Yo confieso (ii)
Publicado el 16 Abril, 2008 Autor Pedro Rizo |
La palabra cultura se deriva de “culto religioso”. Los pueblos sin
religión han pasado por la Historia sin dejar otra huella que la de su
primitivismo salvaje, si es que dejaron alguna huella. Por el
contrario, los de religión desarrollada ofrecen a los arqueólogos e
historiadores evidencias de sociedades organizadas. Es lo que se
conoce por civilización. Los pueblos “cultos” de la más remota
antigüedad necesitaban purificarse de los instintos para recibir el
favor de su divinidad. Por ejemplo, en la religión incaica los fieles
del dios Viracocha ayunaban y se confesaban con sus sacerdotes y
hacían penitencia. (Marcos A. Ramos, “Historia de las religiones”). La
creencia en un premio y un castigo para nuestros pasos por el mundo
existió en las culturas más elevadas. Las sin religión apenas si
dejaron prueba de su existencia.
La purga de los pecados en busca del favor de Dios es característica
de la religión; no es una costumbre alienante sino el sentido realista
de que somos algo más que el soporte animal. Limpiarnos en el
Sacramento de la Penitencia nos da confianza para vivir, es una
terapia por la que los hombres sin fe pagan sumas astronómicas a pesar
de que no obtienen nada seguro pues que les falta el hilo con Dios.
Por eso nuestros confesionarios son solamente instrumentos donde nos
abrimos al curador de todos los lisiados, mudos y endemoniados,
Jesucristo. La Iglesia sólo es instrumento. A propósito, estoy
convencido de que Lutero − y los que hoy “aprenden” de él −, no supo
ver esta diferencia: que el enlace entre el alma y Dios es el Orden
sacerdotal, y no el cura.
Dicho esto, reparemos en las protestas de nuestros obispos de que en
España todo el mundo comulga pero casi nadie confiesa. Hacen bien en
protestar, pero… si no enseñan la fe, si no educan, esas quejas se
acercan mucho a la hipocresía. Y puesto que el hombre no es ahora más
angélico, esto es, que seguimos siendo lo que somos, esa estadística
ha de explicarse en que el católico medio, sin excluir a los clérigos,
abandonó el concepto de pecado y perdió su referencia con el
Evangelio. Si el pecado se ignora, la confesión se devalúa.
Consecuentemente se comulga de baratillo, sin beneficio para el alma y
con peligro de sacrilegio. ¿Dónde quedan las palabras clave de Jesús:
«Quien coma este pan vivirá para siempre.»? (Jn 6, 50 +)
LAS MOLESTAS CONFESIONES
En rigor, no hay ‘religión’ verdadera si no sirve para “religarnos”
con Dios. Por eso no entendemos por qué el sano impulso de limpiar la
conciencia a veces se frustra porque, aun donde el penitente
dispone de sacerdotes estos huyen del confesionario para estar quizás
de charla a la puerta de la iglesia o, como ocurre en muchos
monasterios con celebración pública los domingos, todos en la
concelebración. Como todos “están al banquete”, si hay fieles que quieran
confesar deberán esperarse al final. Es como si en playas y terrazas los
fabricantes de helados no vendieran sus productos justamente cuando los clientes
los desean. No nos extraña que las confesiones disminuyan. Aprovecho
para decir que esas misas comunitarias, muy restringidas en los
misales antiguos, provienen de la fórmula protestante de resaltar la
mesa y el banquete para esconder el altar y el Sacrificio. Por
supuesto, no va este comentario para donde no haya más que un
sacerdote. Pero quienes hagan cola para confesarse que sepan que no
faltarán a la misa ni se privarán de sus gracias, pues se trata de un
acto sacerdotal, de Cristo Sumo Sacerdote, válido por sí mismo y no
porque asistan los fieles. ¿Te das cuenta, lector, que esto ya no se
conoce? Vemos, pues, que se alcanzó el objetivo revolucionario contra
la fe católica; es decir, que la misa ya no es la repetición incruenta
del sacrificio de Cristo en la cruz.
Es obvio que cumpliremos el precepto dominical mucho mejor estando en
gracia de Dios − una manera teológica de decir “en la amistad” − que
si nos sabemos en falta grave. Al revés es bastante incómodo. Se
suprimieron las confesiones en tiempo de misa porque “había que
retener a los fieles para las nuevas catequesis”. Por ejemplo, las
lecturas hebreas del Antiguo Testamento que ensombrecen la verdad de
que el Nuevo Testamento superó la ley antigua, pues que Cristo-Dios
nos lo dejó. ¿O es que Cristo no es más que Abraham, más que Moisés y
que los profetas? También porque las confesiones privaban de oír las
homilías trufadas de orientaciones marxistas o protestantes. El golpe
esencial contra las confesiones fue la de-sacramentación de la fe y el
desdibujar la esencia sobrenatural de la misa. Su celebración pasó a
ser un remedo de las reuniones de la sinagoga o de los oficios
protestantes, ambas sobrepasadas por la cruz, «escándalo para los
judíos y locura para los gentiles». (1 Co 1, 23)
RECONCILIACIÓN VS. PENITENCIA
El término “reconciliación” es más
antiguo como los Evangelios. Pero no así su abuso tendente a
desactivar el Sacramento. La palabra reconciliación, apareció tras el
Concilio como medio para que volvieran los llamados hermanos
separados… que no creen lo que cree la Iglesia Católica. El término
“reconciliación” buscaba saltarse esta no insignificante barrera.
Por supuesto, en la Iglesia a través de la Confesión buscamos la
reconciliación con Dios − y con los hombres, y entre los hombres. Pero
los “progresistas”, es decir, la Nueva Iglesia, derivan de la
reconciliación una igualdad entre Dios y la criatura humana; algo que
se asemeja mucho a una presentación de cuentas a ‘conciliar’ entre
iguales. Pero eso, por más que el Rey y Creador llegara a «anonadarse
y hacerse como esclavo por amor a los hombres», no nos permite
cabalgar sobre su misericordia para descolocarnos de nuestra
condición. Por cierto, ‘misericordioso’ es una virtud propia de Dios
pues que significa “poner el corazón con el miserable”, con el pobre
sin gracia celestial. En la iglesia de San Ambrosio, en Milán, vi un
pequeño fresco, o mosaico, que muestra a San Agustín en el momento en
que va a ser bautizado. Le pintan como a un alfeñique raquítico porque
esa es nuestra condición si carecemos del gran bien de la religión,
sus prácticas fundamentales, la ventaja de los sacramentos. Y entre
ellos, el de la reconciliación a través del Sacramento de la
Penitencia.
Como final destaquemos otra novedad de estos últimos años. La
ignorancia generalizada de las cinco condiciones para beneficiarse de
una buena Confesión. Si usted que me lee las sabe, está de
enhorabuena; pero haga una encuesta entre sus amigos más jóvenes y ya
me dirá. Recordémoslas ahora: Examen de conciencia, Dolor de corazón,
Propósito de enmienda, Decir los pecados al confesor y Cumplir la
penitencia. El descuido del clero en esta catequesis es otro fruto de
la irrespirable vulgaridad que se adueñó de la Iglesia a partir del
CVII. ¡Que se anunció pastoral!
http://www.minutodigital.com/articul...yo-confieso-ii
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