...
1.Tentativas preconciliares
Los neomodernistas buscaban desde hacía mucho tiempo deshacerse de la Comisión Bíblica Pontificia, es decir, del Magisterio de la Iglesia; igual que Lutero, pero con más perfidia. Buscaron el mismo resultado, pero por conducto del propio Magisterio eclesiástico. Lo he documentado en León XIII y los estudios bíblicos (Rovigo, 1976, 276 pgs.), en la introducción al estudio sobre La Resurrección de Jesús (ivi, 1978, 246 págs.) contra el jesuita Xavier-León Dufour (que copia a Wili Marven, fundador de la Redaktiongeschichte, y que niega la Resurrección) y, por último, en La Tradición contra el Concilio (Roma, 1989, 284 págs).
Primera tentativa - Aludamos aquí brevemente a la primera tentativa, hecha en 1948 por el Card. Suhard, arzobispo de París, que le pide al Card. Tisserant (presidente vitalicio de la Comisión Bíblica Pontificia) la abolición de los dos decretos de la misma comisión que defienden la autenticidad mosaica del Pentateuco (1906) y la historicidad de los tres primeros capítulos del Génesis (1909). La respuesta, en francés, carece de claridad, es larguísima y comporta algunas frases anfibológicas. Los progresistas exultan y comienzan a hablar de "mitos" del Génesis. Pío XII deplora expresamente en Humani Generis la interpretación fantasiosa de los que abusan, aviesamente, de la carta enviada por el Card. Tisserant al Card. Suhard. El Card. Bea, en su comentario a la encíclica publicado en La Civiltà Cattolica (n. 101, 1950-IV, pgs. 417-430), es clarísimo al respecto.
Segunda tentativa - En 1954 se presenta un texto a los miembros de la Comisión Bíblica Pontificia, los cardenales Ruffini, Mercati, Pizzardo, y Tisserant (presidente vitalicio desde 1937 hasta su muerte), en el que se solicita que se declaren superados los decretos emitidos por la propia Comisión Bíblica Pontificia: ¡era el orden del día de la reunión! Y he aquí que, en 1955, el P. A. Miller (secretario de la Comisión Bíblica Pontificia) y el P. A. Kleinhans (subsecretario) publican por separado sendos artículos sustancialmente idénticos: “en la medida en que se sostengan en dichos decretos opiniones que no se refieran, ni directa ni indirectamente, a las verdades relativas a la fe y a las costumbres, se entiende que el investigador puede proseguir sus estudios con absoluta libertad”. Los partidarios de la libertad, con E. Vogt a la cabeza (Biblica, 1955, págs. 564 y ss.), aprecian en sumo grado ambos artículos: constituyen la condena a muerte implícita de los decretos de la Comisión Bíblica Pontificia.
Tercera tentativa - Está vinculada directamente con la precedente. En 1957 aparece la Introducción a la Biblia, t. I, bajo la dirección de A. Robert y A. Feuillet (Desclée, Tournai, 880 págs). Dicho grueso volumen sale de la fragua de los neomodernistas franceses: el Instituto Católico de París, que en el pasado contó ya entre sus profesores a Ernest Renan (racionalista) y a Alfred Loisy (modernista) y, en el momento de que hablamos, a Pierre Grelot (que será miembro de la nueva y anormal Comisión Bíblica), en perfecta armonía con el P. Lyonnet, S. I., del Instituto Bíblico Pontificio. El libro, que milita contra la doctrina católica de la inspiración individual y favorece la presunta inspiración colectiva y la limitación de la inerrancia (Henri Cazelles), se benefició del lanzamiento publicitario hecho en su favor por la Comisión Bíblica. Se evita que el Dicasterio Supremo, el Santo Oficio, intervenga y lo condene: el Card. Bea se ofrece para revisarlo y corregir sus errores a fin de permitir una nueva edición. Comprendemos ahora quiénes eran los promotores de la proposición reprobada en 1954: siempre París y Roma. El P. Lyonnet, S. I., era el deus ex machina que movía a su protector secreto, el Card. Tisserant.
