Cordura?
Las últimas declaraciones públicas de Monseñor Fellay me parecen no desafortunadas, sino desafortunadísimas. No quiere decir esto que un servidor se “enfrente” ahora a la Hermandad Sacerdotal de San Pío X (HSPX), porque ya hay –incluído en el círculo próximo a Monseñor- quien le dirá semejante estupidez, cualesquiera que sean las voces críticas –sensatas o insensatas, fundamentadas o no, cabales o enloquecidas- que puedan surgir alrededor. De mi defensa de la HSPX ya di cuenta desde esta misma atalaya, así que no voy a insistir.
Como no soy ningún religioso, ni miembro de ninguna Orden Tercera, ni estoy inscrito en ninguna tenida, ni soy cliente de tugurios y antros de mal vivir, ni tengo sarpullidos aparicionistas ni sarampiones modernistas, ni nada ... y encima soy algo anticlerical, me voy a permitir llamar ciertas cosas por su nombre. Y como quiero a la HSPX, no voy a permanecer callado.
De hecho mi crítica es más por forma que por fondo.
Cierto, en materia de fondo la Hermandad de San Pío X ha mantenido una postura tan sólida doctrinalmente como aburrida y falta de originalidad. La Tradición de siempre, sin virajes ni adulteraciones, ha sido el bastión sobre el que descansa la postura de la HSPX. A Dios gracias. Y que así sea muchos años. Y no menos cierto ha sido que la Jerarquía, Roma misma, ha actuado de una manera tan injusta como cruel en ocasiones contra la Tradición. De esto último las pruebas son contundentes porque la travesía en el desierto durante los Pontificados de esos dos tahúres eclesiásticos de Pablo VI y de Juan Pablo II ha sido durísima.
Sin embargo decir, o insinuar, que en Roma no han cambiado las cosas es no darse cuenta de lo obvio. Si hasta en las formas ha habido cambios. Ahora en los alrededores de Roma se puede entrar en tiendas de objetos religiosos y ver una orfebrería y unas ropas litúrgicas dignas de dicho nombre, por decir algo de menor calibre; cuando estos mismos sitios durante el Pontificado de Juan Pablo II eran antros lóbregos de feísmo. Negar por otro lado que el Motu Proprio no cambia el status quo, no es ya negar: es ser refractario a la realidad.
¿Dónde está el cambio? Pues pura, lisa y llanamente en el Papa. Que Su Santidad Benedicto XVI no es perfecto, ya lo sabemos. Que no es el Papa que en puridad se podría soñar, no lo es menos. Pero es el Papa. Es el Vicario de Cristo y la Piedra sobre la que se edifica la Iglesia. ¿Cree acaso Fellay que el próximo Papa estando como está el mundo va a ser como Benedicto XVI? Que no lo sueñe. Benedicto XVI es lo mejor que le ha podido pasar a la Tradición en los tiempos que corren y sólo pertenece a los arcanos del Espíritu Santo la fortaleza que tuvo que insuflar al Santo Padre para que pudiera acometer el Motu Proprio con la pléyade de enemigos tan formidables que tiene la Tradición dentro de la Iglesia. ¿Cree honestamente Monseñor Fellay que una crisis de 40 años, como poco, se va a resolver en un abrir y cerrar de ojos?
¿Qué pasa con el Santo Padre? ¿Qué sería mejor que optase por una filosofía más escolástica y se dejase de monsergas fenomenológicas? Sin duda. ¿Qué sería mejor –si es que puede y está de su mano, pues Roma está desbocada- que hubiera hecho otros nombramientos de los que ha hecho? Sin duda. ¿Qué sería mejor que fuera más alto, más guapo, más joven, más fornido y con menos problemas de corazón? También; sin duda. Etcétera.
