Scannone, el teólogo del Papa
Los papas siempre han tenido en su entorno a varios teólogos que los asesoraban en sus discursos y escritos que, en otras épocas, eran muy raros y breves. Oficialmente, la figura estaba representada en el Maestro del Sacro Palacio que, luego de la reforma de Pablo VI, pasó a denominarse Teólogo de la Casa Pontíficia y, tradicionalmente, es un fraile dominico. En la actualidad, el cargo lo desempeña el P. Wojciech Giertych, o.p.
Pero, claro está, estos teólogos de escritorio y erudición, no tienen olor a oveja, y el actual pontífice prefiere asesoramientos más populares y configurados con el pueblo de Dios. Es por eso que Mons. Tucho Fernández ocupa un papel importante en la tarea de asesoramiento teológico pero hay otro personaje al que también debemos prestar atención.
Se trata del ya octogenario P. Juan Carlos Scannone, s.j., estrella brillante de la teología zurdoide de los '70, y que estaba terminando sus días en el Colegio Máximo de San Miguel, dedicado a la formación de los noveles jesuitas y miembros de otros institutos religiosos. Pero la elevación de su hermano Jorge Mario al solio de Pedro significó un cambió. Ahora, viaja con mucha frecuencia a Roma, y pasa la mayor parte del tiempo en Borgo Santo Spirito bajando línea sobre la teología pontificia. Y lo hace a través de "La Civiltá Cattolica" y de la redacción de discursos y escritos pontificios.
Aquí les dejo la colaboración de un lector del Wanderer que conoce muy de cerca a Scannone. Nos enteraremos de quién es el teólogo del papa:
Introito
Quien puede demoler y erigir liturgias a piacere no se demora en retocar dogmas. Mejor que decir es hacer. ¿O imaginaba alguien, en la larga noche preconciliar, que la Iglesia romana entronizaría en su misa el Viejo Testamento o recortaría para Pascua el Evangelio de San Juan?
Las razones de lo que ahora está ocurriendo se remontan al tomismo trascendentalista de principios del siglo XX. Una vez que el Vaticano II, esa anticipación eclesial del postmodernismo, se hubo consumado con todos los honores, se empieza a apurar el baile. Entonces, en el umbral de los años setenta, los jesuitas se aprestaban a afianzar su influencia y desbrozar camino para sus operaciones políticas. En la Argentina destacó Juan Carlos Scannone como cacique de tales afanes. Este teólogo escribía entonces sin ambages: “somos subversivos, en el sentido etimológico de la palabra”. ¿Quién da más? Usaré el caso de Scannone como premisa menor, a título de ilustración drástica. Permítanos el discreto lector abordar la máquina del tiempo, dar un salto a la Europa de los años veinte y de allí pasar al Argentina de los setenta. Así sentaremos las dos premisas del silogismo – lo que observamos ahora en Bergoglio se seguirá como ineluctable conclusión.
Del Tomismo Trascendentalista al Vaticano II
A poco de instaurado el neotomismo surgieron en él dos puntos de vista antagónicos. Para unos, tercos y cerriles, la correcta posición se resumía en un “ya todo lo dijo el Aquinate”, coronado con una palabrota o un puñetazo sobre la mesa. El exabrupto podía funcionar en los seminarios y en las charlas parroquiales; ante el público académico provocaba desdén, como asunto clerical. Entre los mismos tomistas cundía un complejo de inferioridad, ya que se estaba borrando de un plumazo unos siete siglos de filosofía. ¿Se puede volver antes de haber ido sin ser simplemente un reaccionario? Los tomistas se ruborizaban, un rasgo muy humano y comprensible.
En el grupo más amplio se fue acentuando una posición historicista, con erudición filológica muy germánica, donde la prolijidad en la genealogía de una sentencia valía más que la sentencia. El jesuita belga Joseph Maréchal – muchos lectores argentinos suelen conocerlo por referencias de Castellani – se propuso derrotar a los alemanes en su propio campo y compuso una descomunal obra en cinco tomos (inacabada!) con el sugerente título Le Point de Départ de la Métaphysique. Allí Marechal tramaba una demostración histórica de la legitimidad del tomismo apoyándose en Kant, Fichte y Husserl.
Claro, los teólogos preconciliares serios, que los había, advertían que andaban metidos en camisa de once varas. No es que fueran derrotistas pero captaban ciertos problemas graves. La voluminosa obra del epistemólogo francés Louis Rougier (La Scolastique et le Thomisme, 1925) y la concisa del jesuita alemán Lorenz Fuetscher (Akt und Potenz, 1932) coincidían sorprendentemente en complicar la vida de tesis centrales del tomismo, como la distinción de esencia y existencia, junto con la metodología subyacente.
