¿Qué decir acerca de los “milagros económicos” japonés y alemán?
Fuente: The New Times, Vol. 54, Nº. 5, Mayo 1990.
¿Qué decir acerca de los “milagros económicos” japonés y alemán?
El bien conocido comentarista político australiano, el Sr. B. A. Santamaria, es contado entre aquéllos que continúan argumentando que un programa estimulador de un mayor ahorro ha constituido la clave para los “milagros económicos” japonés y alemán, y que debería adoptarse en Australia como medio para ayudar a superar los problemas económicos de la nación. La publicación del Sr. Santamaria, “News Weekly”, en su número del 14 de Abril, publica un artículo de Peter F. Drucker, Profesor de Ciencias Sociales en la Escuela de Posgrado Claremont, en California, en donde la teoría del ahorro se desarrolla en una forma más sofisticada, reflejando el pensamiento básico de todos los economistas ortodoxos, con independencia de que se describan ellos mismos como “monetaristas”, “clasicistas”, o “keynesianos”.
Uno puede leer a través de las diferentes teorías de los economistas ortodoxos sin descubrir ninguna referencia a las cuestiones más básicas de la economía, como “¿Cuál es el verdadero objetivo del sistema de producción?”, “¿Cuál es la función propia del dinero en relación con el sistema de producción?”, y “¿Qué es el dinero, cómo es creado y se hace disponible, y bajo qué condiciones, a los miembros de una comunidad?”. Las verdades básicas son oscurecidas mediante un tipo de jerga no muy diferente al utilizado por los brujos curanderos para mantener el control sobre aquéllos sobre los que ejercen su influencia.
El verdadero propósito de la producción es el consumo. La producción de cualquier tipo que no sirva a las genuinas necesidades del pueblo constituye no sólo algo innecesario sino también una pérdida de tiempo y recursos. Esta verdad básica es categóricamente contradicha por la opinión generalmente aceptada de los economistas de que el “pleno empleo” constituye un objetivo principal del sistema económico, quienes parecen ser felizmente inconscientes del absurdo que supone una política que busque contravenir el largo y persistente esfuerzo del hombre por producir lo que necesita con el mínimo absoluto de esfuerzo humano.
La defensa de la financiación de la producción a partir de los ahorros es semejante a la afirmación que se hacía al comienzo de la Segunda Guerra Mundial de que sólo podía ser financiada mediante la compra por el pueblo de Bonos de Guerra y mediante impuestos más altos. Hubo un substancial incremento en los impuestos, y la única razón por la que el pueblo australiano pudo pagarlos fue gracias a que tenía más dinero. La verdad es que la guerra fue financiada principalmente mediante la creación de dinero nuevo por el sistema bancario. Esto también incrementó dramáticamente la deuda nacional.
Peter Drucker observa que “sólo unos pocos historiadores advierten que, antes de la Segunda Guerra Mundial, Japón tenía una de las tasas de ahorro más bajas de entre los principales países.” Pero presuntamente ni siquiera el conocimiento histórico de Peter Drucker se extiende hasta el punto de ser consciente de que, como resultado de la Gran Depresión de los años treinta, los japoneses habían tomado prestadas parte de las propuestas financieras del Crédito Social de Douglas y las habían adaptado a una política de subvención a las exportaciones que permitieron a los japoneses inundar los mercados mundiales con bienes a bajos precios. Esto se consiguió, no a causa de una mano de obra más barata, sino debido a la forma en que Japón estaba utilizando su crédito nacional.
Drucker proporciona un informe superficialmente correcto acerca de un Japón enormemente destrozado y siendo aconsejado por el banquero americano Joseph Dodge. Por supuesto, Japón “necesitaba una inversión de capital masiva”, pero la falsa conclusión que se infiere es que los japoneses eran capaces por sí mismos de financiar una nueva tecnología sacándola de entre sus escombros. La mayor parte de la tecnología fue proporcionada por los EE.UU., del mismo modo que más tarde Japón proporcionaría tecnología a una Corea del Sur arrollada por la guerra. En gran medida, la industria de coches japonesa, por ejemplo, no es más que un reflejo de la industria de coches americana, a la que se le añade una masa de aparatos, algunos de ellos de dudoso valor real.
Inicialmente, bajo una política de estímulo al ahorro para los japoneses, la tasa de inflación se redujo enormemente. No desapareció, como afirma Peter Drucker. En el pasado Japón tuvo una tasa de inflación muy alta, y actualmente está subiendo. Ningún país en el mundo ha sido capaz de eliminar la inflación por completo, ni siquiera Suiza, con su sistema de gobierno de bajo coste, o Alemania Occidental, por la simple razón de que la inflación, ya sea “baja” o “alta”, “controlada” o “incontrolada”, está matemáticamente asegurada bajo el convencional sistema financiero de deuda. La inflación es inherente al sistema económico-financiero ortodoxo. La inevitabilidad de una continua inflación y sus destructivas implicaciones tanto sociales como económicas fueron predichas por C. H. Douglas al final de la Primera Guerra Mundial. Los acontecimientos posteriores han confirmado la exactitud de lo que predijo.
Al contrario de lo que Peter Drucker dice, los ahorros no financiaron “el crecimiento explosivo de la economía japonesa y el impulso exportador”. En la medida en que los ahorros japoneses hayan sido usados para financiar producción de capital, simplemente han contribuido al febril intento de Japón de hacer funcionar su economía mediante impulsos exportadores masivos. No se da ninguna explicación acerca de dónde se originaron esos ahorros. Igual que todas las gentes de países industrializados, los japoneses han obtenido el dinero para sus ahorros a partir de sus ingresos. Igual que en cualquier otro país del mundo, todo el dinero en Japón se origina en el sistema bancario como una deuda. La estructura de la deuda interna de Japón es enorme. Lo mejor que se puede decir acerca del sistema de dinero deuda de Japón es que el interés que se carga es más bajo que en otros países como Australia. Se podría también argumentar que la deuda interna es preferible a la deuda externa.
