"La arqueología del pensamiento económico" es un Apéndice del libro de Frances Hutchinson "What everybody really wants to know about money", Jon Carpenter, 1998.

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La arqueología del pensamiento económico

Frances Hutchinson


“La TEORÍA ECONÓMICA es un sistema axiomático: en tanto se sostengan las premisas básicas, seguirán las conclusiones. Pero cuando examinamos esas premisas más de cerca encontramos que no se ajustan al mundo real… La premisa de un perfecto conocimiento se probó ser insostenible, por lo que fue reemplazada por un mecanismo ingenioso. La oferta y la demanda fueron consideradas como dadas de manera independiente. Esta condición fue presentada como un requisito metodológico en lugar de como una premisa. Se argumentó que la teoría económica estudia la relación entre la oferta y la demanda; por tanto, debe tomar a ambas como dadas.”

George Soros (1)



En Septiembre de 1992 George Soros hizo £ 1.3 mil millones liderando el ataque especulativo sobre la libra en el Miércoles Negro, forzando la salida de Bretaña del Mecanismo de Tipos de Cambio (MIT) y demostrando una clase maestra de economía práctica inigualable por los teóricos de economía profesionales. Sin embargo, la teoría económica es considerada en gran estima no sólo por los defensores del status quo sino también por los críticos del crecimiento económico. Los intentos por crear una economía socialmente justa y medioambientalmente sostenible son, por consiguiente, etiquetados como “alternativos”, “nuevos”, “heterodoxos”, o incluso “heréticos”. Usando citas provenientes de textos de economía de la corriente dominante, este capítulo trata de explicar la teoría neoclásica del equilibrio general del mercado libre con una visión que trata de evaluar sus méritos como guía para una acción racional.


Economía: un sistema de creencia, no una ciencia

Mientras los primeros escritos de Douglas aparecían publicados (1918-1924) la profesión de economista se encontraba en sus fases finales para establecerse ella misma como la ciencia dominante de la sociedad. Modelándose así misma conforme a una ciencia natural, la física, pretendía ofrecer un análisis de la economía libre de valoraciones subjetivas como una guía para la formación política pública y privada. Una década después Hugh Gaitskell podía con confianza tachar a Douglas como un “hereje económico”. De acuerdo con Gaitskell, aunque los economistas ortodoxos podían diferir en materias específicas, todos sostenían una misma cosmovisión. Los herejes podían ser fácilmente identificados: a pesar de obtener un público reconocimiento ellos eran amateurs. “Ninguno de ellos ha tenido nunca un nombramiento académico en economía” (2). A lo largo de los años de entreguerras la teoría del crédito social fue juzgada herética porque no se conformaba con la ortodoxia neoclásica. Resulta valioso estudiar los orígenes y desarrollo de esta ortodoxia económica, en parte porque esto nos ayudará a entender porque el análisis de Douglas encontró poca acogida entre los economistas. Pero, más importante aún, esta revisión arroja luz sobre la probada incapacidad de los economistas ortodoxos para guiar la formación política en asuntos sociales y medioambientales. Los temas de los que Douglas intentó hablar y presentar ciertamente no han sido abordados de manera efectiva en los setenta años que han transcurrido desde que sus propuestas fueron totalmente rechazadas por el establishment de entonces.

La profesión de economista se describiría a sí misma hoy en día como una iglesia amplia que abraza muchas escuelas de pensamiento, desde el ala derecha Austriaca, pasando por los neoclásicos, los macroeconomistas de la Escuela de Chicago, el Keynesianismo ortodoxo, el post-Keynesianismo e institucionalismo, hasta toda la colección de economistas Marxistas y radicales. Sin embargo, la característica distintiva de una escuela de economía es que ésta se ajuste al paradigma neoclásico. J. M. Gee amplía la metáfora religiosa de una forma que es muy esclarecedora en sus implicaciones:

La escuela neoclásica es una iglesia amplia, que ofrece una metodología y un paradigma que abraza a numerosas sectas. Los altos sacerdotes de esta iglesia están bien versados en la técnica matemática, la cual emplean para trazar las consecuencias del comportamiento individual bajo la premisa de que los agentes económicos se esfuerzan constantemente en maximizar su bienestar económico. Estos agentes pueden no ser tomados (y, de hecho, normalmente no son tomados) como actores de carne y hueso; son creaciones míticas, diseñadas de manera tal que su comportamiento sea perfectamente predecible de acuerdo con una cadena de razonamiento hipotético-deductiva (3).

En otras palabras, este economista ortodoxo de la escuela neoclásica sostiene que la teoría neoclásica consiste en “una cadena de razonamiento hipotético-deductiva” que fluye a partir de las asumidas acciones de un grupo de “creaciones míticas”. Tal valoración de las acciones y móviles de los seres humanos está tan completamente en las antípodas de nuestra experiencia real, que resulta uno tentado de dejar el asunto ahí; simplemente ignorar los paradigmas y proyecciones de un tal grupo de pensadores tan claramente reduccionistas. Sin embargo, tan profundamente arraigadas están estas premisas y es tan grande la influencia práctica de los economistas sobre la formación política en materias de producción, distribución, cambio y todos los demás asuntos relacionados con la conducta de nuestras vidas diarias, que es necesario mirar aún más en la teoría neoclásica. Intentaremos entender el comportamiento de estas criaturas míticas y su “perfectamente predecible… razonamiento hipotético-deductivo”.


Teoría del equilibrio general del libre mercado

Cualquiera que busque entender la economía ortodoxa se encuentra con un casi insuperable problema. El primer paso para cualquier estudiante es suspender la incredulidad acerca de un número de materias vitales, todas al mismo tiempo. Como Gee explica:

Para el neoclasicista, un individuo está en equilibrio económico cuando, dados los precios de materias primas con los que se encuentra, dada su propiedad de los factores de producción y de sus precios, dadas sus dotaciones iniciales en general, él no puede incrementar su utilidad alterando la proporción de los productos comprados o servicios de factor suministrados a otros (4).

Para considerar qué puede significar el párrafo de arriba, consideraremos una frase de la misma en cada momento, empezando con la del “individuo en equilibrio económico”.


El Hombre Seta

La “mítica creación” con la que los estudiantes economistas en ciernes deben habérselas primero es el “agente” o actor económico. El Hombre Económico Racional (HER) no es una persona de carne y hueso existente en el espacio y el tiempo. Él (pues no hay Mujer Económica Racional en la teoría neoclásica) no tiene vínculos, deberes o responsabilidades salvo aquella de operar como un agente económico. Él existe para registrar los placeres y dolores de las varias opciones abiertas ante él a medida que él hace sus elecciones racionales en el papel de consumidor. En su ejercicio de elección, él opera a partir de un interés propio racional.

Julie Nelson cita a Thomas Hobbes, que escribió: “permítasenos considerar a los hombres… como si incluso ahora surgieran de la tierra, y de repente, igual que las setas, vinieran a su plena madurez, sin ningún tipo de compromiso el uno con el otro”. Como Nelson explica a continuación, el “agente” mítico estudiado por los economistas en sus modelos abstractos “no tiene infancia o vejez, no tiene dependencia de ningún otro, ninguna responsabilidad con nadie salvo consigo mismo”. Él aparece de ninguna parte, “completamente activo y autosuficiente”, no influenciado por nada excepto por su racionalidad. En un mercado ideal él tiene un perfecto conocimiento de los precios, que forman el único medio para su interacción con la sociedad (5).

La concepción hedonística del hombre es el de un calculador relámpago de placeres y dolores, que oscila, como un glóbulo homogéneo en deseo de felicidad, bajo el impulso de estímulos que lo arrastran alrededor del área, pero que lo dejan intacto. No tiene ni antecedente ni consecuente. Él es un dato humano aislado definitivo, en equilibrio estable excepto por los zarandeos de las fuerzas incidentes que lo desplazan en una dirección u otra. Autoimpuesto en el espacio elemental, él rota simétricamente alrededor de su propio eje espiritual hasta que el paralelogramo de fuerzas se le acerque, del cual él seguirá la dirección de la resultante. Cuando la fuerza del impacto ha pasado, él viene a ponerse en reposo, un glóbulo de deseo autosuficiente como antes (6).

