EL MANIFIESTO DEL PONTIFICIO INSTITUTO BÍBLICO
A partir de 1950 aproximadamente, los alumnos del Pontificio Instituto Bíblico comenzaron a referir a Monseñor Romeo las «novedades» que les eran enseñadas por algunos Jesuítas del en otro tiempo glorioso Instituto, sobre la naturaleza de la inspiración divina de los Libros Sagrados, no ya personal sino colectiva (?), con la inerrancia limitada a los solos pasajes relativos al dogma. Novedades estrechamente ligadas a la aceptación de los últimos sistemas racionalistas (Bultmann-Dibelius) de la Formengeschichte y de la Redaktiongeschichte, fundados en la negación de la autenticidad y de la historicidad de los Evangelios.
Algunos nombres: Leone Algisi (1948-1950) y Luigi Moraldi (1945-1948), que luego abandonaron la sotana y el sacerdocio, se jactaban de estas novedades que —decían— habían sido inculcadas por Pio XII mismo en la encíclica Divino afflante Spiritu (1943). Exactamente lo mismo que propagan actualmente Romano Penna (1962-1964, 1968-1969) y Gianfranco Ravasi (1966-1969) como también otros antiguos alumnos del Pontificio Instituto Bíblico.
En aquellos años Monseñor Romeo era redactor en Sagrada Escritura para la Enciclopedia Cattolica. Al confiar a Monseñor Spadafora, profesor en Letrán, la voz Pecado original, le dijo: «Los alumnos del Instituto Bíblico me dicen que el padre Lyonnet tiene su exégesis original para Rom. 5, 12. Vaya a investigar un poco». Spadafora fue a ver al padre Lyonnet, su compañero de clase (1936-1939), quien le dió a leer su texto sobre Rom. 5, 12, el texto fundamental de San Pablo sobre la doctrina del pecado original.
Pasaron los años y el 3 de septiembre de 1960 Alonso Schökel S. J., en La Civiltà Cattolica (págs. 449-460), pretendía justificar con once páginas de afirmaciones gratuitas las «novedades» ya enseñadas desde hacía años en el Pontificio Instituto Bíblico, haciendo a Pío XII autor de ellas en la encíclica Divino afflante Spiritu, puesta en oposición con Providentissimus Deus de León XIII.
El Instituto Bíblico desvelaba así su «programa». Un giro radical: contra todas las directivas dadas por el Magisterio sobre la exégesis católica (León XIII, San Pío X, Benedicto XV) y confirmadas por Pío XII en Divino afflante Spiritu y luego (1950) en Humani generis, los Jesuítas del en otro tiempo glorioso Instituto abrazaban los dos últimos métodos racionalistas en boga y pretendían atribuir este giro a Pío XII, interpretando a su manera Divino afflante Spiritu e ignorando por completo Humani generis. La ciencia bíblica se hacía puramente filológica e histórica; todo principio dogmático era dejado de lado, se abatía el muro que separaba a los católicos de los protestantes, y se eliminaba toda diferencia.
´LA REACCIÓN CATÓLICA
La reacción de los exegetas romanos se concretó en el estudio crítico y erudito de Monseñor Romeo «La Encíclica ―Divino afflante Spiritu‖ y las ―Opiniones Novæ», en Divinitas 4 (1966) págs. 378-456.
Hoy —escribía Monseñor Romeo—, a diecisiete años de distancia [de la encíclica Divino afflante Spiritu], después de la muerte del gran Pío XII, el padre Alonso nos comunica la noticia de un cambio, de una transformación, de una novedad introducida por la Divino afflante Spiritu, «capaz de abrir un amplio camino nuevo»… ¿Acaso hay algo —preguntaba Monseñor Romeo— en los documentos sucesivos de Pío XII y de Juan XXIII…, algo que dé a entender, aunque sólo sea remotamente, un cambio, una novedad, una apertura de puertas, de nuevas libertades concedidas por parte del supremo Magisterio a partir de 1943?
Este fue el tema central, directo, del artículo de Monseñor Romeo: la demostración de la continuidad armoniosa del Magisterio Supremo sobre la cuestión, a través del examen de los documentos, comenzando por Humani generis (1950) del mismo Pío XII. Y presentaba entonces el testimonio «autorizado de primera mano, que se podría calificar de ―oficioso‖»: el esmeradísimo comentario del cardenal Agustín Bea, que era entonces Rector del Pontificio Instituto Bíblico, a la encíclica Divino afflante Spiritu, publicado en La Civiltà Cattolica 94 (1943-IV) 212-224. Comentario completamente
ignorado por el padre Alonso Schokel.
Como conclusión Monseñor Romeo escribía:
No hay, pues, nada, ni siquiera un indicio espontáneo, en la Encíclica… ni tampoco en el comentario autorizado [y probablemente realmente «autorizado»: el padre Bea era consultor del Santo Oficio y confesor de Pío XII] del Cardenal Bea, que pueda acreditar la opinión, activamente puesta en circulación…, de que la admirable Encíclica rompa con las directivas precedentes del Magisterio supremo, para imprimir una orientación nueva a la exégesis católica.
Es cierto de todos modos, para quien lee la encíclica Divino afflante Spiritu, y ello se hace todavía más claro para quien añade el estudio de la encíclica Humani generis, que la encíclica bíblica del gran Pío XII se ajusta completamente a la Providentissimus Deus, a la que ella confirma, amplía y precisa en algunos puntos, y a través de la Providentissimus Deus se une al espíritu, a los principios y a las normas de la tradición ininterrumpida sobre el culto de la palabra de Dios a través de la ardua y austera labor exegética.