Pero había un problema aún más grave. Las revoluciones científicas ahí estaban, triunfantes, sin que nadie pudiera enmendar la plana. Newton en astrofísica, Strauss en filología, Darwin en biología… muchos frentes a la vez. ¿De qué servía argüir con textos de Tomás la coincidencia de la propia doctrina con Aristóteles cuando la imagen del mundo había cesado de ser aristotélica desde hacía siglos – y sin el menor desdoro? La Teodicea se volvía una Odisea. P. ej. la laboriosa cadena de motores y movidos de la hora de Metafísica (todo lo que se mueve se mueve por otro) la rompía el profesor de Cosmología sin querer cuando, honesto, explicaba el principio de inercia (todo persiste en su estado de movimiento rectilíneo o de reposo a menos que actúe una fuerza). ¿En qué quedamos?
Si en el fondo se quería afirmar a Dios, pensaron estos varones perspicaces ¿no se podría evitar el rodeo escolástico, poner las cartas sobre la mesa y partir directamente de Él? Ulises regresa a la verde Ítaca porque de allí partió. El punto de partida habría de ser, de uno u otro modo, el mismo Dios. Esa fue la idea de Antonio Rosmini y otros en el siglo XIX, culminando en el XX con el “dinamismo intelectual” de Maréchal.
Así como una figura se percibe gracias a un fondo, así lo finito se recorta de lo infinito. En toda afirmación habría implícitamente una referencia a priori al Ser absoluto, que vale como condición de posibilidad del ente finito. Afirmar que un jarro de cerveza existe será afirmar que alguna entidad dependiente del Ser infinito es un jarro de cerveza. Voilà!
Las consecuencias de esta filosofía las enfatiza más el jesuita Karl Rahner con su “Vorgriff auf Sein” (anticipación del Ser): todo ser humano está reconociendo al Dios del cristianismo ya con el más modesto juicio. Por lo tanto este tomismo propicia una teología de puerta ancha, que ni a nadie excluye ni de una especial filosofía requiere, porque el mundo está repleto de cristianos invisibles o anónimos. Ése es el aperturismo del Vaticano II, en cuya preparación burocrática el propio Rahner intervino: el parentesco con el postmodernismo se desprende de la identidad estructural entre un pluralismo de libertad religiosa y un pluralismo de libertad epistémica. ¡El tomismo trascendentalista se anticipó al relativismo de Richard Rorty! Y lógicamente, si toda definición dogmática es en el fondo finita y no puede apresar la infinitud que nos interesa, ¿para qué cambiar dogmas? Ahora, si Ud. se molesta, subimos otra vez a la máquina del tiempo rumbo a América del Sur.
Buenos Aires 1970
En esa época Buenos Aires no era aún una ciudad latinoamericana: señoritas bien vestidas paseando por la calle Florida no eran noticia para nadie; bolivianas sentadas en la acera para vender limones hubieran sido, claro está, toda una noticia.
Buenos Aires ostentaba aún, sin demasiado ridículo, el título de Reina del Plata (y no, por decir así, de presidenta de club suburbano). Superficialmente estaban en Argentina cultura y elegancia, un poco después la ligereza; yendo a fondo, una violencia más o menos latente. Eso de la frivolidad se constata por doquier. Imperaba una dictadura militar, pero las universidades estatales eran centros de reclutamiento guerrillero. Se enseñaba en humanidades Latín y Griego, pero los docentes no se animaban a exigir la memorización de tres mil vocablos y se leía a diccionario abierto. Algunos dirigentes estudiantiles exigían el reemplazo de las lenguas muertas por el pujante idioma guaraní. Esto en cuanto a frivolidad.
La violencia anunciaba su proximidad con todas las letras. Julio Cortázar, tras hacer de Homero del ERP, definía su posición política con la fórmula: “estoy a la izquierda del rojo más intenso”. Un vate de barricadas le contrapunteaba con voz gruesa: “traigo una buena noticia/ ¡hoy ha muerto un enemigo!/ No, si no hemos medidos los calibres/ no me pidan ahora que mida las palabras.”
Un sacerdote recién ordenado, gran tipo pero muy anticlerical, comentaba: “Los viejos curas de derecha creen que religión es contar mentiras a la gente sobre lo que les sucederá después de la muerte. Y los curas jóvenes de izquierda, peor: echan leña al fuego, embalan a los laicos y si las papas queman, los curitas huyen a Ezeiza en los coches de la Nunciatura Apostólica.”
Conviviendo la inminencia de la tragedia con la espuma de la frivolidad no estaba la época para reflexiones filosófico-teológicas.
El Aporte de Scannone: la Semántica de Humpty Dumpty
La teología difundida en ese tiempo, más que a una consideración circunspecta invita al sarcasmo. El jesuita español José Hellín había compuesto hacia 1950 un tratado Theologia Naturalis en un latín fácil que exhibía ciertas destrezas después perdidas: conceptos precisados, pensamientos vertidos en máximas memorables y un esqueleto argumentativo, limitado al silogismo pero aun legible hoy sin hacer pasar vergüenza ajena. Hellín era un reflejo de la neo-escolástica, estrecho y tieso pero sólido, examinando la existencia de Dios, su naturaleza y sus atributos.
