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Tema: La ultima herejia: el pauperismo, la pauperolatría

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    La ultima herejia: el pauperismo, la pauperolatría

    Vengo detectando en los últimos años en la Iglesia una sutil herejía, escondida – como siempre fueron las herejías más peligrosas – bajo veste de ortodoxia. La idolatría de los pobres.

    Me explico. Es una obligación de todo buen católico luchar, con la gracia de Dios, por construir el Reino de Cristo en este mundo. Pero el Reino de Dios no será de este mundo, aún. Lo será cuando baje Cristo en su Parusía, a instaurar su Reino espiritual y glorioso. La Iglesia sabe que no conseguirá el triunfo en la Tierra por sí misma, ya que está profetizado en la Biblia que defeccionará en su mayor parte y apostatará de la Verdad. Es decir, fracasará desde el punto de vista espiritual. Sin embargo, esa Iglesia apóstata triunfará desde el punto de vista material.

    La Iglesia, en las últimas décadas, ha cedido a una fina desviación: la famosa opción por los pobres, entendida en su sentido mundano, que no deja de ser una suerte de marxismo. Así, esta falsa Iglesia cree que sólo los pobres merecen su atención. El marxismo, esa gran herejía de creación masónica (sus inspiradores fueron falsos judíos, es decir, judíos ateos y masones como Karl Marx y otros muchos[1], judíos de raza pero no de religión) fue infiltrándose progresivamente en el tuétano de la Iglesia, volviendo loca la virtud de la caridad, y convirtiéndola en solidaridad.
    El núcleo de esta herejía no es amar al pobre como representación de Cristo (como ejemplarmente hicieron tantos santos a lo largo de la historia de la Iglesia, San Francisco de Asís y Santa Teresa de Calcuta entre ellos) sino como a meras personas. El pobre queda, así, cosificado. Ya no es un medio para amar a Cristo y santificarse sino un fin en sí mismo y, lo que es peor, un instrumento de lucha contra los demás.

    Ahí vemos la mano del Diablo, que nos vende media verdad si con ello consigue colarnos una mentira. Y esta mentira es realmente letal y ponzoñosa, porque el marxismo esconde bajo una supuesta virtud (su “supuesto” y nunca real amor a los pobres) la semilla del odio, de la lucha de clases: se trata, entonces, no ya de ayudar al pobre a aceptar su pobreza, como vía de santificación de su alma, en la esperanza de que alcanzará el Cielo, a pesar de sus penurias materiales (y, ¡ojo!, sin que ello suponga renunciar a ayudarle también económicamente, porque no es buen cristiano el que le dice a un pobre “Que Dios te bendiga” sino el que, además, le da limosna y le ayuda) sino que al pobre hay que liberarle de sus ataduras materiales inculcándole el odio a los que tiene a su alrededor, inoculando el gen de la violencia, que le haga ser rechazar su pobreza y, a la vez, moviéndole a envidiar y desear los bienes ajenos.

    Marx no quería la caridad, porque sabía que aquietaba a los pobres, resignados bajo un bien mayor como era la santidad y su salvación espiritual. Marx quería destruir el cristianismo usando la pobreza como ariete contra la sociedad cristiana occidental, creando una supuestamente virtuosa clase única, el proletariado, tras una revolución iconoclasta que acabara con el orden cristiano.Se ve claramente que el comunismo, el marxismo, es la ideología del Diablo (el primer revolucionario), que aspira a ser implantada a nivel mundial como Reino del Anticristo.



    En este grado, así descubierta y denunciada, esa ideología es patentemente anticristiana, y son muchos sacerdotes y fieles que se darán cuenta de su perversión. Ahí podríamos inscribir, por ejemplo, la teología de la liberación, creada por la KGB rusa para destruir la Iglesia católica en la América Hispana[2] e implementada por una sedicente Compañía de Jesús (haciendo pinza también con el protestantismo, suscitado por la masonería norteamericana, con el mismo fin). O la teología del pueblo, tan seguida por el Card. Bergoglio, que no deja de ser una species de aquélla.
    Pero lo que ciertamente me preocupa es que la inmensa mayoría de la Iglesia ceda a una tentación más engañosa: cambiar la salus animarum por la salus pauperum, que la lleve a acabar adorando al pobre, no a Dios: no ya tanto a aspirar a la templanza y a deshacerse de lo superfluo, buscar la pobreza material y espiritual, desprenderse de las cosas que estorban a nuestra salvación, algo que es pura y ciertamente cristiano, sino a pensar que el pobre se salva por su mera pobreza. Y no… La pobreza, por sí misma, no salva. Salva la santidad. Se salva el pobre santo y el rico santo. Se condenan los pobres pecadores y los ricos pecadores.

