El artículo me ha defraudado. Sinceramente esperaba más de tan valioso autor.
Creo que, tras leerlo, una mayoría de católicos (salvo que estén iniciados en la problemática y el drama postconciliar) no sabrían a ciencia cierta a qué se está refiriendo el articulista con el nombre de modernismo y en qué sentido ellos, los católicos de a pie, podrían sentir en sus carnes la maldad de esas doctrinas modernistas (que parecerían tan malévolas como misteriosas...)
Y es que el articulista pasa increíblemente por alto la mención de las doctrinas del Vaticano II y las del postconcilio: modernismo puro donde los haya, y que son el summum de condensación de las doctrinas modernistas, con el agravante de que:
- están adheridas a los antiguos dogmas, mutándoles el sentido en otra cosa apenas reconocible;
- han fructificado (eso sí, difusa y equívocamente) en nuevos y falsos “dogmas” (básicamente, los de ecumenismo, libertad religiosa y colegialidad papal) contradictorios éstos con los antiguos y verdaderos dogmas.
Resumiendo, pondré un ejemplo (el tema es inabarcable): a principios de siglo, San Pío X diagnosticó una especie de virus maligno (modernismo) que intentaba atacar un organismo (la Iglesia) y puso coto a su expansión.
Pero la enfermedad siguió penetrando a pesar de San Pío X y de los papas posteriores a él.
El Vaticano II (años sesenta) fue la constatación de ese triunfo de la enfermedad sobre el organismo católico; y desde entonces el cuerpo católico se halla intoxicado de modernismo (a pesar de sus miembros, que en mayor o menor medida lo ignoran). Todos los documentos conciliares y papales lo rezuman ya sin tapujos.
Pero hablar de la enciclica Pascendi, hoy día, como de un remedio de la caótica situación de la Iglesia carece de sentido, porque ha variado el diagnóstico y la realidad del modernismo.
Las apelaciones a la psicología y a la filosofía del modernista, que hacía san Pío X (y el articulista repite) no resuelven ya nada hoy día, porque el drama está desde hace más de cuarenta años en los documentos doctrinales oficiales de la Iglesia: el drama no está, por ejemplo, en que un individuo hiciera planes para incendiar una ciudad y en conocer su enfermedad mental y su paranoia y evitar que salgan individuos como él para evitar el incendio (algo así hizo san Pío X), sino en que se ha incendiado ya la ciudad, y que está ardiendo, y que hay que apagar el fuego; no es tiempo ya de conocer porqué el incendiario obró así, que es lo que el articulista parecería pretender. No se trata igual la prevención de una enfermedad que esa enfermedad en un organismo moribundo a causa de ella.
Repito que el modernista contemporáneo (aunque ningún modernista nunca se reconoció a sí mismo como tal) ya no tiene necesidad de esconderse ni de disimular sus motivos (como en tiempos de san Pío X), porque lo hace a tumba abierta. Ni tiene necesidad de reconocerse modernista. Ni tiene necesidad de reivindicar aquellas teorías que san Pio X condenó, pues para el propio modernista el motivo de fondo no eran ellas, sino la destrucción del catolicismo como tal y su mutación en un culto sincrético universal de raíz iluminista-masónica (ciego el que no lo quiera ver…)
Esos motivos psicológico-filosóficos (los denunciados en 1907) fructificaron y se metamorfosearon, a partir de 1962, sencillamente en doctrinas nuevas y ajenas a la Iglesia de siempre (básicamente son los incontables documentos que tratan y defienden el ecumenismo, la falsa libertad religiosa y la colegialidad papal), y lo más grave y espantoso es que sus valedores son (increíblemente) los propios papas posteriores a Pío XII y toda la curia vaticana, que arrastra tras sí a todo el resto de católicos (más bien por la abrumadora ignorancia y buena fe de estos últimos) .
Para mí, la encíclica Pascendi tuvo y tiene un sentido fundamental: desvelar una conjura; y que, desde esa encíclica, todo católico sabe que desde algunas instancias clericales se trata de pervertir y corromper su fe; pero que, una vez denunciada esa maniobra, y nada menos que por un papa santo, san Pío X, se puede y se debe en conciencia y en verdad resistir esas innovaciones que la Iglesia Católica siempre condenó, lo que conlleva también defender el sentido de las verdades que la Iglesia siempre creyó.
Da igual que esa instancia sea ahora el mismísimo Papado, el mismo que precisamente hasta 1962 luchó contra la libertad religiosa y el ecumenismo, condenándolos como algo infernal… pero que desde 1962 parecen ser su más preciosa panacea.
¿Cómo se come esa contradicción tan espantosa?
No lo sabemos. Dios sabrá por qué sucede tamaña monstruosidad. Pero sí sabemos lo que fenomenalmente bien dice el artículo:
Esta es la actitud a mi entender propiamente católica, pues conlleva que las enseñanzas del magisterio ordinario sean de carácter intemporal y que las condenas lo sean de manera definitiva. Y para recordar que esa intemporalidad de doctrinas y condenas es ella misma doctrina intemporal de la Iglesia, me gusta repetir las hermosa palabras del papa San Simplicio que, ya en el s. V, señalaba:
Lo que por las manos apostólicas, con asentimiento de la Iglesia universal, mereció ser cortado al filo de la hoz evangélica, no puede cobrar vigor para renacer, ni puede volver a ser sarmiento feraz de la viña del Señor lo que consta haber sido destinado al fuego eterno (Denz. 160).
Marcadores