Pero el quicio de esta cuestión no radica es querer un Santo Padre hecho a nuestra medida. El hecho es analizar con realismo, objetividad y un mínimo de frialdad lo que el Santo Padre ha hecho. Para empezar del Ratzinger de 1965 tiene, a Dios gracias, muy poco que ver con Benedicto XVI. Ha habido un camino de Damasco del Santo Padre y él lleva clavadas dos espinas en su haber, espinas de las que tardando no mucho habrá de responderle a Dios: su dudoso comportamiento en Fátima en relación al Tercer Secreto y su participación en la inicua “excomunión” de Lefebvre. Añádase su terca voluntad, como buen teutón. Fellay no puede negar que el Papa mira con simpatía la Tradición. No es sólo el Motu Proprio. Son montones de hechos. Sus libros, queriendo volver a los esquemas de la Liturgia de siempre (p. ej., su insistencia en decir la Misa mirando hacia el Sagrario, lo cual lo ha materializado). Su empeño en mantener un diálogo abierto con la Tradición. Sus Encíclicas, que revelan una fundamentación tradicional y ya no son aquellos tochos infumables escritos por algún plumífero chikilicuatre cuyas únicas referencias eran al Vaticano II (¡malditos tautólogos!). Etc.
Con todo ese bagaje la peregrina idea de Monseñor Fellay de insinuar que las puertas están cerradas con Roma resulta en una afrenta a la razón y una temeridad culpable. Parece participar Fellay de ese sentimiento tan frecuente en la Tradición de que la solución a todo este problema es divina, cuasi-mística. En todo caso, es una solución súbita. Pues no. En primer lugar ayudémonos nosotros mismos, que Dios nos ayudará. La crisis de la Iglesia, mejor comprendida por la HSPX que por ningún otro sector de la Tradición, tiene ya 40 años como poco y pensar que la solución a la misma va a ser fulminante es pueril.
No sé si todo esto obedece a una especie de táctica ad hoc, quizás estrategia, por parte de Monseñor Fellay. Si así fuera, está tensando la cuerda con Roma en exceso. Peligrosamente diría. Tengo para mí que si esto es un juego táctico Fellay está sobreestimando sus cartas. Como los clérigos cuando dicen “caramba” en realidad quieren decir “coño” dar la callada por respuesta equivale a mandar a tomar por saco. Y eso, mi querido Monseñor Fellay, equivale en diplomacia a una declaración de guerra. Estoy seguro que la siempre admirable nación suiza está contentísima de que Monseñor Fellay no decidiera hacer carrera diplomática. A juzgar por los hechos uno acaba por inferir que si Fellay decidiera secularizarse -¡líbrenos Dios!- su status en la diplomacia sería no sólo el de desempleado, sino el de desempleable. Desempleable vitalicio, debiera añadir.
Que nadie se engañe. El Papa es muy listo. Tiene una mente académica privilegiada y penetrante. Y tiene no sólo conciencia de autoridad sino que sabe cómo ejercerla, con autoritarismo incluso. No va a tolerar en asuntos de su jurisdicción directa, y la situación de la Tradición es uno de ellos, que la gente haga lo que le dé la gana, como le dé la gana y cuando le dé la gana. Para eso es Papa y para eso es bávaro.
Han de darse situaciones muy graves, gravísimas, para que uno tenga que optar por desafiar al Papa. A San Marcel Lefebvre (sí, Santo, aunque no lo quieran canonizar por el momento) no le quedó más remedio. Y bien a su pesar. Porque Monseñor Lefebvre, formado como estaba en un Seminario de Roma, y no en un tugurio jansenista de esos que proliferan en Francia, sí tenía absolutamente clara la necesidad de la Romanitas, virtud que en mayor o menor medida debe adornar a todo católico. Sin excepción.