    ¡Cuántos pobres odian a los que tienen medios suficientes de vida y pasan sus años en un celo amargo continuo, blasfemando contra los que tienen bienes y posibles, recelando incluso de quienes les ayudan, maldiciendo su suerte y apartándose violentamente de Dios por no mejorar su situación económica! Difícilmente se salvarán… Y ¡cuántos ricos, reyes y reinas, nobles y burgueses han sido beatificados y santificados por dar abundante limosna, por proveer al bienestar de sus vecinos creando empleo y riqueza, poniendo su corazón no en sus riquezas, sino en Dios y en sus hermanos, a los que ayudan sin vacilación! Repetimos: no salva la pobreza por sí misma ni condena la riqueza por sí misma. Cristo nos advierte que Él mira al corazón y que sus caminos no son nuestros caminos. Lo que el hombre tenga en su corazón, eso será lo que le salve o le condene.
    Nótese que el marxismo dice ayudar al pobre pero condena en la pobreza mortal a toda la sociedad: no mejora económicamente al desvalido sino que iguala en perfecta penuria a la sociedad entera. Necesitan que haya pobres, porque reduciendo la alimentación y los bienes de todos mantienen su sistema comunista suscitando constantemente en ellos la envidia de los bienes ajenos. Lo estamos viendo en Venezuela y lo hemos visto en todos los países comunistas del s XX. No son los marxistas los amigos del pueblo sino sus más fanáticos enemigos, porque, como ideología inspirada por el Demonio que es (Marx era satanista, recordémoslo, al igual que muchos de sus acólitos, como Bakunin, Prouhon, Joanna Southcott, Heine, Moses Hess, Engels, Netchaiev, Helena Petrovna Blavatsky, Carducci, etc.[3]) sólo desea la destrucción del hombre.

    Y la Iglesia está cayendo progresivamente en esa especie de milenarismo craso según el cual sólo hay que buscar el bienestar material de la gente, alzar al pobre de la pobreza no por amor de Dios, sino para conseguir una sociedad sin pobreza, rica en bienes, un reino en la Tierra sin Parusía… puro inmanentismo, puro materialismo, el Homo economicus como profetizaba Marx… un Reino sin santidad, sin Dios, un reino mundano, sin trascendencia, sin santidad personal, sin conversión. Y no. La Ley suprema de la Iglesia es salvar almas: predicar la santidad de los hombres para salvarse.

    Porque fue Cristo quien dijo “Busquen el Reino de Dios y lo demás vendrá por añadidura” (Mt 6,33). Y nos advirtió también contra ese deseo de aspirar sólo a lo material por encima de lo espiritual cuando les explicaba a sus seguidores que no se preocuparan tanto por lo que iban a comer o con qué iban a vestirse porque la Providencia velaba por ellos:“25 «Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? 26 Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? 27 Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? 28 Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. 29 Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. 30 Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? 31 No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? 32 Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. 33 Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. 34 Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal.” (Mt 6, 25-34)

    Cristo mismo, como prueba de su mesianidad a los seguidores de San Juan Evangelista, no decía que vino a liberar a los pobres de su pobreza, no. Cristo dijo que “los pobres son evangelizados…” (Mt 11, 5).

    Por esa misma razón, observamos con preocupación la progresiva marxistización de Caritas. La rama de la Iglesia católica dedicada a la caridad cada vez tiene menos de católica y sí más de pepera, comunista, podemita o socialista. Los pobres, de nuevo, usados como ariete contra la sociedad, contra el resto de los cristianos, contra la Iglesia, contra Cristo. Porque Caritas hace un trabajo excepcional cuando ayuda económicamente al pobre, dándole comida, pero desliza un enorme pecado de omisión cuando se quitan los crucifijos de los salones, cuando no se exige a sus integrantes que sean católicos, cuando no se les pide santidad de vida, cuando, en suma, no se les recuerda que se ayuda a los pobres por amor a Cristo, cuando se olvidan o no se atreven a proclamarse Iglesia y católicos. Porque pobres los tendréis siempre, pero a Cristo no siempre le tendremos (Mt 26, 11). Amar al pobre, pero primero a Dios, y al pobre por amor a Cristo, y recordándole que el que le ayuda es católico, porque Cristo mismo nos mandó amar al prójimo como a uno mismo.