Con su discípulo, el jesuita Gómez Caffarena, entra el relajamiento: era un reflejo del reflejo. Lo que en Hellín era una tesis presuntamente demostrable pasa a revestirse de “sugerencia existencial”. Además, queriendo imitar a Marechal, incorpora Caffarena esa erudición atropellada del lector ciego: afán omnívoro de meter la cuchara aun allí donde no se ha entendido. Creían estar más allá de los silogismos de Hellín y se quedaban más acá, como un paralítico que se burla del que anda con bastón. O sea que desde Hellín a su discípulo hay un innegable proceso de debilitamiento.
Nada es tan malo que no pueda volverse peor. En ese tiempo (1970), con una teología al borde del absurdo, asumió Scannone S. J. como Decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad del Salvador y dio un paso adelante. En su nuevo programa de estudios Teodicea se transformaba eo ipso en ¡Teología de la Liberación! Pude negociar con él para rendir un examen de Teodicea; lo logré, pero bajo la condición de estudiar la obra del insigne Caffarena. Así lo hice, demostrando en un examen oral inusitado las confusiones del insigne autor hasta en cuestiones de lógica, donde no hay forma fácil de salir por la tangente. Espero que el hecho de haber obtenido de Scannone la calificación sobresaliente no me descalifique para hablar de estos temas.
Para abreviar: considere el lector las propiedades que caracterizan a un pensador serio y ya así, de un solo golpe de su mente, habrá captado todo lo que Scannone nunca fue. En sus escritos pareciera despreciar sus propias ideas y hacerlas desfilar ataviadas con un lenguaje pervertido, en un castellano que parece mal alemán. ¡Ah ese forcejeo entre el deseo de decir y las ganas de ocultar que tanto censura Schopenhauer! Las ideas, si las hay, deambulan undercover.
Este conflicto halla su mejor expresión en la ‘Analéctica’ y el derivado ‘método analéctico’. El sustantivo viene de un maridaje cacofónico de las palabras ‘analogía’ y ‘dialéctica’, rebanando sílabas. En filosofía la analogía debe usarse con extrema parsimonia porque de lo contrario nadie sabe qué se quiere decir: sería como un dominó donde el número de comodines excede el de las fichas normales.
Si a eso usted le añade las libertades de la dialéctica hegeliana obtenemos el caos inclusivista de Scannone. P. ej. una montaña no se concibe fuera del espacio. Pero, reflexionan algunos, las propiedades psíquicas y con ellas el concepto de persona están referidas al tiempo con tanta fuerza como una montaña al espacio. Si Dios está fuera del tiempo ¿cómo puede ser una persona?
Para el teólogo adiestrado en la analéctica no hay aquí el mínimo problema. Dios no será ni personal ni impersonal, sino ambas cosas a la vez y también todo lo opuesto, según el caso. Cada diminuto oxímoron se festeja como signo de profundidad. Es la semántica de Humpty Dumpty, donde cada palabra significa lo que a él le parece en el momento.
Una demostración de la existencia de Dios será redundante, porque Dios se revela en el rostro del pobre, del marginal, del excluido. ¿O va usted a negar que haya pobres? Ergo, Dios existe, Q.E.D. La teología inclusivista de Scannone responde a una lógica turbia: el principio de identidad se rechazará por imperialista, el de contradicción por pre-hegeliano, el de tercero excluido por discriminatorio – es verdad, ya en su mismo nombre confiesa que está excluyendo a terceros. En cuanto a este método sólo puede pensarse que es el digno candidato para una broma de Sokal (cf. Google).
A los aspectos formales habría que agregarles las pinceladas de color local, el tono bolchevique de la verba, el odio jesuita a Europa y un rabioso filosemitismo, colocando a troche y moche el emblema de Yahvé. En vez de decorar textos con abundante tipografía griega aparecían los caracteres del alefato.
Regresando al Presente
No escribo esto por aversión contra Scannone, en todo caso contra el candombe bíblico que él propicia alegando que es filosofía. La apologética protestante de un Alvin Plantinga o Richard Swinburne muestra una forma respetable de hacer hoy teología. Cierto que los filósofos profesionales independientes les propinan tremendos garrotazos (cf. Herman Philipse 2012) pero al menos se sienten obligados a tenerlos en cuenta. Con Scannone improbable que esto ocurra; su notoriedad se deberá siempre a la simpática costumbre argentina de repartir puestos entre los amigos.
A un hombre como Bergoglio, afecto al decir desabrochado y de entrecasa, la ensalada conceptual de Scannone le viene como anillo al dedo. El teólogo y su Papa son tal para cual. De ahí el relativismo bonachón, populista e irresponsable de Bergoglio en sus célebres frases: “quién soy yo para desautorizar X?”, la demanda por “pastores con olor a oveja”, el “hagan lio muchachos”. Los sacerdotes tienen que ponerse del lado de la chusma y el negraje, como el Scannone subversivo en sentido etimológico.
¿Teología de la liberación? Cuando la teología se ha vuelto un basural del pensamiento, sólo resta la liberación de la teología. En mi opinión, los tiempos están maduros para una nueva Summa, una suma antiteológica.
Walter Ferison
The Wanderer
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