Aunque la temprana descripción del HER de Veblen permanece como una expresión clásica de las limitaciones de la teoría ortodoxa, ésta ha sido primorosamente dejada a un lado por generaciones de economistas a medida que introducían a sus estudiantes en los misterios del asunto. De acuerdo con las reglas de la ortodoxia, el individuo lleva a cabo cálculos racionales a la velocidad de la luz para poder mantenerse en equilibrio, esto es, en un punto donde él no pueda ajustar sus compras de tal forma que pueda estar mejor. Su “racionalidad” dictamina que solamente las consideraciones económicas determinan sus actos. Él no actúa “irracionalmente” permitiendo que consideraciones éticas o sentimentales afecten a su juicio. Los datos en virtud de los cuales él basa sus cálculos son los precios de las materias primas.


Los precios de las materias primas

“Materia prima” es el nombre general que se le da a los bienes y servicios, los objetos básicos de la producción y el cambio. Para ser calificado de materia prima, el bien o servicio no debe solamente existir: éste debe ser intercambiado en el mercado. Aunque el aire fresco es esencial a la vida, normalmente no es intercambiado en el mercado. Por consiguiente, en términos de la teoría económica, no existe. Igualmente, el deseo de los que se están muriendo de hambre por la comida no se registra si las personas que se están muriendo de hambre no tienen nada que ofrecer a cambio de la comida en el mercado. Para poder existir en el cuento de la economía, una materia prima debe estar tanto en demanda como en oferta; los agentes económicos deben estar dispuestos a “demandarla” y a “ofertarla” mediante el ofrecimiento y la aceptación, respectivamente, de algo a cambio de ella, normalmente dinero. Allí donde las fuerzas de la oferta y la demanda están igualadas (en equilibrio), el precio queda determinado. En otras palabras, el individuo hace cálculos rápidos que determinan el precio. Sin embargo, como Gee señala, los precios de las materias primas que el individuo se encuentra en el punto de compra vienen “dados”: están determinados por los costes acumulados del proceso de producción. En este punto de sus (de él o de ella) estudios la Persona Racional (PR) regresa al mundo de la ficción clásica o de la política, ¡dejando al HER a su suerte! Para aquellos que están dispuestos a creer en cualquier cosa en previsión de poder ganar un buen ingreso, el cuento se desarrolla como sigue. La siguiente frase indica que la “propiedad de los factores de producción (del HER) y sus precios” vienen “dados”.


La propiedad de los factores de producción

Si los bienes son “demandados” para el intercambio en el mercado, la teoría sugiere que éstos deben ser suministrados, puesto que la producción para el intercambio es un elemento esencial de la ciencia de la economía. La producción ocurre en dos formas. La naturaleza produce árboles, frutos, flores, cereales, minerales y la tierra de la cual depende toda forma de civilización. Igualmente, la sociedad produce seres humanos y muchos servicios, que incluye los cuidados maternales, la socialización de los jóvenes, el cuidado de los agotados física y mentalmente, la guía espiritual, el apoyo mutuo y otras formas de servicio que pueden ser intercambiadas, pero no en el mercado. A menos que o, hasta que los productos de la naturaleza o de los servicios de la sociedad se conviertan en “materias primas”, esto es, sujetas a intercambio en el mercado, en lo que concierne al economista, no existen (7). Aunque la economía formal cesaría de funcionar si el mundo natural o la sociedad humana se hiciera incapaz de proveer los bienes y servicios sobre los cuales depende la economía de la vida real, este pequeño detalle es ignorado por la teoría económica ortodoxa. De ahí que sea necesario suspender la incredulidad en este punto también para poder continuar el estudio de la economía.

En términos de teoría ortodoxa, la producción es producción para el intercambio en el mercado. Los factores de producción son, por consiguiente, “los recursos productivos de la economía: tierra, trabajo y capital”. Son definidos como sigue a continuación. La tierra es el recurso natural de todo tipo: la tierra y todo lo que hay en ella antes de que se convierta en objeto de intercambio económico. El trabajo, a menudo referido como “recursos humanos”, es la energía muscular y la energía mental de los seres humanos. El capital son los activos físicos generados a partir de producción pasada, incluyendo equipo, edificios, herramientas y otros bienes manufacturados usados en la producción. Aunque la tierra y el capital pueden ser poseídos por un hogar, una empresa o un gobierno, la teoría económica reduce el agente económico al individuo, HER.

Para participar en la economía el factor de producción debe ser poseído por el HER. De su venta él deriva un ingreso: si él vende el uso de la tierra, él tiene derecho a una renta, si él vende el capital él deriva unos beneficios y si él posee trabajo él saca unos sueldos. De esta forma él puede ser registrado como un consumidor, capaz de “demandar” los productos que él quiere que la economía ofrezca. El número de excepciones y objeciones y la enorme simplificación que implica la elaboración de una teoría económica a partir de un punto de partida tan estrecho como ése son obvios pero, de nuevo, la incredulidad debe ser suspendida.

De particular importancia es el hecho de que estas definiciones estrechas conducen a una clara confusión entre beneficios e interés. Al valorar los ingresos de los factores pagados por las empresas a los hogares (los ingresos pagados a los consumidores en relación a su contribución al proceso productivo) el “interés” aparece en los cálculos del PIB; el interés es, de esta forma, incluido en la medición general de la productividad. Sin embargo, el interés deriva de la venta del uso del dinero, que es el más mítico de todos los “factores de producción”: no está ni siquiera incluido, dentro de los textos de economía, en la definición estándar del capital como un factor de producción. La teoría del equilibrio general (véase más abajo) no tiene nada que decir acerca del papel o del origen del dinero en la economía: sus defensores hacen la alucinante asunción de que el dinero simplemente “resulta que está presente” en la economía. Los términos estrechos de su definición original les obliga entonces a clasificar los pagos de interés sobre esta entidad mítica, cuyos orígenes no son discutidos, como la venta del uso de capital. En otras palabras, el interés es considerado como una forma de beneficios que corresponde no al capital real (maquinas) sino a esa entidad mítica, “capital financiero”. El significado de esta confusión aparece patente cuando la creación y disponibilidad del dinero es discutida más extensamente.

Para el teórico económico la “propiedad” por el HER y la venta del factor de producción (tierra, trabajo o capital) le da derecho a un ingreso en forma de renta, salario o beneficio. Como señala Gee, los economistas no consideran cómo o por qué algunas personas vienen a poseer la tierra o el capital que el productor necesita para poder producir bienes y servicios, ni tampoco por qué un cada vez mayor cantidad de gente no poseen nada más que la “energía laboral” que ellos están obligados a acompañar a medida que ellos la “venden” en el mercado en un intento por sobrevivir: en lo que al estudio de la economía se refiere, la propiedad de los factores de producción viene establecido por algún mecanismo inexplicable fuera del campo de su competencia. Igualmente, al estudiar el equilibrio, los precios de los factores de producción, determinados por la demanda y la oferta, vienen “dados”.



Dotaciones iniciales

Mayor confusión surge en relación a la práctica en la economía de clasificar el trabajo como un factor de producción. La noción de que el “tiempo de trabajo” puede ser vendido como una materia prima sutilmente oscurece la relación entre los factores de producción. Ninguna persona puede vender su (de él o de ella) tiempo de trabajo cuando no está presente físicamente dentro del proceso productivo. Las implicaciones de esta declaración forman una gran parte de este libro. Aquí, es suficiente subrayar que en el mundo real el trabajo, el trabajador, es una persona real, un ciudadano con derechos y responsabilidades, que produce bienes y servicios necesitados por la comunidad. En la vida real el trabajador no es meramente un factor de producción que pueda ser comprado o vendido en el libre mercado, entregando toda responsabilidad y juicio al cuerpo empleador: esto es esclavitud salarial.


Utilidad y servicios de factor

La frase final de la explicación de Gee contiene unas palabras que requieren una mayor definición. “Utilidad”, el beneficio o satisfacción que una persona obtiene del consumo de un bien o servicio, es una palabra clave en la teoría neoclásica. Se asume que el HER registra el nivel de utilidad de un bien o servicio mediante su selección en una cierta cantidad a través del intercambio en el mercado. Usando sus técnicas matemáticas sofisticadas, los altos sacerdotes de la teoría neoclásica pueden medir dos tipos de decisiones. Pueden medir los costes de oportunidad, en la forma de bienes y servicios rechazados por el HER a medida que él hace sus cálculos relámpago (ellos asumen que el actor económico, HER, tiene perfecto conocimiento de todas las posibles elecciones alternativas). A su vez, ellos pueden medir la “desutilidad” para el HER de ofertar su tierra, trabajo o capital. Cuando el HER oferta capital o trabajo para ser intercambiado en el mercado él renuncia al uso presente o alternativo del factor.