Hasta entonces Spadafora no había intervenido. Pero el Pontificio Instituto Bíblico mismo lo acusó en su descompuesta reacción al artículo documentado de Monseñor Romeo. ¿El motivo? Ese mismo año, en el segundo número de Divinitas, Spadafora había publicado Rom. 5, 12: exégesis y reflexiones dogmáticas, 2 (1960) 289-298. El artículo había sido pedido por su Excelencia Monseñor Parente, asesor en el Santo Oficio, en respuesta al artículo del padre Stanislas Lyonnet S. J. El pecado original y la exégesis de Rom. 5, 12, en Recherches de Science Religieuse 44 (1956) 63-84. Spadafora, como ya se ha dicho, había examinado este escrito algunos años antes, y al devolverlo al padre Lyonnet le había hecho observar que la exégesis propuesta no era sostenible por ser inconciliable con la doctrina católica. Habiendo recibido como respuesta un simple gesto de cabeza, como un «Está bien», pensó que su colega no lo publicaría ya. Era por el año 1951. El artículo, sin embargo, apareció en 1956.
En respuesta al pedido del cardenal Parente, Monseñor Spadafora refutó punto por punto las argumentaciones aportadas por el jesuíta Lyonnet para sostener que Rom. 5, 12: «La muerte ha pasado a todos los hombres, por cuanto todos han pecado», no debe ser entendido como una afirmación del pecado original, sino que «todos han pecado» a imitación «del pecado de Adán»; se trataría solamente, pues, de los pecados personales, a pesar de que todo el contexto (5, 12-20) afirma claramente: «Por el pecado de uno solo… todos han sido constituidos pecadores…».
Pero había aún algo más grave en las novedades de Lyonnet: el sentido de Rom. 5, 12 ha sido solemnemente definido por el Concilio de Trento, en dos cánones sobre el pecado original.
Por esta refutación, porque Spadafora había defendido la doctrina católica, el Rector del Pontificio Instituto Bíblico asoció a Romeo y Spadafora en su condenación, y los mostró con el dedo como enemigos del estudio científico y calumniadores del Instituto Bíblico. Pero tanto Monseñor Romeo como Monseñor Spadafora eran conocidos en Italia y en el extranjero por sus estudios científicos. No era, pues, difícil comprender que la reacción de los Jesuítas del Instituto Bíblico excedía los límites.
El Santo Oficio intervino e impuso el silencio a ambas partes, que fueron invitadas a presentar sus argumentos para permitirle dar su juicio sobre el tema. Después de haber obtenido las informaciones necesarias, escuchado a las partes, y en particular a los mismos jesuítas Lyonnet y Zerwick sobre las novedades que enseñaban a sus alumnos sobre la inspiración, la inerrancia, la autenticidad y la historicidad de los Evangelios, el Santo Oficio los suspendió de enseñanza y los alejó de Roma.
Luego, el 20 de junio de 1961, la Congregación suprema del Santo Oficio publicó el siguiente Monitum para defender en particular la historicidad de los Evangelios canónicos:
Ahora que el estudio de las disciplinas bíblicas se desarrolla activamente, circulan en diversas regiones juicios y opiniones que ponen en peligro la verdad histórica y objetiva de la Sagrada Escritura, no sólo del Antiguo Testamento (como el Sumo Pontífice Pío XII lo ha deplorado ya en la encíclica Humani generis, cf. A. A. S.), sino también en el Nuevo Testamento y hasta en lo que concierne a las palabras y los hechos de Cristo Jesús. Como tales juicios y opiniones preocupan vivamente [anxios faciunt] tanto a los Pastores como a los fieles, los eminentísimos Padres encargados de la defensa de la doctrina de la fe y de la moral, estimaron deber avisar a todos quienes tratan sobre Sagrada Escritura, ya sea por escrito, ya sea por palabras, que aborden un tema tan grave con el respeto que le es debido, y que tengan siempre presente ante los ojos la doctrina de los Padres, el sentido de la Iglesia como también del Magisterio, a fin de que las consciencias de los fieles no sean turbadas y que las verdades de la fe no sean ofendidas.
N. B. Esta advertencia es publicada con la aprobación de los eminentísimos Padres de la Pontificia Comisión Bíblica.
TRISTE, PERO CIERTO
La medida contra los jesuítas Lyonnet y Zerwick y la Advertencia del Santo Oficio habrían debido barrer toda interpretación modernista de la encíclica Divino afflante Spiritu y dar un golpe mortal a las aperturas en boga hacia las protestantes «historia de las formas» e «historia de la redacción», que parten justamente de la negación de la «verdad histórica y objetiva» de las «palabras y hechos de Jesucristo».
Pero he aquí que, al contrario, el Concilio, el pontificado de Pablo VI y el postconcilio imprimieron un cambio total de rumbo hacia un sentido modernista. Las opiniones novæ combatidas por Monseñor Romeo y Monseñor Spadafora ocupan hoy el terreno... Es triste, pero cierto: la exégesis católica ha sido enterrada por este mismo Pontificio Instituto Bíblico que los Pontífices Romanos habían querido, al contrario, para combatir el modernismo en el campo bíblico. Es el triunfo de la traición, del error. Y con ello, como consecuencia, una gran turbación en las consciencias y una gran ofensa para las verdades de la Fe, como lo había avisado el Santo Oficio en pleno acuerdo con la Pontificia Comisión Bíblica. La Iglesia es divina y portæ inferi non prævalebunt. Sin embargo, a cada uno de los hijos de la Iglesia le incumbe el deber de denunciar sin descanso la traición y de dar testimonio de la Verdad. Es lo que nos proponemos hacer, en la medida de lo posible, en una serie de artículos sobre este tema.
Paulus
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