Mientras se renovaban las tentativas susomentadas, el Instituto Bíblico Pontificio administraba las "novedades" a sus alumnos. Precisamente era el P. Lyonnet el que daba mal ejemplo con el artículo El pecado original y la exégesis de Rom. 5, 12, publicado en la revista Recherches de science religieuse nº 55, pgs. 63-84 (1956), donde niega que pueda alegarse el texto de San Pablo como argumento bíblico para el dogma del pecado original; no obstante, se trata de un texto cuyo sentido, como lo admiten todos, fue reconocido en dos cánones por el Concilio de Trento.
El año 1943, en que se publica la encíclica Divino Afflante Spiritu de Pío XII, se presentaba como el año de la "liberación" para los exégetas católicos: ya se ha echado abajo el muro -decían- que separaba a los católicos de los protestantes y de los racionalistas; se ha dejado de lado toda diferencia; lo único que cuenta es la investigación de la Biblia mediante una exégesis exclusivamente filológica e histórica. Con el año 1943 comenzaba una era nueva. El mismo Card. Bea afirmaba: “el ecumenismo se esboza ya entre los exégetas”. Sólo queda un enemigo del que dar buena cuenta: el exégeta católico que en su trabajo sigue contando con la interpretación auténtica, el sentido quem tenuit ac tenet Sancta Mater Ecclesiae [que sostuvo y sostiene la Santa Madre Iglesia], y que sigue creyendo en la inspiración divina (ilustrada en la encíclica Providentissimus Deus), la inerrancia absoluta, la historicidad de los Evangelios, etc.
Cuarta tentativa. El 3 de septiembre de 1960 apareció en La Civiltà Cattolica (pgs. 449-460) un artículo titulado significativamente ¿Adónde va la exégesis católica? La respuesta saltaba a la vista al leer el artículo: la exégesis católica muda la casaca, se camufla, abandona todo principio dogmático. El autor, el español P. Alonso Schokel, S. I., atribuía esa capacidad de subversión a la encíclica Divino Afflante Spiritu de Pío XII. El Instituto Bíblico Pontificio envió un extracto del artículo a todos los obispos italianos; era un manifiesto propagandístico con miras al inminente concilio anunciado repentinamente por el Papa Roncalli, el ingenuo (¿verdadero o fingido?) Juan XXIII. El Instituto Bíblico Pontificio juzgaba que ya había llegado el momento de salir de las sombras. Desde hacía más de diez años (con el nuevo Rector, el P. E. Vogt), los profesores Lyonnet, Zerwick, Schokel y Dyson, venían instilando a sus alumnos en la enseñanza, con mayor o menor prudencia, su "revolución" neomodernista. Los mejor preparados teológicamente se sorprendían y escandalizaban; los otros se dejaban fascinar por las "novedades". Unos y otros confiaban a terceros, por motivos divergentes, su perplejidad o su entusiasmo. Sólo citaré dos ejemplos.
Yo enseñaba en Roma desde 1950 y dirigía la Rivista Biblica fundada por mí (1953-1957), cuando vino a verme un excelente religioso brasileño, Calisto Vendrame (1951-1953), para hablarme de la exégesis de los libros I y II de Samuel dada por el P. Dyson, S. I. El P. Vendrame le había preguntado: “¿cómo se pude conciliar la doctrina de la inspiración con la exégesis que usted nos propone?”. El profesor le respondió: “¡pero cómo! ¿Es que todavía sigue usted la doctrina de la inspiración que le enseña el P. Bea?”. El P. Bea no era ya rector desde 1949, pero seguía siendo profesor. Cuando le referí el episodio, me dijo, visiblemente apenado: "el P. Dyson no se da cuenta del grave daño que está causando a sus alumnos".
En las antípodas, Luigi Morali y Leone Algisi de Bergame (1948-1950) se contaban entre los más ardientes: “está lista para los alumnos una nueva teoría sobre la inspiración; pero no conviene hacerla pública”. Como el P. Dyson, se burlaban del P. Bea. Era como una especie de francmasonería.
(continúa)
Marcadores