Ayer pusieron en La 2 de Televisión Española un reportaje interesante sobre la iniciativa llevada a cabo por varias asociaciones y comunidades locales en la creación de dinero alternativo o complementario al euro para el buen desarrollo de sus respectivas relaciones económicas a nivel municipal e, incluso, comarcal.
El vídeo puede verse aquí.
Bien es cierto que, por ahora, no se ha llegado a la implantación formal de los principios que delimitan el buen funcionamiento de una economía en una comunidad política, tal como fueron enunciados por C. H. Douglas. Así, todavía hace falta una mayor conciencia sobre la importancia de llevar una contabilidad general en la comunidad política, de cuyos datos pueda sustraerse un beneficio real susceptible de ser monetizado a favor de esa misma comunidad. La importancia de ser consciente de este potencial beneficio y de su uso para un correcto desenvolvimiento económico-social de la comunidad es fundamental.
Sin embargo, a la vista de las intervenciones en el vídeo, la prospectiva por el buen camino es realmente optimista y para estar esperanzados.
Véase por ejemplo los casos en que las transacciones comerciales-financieras se realizan sin necesidad de soporte físico ninguno, sino que son fruto de meros apuntes contables, incluso no ya sólo por el medio rudimentario de los tarjetones sino también mediante soporte virtual o electrónico (tarjeta electrónica, depósito virtual, etc...) que confirma, a su vez, la perfecta compatibilidad de la tecnología moderna con el bien común de la comunidad política y su no necesaria "demonización". Esto confirma de nuevo lo señalado en otro lugar: el carácter esencialmente crediticio (es decir, de mera confianza comunitaria) del dinero, que hace que éste sea aceptado -requisito indispensable de todo dinero- por los miembros de la comunidad política (el otro requisito del dinero es, por supuesto, la existencia de un crédito real o capacidad potencial de producir bienes y servicios que, aunque es señalado en el vídeo por algunos intervinientes, todavía no se ha llegado a relacionarlo con el potencial beneficio al que antes me he referido; dicho con otras palabras, si bien en las experiencias llevadas a cabo se ha llegado a una autogestión en la creación de crédito para la producción -lo cual ya de por sí es un paso importantísimo- sin embargo no se ha llegado a la creación de ese mismo crédito para el consumo. Éste el elemento que habría que tenerse en cuenta y corregirse en un futuro inmediato).
Obsérvese también el deseo existente de que el nuevo dinero de creación social o comunitario constituya un elemento esencial del bien común de la comunidad política. Esto es, no se trata aquí del error típicamente liberal del comunitarismo o aislamiento de un grupo de gente tipo amish o cualquier otra secta propio del anglosajonismo, sino que se trata de la auténtica búsqueda del bien común de toda la comunidad política. De ahí el deseo que expresan algunos de los entrevistados de que el sistema del crédito o moneda social no quede únicamente como algo propio de unos socios dentro de la comunidad, sino que se extienda a toda la comunidad y que sea la propia autoridad política -en este caso el Ayuntamiento- el que se involucre, no ya sólo por el tema del pago de los impuestos (que es de enorme relevancia en tanto que afecta a todos los miembros de la comunidad) sino ya para afianzar aún más (y quién mejor puede hacerlo y promoverlo, tratándose de confianza comunitaria, que la propia autoridad política en cuestión) el orden económico-financiero emergente del crédito social para el correcto funcionamiento de la comunidad política en sus relaciones económico-sociales.
Huelga decir, por supuesto, el espíritu foral (uno de los entrevistados utiliza el término descentralización) que anima esta formación de organismos crediticios locales o municipales, que las hace menos dependientes (o incluso independientes) financieramente de estructuras bancarias centralizadoras que desde una matriz central extienden sus tentáculos en forma de infinitas sucursales repartidas por todos los pueblos para la consecución de un dominio económico de los mismos en función de las órdenes que parten de la matriz.
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