Inoportuna beatificación del obispo Romero
Contrariamente a lo que varios portales y blogs de filiación tercermundista señalan, y hasta el ateo Granma, «Órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba» [1] en su edición digital del 23 de marzo recientemente pasado, que a 35 años de su muerte, el legado de Romero está más vivo que nunca en su país natal y en el resto de América Latina, esa supuesta devoción popular católica sudamericana no existe a favor del arzobispo de San salvador Oscar Arnulfo Romero, y hasta había quedado casi en el olvido, salvo en pequeños sectores afines a la Teología de la Liberación, y las denominadas CEBs (Comunidades Eclesiales de Base) autodenominados, Iglesia popular que propugnaron y propugnan una opción por los pobres desde el marxismo.
En la feligresía no perteneciente a dichas CEBs, prácticamente hasta hoy, a pesar del anuncio de la próxima beatificación del obispo asesinado no existe tal devoción.
La figura del arzobispo de San Salvador tuvo bastante arrastre entre algunos obispos y sacerdotes y sobre todo entre los miembros de las Comunidades Eclesiales de Base en las décadas 1980-90, que posteriormente se extinguió. Fue el ex obispo Pedro Casaldáliga, uno de los líderes de la Teología de la Liberación en el Brasil, quien dio al arzobispo el título de «San Romero de América, Pastor y Mártir nuestro», canonización popular que no salió más allá de los reducidos grupos señalados, por lo que las informaciones de quienes están interesados en la beatificación de Mons. Romero para réditos políticos, son inexactas.
Fiel a la agenda del Episcopado latinoamericano que a partir de Medellín tomo partido en favor de la justicia, optando por los pobres, el arzobispo Romero se ganó la simpatía de la izquierda política y eclesial por su permanente denuncia de las violaciones causadas por las autoridades o los empresarios atosigantes, o de los propietarios esclavizantes, que abusan de los pobres, que conculcan públicamente las leyes, y que la Iglesia les señala con el dedo como autores de injusticias indeseables, pero que no denunció los crímenes de la guerrilla izquierdista que asoló a El Salvador en esos mismos años.
«El 24 de marzo de 1990 se dio inicio a la causa de canonización de monseñor Romero. En 1994 se presentó formalmente la solicitud para su canonización a su sucesor Arturo Rivera y Damas. A partir de este proceso, monseñor Romero ha recibido el título de Siervo de Dios. El 3 de febrero de 2015 fue reconocido como mártir «por odio a la fe, al ser aprobado por el papa Francisco el decreto de martirio correspondiente y promulgado por la Congregación para las Causas de los Santos. En América Latina algunos se refieren a él como san Romero de América. Fuera de la Iglesia Católica, es honrado por otras denominaciones religiosas de la cristiandad, incluyendo a la Comunión anglicana la cual lo ha incluido en su santoral. Es uno de los diez mártires del siglo XX representados en las estatuas de la abadía de Westminster, en Londres» [2].
Los 1980 significaron para casi todos los países de Sudamérica una década de turbulencias políticas, países de la región dieron pasos para democratizar sus gobiernos que estaban en manos de las Fuerzas Armadas, después de varias décadas de la era revolucionaria de América Latina. Los militares de casi todos los países sudamericanos habían tomado el control de los mismos, en el arco de la denominada Doctrina de Seguridad Nacional, que había sido implementada ante el triunfo de la revolución cubana, y, que a su vez ésta se auto exportó e inficionó el surgimiento de procesos políticos de cambio que la contrarrestaran. Así mismo, fueron retomadas las doctrinas marxista-leninista y maoísta para legitimar la efervescencia de la rebeldía, enunciada principalmente por Ernesto Che Guevara y complementada por el francés Regis Debray. Ideologías que proporcionaron argumentos para legitimar diversos movimientos armados en varios países de la región, así en El Salvador y Nicaragua.
La izquierda eclesial tuvo su momento más alto en esos años en un acercamiento entre «teólogos», grupos católicos y comunistas. El ejemplo del sacerdote Camilo Tórres en Colombia, y de todos aquellos que ven a Jesús a un «revolucionario», acercó más a dichos propulsores de la Teología de la Liberación al marxismo, que el marxismo a ellos.
El anuncio de la próxima beatificación del arzobispo Romero, es inoportuno, porque queda claro, muy al margen de las virtudes y credenciales de santidad del candidato a los altares, que su figura es una bandera política antes que modelo espiritual, y que a su vez podría generar una ola de beatificaciones eclesiales de otros obispos y sacerdotes que murieron a causa de ideologías y no necesariamente por odio a la fe.
Monseñor Romero no es visto como un héroe de la Fe católica, sino como un héroe político de la revolución marxista tanto en El Salvador como en otros países de América Latina. De llevarse a cabo la ceremonia de beatificación para el próximo 23 de mayo de 2015, se estaría dando una carta de naturalización católica a todos los grupos guerrilleros, el auto denominado Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el auto denominado Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), grupos que han desviado y manchado el Sagrado Deposito de la Fe.
Germán Mazuelo-Leytón
[1] Oscar Arnulfo Romero, un santo de los pobres de América › Mundo › Granma - Órgano oficial del PCC
[2] Óscar Romero - Wikipedia, la enciclopedia libre
Inoportuna beatificación del obispo Romero | Adelante la Fe
Última edición por Hyeronimus; 13/04/2015 a las 14:49
PARODIA Y DESDORO EN LO DE ROMERO
El desaforado personalismo que aqueja a la Iglesia de nuestros días no ahorra recursos, y a las canonizaciones-express le suma la inclusión en el martirologio de hombres que no consta hayan muerto in odium fidei, por muy conmovedoras que hayan sido las circunstancias de su muerte (notándose, consecuentemente, el desconocimiento oficial de aquellos que sí debieran ser ofrecidos a la pública veneración como testigos). La beatificación de monseñor Romero es ejemplar sólo en este sentido, y se presenta llena de aditamentos que ilustran a suficiencia el caos doctrinal que cunde del Papa para abajo. Baste indicar, para botón de muestra, que un alto dignatario de la secta luterana salvadoreña presente en los festejos de la beatificación se sirvió precisar con ecuménica convicción que «monseñor Romero es de todos, también de los luteranos», abundando que «ya se ha firmado un comunicado conjunto de la Iglesia Católica y la Iglesia Luterana sobre la justificación por la fe que tanto nos había dividido en la historia de la Iglesia».
Pero mejor que estos parleros hablan los pastiches, la grotesca iconografía que acompañó a la apoteosis de Romero, que hizo olvidar -a no ser por la nota paródica presente en algunos de ellos, referida a motivos cristianos tergiversados, salvajemente deformados- que se estaba celebrando la memoria de un obispo católico -de alguien que, al fin de cuentas, había sido consagrado a Cristo. Ángeles trocados por helicópteros; antorchas olímpicas parejas en dignidad al copón, del que asoman hostias hinchadas como huevos; una especie de "sagrado corazón" de Romero; la corona de laurel que una rolliza ninfa flotante le deposita en la cabeza al obispo, etc. Una galería elocuente de aquella fe que hoy triunfa en el mundo.
In exspectatione
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