzado, o han sido silenciadas o han sido calificadas con títulos y motes que van desde el de “agoreros” a “reaccionarios” pasando por el de “inmovilistas” y “franquistas” es de verdadera indignación.
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Si alguno nos califica de pesimistas, está errado: no se puede ser más realista. Se ve que los años no nos hacen escarmentar, y una vez más nos tocará hacer el Boabdil, tantas cuantas veces las leyes obliguen a los católicos a no actuar en católico. Para el cáncer que hacía metástasis se han usado los más asépticos paños calientes. Ahora, ciertamente, como en una epidemia general, sólo se salvarán los que tengan salud excepcional, pero no los que estén un poco flojos. Y, sin embargo, el Señor nos enseñó que no es lícito apagar esa caña que aún humea porque aún no está apagada del todo. (…) La actitud de cada uno de los obispos será el mejor respaldo de los curas que están y son con su pueblo. Y no nos vengan ahora con la monserga de que es “meterse en política”; es, sencillamente, defender la Ley de Dios, contra la que no hay derecho a oponer política de ninguna clase, por muchas mayorías de votos, reales o fingidas, que se tengan metidas en la cartera.
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Aún no es tarde, repetimos. Por una serie de lamentables circunstancias, la Conferencia Episcopal dice muy poco al pueblo cristiano, entre otras cosas porque en ella no se ha visto unanimidad nunca, ni aun siquiera en este asunto.(…) Hay cosas en que la Iglesia no puede pactar, y una de ellas es, precisamente, en que toda ley, para poder tener fuerza de obligar,ha de descansar en última instancia en la Ley de Dios. Si nuestra futura Constitución no se apoya en última instancia en esta Ley Natural de Dios, para los cristianos es papel mojado, y para los políticos, militares y jueces cristianos, un atentado a su conciencia. Ahora es posible que nadie diga “España ha dejado de ser católica”, pero el hecho legal estará ahí con toda su triste vigencia.
Repetiremos una vez más, con J. Leclercq, que la situación normal de la Iglesia con el Estado es la lucha, ya sea de forma abierta, ya de forma larvada. El “no sois del mundo” de Jesús tiene ahí una de sus manifestaciones, y precisamente por eso hacen tanto daño las ambigüedades. Los hijos de las tinieblas son más hábiles que los hijos de la luz, y si afirmamos que la actitud del cristiano consciente en relación con los políticos profesionales ha de ser de desconfianza, no decimos ninguna herejía ni ningún error.
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(…) Cuando sinceramente se confía en Dios, no se puede confiar sinceramente en la democracia, pero la realidad nos obliga a aprovechar, aun desconfiando, los pobres medios que esa democracia ofrece como una limosna. Ya es vergonzoso que se saque a votos si Dios ha de ser tenido en cuenta en la Constitución. Pero al menos los que se consideran hijos de Dios deben decir que sin Dios ni cabe Constitución ni cabe nada; que el fundamento de nuestra aceptación de la Ley sólo puede estar en que esa Ley esté de acuerdo con la de Dios, y si no, nos sirve para echar a la papelera, y no para otra cosa.
No hace falta ser demasiado lince para ver que la farsa ha terminado ya, y vamos en camino de considerar como derechos humanos las cosas que no son sino abusos humanos, en los que los hombres “se pasan” en el uso de su libertad, canonizando la ley y el abuso. El cristiano no puede ser cómplice de eso. Dios no hace a los hombres eco de su autoridad para que los hombres la retuerzan después, diciendo que “así lo quiere la mayoría”. Todo poder legítimo viene de Dios; la mayoría no “da el poder”, sino que elige al que ha de ostentarlo, pero de acuerdo con la Ley de Dios impresa en la naturaleza. Esto es elemental en la doctrina cristiana (…)
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