Sin embargo, la oferta de trabajo de HER es registrada además como una desutilidad, implicando que el trabajo es una actividad puramente insatisfactoria. En el capítulo 5 vimos que la pura desutilidad del trabajo pertenece al estado esclavista. Esto nos proporciona una mayor paradoja a la vista del énfasis puesto por los economistas ortodoxos en su postura libertaria. Más aún, la noción de desutilidad no puede ser aplicada al capital financiero en ninguno grado de precisión, puesto que el préstamo de dinero es hecho a través de la banca. Como se indica en el capítulo 6, el poseedor del capital original no renuncia al uso de ningún tipo de bienes o servicios concretos. El préstamo de dinero es puramente un proceso contable.


Equilibrio General

La libertad del individuo es primordial en la teoría neoclásica. Como Gee explica más a fondo, puesto que la economía está constituida por un gran número de individuos y empresas, el teórico del equilibrio general eleva dos preguntas en relación con la economía como un todo:

1. ¿Hay una configuración del precio teórica para todos los bienes y servicios, desde, digamos, plátanos para consumo final, hasta acero utilizado como una inversión (un factor de producción) en el proceso de producción, de tal forma que ninguno de los agentes económicos (individuos o empresas) pueda incrementar sus utilidades por medio de un comercio adicional, esto es, de tal forma que las ofertas igualen a las demandas en todos los mercados? Tal afirmación es conocida como equilibrio general.

2. En caso de existir esa configuración del precio teórica, ¿puede conseguirse el equilibrio general, esto es, existe la probabilidad de que los ajustes de los precios en el mercado se muevan hacia él? ¿Y el estado de equilibrio general se mantendría estable? (8)


Los economistas neoclásicos ven su tarea como la del que apunta el camino hacia el logro del equilibrio general para poder asegurar la armonía social. Como Gee explica: “Si no puede mostrarse teóricamente que existirá siempre una configuración del precio para el equilibrio general, ni que el equilibrio general puede conseguirse y mantenerse, a través del libre intercambio entre los individuos bajo razonables premisas, entonces difícilmente podrá mostrarse que sea posible un orden social y económico armonioso y espontáneo (¡mucho menos probable!)” (9). Como hemos demostrado, las premisas postuladas por los economistas no son razonables.



La arqueología de la economía

Es muy difícil discutir con la lógica contenida en las afirmaciones de Gee, puesto que éstas son el producto de generaciones de teóricos, cada uno añadiendo sus contribuciones al cuerpo de pensamiento conocido como teoría neoclásica. Sin embargo, para aquéllos que desean asegurarse de una sana administración de los recursos naturales y una equitativa distribución del acceso a los artículos de primera necesidad de la vida para todos los que componen la sociedad humana, no resulta suficiente con argumentarles que “no deberíamos salirnos de esto”. La economía ortodoxa posee un firme dominio sobre las mentes de los productores y consumidores y sobre la realidad de cada día que éstos se encuentran. Para poder cambiar las percepciones de la realidad podría ser útil retroceder nuestros pasos para poder descubrir los orígenes primitivos del Hombre Económico Racional, para así poder meditar en “cómo hemos llegado a esto”. Pero primero, es necesario pararnos un momento y considerar qué ha ocurrido con el asunto central de estudio: el dinero.


El dinero

El más grande misterio de todos es que, hasta ahora, el rol que juega el dinero no ha sido registrado. Los estudiantes de economía son informados tempranamente en sus estudios de que, al contrario que la percepción popular, el dinero no es un rasgo importante del estudio de la economía. La oferta y la demanda alcanzan un equilibrio a través del precio, los precios son precios monetarios y el HER desarrolla sus cálculos relámpago en dinero. Sin embargo, el teórico neoclásico asegura a sus estudiantes que el dinero es sólo un asunto de meros contables. La teoría económica estudia el equilibrio entre materias primas. El dinero es una materia prima igual que cualquier otra. Simplemente ocurre casualmente que es utilizado porque es muy conveniente, y el dinero simplemente se asume que “está ahí”.

Por supuesto, la economía ortodoxa posee un análisis teórico del dinero. En el pasado remoto, cuando el dinero estaba esperando a ser inventado, las materias primas eran permutadas directamente las unas por las otras. Esto era altamente inconveniente. Una persona con una vaca para vender y deseosa de comprar una col tenía problemas demasiado numerosos de mencionar aquí. La invención del dinero abolió la necesidad de conseguir una “doble coincidencia de necesidades”.Ofrecía cuatro beneficios. Como un medio de intercambio garantizaba que la gente con algo que vender aceptaría siempre el dinero a cambio de ello, mientras que la gente deseosa de comprar ofrecería siempre dinero a cambio. Como una unidad de cuenta ofrecía una medida convencionalmente aceptada para establecer los precios de los bienes y servicios. Como un patrón de pagos diferidos permitía que los contratos pudieran ser redactados para futuros ingresos y pagos. Y finalmente, el dinero podía ser usado como un depósito de valor para posteriores cambios.

Las muchas y variadas formas que puede tomar el dinero, así como la forma en que es creado y suministrado a la economía, son exploradas dentro de los capítulos del presente libro. Lo que es tan chocante es que realmente sea posible dejar un análisis minucioso del dinero para un estadio o fase posterior. Este hecho subraya el sorprendentemente insignificante papel que el dinero juega en la teoría neoclásica.

Aunque a los estudiantes se les enseña que el dinero existe pero es de muy poca importancia, se les exige que realicen aún otro salto de fe. El estudio de la economía se divide en dos niveles, micro y macro.

La microeconomía es el estudio de la determinación de los precios relativos de las materias primas, del empleo relativo de los factores de producción y de la distribución relativa del ingreso a través de la estimación en precios de los factores de producción. Los asuntos considerados a este nivel incluyen el cambio tecnológico, la producción y el consumo, los salarios y las ganancias. El dinero es una herramienta útil a medida que la gente registra sus elecciones o “preferencias”, pero a nivel micro el dinero no tiene una función teórica: el HER opera sus cálculos relámpago en base a un sistema de trueque sin dinero, en el que todavía se comparan mentalmente vacas y coles.

La macroeconomía es el estudio del comportamiento agregado de todo el ingreso nacional, del nivel de precios y del empleo. Todo el sistema completo, en lugar de sus componentes individuales, se convierte ahora en el objeto de estudio. La macroeconomía se fija en qué es lo que determina el desempleo, el ingreso agregado, los precios medios, la inflación y las diferencias en riqueza entre las naciones. A este nivel es imposible ignorar la existencia del dinero como un factor relevante. Éste se convierte pues en una rama especializada del tema (economía financiera). Sin embargo, el dinero todavía es considerado como si funcionara simplemente como una herramienta útil que permite al libre mercado alcanzar el equilibrio general. En la teoría ortodoxa, el dinero no tiene ningún papel que jugar por derecho propio en tanto que determinante en las materias de estudio de la teoría económica: producción, distribución y cambio.


De la tradición a la razón

Originalmente, el estudio de la economía fue una búsqueda de una estructura teórica que explicara y justificara la ruptura con respecto a una tradición feudal desigual e injusta. La economía pre-industrial estaba dominada por una cosmovisión religiosa que situaba a Dios en el centro del universo. El mundo natural se consideraba que operaba de acuerdo con los decretos de Dios, en el que las plantas más altas tenían precedencia sobre las más bajas, los animales sobre las plantas, y los humanos tenían el dominio sobre todos los intereses terrestres. La economía humana operaba de acuerdo a este marco, en el que a cada clase dentro del sistema jerárquico se le asignaba los apropiados deberes y obligaciones hacia los otros humanos. En el mundo medieval el préstamo de dinero y el comercio por el sólo beneficio eran inaceptables: el cambio venía determinado por la costumbre en apoyo de la jerarquía de clases dada por Dios. El “progreso” industrial no podía acomodarse dentro de esta cosmovisión.

