Aquí una curiosa opinión de cómo debería funcionar la base del dinero. No me convence mucho, pero tampoco podría argumentar algo que supiera que es más realista o mejor. Quizá alguno pueda complementar con otra información.



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El absurdo del patrón oro
Los problemas suscitados por la clase financiera internacional y los debates actuales del G-20 han puesto sobre la mesa de nuevo, como hace casi 80 años, el asunto del patrón oro.


En un sentido general, se trata de saber si es necesario tener o no un patrón monetario; es decir, si conviene o no ligar el valor de una moneda a un bien económico convertible, como por ejemplo el oro. Los manuales de economía dan muchas razones por las que el oro es el material elegido y los liberales se esfuerzan en explicar una y otra vez, con argumentos de apariencia compleja, lo que no es si no, en el fondo, un convenio ancestral. Pero sea como sea, el resultado práctico es que, se aduce, éste patrón devuelve la moneda fiduciaria actual a un anclaje terrenal, palpable y, sobre todo, convertible, que es precisamente el oro. Si se acepta, la moneda emitida dejará de ser fiduciaria –es decir, basada en la confianza en su valor- para ser objetivamente convertible en una cantidad concreta de oro.

En otras palabras, el dinero valdrá porque hay una cantidad de oro detrás que lo respalda. Que el oro tenga un valor en sí ya es otra historia. De hecho no sirve para comer ni para construir ni tiene utilidades específicas generalizadas. Su valor, en el fondo es un convenio como otro cualquiera y, más o menos escasos, otros materiales podría servir así mismo como depósitos de valor. El oro sí tiene, no obstante, una particularidad: es relativamente escaso. Y así, mientras que la moneda fiduciaria se imprime a coste cero –salvo el papel, la tinta y el flujo eléctrico de las máquinas- el oro debe ser encontrado, recuperado y procesado. Dicho de otro modo, no hay tanto oro como se quiera.

Pese a todo, los liberales aducen que el dinero fiduciario es dinero deuda y se imprime como tal, sea ésta pública o privada. Dado que la totalidad de la masa monetaria es dinero fiduciario es, por tanto, dinero deuda, de lo que se sigue que no puede haber otro dinero en circulación que no sea así mismo dinero fiduciario. Por lo tanto, la única manera de pagar un dinero deuda es con más deuda y por ello la deuda para con los emisores de dinero –esto es, los bancos centrales en última instancia- está destinada a crecer siempre. Como el nuevo dinero para refinanciar la deuda existente crea así mismo deuda, resulta absolutamente imposible que la deuda se cancele algún día.

Así las cosas, esa deuda adquirida sirve para producir medios de pago en el futuro con bienes presentes que compramos ahora. Se dice que si se produce endeudamiento con cargo a bienes futuros mientras que la cantidad de bienes presentes permanece inflexible, entonces la cantidad de dinero crece por encima de los bienes presentes y se produce inflación. En realidad esto no tiene por qué ser así pero, continúan diciendo, la manera de impedir esa inflación es introducir una moneda convertible en oro –y por tanto, no fiduciaria-, que restrinja la capacidad de endeudamiento. Efectivamente, con un patrón oro, cada emisor solo podrá emitir moneda en función del oro del que disponga para respaldarla. Se propone, más aún, que las entidades bancarias emitan su propia moneda en competencia, sin regulación, y, por supuesto, convertible en oro.

Este esquema presenta algunos puntos discutibles. El primero es el del propio concepto de dinero-deuda. Si, efectivamente, el dinero fiduciario nace como deuda, ¿quién es el acreedor? Se responderá que el Banco Central pero el hecho es que esto es así desde que los Bancos Centrales son independientes respecto del Estado. Esto no tiene por que ser de esa manera. Si el Banco Central se admite como una función pública más del Estado, el acreedor desaparece. Bajo esta perspectiva, es ridículo decir, por ejemplo, que los EEUU están endeudados con su propio Banco, algo que tiene sentido sí y solo sí la FED fuera, como es, algo independiente. El asunto es que la decisión de privatizar los Bancos Centrales es de carácter ideológico y político, no económico y funcional.

Otro problema añadido es que el oro es escaso y, si hay poco oro forzosamente tendrá que haber poco dinero en circulación o al menos podrá verse severamente limitado. Por eso, si un país no tiene oro, ¿deberá por ello contemplar cómo languidecen sus bienes, servicios y fuerza de trabajo porque simplemente no puede emitir el dinero que hace falta para adquirirlos? Piénsese que el propio valor del oro es así mismo fiduciario.

En tercer lugar está la demonización de la inflación. ¿Es esta siempre mala? La respuesta no es ni sí ni no, sino depende. Sin duda la inflación galopante es mala. Pero hace cincuenta años un coche costaba una cifra que hoy consideramos ridícula. Entonces solo unos pocos estaban motorizados. Hoy vale mucho más –más de mil veces más- y los estudiantes van en coche a las universidades. Algunas familias tienen dos y hasta tres coches. ¿Qué es mejor, contener los precios artificialmente bajos con solo un puñado de automovilistas o dejar que suban y ver que el uso de coches se generaliza? Desgraciadamente para los liberales, si se admite el simplismo de inflación=subida de precios, hay que concluir que multitud de logros sociales descansan en la inflación. Y es que de hecho, la inflación solo es negativa si la emisión de dinero crece por encima de la producción. Para que eso no ocurra, es imprescindible el papel regulador del Estado, algo que por el tabú ideológico de los liberales resulta definitivamente sospechoso, al tiempo que no se cuestionan ni por un momento si la actividad de las entidades privadas es siempre y por sistema beneficiosa para la comunidad.

El esquema de patrón oro, hoy, no tiene sentido más que apara aquellos que poseen el oro y que, precisamente por eso, gozarían con tal patrón de un poder que nadie, nunca jamás, llegó a soñar. El dinero fiduciario, regulado por el Estado y al alcance del tejido productivo real, es más que suficiente para garantizar la prosperidad económica de todos. Que el Estado regule la importantísima y trascendental función emisora y que, es más, se asegure de que el dinero alcanza a ese tejido productivo, no es, como pretenden algunos, una especie de intervencionismo soviético.

Se trata más bien de que todas las iniciativas privadas puedan acceder en condiciones de igualdad al medio de cambio general que garantiza la actividad económica. Que por las andanzas de una función bancaria pervertida se vuelva ahora a plantear el debate del patrón oro demuestra que casi nadie sabe ya pensar con claridad, fuera de los intereses de una elite poderosa que pasa totalmente de la tramoya democrática de la que tanto se habla.


El absurdo del patrn oro - ESD