La Crisis de la Iglesia explicada a un idiota
Tengo un sobrino que es idiota. Es un idiota de metro noventa, y ochenta y cinco quilos de puro músculo, capaz de decir sandeces en tres idiomas. Está recién graduado en telecomunicaciones. Trabaja manteniendo la informática y las comunicaciones de varios bares de alterne. Son los únicos que pagan, dice. Pero lo que no me dice es cómo diablos encontró los trabajos. Y yo, por si acaso, prefiero no preguntarle.
El muchacho es incapaz de ver más allá de sus bíceps. Y si hay un par de curvas cerca, ni eso. Aunque no esté conduciendo, se estrella. Pero el caso es que, a veces, algo parece despertar en su interior. Entonces mira a su alrededor y se hace preguntas que van más allá del batido proteínas y del manual del rúter.
El otro día pasó por casa para recoger un bizcocho tamaño "Terminator" que le había preparado su tía. Mientras mi mujer lo sacaba del molde y lo envolvía en papel de aluminio, pasó a saludarme. Desde que descubrió que, gracias a la lavadora, todavía escucho por onda corta las emisiones de la BBC para el Norte de África, le gusta venir a ver en qué ando enredado.
Cuando entró en el taller, la voz de la BBC estaba hablando del Papa Francisco. "Ese sí es un gran tipo", dijo. Di un respingo, y la gota de estaño cayó en la mesa. Algo contrariado por haber fallado la puntería, le pregunté el motivo de su opinión. Tras soportar la consabida retahíla de superficialidades sobre la Fe, y tras dos avisos de su tía sobre el bizcocho y la hora que era, habiendo logrado contenerme bastante bien, respiré profundamente y me armé de paciencia para realizar una obra de misericordia.
Le expliqué por qué ni el Papa Francisco, ni ninguno de los papas de la iglesia moderna, son "grandes" en ningún sentido de la palabra. Le dije, poco más o menos, lo siguiente:
La iglesia de hoy ya no habla para los católicos. Habla para los que no lo son. Pero los que no lo son, precisamente por no serlo, no tienen ningún interés en escuchar lo que la iglesia de hoy quiere decirles.
Los católicos, tras escuchar a la iglesia moderna, terminan firmemente convencidos de un magisterio vaporoso, y vaporosamente convencidos del magisterio firme. Y así llega el momento en el que acaba dándoles lo mismo creer que no creer, y pierden la Fe. Para evitarlo, algunos se agarran a la obediencia ciega y al vaporoso magisterio de sus pastores, resultando que, cuanto más los escuchan y obedecen, más católicos se creen pero menos lo son.
Finalmente, unos pocos recurren a la Historia de la Iglesia para recuperar el Magisterio silenciado. Son odiados por todos. Los católicos de obediencia ciega al magisterio vaporoso les llaman rebeldes. Los no creyentes, y los católicos que están dejando de serlo, les llaman fanáticos. Y la iglesia moderna les castiga por aferrarse a una Tradición bimilenaria que preferiría olvidar.
No pude seguir porque entró su tía con el bizcocho en las manos, señalando el reloj de la pared. Se había hecho tarde. El muchacho se despidió con un gesto simpático y salió del taller. No se había enterado de nada. Menudo idiota, pedazo de carne con ojos.
Sí, lo sé, soy un católico de esos que no le gustan al Papa Francisco. Por la Gracia de Dios.
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