Por tanto, se hizo necesario crear un cuerpo “científico” de teoría económica basada en hechos objetivos y pensamiento racional. En la “Edad de la Razón” los individuos deberían ser puestos en libertad para seguir sus propios autointereses. Si los individuos desearan operar conforme a los valores cristianos ellos serían libres de hacerlo. Ellos no podrían, sin embargo, vincularse a un modelo del universo desfasado para justificar su opresión sobre otros.


Adam Smith

La ciencia social de la economía nació bajo la sombra protectora de la Revolución Científica. Rene Descartes, el filósofo del siglo XVII, matemático y fundador de la geometría analítica, tomó la visión de que las matemáticas eran más dignas de confianza que la percepción sensible humana. Para Descartes, podía trazarse una distinción entre la mente incorpórea y el cuerpo físico con sus atributos de mecanismos de relojería. Isaac Newton continuó con su imagen de un universo ordenado y predecible, gobernado por la ley natural, dada por Dios. No hacía falta más que un corto paso para asumir que la economía fue puesta en movimiento también por la mano de Dios, de manera tal que cualquier intento de mejorarla por políticas formadas por simples humanos trastornaría el mecanismo y perturbaría su capacidad para funcionar de un modo ordenado. En tanto que ciencia social, la economía fue desde el principio estructurada en función de la admiración que su padre fundador tenía por la visión mecánica del universo de Newton.

En Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776) Adam Smith estableció el estudio científico del sistema de mercado, desarrollando la cosmovisión de que el capitalismo es necesario para la libertad y la creación de riqueza. La “Mano Invisible” debe ser dejada libre para que cree el orden a partir del caos. La ciencia social racional de Smith rescató al comercio y a la industria de las restricciones y regulaciones impuestas por las aristocracias gobernantes de las naciones comerciales poderosas. Sus objetivos a batir eran el mercantilismo y los fisiócratas.

El mercantilismo fue la primera alianza en la historia moderna entre el gobierno y los negocios, establecida para incrementar la riqueza nacional y el poder estatal. Puesto que el poder y la riqueza eran identificadas con el oro y la plata, los mercantilistas creían que la producción de bienes domésticos debería ser estimulada, mientras que el consumo doméstico por las masas debería ser limitado. A su vez, las importaciones debían ser desincentivadas mediante tarifas o restricciones cuantitativas y las exportaciones incentivadas, para así crear una balanza comercial favorable. De esta forma un país tendría una economía fuerte, con riqueza y poder fluyendo hacia su aristocracia. El papel de la iglesia, aliada a los intereses del gobierno o de los negocios, queda fuera del ámbito de este análisis, salvo para hacer notar que los líderes eclesiales tendían a ser sacados o extraídos de las familias de los poderosos, ya fuera la aristocracia rural o la nueva y emergente burguesía. Por esta razón la iglesia fue atacada tanto por ser un agente de reacción como por condonar las nuevas formas de explotación. De ahí la atracción a la aproximación científica racional para el estudio de la sociedad. Se permitió que la acumulación de riqueza se convirtiera en el sistema de valores dominante.

Sin embargo, el rechazo de Smith a la teoría fisiocrática presenta las más intrigantes revelaciones acerca del futuro desarrollo de la economía. Fundada en Francia, los fisiócratas argumentaban que la tierra, don de la naturaleza, era la forma y la fuente de la riqueza real de una nación. La tierra, y no el comercio mercantilista, permitía a la agricultura producir un producto neto positivo en exceso o superior a sus costes de producción. De ahí que la agricultura era la única verdadera empresa productiva. Los fisiócratas no estaban de acuerdo con las restricciones gubernamentales, con los subsidios y privilegios mercantilistas que protegían a la industria y al comercio. En su visión, la manufactura no producía más que lo que recibía. No generaba ningún excedente o superávit. Sus propuestas incluían la eliminación de la exención de impuestos para los propietarios rurales feudales, el alivio de los granjeros campesinos de sus cargas impositivas altas y el final del status protegido de la manufactura.

En la víspera de la Revolución Industrial en Inglaterra, la visión positiva que Smith tenía del papel de la manufactura en la creación de riqueza tuvo mayor atractivo que las visiones de los mercantilistas por un lado y de los fisiócratas por otro. Criado en el confort urbano, Smith identificaba el estilo de vida rural con la pobreza material, cultural y espiritual. En su visión, la producción creaba la riqueza real. Las restricciones al comercio y la acumulación de oro no creaban la riqueza, ni tampoco la tierra constituía la fuente de riqueza fundamental. Por el contrario, el libre comercio y la creación de maquinaria y nueva tecnología se daban en una relación simbiótica: la expansión de los mercados permitiría a la economía crecer, creando riqueza para todos. Los trabajadores y comerciantes quedarían libres de los señores feudales y de la burocracia estatal. A medida que la maquinaria reemplazara al sudor de la frente en el campo rural y en la fábrica urbana por igual, la riqueza podría crearse en abundancia de manera que todos pudieran vivir en la opulencia urbana. Aunque desnortado, este estimulante sueño forma los fundamentos del pensamiento económico occidental.


El economista egoísta

Smith presentó dos conceptos que han apuntalado la teoría económica a lo largo de su historia: el interés propio y la división del trabajo. Los dos están estrechamente relacionados. En un mundo en que la gente se mueve por el puro interés propio, donde las tareas son divididas en nombre de la velocidad y la eficiencia, tanto la noción del servicio a los demás dentro de la comunidad como la intrínseca satisfacción del trabajo son rechazadas. “No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, que debemos esperar nuestra cena: sino de la preocupación de estas personas hacia su propio interés”. En esta bien conocida afirmación de Smith nació la teoría de la economía financiera.

Smith consideraba la especialización como la clave para el crecimiento de la riqueza de una nación. Al nivel del trabajador individual -él argumentaba en su famoso ejemplo-, un trabajador podía crear un alfiler sin ayuda, pero el proceso sería muy ineficiente. Si diez hombres se especializaran en las diez fases separadas, ellos podrían hacer 4,800 alfileres cada uno, 48000 en total, allí donde cada trabajador por sí solo se esforzaría por producir sólo veinte. Conforme al mismo principio, la especialización entre comercios y países mejoraría las habilidades, incrementando enormemente la producción y de esta forma expandiendo el crecimiento económico. La cuestión de la necesidad (es decir, si existe una utilidad intrínseca en poseer más alfileres u otros artefactos de la era industrial) no entraba dentro del debate. Se asumía que los mercados en expansión eran necesarios para poner la comida en la mesa del trabajador.

Por sí misma, la división del trabajo simplemente inició el crecimiento en el proceso industrial. El crecimiento necesitaba mantenerse por medio de la acumulación de capital, pues alguien tenía que comprar las nuevas máquinas y pagar por las materias primas y los salarios (es decir, comprar el capital fijo y el circulante). La producción toma su tiempo. Cuando los trabajadores disfrutaban de un cierto acceso a los medios de subsistencia provenientes de la tierra, los sueldos podían ser pagados después de la producción y la venta quedaba terminada o completada. Sin embargo, los trabajadores urbanos carentes de tierra deben ser pagados por adelantado a partir de un depósito acumulado de riqueza, el “fondo salarial”, el cual se pensaba que crecería a medida que se expandiera la producción. A medida que los beneficios subieran, ello permitiría a los industriales acumular instalaciones y maquinaria (capital), la sangre vital de la economía.


Propiedad privada, riqueza privada

La acumulación de la propiedad dio lugar a un principio ulterior de la ciencia social secular de la economía que era nuevo para la Revolución Industrial: la noción de la posesión privada de la propiedad. Siguiendo los argumentos de los derechos naturales de John Locke, Smith sostenía que la propiedad privada acumulada debería ser protegida de la apropiación estatal. Los fabricantes necesitaban acumular capital para poder adquirir las máquinas, materias primas y el trabajo esenciales para la expansión de la producción de riqueza. El hecho de hacer descansar la propiedad en los individuos en virtud de su futuro potencial para crear riqueza, libre de los derechos y obligaciones comunitarias, encajaba bastante bien con la visión newtoniana de una sociedad que funciona como un mecanismo de relojería. Allí donde la escala de producción fuera pequeña, el número de fabricantes capaces de entrar en el mercado sería muy grande. De ahí que la competencia fuera la influencia reguladora dominante en la economía “atomística” de los individuos con intereses propios.