    La Iglesia está transformándose poco a poco en una Iglesia ideologizada, que se predica cristiana sólo en la medida en que ello sea compatible con el socialismo o del comunismo (algo imposible), que piensa como Judas, cuando afeó a María Magdalena que hubiese derrochado dinero con aquel perfume que derramó sobre la Cabeza de Cristo porque se le podría haber dado a los pobres (pensaba así no porque fuera caritativo, como no lo son los comunistas[4], sino porque robaba).

    Es una Iglesia que comienza a croar como una de aquellas ranas del Apocalipsis (Apoc. 16, 13), el Espíritu demoníaco que le hace gritar “Bienaventurados los pobres, porque vosotros alcanzaréis el paraíso terrenal gracias a la Iglesia”, rechazando la pobreza de espíritu, es decir, la santidad y la humildad. Es una Iglesia, en suma, que se arrodilla ante el pobre pero no ante Cristo Eucaristía (no se me ocurre otra imagen más fidedigna y quintaesenciada, por ser verídica, de lo que quiero decir).[5]

    Todo este deslizamiento, esta perversión de la Palabra de Cristo, esta defección en masa de la Iglesia hacia el materialismo puede quintaesenciarse en el siguiente hecho incontrovertible: la Iglesia está dejando de predicar la santidad, la necesidad de morir en gracia de Dios para salvarse, la exigencia de cumplir los mandamientos y de convertirse, porque esta predicación le molesta al mundo y entonces quien lo haga será perseguido y martirizado por los periódicos, radio, Tv y, ¡ay! por la propia Iglesia; en cambio, para evitar esa persecución y ese martirio la Iglesia se está dedicando cada vez más a hacer aquello por lo que el mundo la tolera: por limitarse sólo a dar pan y comida a todos, a modo de una ONG más.
    Su mensaje de convierte así en algo exclusivamente transversal, apartándose del mensaje vertical del stipex de la cruz de Cristo, el palo que apunta al Cielo y deja de escocer como la sal. Y si la sal se vuelve sosa ya no sirve para nada, sino para que se la eche fuera y la pisen los animales.


    No olvidemos que cuando Cristo quiso ser proclamado Rey por la multitud a la que había alimentado con la multiplicación de los panes y de los peces se apartó de ellos (Jn 6, 15). Esa multitud proclamará finalmente rey al Anticristo, el Mesías mundano que muchos aceptarán, cuando traiga bienes materiales para todos, al precio de la Apostasía. Advertidos estamos.

    Antonio José Sánchez Sáez


    [1] Jacob Lastrow, Max Hirsch, Edgar Löening, Wirschauer, Babel, Schatz, David Ricardo, Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Kurt Eisner, Sigmund Freud, Vela Kunh, Lenin, Trotski, Zinoviev, Kruschev, etc. También toda la Escuela de Frankfurt, compuesta por falsos judíos, teorizaron sobre el marxismo, que profesaban con delectación: Horkheimer, Adorno, Lukacs, Fromm, Marcuse, Habermas, etc.[2] https://www.aciprensa.com/noticias/e...eracion-45686/[3] Cfr. Véase el revelador libro “Marx y Satán”, de Richard Wurmbrandt (http://www.hourofthetime.com/1-LF/Ho..._and_Satan.pdf).[4] Los hombres del fin de los tiempos … tendrán apariencia de piedad pero desmentirán s eficacia… (2 Tim 3, 5).
    [5] “¡Cuánto quisiera que las comunidades parroquiales en oración, a la entrada de un pobre a la Iglesia, se arrodillaran en veneración de la misma manera como cuando entra el Señor!” (palabras de Francisco el 28 de abril de 2015). «¡Cuánto quisiera que a la entrada de un pobre a la Iglesia nos arrodilláramos!» - La Stampa

    La última herejía: el pauperismo o la pauperolatría — Como Vara de Almendro
    Última edición por ALACRAN; 27/04/2017 a las 19:00
    despistado y ReynoDeGranada dieron el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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