Resulta instructivo advertir que los defensores de la teoría del ahorro para superar los problemas de Australia también afirman que esto permitirá a Australia pasar a ser más “eficiente” y, por tanto, capaz de exportar más. A parte de la falta de explicación acerca de cómo todas las naciones pueden al mismo tiempo, mediante una mayor “eficiencia”, obtener un mayor excedente de exportaciones, la cuestión acerca del verdadero propósito de la exportación se ignora por completo. El verdadero y sano propósito de la exportación debería ser cambiar el excedente de producción, particularmente aquél que por las circunstancias pueda ser más rápidamente producido, a cambio del excedente de producción de otras naciones, para la común ventaja de todos.
La “lucha por los mercados” es el resultado de un sistema económico-financiero que, bajo reglas ortodoxas, y reflejando una falsa filosofía, distribuye una cantidad insuficiente de poder adquisitivo para poder pagar los precios de los bienes producidos. Las razones de esta deficiencia han sido claramente resumidas en la literatura del Crédito Social desde que Douglas llamó la atención sobre ella por primera vez. En la práctica, la teoría del ahorro contribuye a esa deficiencia. Un simple ejemplo demostrará la falacia de la teoría del ahorro: asumamos que un sistema de producción está distribuyendo suficiente poder adquisitivo en sueldos y salarios para poder pagar los precios totales. Y asumamos que el total de precios y el total de poder adquisitivo son de $ 1.000. Pero si, digamos, un 10 por ciento ($ 100) de los sueldos y salarios son ahorrados y reinvertidos en una mayor producción, se darán dos resultados inevitables: bienes por valor de $ 100 no son comprados, afectando esto a la rentabilidad del sistema de producción; y cuando los $ 100 resurjan como resultado de la creación de más bienes de capital, habrá también nuevos costes por valor de $ 100 que, en última instancia, han de ser recobrados en los precios, y para los que no se ha distribuido ningún nuevo poder adquisitivo. No hay respuesta al problema de la deuda, con sus implicaciones explosivas, bajo las actuales reglas financieras que, con independencia de la forma en que se ajusten, hacen inevitable el crecimiento de la deuda.
Bajo una contabilidad financiera realista, la nueva producción debería financiarse a través de nuevos créditos, siendo retirados y cancelados conforme a la tasa estimada de depreciación de la producción. Intentar financiar la nueva producción a partir de los beneficios es semejante al hecho de usar los ahorros, pues el consumidor se ve forzado a pagar precios más altos de lo que sería necesario. Las cargas de Telecom de Australia, por ejemplo, son mucho mayores de lo que deberían ser, contribuyendo a la inflación.
La principal lección que se ha de aprender de los “milagros económicos” tanto de Alemania Occidental como de Japón es que, dada la existencia de una población competente, que trabaja duramente y que es relativamente pasiva, ésta puede ser movilizada para hacer derramar una vasta cantidad de producción, siempre que la finanza se haga disponible. Pero para poder sostener el “milagro”, tales naciones deberán intensificar su “lucha” por mercados extranjeros, o tratarán de utilizar sus excedentes de exportaciones para invertir en otras naciones y tomar el control de las mismas. De ahí, el marco de fricción entre Japón y los EE.UU.
Puede predecirse con completa certeza que una Alemania unificada y centralizada, impulsada por las mismas fuerzas que las que mueven a los japoneses, se verá forzada a tratar de resolver sus crecientes problemas internos “luchando” por abrirse camino en Europa del Este y la Unión Soviética, no mediante la fuerza de las armas, como intentó Hitler, sino mediante la fuerza de las exportaciones. El mundo “después del Comunismo”, tal y como ahora se describe, podría resultar ser mucho más peligroso que el mundo con el comunismo. Todos los grandes y beneficiosos cambios en la historia humana han sido iniciados por pequeños grupos y por naciones relativamente pequeñas. Tanto Alemania como Japón están dominados, al igual que los Estados Unidos, por los monopolios de la banca centralizada, que juntos constituyen la fuerza motriz que está detrás de la Comisión Trilateral, la cual propugna el concepto del Nuevo Orden Económico Internacional. La filosofía subyacente a este concepto consiste en que los problemas del mundo pueden ser solucionados mediante una aún mayor centralización del poder.
Una tolerante cultura británica, influenciada por la tradición Cristiana, ha tendido, como los proponentes del Poder Mundial admitieron honestamente, a oponerse a todo tipo de planificación a larga escala. Dondequiera que esa cultura todavía exista alrededor del mundo, en países como Australia, Nueva Zelanda, Canadá y partes de los EE.UU., habrá mejores posibilidades para demostrar que la gente puede convivir en armonía, con una sistema económico modificado para ponerlo al servicio de las verdaderas necesidades del individuo. Una demostración a escala relativamente más pequeña de cómo financiar un sistema económico sin necesidad de “luchar” por mercados extranjeros, constituiría la mejor contribución constructiva hacia un mundo más sano que uno que esté en las garras de la locura, la cual se manifiesta ella misma mediante el intento de utilizar cualquier forma de desintegración social, problema económico o problema político, como excusa para una mayor centralización.
Visto en: ALOR.ORG
Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)
Marcadores