De acuerdo con Smith, las leyes naturales no reguladas operantes en la economía permiten al mecanismo del mercado funcionar a través de un proceso de ajuste del precio. El precio monetario de la materia prima es parte de un equilibrio económico natural. Aunque las fluctuaciones en la oferta y la demanda pueden causar que el precio de una materia prima se desvíe de su “precio natural”, tales desviaciones serán sólo temporales. A largo plazo, el precio de toda materia prima viene determinado por sus costes de producción. Las fuerzas de la competencia, argumenta él, son los reguladores vitales de la economía. Los consumidores individuales y los ofertantes son al mismo tiempo tan pequeños y tan numerosos como para influir en el mercado tomado como un todo. Dejado a sí mismo, el mercado es completamente autorregulante.

Aunque el valor de la riqueza creada por interés propio y la división del trabajo podrían ser cuantificadas y medidas, una cuestión continuaba inquietando a los discípulos de Smith: ¿cómo se creaba el valor? El dinero no era más que una medida, sin valor intrínseco alguno. ¿Provenía toda la riqueza de la tierra, como sostenían los fisiócratas? ¿Podría provenir de las máquinas, aunque ellas mismas eran creadas? Smith adelantó la teoría del valor del trabajo, la noción de que el valor de un producto puede, de alguna forma, ser igualado con la cantidad de trabajo usada en su producción. En el mundo atomístico de la teoría económica las cuestiones de la creación de valor y de los valores daban una nota discordante. La teoría del valor del trabajo, más desarrollada después por Ricardo, y a su vez por Marx, fue evitada por la corriente principal de la teoría económica.


Los economistas clásicos y J. B. Say

El sistema teórico de Smith dominó el pensamiento económico durante los siguientes cien años. Los teóricos clásicos de este periodo creían en la libertad económica, política y religiosa, esto es, la libertad frente a las restricciones tradicionales. El gobierno no debía interferir salvo en las materias de la defensa militar nacional y la justicia criminal, en donde la protección de la propiedad privada era vital. El mantenimiento de las instituciones e infraestructuras improductivas necesarias para la promoción del crecimiento económico fueron, a su vez, consideradas como “actos legítimos del gobierno”. Ricardo, Malthus, James y John Stuart Mill refinaron y desarrollaron las teorías de Smith. Sin embargo, fue J. B. Say, el líder defensor francés del laissez faire, el que amplificó un aspecto crucial de la teoría de Smith: la neutralidad del rol del dinero en la creación de riqueza.

Say siguió a Smith en considerar al dinero como un árbitro neutral del cambio. De acuerdo con Say, el dinero no tiene valor intrínseco. De ello se sigue que la oferta y la demanda están inextricablemente unidas. La teoría del mercado de Say descansaba sobre el concepto de que toda oferta crea una demanda. De ahí que el producto se intercambia por el producto: toda materia prima puesta en el mercado crea su propia demanda, y toda demanda ejercida en el mercado crea su propia oferta. Por tanto, en la economía de mecanismo de relojería no puede haber una superabundancia o exceso general de materias primas, no puede haber una sobreproducción general. Puesto que el dinero no tiene valor intrínseco, los ahorros son invertidos en nueva producción, generando así nueva demanda y reestableciendo el equilibrio. De ahí que un exceso de un producto individual es un síntoma de un temporal funcionamiento defectuoso, que debería ser dejado que se corrija a sí mismo. Los clásicos, incluido Marx, dedicaron mucho tiempo a estos asuntos.

Sin embargo, es en la teoría del dinero donde Say consolidó los principios mecánicos de la actividad económica de Smith, despejando el camino para la teoría del equilibrio competitivo general. La neutralidad asumida del dinero (Smith), y la reafirmación de su neutralidad (Say), forman un puntal importante sobre el cual se basa el mecanismo de los mercados libres y de la elección libre del HER. De ahí que la supuesta neutralidad del dinero fuera un punto principal de contienda por parte de Douglas, el cual de esta forma se apartó del desarrollo ortodoxo de la teoría neoclásica.


Teorías y aspectos prácticos

La Revolución Científica estableció que los objetos naturales no tienen ni almas ni emociones, siendo impulsados solamente por fuerzas físicas. Puesto que la ciencia de la economía se fundamentó sobre estos mismos principios, se concluyó que la economía era el estudio de los individuos impulsados por fuerzas impersonales. Como profesionales de una ciencia positiva, los economistas buscaron asegurarse de que los valores normativos basados en las opiniones subjetivas de los individuos o grupos (es decir, creencias en cualquier cosa que no fueran valores monetarios), no interfirieran con el libre juego de las fuerzas del mercado y, de esta forma, frenaran el progreso económico a largo plazo.

Muchos economistas que han estado luchando por entender esta nueva ciencia social prestaron atención a la insostenibilidad de un crecimiento económico desenfrenado. En 1857 J. S. Mill cuestionó el valor de “el tipo de progreso económico que estimula las felicitaciones de los políticos ordinarios; el simple incremento de producción y acumulación”. Usando a fondo un lenguaje normativo, Mill expresó la visión de que una dieta de satisfacciones materiales no digeridas en condiciones de sobrepoblación urbana podría ser limitado en cuanto a su valor:

No hay tampoco demasiada satisfacción en el hecho de contemplar el mundo con nada dejado a la espontánea actividad de la naturaleza; con todo trozo de tierra destinado al cultivo, que sea capaz de generar comida para los seres humanos; todo terreno florido o pasto natural, arado; todos los cuadrúpedos o pájaros que no sean domesticados para el uso del hombre, exterminados en tanto que rivales para la comida; todo seto o árbol superfluo, talado; y apenas dejando un sitio donde pueda crecer un arbusto salvaje o una flor sin que sea erradicado como una mala hierba en nombre de una mejorada agricultura. Si la tierra ha de perder esa gran porción de sus placeres y agrado que se deben a esas cosas que, un incremento ilimitado de riqueza y población extirparían de ella por el simple propósito de hacerla capaz de soportar una mayor, aunque no mejor y más feliz, población…; si esto es así, entonces sinceramente espero, por el bien de la posteridad, de que se contenten con permanecer estacionarios, mucho antes de que la necesidad les obligue a ello.

A penas es necesario subrayar que una condición estacionaria de capital y población no implica un estado estacionario del perfeccionamiento humano. Habría un ámbito mayor como nunca ha habido para todo tipo de cultura mental, y de progreso moral y social; así como mucho espacio para perfeccionar el Arte de la Vida, y mucho más probablemente para el perfeccionamiento de su ser, cuando las mentes dejen de estar absortas por el arte de tener éxito. Incluso las artes industriales podrían ser fervorosa y satisfactoriamente cultivadas, con la sola diferencia de que, en lugar de servir al propósito de incrementar la riqueza, las mejoras industriales producirían su legítimo efecto, el de una reducción del trabajo (10).


Aunque generalmente más optimista acerca de los resultados a largo plazo del capitalismo industrial, Marx también hizo sonar una nota de precaución:

En la agricultura moderna, así como también en las industrias urbanas, la productividad en aumento y la cantidad del trabajo puesto en movimiento son compradas al coste de dejar exhausta y de consumir por enfermedad a la energía laboral misma. Más aún, todo progreso en la agricultura capitalista es un progreso en el arte, no sólo de robar al trabajador, sino de robar a la tierra; todo progreso en incrementar la fertilidad del terreno por un tiempo dado, es un progreso hacia la ruina de las fuentes perdurables de esa fertilidad. Cuanto más un país comienza su desarrollo sobre la base de la moderna industria, como los Estados Unidos por ejemplo, más rápido es este proceso de destrucción. La producción capitalista, por tanto, desarrolla tecnología, y la combinación conjunta de varios procesos en un todo social, sólo mediante el agotamiento de las fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el trabajo (11).

Sin embargo, la corriente principal ortodoxa arrojó esa precaución al viento. Los teóricos economistas rechazaron de manera creciente la noción de que los seres humanos y sus acciones están enraizadas en el espacio y en el tiempo de la realidad terrenal de cada día. De ahí que la ciencia de la economía estudie una versión particular de la realidad, los aspectos materiales de la actividad humana capaces de ser aislados de todas las otras dimensiones de la realidad, y de ser medidos en términos de dinero. El fallo por establecer la existencia del éter condujo en la ciencia a la suspensión en la creencia en el tiempo y el espacio, y al establecimiento del principio de la relatividad. De manera similar, el fallo por establecer la existencia de un sistema de valores externo a la economía financiera condujo a la creencia en una economía de mercado que opera fuera del espacio y del tiempo.