A muchos tradicionalistas nos gustaría que nos explicaran los prebostes de la HSPX cómo es posible seguir con una posición frente a Roma idéntica a la que –muy a su pesar- tuvo que ejercer Monseñor Lefebvre cuando es posible que las peticiones del Santo Obispo de entonces puedan ser atendidas hoy día. ¿Por qué no se hace el saludable ejercicio de ver qué quería concreta y específicamente Monseñor Lefebvre en 1988 –cuando le negaron todo, hasta el aire- y qué se ofrece por parte de Roma a la Tradición hoy día? A ver si va a resultar que lo que el Fundador de la Hermandad de San Pío X quería en 1988 sí es plausible conseguirlo hoy.
¿O es que Monseñor Fellay quiere montar la fiesta por su cuenta? Ya sé que la HSPX no es herética. Ni cismática. Pero maldita la gracia que nos hace a algunos una actitud, una forma, más en concordancia con lo cismático que con lo verdaderamente católico.
Algunos de nosotros estamos ya hartos (y, ¡vive Dios!, que el cuerpo me pide expresar esta idea de un modo mucho más castizo) de que aquí se dé por zanjada la cuestión. ¿No es también tradición de la Iglesia el solucionar mediante el diálogo esta cuestión? ¿Puede decir Monseñor Fellay con el corazón en la mano si ha encontrado acaso una recepción y una disposición por parte de Roma mejor que las actuales no ya sólo durante sus mandatos como Superior de la HSPX, sino durante toda la historia de la HSPX?
De los Obispos de la HSPX no sabe uno ya qué pensar. Monseñor de Galarreta, un hombre de oración y garra contemplativa como pocos, desaparecido en combate. Monseñor Tissier de Mallerais, profundo y con una gravitas que ya quisiéramos para todo el Episcopado, subido en el ficus, como de costumbre. Y Monseñor Williamson (me disculparán si tengo una debilidad especial por éste por lo listo, lo listísimo que es) haciendo de las suyas, de enfant terrible, últimamente más de enfant que de terrible, para orgullo suyo, vergüenza de muchos y desgracia de todos.
Y todos ellos haciendo mutis por el foro.
Y yo sigo preguntándome: ¿Cómo se explica que un hombre de naturaleza afable y que rezuma amabilidad como Fellay se nos haya vuelto autista? ¿Por ventura es mudo? ¿O simplemente su última Carta es un ejercicio de gilipollez sublime? ¿O acaso un farol de póker de poca monta?
¡Señores Obispos de la Tradición! ¡Despierten! ¿Nos oyen? Hello! Estamos aquí. Somos fieles de a pie que estamos en la Tradición porque queremos ser romanos, cien mil veces -infinitamente- más romanos que los modernistas, no porque queramos permanecer en el limbo del no man’s land por toda la Eternidad. Si somos católicos, Roma es nuestro sitio. Queremos estar bajo la férula de Roma porque como católicos tradicionales que somos queremos joder desde dentro, no obligados a estar jodidos y fuera.
Me temo que uno no puede dar la callada por respuesta a Roma. Quizás en circunstancias excepcionalísimas. Y ahora no se dan. Por tanto, con el debido respeto (pero si hace falta sin ningún respeto también), me atrevo a invitar a Monseñor Fellay a que hable con quien sea menester y a que se llegue –con todas las seguridades y garantías, que eso es el oficio de Fellay- a una solución para que la Tradición esté regularizada dentro de la Iglesia oficial (pues de la Iglesia Mística algunos se tendrían que preguntar quién está dentro y quién fuera). Y que no sobrestime sus bazas ni minusvalore el poder del Vicario de Cristo.
No habrá muchas posibilidades en el futuro de poder regularizar la situación con Roma. Vienen tiempos duros, de hierro.
Ni Monseñor Fellay ni ningún Obispo ni clérigo de la Tradición puede dejar a los simples fieles tirados. Por culpa de esta circunstancia algunos llevamos padeciendo lo indecible. Lo natural para un católico es estar bajo el manto protector de Roma. Lo contranatural es estar a la intemperie, particularmente si no hay necesidad grave de estarlo.
¡Viva la Hermandad de San Pío X! ¡Viva el Papa!
Rafael Castela Santos
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