La Gran Mentira

Ortiz de Zárate

El escritor, filósofo y periodista francés, Jean-François Revel, dijo en su día que la primera fuerza que dirige el mundo es la mentira. Es una frase certera que puesta en términos cristianos podría decir: la primera fuerza que dirige el mundo es el Diablo, padre de la mentira y mentiroso desde un principio. San Pablo llama a Satanás el dios de este mundo (2 Cor 4:4), espíritu de este mundo y príncipe del poder del aire (Ef 2:2). San Lucas (4: 5-6), refiriéndonos las tentaciones de Jesucristo en el desierto, nos dice lo siguiente: Después lo condujo el Diablo a un lugar elevado, le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo: “Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque me ha sido entregado y lo doy a quien quiero. Por lo tanto, si me adoras, todo será tuyo”. El mismo Jesucristo le llama en múltiples ocasiones el príncipe de este mundo (Jn 12:31; 14:30; 16:11).

El dominio de este mundo por parte de Satanás comenzó con una mentira, con la que el Diablo sedujo a Eva y, a través de ella, a Adán: ¿Es verdad que Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?… ¡No, no moriréis! De hecho Dios sabe que el día que comáis de él se abrirán vuestros ojos y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal (Gen 3: 1.5). Por el pecado de nuestros primeros padres, el hombre (y la creación junto con él) se convirtió en esclavo del Diablo.
Desde esos orígenes, el Diablo viene utilizando la mentira como el arma más letal contra los hijos de Dios. Es curioso comprobar cómo la crisis actual de la Iglesia, quizás la más terrible y grave de toda su ya larga historia, empezó, se fraguó y se ha agudizado gracias a la mentira.
El buen papa Juan XXIII dijo que la idea de convocar el Concilio Vaticano II se la había inspirado el Espíritu Santo. Sin embargo, uno no pude dejar de poner en duda esa afirmación (aunque, por lo demás, creemos que subjetivamente el papa estaba convencido de esa “inspiración”). En efecto, es de todos conocido que la idea de un nuevo concilio ya le fue sugerida tanto a Pío XI como a Pío XII, dos papas de mucha más estatura humana que el papa Roncalli, y que ambos la rechazaron como inviable ya en su tiempo debido a la difusión que el modernismo había alcanzado, de una manera solapada (y muchas veces no tal oculta) entre los prelados y, sobre todo, en las facultades de teología y sus teólogos vedettes. De nuevo, el Diablo y su mentira.
Se abrió el Concilio con una alocución del Papa Juan a los Padres Cociliares en la que la idea principal era la del “aggiormamento”, es decir, la de volcar el dogma de la Iglesia en moldes nuevos confeccionados por la filosofía moderna con el fin, según se decía, de que el hombre moderno entendiera mejor dicho dogma y se acercara a Jesucristo y a su Iglesia. Sin embargo, mi experiencia con mis abuelos y padres es que ellos sabían mucha más doctrina católica que cualquier hombre o mujer de mi generación, que es la generación posconciliar. Los nuevos moldes no sirvieron para otra cosa que para vaciar el contenido del dogma, en el mejor de los casos. De nuevo, la mentira del Diablo.
No vamos a entrar en las mentiras que, bien manejadas por los padres conciliares que integraban el llamado “Grupo del Rin”, nos dieron unos documentos cargados de bombas de relojería que se harían estallar a su debido tiempo con el fin de destrozar la doctrina tradicional de la Iglesia.
Los resultados del Concilio no se hicieron esperar: secularizaciones en masa de sacerdotes, abandono de hábitos por parte de religiosos y religiosas en números alarmantes, destrozo de la liturgia, abandono de la práctica de los sacramentos por parte de los fieles, clausuras de seminarios por falta de vocaciones, invasión de Hispanoamérica por la llamada “Teología de la Liberación” (es decir, marxistización de la Iglesia católica en Hispanoamérica), aceptación, muy especialmente y sobre todo en el mundo germano y anglosajón, de la homosexualidad como “otra” forma legítima de sexualidad (muy particularmente entre los candidatos al sacerdocio)…etc. Con todo, los pontífices reinantes durante el postconcilio cerraron los ojos a esta realidad y siempre proclamaron a los cuatro vientos que la Iglesia estaba atravesando una Primavera de rejuvenecimiento, esplendor, creatividad y prosperidad. El Demonio, padre de la mentira y mentiroso desde un principio, parecía haberse adueñado incluso de las instancias más altas de la Jerarquía eclesiástica. Es verdad que, esporádicamente, tanto Pablo VI como Juan Pablo II y Benedicto XVI hicieron referencia al “humo de Satanás que ha penetrado en la Iglesia por algún resquicio”, a un “proceso de autodestrucción por el que está atravesando la Iglesia”, a una “hermenéutica de la continuidad” para intentar salvar la ruptura con la Tradición que se había operado tras el Concilio en casi todas las declaraciones oficiales de los miembros de la alta Jerarquía de la Iglesia…Sin embargo, ninguno de ellos supo o quiso remontarse a la causa raíz de los males que ocasionalmente denunciaban: un concilio mal hecho; o, si esa expresión nos parece exagerada, un concilio con muchos defectos. El padre de la mentira se había hecho demasiado poderoso dentro de la misma Iglesia como para permitir semejante revisión de principios.
En los tiempos actuales, nuestro Santo Padre Francisco, digno hijo del concilio, sigue dándole pábulo a la mentira. En su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, da a entender que hemos de convertirnos en una Iglesia más misionera. Y la mentira radica en implicar que la Iglesia anterior no lo era, o no lo era suficientemente. Pero cualquier persona medio formada en historia de la Iglesia sabe que la Iglesia Católica tuvo el mayor impulso misionero de toda su historia (sin contar el descubrimiento y evangelización del Nuevo Mundo por parte de los españoles y portugueses) durante el siglo XIX y primera mitad del XX, justo hasta el final del reinado de Pío XII. En los EE.UU., por ejemplo, una nación que había nacido protestante, se tenía la impresión, durante el reinado de Pío XII, que acabaría siendo una nación católica: ¡tal era el número de conversiones anuales al catolicismo! Es un hecho perfectamente constatable que las conversiones al catolicismo disminuyeron dramáticamente, hasta quedar reducidas de una cascada a un delgado hilo de agua, a partir del Concilio Vaticano II. Por lo demás, las estadísticas son aterradoras. Por restringirnos sólo a los EE.UU., la nación que más conversiones estaba experimentando hasta los primeros años del concilio, decir que los 58.632 sacerdotes que había en 1965 han quedado reducidos a 39.600 en 2013; de 12.271 religiosos en 1965 hemos pasado a 4.407; de 179.954 religiosas en 1965 hemos pasado a 51.247. Podríamos continuar, pero el dolor nos lo impide. Estos son los hechos, pero el padre de la mentira, Satanás, el Diablo, sigue gobernando poderosamente con sus mentiras las altas instancias eclesiásticas.

Necesitamos cuanto antes una conversión a Jesucristo: Camino, Verdad y Vida. Un amor a la verdad, y a la filosofía que la encarna: el Tomismo. Y pidámosle a la Madre del Cielo que aleje al padre de la mentira del corazón de aquellos que nos gobiernan en la Iglesia, para que, vueltos a la verdad, y enamorados de ella, comiencen una restauración auténtica y verdadera de la Esposa de Cristo, nuestra Madre, la Iglesia Católica.

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