Divorciada de la vida de cada día, la teoría económica comenzó a emerger con el cuerpo de ideas conocidas como “economía política”, como un medio para informar y justificar todo cambio político. De esta forma, ésta emerge no siendo ni natural ni científica. Privado de sus tradicionales restricciones comunitarias y religiosas, el desenfrenado interés propio, dejado a sí mismo, resulta en un permanente estado de violencia y destrucción. La libertad para morirse de hambre y la libertad de explotación hacia -o de ser explotado por- los otros, se consagró en un sistema legal que rechazaba los derechos y deberes tradicionales en favor de la sanción de la fuerza física.

Sobre el terreno, en el mundo real, la historia del “progreso económico” es un catálogo de injusticias y represiones brutales. La suspensión en cadenas, el despeje de las tierras altas, los cerramientos, los transportes, el comercio de esclavos, el colonialismo y el trabajo de niños en las minas y los molinos son justificados por los historiadores económicos como “ajustes” necesarios para alisar el camino del progreso económico. El apoderamiento de los comunes y la creación del sistema institucional de la posesión privada de la propiedad rural, capital e intelectual en sus múltiples formas, fue justificada por la teoría de la libertad de mercado.

La economía se convirtió en una nueva religión secular, hermosa en su altísima lógica, mas divorciada de la tierra y de las restricciones sociales tradicionales necesarias para la supervivencia a largo plazo de toda empresa humana. Mientras que Marx, Mill y muchos otros buscaban explicaciones, los frenos y contrapesos tradicionales fueron eliminados en nombre de una “libertad” informada por la economía, consagrada en la ley y consolidada por la fuerza. La teoría económica se convirtió en un sistema de creencias en donde la fe tenía un papel que jugar mucho mayor que los hechos.


De la economía política a la economía neoclásica

A medida que los economistas rechazaban los valores normativos de la economía política a favor de un cuerpo teórico más “científico”, el número de presunciones, explícitas e implícitas, se incrementaba. Cuando estas presunciones entraban en conflicto con la realidad, los economistas abogaban de manera creciente por políticas que resultaban indeseables para mucha gente. Una presunción común hecha por los economistas era que la “dotación de los factores” (quién posee qué en primer lugar) podía ser considerada como “dada”, no teniendo nada que ver con los resultados (quién termina con una gran parte del pastel y quién termina con las migas). Sin embargo, el hecho de que algunos individuos pudieran poseer tierras, otros capital y muchos nada más que el trabajo de sus manos y su mente, era de considerable importancia en lo que concierne a la distribución del ingreso.

La asumida irrelevancia de la “dotación de los factores” para influir en los resultados fue de sobra demostrada falsa por los vastos incrementos en escala de las empresas productivas en la última parte del siglo XIX. Mientras Smith creía que la competencia prevendría el monopolio, Marx más correctamente predijo que la búsqueda del beneficio y de unos más altos niveles de tecnología daría como resultado una producción en proceso de concentración en grandes empresas. Ésta “segunda revolución industrial” puso enormes poderes en manos de los bancos privados y de las sociedades anónimas que aquéllas financiaban. Los pequeños granjeros, pequeños negocios y trabajadores sin tierra se encontraron sin poder para negociar con estas vastas empresas, que surgieron de la introducción del motor de combustión interna, de los ferrocarriles transcontinentales, de la fabricación en acero de herramientas de precisión y de las industrias del petróleo y la electricidad. Aunque el poder industrial se estaba concentrando en cada vez menos manos, los economistas continuaban abogando por políticas de laissez-faire, permitiendo que los estados y las industrias cooperaran en una forma de desarrollo económico fundamentada en la “libertad” impuesta por el Estado. A medida que la actividad económica rompía los vínculos de la tradición e ignoraba las restricciones físicas de la naturaleza, la teoría económica fue invocada para guiar a la formación o educación política.


Dinero y valor

La definición de riqueza o “valor” presentaba un problema. Los mercantilistas igualaban materias primas particulares (oro, plata y otros metales preciosos) con riqueza y poder. Sin embargo, a medida que la revolución industrial progresaba uno no necesitaba una formación formal en economía como para darse cuenta de que el dinero no mantenía un valor constante. Cuando el oro era usado como dinero, una fiebre del oro en Sudáfrica o en California debería haber ejercido un impacto económico perceptible. La creación de dinero no crea riqueza: simplemente facilita la extensión de la economía financiera en áreas hasta entonces no monetizadas.

La riqueza podría, quizás, derivar de la tierra, capital y trabajo. Los economistas neoclásicos rechazaron la tierra como la fuente de todo valor: podía tener potencial, pero no creaba riqueza. El carbón dentro del terreno, la madera en los bosques y la lana en las ovejas poseían valor potencial, pero no se registraba dentro de la economía. ¿Quizás el cambio creaba el valor? Claramente no lo hacía. Si las máquinas fueran la fuente de la riqueza, esto podría explicar y justificar la parte desproporcionada de riqueza reclamada y pretendida por los poseedores de las grandes fábricas. Sin embargo, Marx, siguiendo a Smith y Ricardo, argumentaba que el trabajo era la fuente última de la riqueza, pues las máquinas eran el producto de trabajo pasado. El debate sobre la relación entre dinero, riqueza y valor fue primorosamente dejado a un lado por la llamada “revolución marginalista”. Teniendo lugar en la década de 1870, esta “revolución” teórica, que coincidió con la “segunda revolución industrial”, permitió a los economistas evolucionar hacia una pura ciencia de la sociedad. Pero esta pura ciencia económica fue construida sobre la base de una cuestión que se dejó irresuelta y eventualmente considerada irrelevante por omisión. A pesar de las acaloradas controversias acerca de la inestabilidad del dinero a lo largo del siglo XIX, el debate acerca de la naturaleza del medio de intercambio y su relación con la riqueza, con el valor y con la actividad económica general, nunca fue continuado, mucho menos resuelto.

La evolución de la economía hacia una pura ciencia de la sociedad dio a la disciplina un nuevo estatus. Igual que en cualquier otra ciencia, los teóricos adoptaron la visión de que lo importante radicaba en lo mensurable y, por tanto, en los hechos objetivos contables. Mientras que la aplicación de este conocimiento podía descansar sobre la opinión subjetiva y sobre el resultado de una discusión, el papel del teórico era el de describir cómo funcionaba el sistema. La tarea del economista era la de observar y medir los mecanismos que hacían que el mercado funcionaran correctamente. El ámbito o alcance de los cálculos matemáticos de las transacciones de mercado era evidente. Una cuestión crucial quedaba pendiente: ¿qué estaba siendo medido?


La utilidad

La teoría económica neoclásica se fundamenta sobre el principio ético del hedonismo. El hedonismo es la doctrina en la que el valor moral puede ser definido en términos de placer, y en que la búsqueda del placer es el máximo bien. La doctrina del utilitarismo fue consagrada como la premisa más fundamental de la teoría económica a través del trabajo de Jeremy Bentham. De acuerdo con esta doctrina, “una acción correcta (sic) consiste en el mayor bien para el mayor número, esto es, en maximizar el beneficio total resultante, sin consideración a la distribución de los beneficios y cargas” (Collins English Dictionary). Las implicaciones que supone aceptar esta doctrina como la premisa básica subyacente a la objetiva ciencia de la sociedad son profundas, y más allá del alcance de este libro (12). Será suficiente con hacer notar que los estudiantes de economía son rápidamente conducidos al siguiente punto. Aceptando que el placer puede ser mayor o menor, introduce a continuación la noción de que éste puede ser medido como un hecho objetivo. ¡El Hombre Económico Racional ya estaba completamente equipado y preparado!



Equilibrio

Los economistas tomaron el concepto de equilibrio de la física newtoniana y la aplicaron al mercado. Igual que la armonía de las esferas indicaban que el equilibrio en el orden natural era el plan o diseño de Dios, un equilibrio entre las fuerzas económicas contendientes era normal y natural, una parte del mismo plan o diseño universal. El equilibrio puede ser estático o dinámico. En física un objeto en equilibrio dinámico se mueve a lo largo de un camino predecible a lo largo del tiempo. Es mantenido en ese camino por la compensación de las fuerzas opuestas a medida que se mueve a lo largo del espacio libre. La velocidad, distancia y fuerza pueden ser cuantificados y medidos.

De manera similar, los economistas lanzaron el concepto de un precio de “equilibrio” mantenido por las fuerzas de la oferta y la demanda. Su argumento es ilustrado tradicionalmente mediante gráficas apropiadas en las que se muestran dos líneas que se interseccionan, una subiendo de izquierda a derecha denominada “oferta”, y la otra bajando de izquierda a derecha denominada “demanda”. Cuanto mayor es el precio (13) de una materia prima (armas, manzanas, cualquier cosa) mayor será el número de ofertantes que se introduzcan en el mercado. Cuanto más bajo sea el precio, mayor será el número de consumidores que estén dispuestos a comprar. A medida que el precio sube, la oferta sube y la demanda baja. El precio de equilibrio se alcanza cuando las fuerzas de la oferta y la demanda están compensadas o balanceadas en el punto donde las dos líneas se interseccionan en el gráfico. Una vez que este precio se establezca, persistirá, de forma tal que el mercado mantenga su equilibrio.

Aunque Alfred Marshall es aclamado en Bretaña como el alto sacerdote de la economía neoclásica, Leon Walras fue el puro teórico cuya fascinación con los sistemas mecánicos encapsuló la cosmovisión de la última revolución industrial. La compleja teoría matemática del equilibrio general de Walras fue publicada en la década de 1870. El concepto de dos materias primas (una de las cuales puede ser el dinero) intercambiándose a una tasa de equilibrio fue extendido hasta abrazar y comprender a todos los mercados de materias primas y factores simultáneamente. El universo económico de Walras operaba como una máquina. A medida que los precios subían y bajaban, éstos funcionaban como palancas y poleas en un sistema mecánico.

Construyendo sobre la obra de economistas como Say, Walras consideraba la economía como un sistema cerrado en donde los mercados se liquidaban en cualquier estadio o fase de las operaciones, resultando en una estabilidad de los múltiples mercados. De ahí que si todos los mercados, excepto el mercado del trigo y al menos uno otro, están en equilibrio, el ajuste se producirá automáticamente. Si, al precio presente del trigo, la cantidad de trigo demandada es mayor que la cantidad ofertada, el precio del trigo deberá subirse para eliminar el exceso de demanda.

Sin embargo, todos los mercados son interdependientes. Puesto que todo equilibrio estaba definido en relación al precio inicial del trigo, este incremento del precio debe perturbar el equilibrio en otros mercados. Para poder acomodar el cambio del precio “equivocado” al precio “correcto”, deberán hacerse ulteriores ajustes en todos los otros mercados, y de nuevo en consecuencia en el mercado del trigo, continuando así hasta que todo el sistema en su conjunto se mueva inexorablemente hacia el equilibrio de los múltiples mercados.

Igual que en el modelo newtoniano, los economistas usaron el cálculo infinitesimal para ayudarles a su interpretación de los datos presentados por sus observaciones. Ya se aplique al mundo natural o a los agentes económicos humanos, este mecanismo hacía posible estudiar el efecto sobre una función de un cambio infinitesimal en una variable independiente que tiende a cero. La teoría “marginalista” ha dominado la teoría económica desde entonces: véase más sobre esto abajo.

A medida que los economistas construían su universo de modelo mecánico, iban surgiendo varios problemas prácticos. La ignorancia de alternativas, por ejemplo, podía impedir el funcionamiento fluido del sistema de palancas y poleas y actuar como un obstáculo a las fuerzas ciegas del mercado. Por tanto, esa ignorancia tenía que ser eliminada como una posibilidad. Si se quería conseguir un equilibrio simultáneo, los agentes del mercado necesitaban saber todas las cantidades y todos los precios. De esta forma, los ajustes finos podrían hacerse lisamente. Walras conceptualizó al “subastador”, un mecanismo hipotético que permitía a los compradores reducir sus precios ofrecidos cuando hay un exceso de oferta e incrementarlos cuando la demanda es la que está en exceso. De esta forma tanto los compradores como los vendedores descubren el verdadero precio de equilibrio antes de que ningún intercambio real tenga lugar.

De ahí que el precio no está, después de todo, determinado en los mercados reales a través del funcionamiento de la oferta y la demanda en precios desequilibrados a lo largo del tiempo. Sino que preexiste como una fuerza etérea. Los precios de los factores de producción, incluyendo las tasas salariales, son determinados dentro del sistema mecánico en tal forma que no hay “desempleo involuntario” o pobreza. Todo exceso de cualquier tipo se registrará y será corregido por las fuerzas del mercado. El perfecto conocimiento garantiza que no existen ventajas injustas. De ahí que la tasa de beneficios es siempre y en todos lados igual, y no se incurre en ningún coste al transferir los factores de producción a lo largo del espacio físico. El monopolio no puede existir.


Marginalismo

Los economistas necesitaban datos con los que alimentar sus modelos. Mientras que Smith y los primeros clásicos se centraron en la producción, la oferta de riqueza, los marginalistas se centraron en la demanda, adoptando la visión hedonística de la naturaleza humana de Bentham. El bien de la comunidad como un todo estaba determinado por el interés del individuo en incrementar su suma total de placer y disminuir su suma total de dolor. El cálculo infinitesimal del placer y el dolor de los marginalistas buscaba establecer que la competencia perfecta maximizara el placer y minimizara el dolor.

El punto de cambio o variación al placer o al dolor es denominado el “margen”. De ahí que el “placer marginal” es un incremento extremadamente pequeño de placer sobre cierta arbitraria unidad de tiempo, capaz de ser expresada en términos del cálculo infinitesimal newtoniano. En un mundo de competencia perfecta la gente actuaba, en el margen, como balanceadores racionales del placer y del dolor, creando un equilibrio matemáticamente elegante. En este mundo místico el Hombre Económico Racional, el agente económico, era enteramente racional, sin actuar nunca por impulsos. Los marginalistas se centraron sobre el punto de cambio o variación entre variables, extendiendo el principio marginal a todas las decisiones económicas hechas por los productores y consumidores. Las motivaciones, inclinaciones y deseos eran conscientes y consistentes. No había lugar para la emoción.

El valor, en la teoría marginalista, se fundamenta sobre la satisfacción psicológica. Un producto se define, por tanto, como todo objeto o servicio que pueda dar placer o evitar el dolor. Este sistema de valor subjetivo viene ilustrado por la “ley de la utilidad marginal decreciente”. Tomando un rango de productos, surgirán diferentes niveles de satisfacción a partir del consumo de más y más unidades de cada bien o servicio. Es posible indicar la cantidad de extra-satisfacción asociada con cada unidad, o incremento “marginal” en cantidad. El decreciente “poder de satisfacción de necesidades” para un individuo de consumir unidades adicionales del mismo bien o servicio puede representarse en términos de valores numéricos declinantes. En pura teoría, estos valores subjetivos se representarían en términos de otras materias primas. En la práctica, los precios son cuantificados en términos de dinero, que es considerado un mecanismo de medida más “científico”.


Marginalismo y distribución

El universo económico mecánico de los marginalistas consta de dos tipos de agentes, los productores y los consumidores, que operan en sus diferentes mercados. Los consumidores registran sus demandas, de acuerdo con sus utilidades marginales decrecientes y órdenes de preferencia, mientras que los productores ofertan bienes y servicios en los mercados de materias primas. Mientras tanto, los mercados de factores combinan los factores de producción -esto es, tierra, trabajo y capital (máquinas e instalaciones)- hasta conseguir la máxima ventaja en la producción de riqueza. Esa riqueza constituye el ingreso de la sociedad y es distribuida de acuerdo con una ley que da a todo agente de la producción la cantidad de riqueza creada por el agente. Los factores son recompensados de acuerdo con su “productividad”, la cual se determina a sí misma mediante leyes observables. De acuerdo con la “ley de retornos decrecientes”, una empresa que esté usando cantidades constantes de capital y tierra pero que esté empleando trabajadores adicionales o crecientes en número, se encontrará con que la producción de cada trabajador adicional declinará eventual y sucesivamente. La misma verdad ocurre para los otros factores de producción. Dejado libre a sí mismo, el sistema asigna a toda la población el valor de lo que ella específicamente haya producido. La asignación del ingreso total proveniente de la producción en forma de salarios, intereses y beneficios es justa y equitativa porque cada individuo es pagado de acuerdo con su respectivo valer. En este mundo de animación suspendida o abstraída, la tecnología nunca cambia y, por tanto, no puede quebrantar la justa y equitativa distribución de la riqueza.


Los fallos teóricos en la “ciencia” de la economía

Los primeros economistas neoclásicos y los darwinistas sociales compartían la visión de que la gente no podía ni debería cambiar la sociedad por medio de una acción colectiva. A finales del siglo XIX, y desde entonces, los líderes de las poderosas multinacionales coincidieron en la visión de que la supervivencia de los más aptos era una ley de la naturaleza, de tal forma que las regulaciones humanas constituían un obstáculo innecesario a la lucha por la supervivencia. Mientras la teoría neoclásica afirmaba que el progreso económico sólo podía ser estorbado por la regulación gubernamental y la interferencia, masivas asociaciones industriales concentraban el control monopolístico sobre la producción del carbón, el petróleo, el hierro, el acero y el algodón.

Aunque la práctica y la teoría han recibido una adaptación y modificación a lo largo del pasado siglo, el paradigma básico de la economía del equilibrio general newtoniano del libre mercado (a veces denominado simultaneísta) prevalece y se mantiene firme. En el mundo de la economía del equilibrio el tiempo se suspende y el dinero no tiene ningún papel que jugar salvo aquél de herramienta útil y auxiliar. En la economía real, los bienes se intercambian por dinero, a precios monetarios. Si el precio fuera inflexible, y se determinara antes de que ningún intercambio tuviera lugar, entonces no habría nada para estudiar para los economistas. “Cualquier análisis de una economía de mercado real tiene que explicar el comercio a precios de desequilibrio porque éstos son los únicos precios que cualquiera realmente utiliza. Empezar por asumir que no existen es como estudiar un ciempiés clavándolo previamente en el suelo” (14). El intercambio en un punto del tiempo establece un precio en un punto del tiempo. Sin embargo, generaciones de estudiantes han suspendido su incredulidad para poder estudiar la teoría económica, aprendiendo a rechazar la economía de los llamados economistas alternativos como Douglas y Marx como defectuosos y heréticos.

El hecho de que el dinero juega un papel proactivo en la economía real destruye el edificio entero de la economía de equilibrio. De acuerdo con Freeman, “si un simultaneista introduce el dinero es su sistema como algo que no sea un simple numerario, éste confrontará un problema insuperable. Si a los agentes se les permite acumular dinero a cambio, entonces cualquier conjunto de tasas de precios será compatible con cualquier distribución demandada de productos. Si yo tengo un caramelo y tú tienes un bizcocho y nosotros queremos llegar a un acuerdo, entonces bajo un sistema de trueque sólo podemos intercambiar en la proporción de un caramelo a un bizcocho. Pero si el dinero cambia de manos, tú puedes venderme el bizcocho por £2, comprar el caramelo por £1, y terminar con £1 más rico. Eso es todo lo que se hace. La determinación de un sistema simultáneo se rompe mediante este simple cálculo” (15).


Conclusión

El análisis de Douglas cuestionaba ciertas premisas básicas de la teoría neoclásica. Mientras Walras consideraba la economía como un sistema cerrado en donde los mercados se liquidaban a cada estadio o fase de sus operaciones, resultando en una estabilidad de todos los mercados, Douglas desafió esa capacidad de los mercados para liquidarse. De acuerdo con la teoría del equilibrio general, los precios son infinitamente flexibles. Sin embargo, tal y como Douglas subrayó, los precios no pueden caer por debajo de los costes totales. La ortodoxia sostiene que una depresión, un exceso o superabundancia y una situación de bienes no vendidos, así como una situación de desempleo involuntario no pueden suceder allí donde los mercados y los precios son infinitamente ajustables. Douglas subrayó que quizá estas cosas no deberían suceder, pero que sin embargo estaban ocurriendo. El análisis de Douglas estaba ligado a una crítica profunda acerca de la naturaleza del dinero: pero la teoría del equilibro está callada sobre este punto.

Douglas reabrió el debate acerca del dinero, el valor y la riqueza. En la mayoría de los análisis económicos, el dinero simplemente se asume que “está ahí”. Su origen, sus métodos de creación y su punto de entrada en la economía no son considerados particularmente relevantes tanto para la amplia teoría de la economía como para los problemas económicos específicos. Por el contrario, para Douglas, el asunto de cómo estaba siendo creado el dinero, así como los efectos macro y microeconómicos que éste tenía, eran primordiales y esenciales. Douglas rechazó las premisas teóricas básicas de la ortodoxia en favor de un análisis que pudiera ser aplicado al mundo real.

Si los precios son determinados mecánicamente por los intercambios que son puestos en práctica, entonces el dinero no puede realizar la función de depósito de valor o cualquier otro tipo de rol operacional. La teoría clásica es un sistema de creencia elegante que consagra y protege al dinero y al valor dinerario como la fuerza motora escondida de una economía que funciona como un mecanismo de relojería, en donde todo lo de carne y hueso, tierra y mar, sol y cielo, en definitiva la vida misma, no tienen ninguna relevancia ni importancia alguna. En la economía real el dinero tiene mucha más importancia que la de ser un mero auxiliar o facilitador del intercambio, y la cooperación es esencial para la supervivencia de todos, incluidos los más aptos. Ha sido el propósito de este libro explorar el rol del dinero en relación al mundo real de la producción, distribución e intercambio.



(1) Soros, George (1997) ‘Capital Crimes’ The Guardian/The Week Enero 18 pp1-4.

(2) Gaitskell, Hugh T.N. (1933) ‘Four Monetary Heretics’ en G.D.H.Cole (ed) What Everybody Wants to Know About Money London. Gallancz

(3) Gee, J.M. Alec (1991) ‘The Neoclassical School’ en Douglas Mair y Anne G. Miller (eds) A Modern Guide to Economic Thought: An Introduction to Comparative Schools of Thought in Economics Aldershot and Brookfield, Edward Elgar. p71.

(4) Gee, op. cit. p83.

(5) Nelson, Julie (1993) ‘Gender and Economic Ideologies’ en Review of Social Economy Vol.LI, No.3.pp287-301

(6) Veblen, Thorstein (1915) ‘Why is Economics not an Evolutionary Science)’ en The Place of Science in Modern Civilisation and Other Essays New York, Russell & Russell (1946 edn). P73-4

(7) Por ejemplo, si dos personas limpian sus propios hogares, en lo que respecta a la economía ellos no están contribuyendo riqueza alguna a la economía. Sin embargo, si ambos se ponen de acuerdo para limpiar cada uno la casa del otro a cambio de un salario monetario, ellos ahora sí que están contribuyendo al bienestar económico de la sociedad. Sus trabajos son registrados como un incremento en el Producto Interior Bruto (PIB). Para los economistas ortodoxos esto es simplemente una irregularidad divertida. Sin embargo, presenta profundas implicaciones, no sólo en términos de medición de la riqueza sino también en lo que concierne a la distribución del ingreso.

(8) Gee, op. cit.p83, énfasis original.

(9) Gee, op. cit.p84, énfasis y paréntesis original.

(10) Mill, John Stuart (1857) Principles of Political Economy Vol.II, New York. D. Appleton & Co. (1901 edn).p339-40

(11) Marx, Karl (1867/1887) Capital Vol. I. Moscow. Progress Publishers (1974 edn).pp 474-5

(12) Véase Lutz, Mark A. and Lux, Kenneth (1988) Humanistic Economics New York. Bootstrap Press

(13) Nótese que el precio de una material prima debe expresarse en términos de alguna otra materia prima por la cual es intercambiada. Ésta puede ser cualquiera. Normalmente es el dinero, que los economistas consideran sólo como otra materia prima (aunque muy útil)

(14) Freeman, Alan (1995)’Marx without Equilibrium’ in Capital and Class 56 (Spring) pp49-89.

(15) Freeman, Alan and Carchedi, Gugliemo (eds) (1996) Marx and Non-Equilibrium Economics Cheltenham and Brookfield. Edward Elgar. p21.