Fuente: Cruzado Español, Número 86, 15 de Octubre de 1961, página 11.
EL COMUNISMO ES MÁS LÓGICO
Por F. Tusquets
Aquella gran conmoción que fue la Revolución Francesa, trastornó todo el orden tradicional cristiano –ya debilitado en los siglos anteriores– y sentó unos nuevos principios que, con la casi excepción de la Iglesia Católica, han sido paulatinamente aceptados por todo el mundo en el transcurso de los últimos ciento cincuenta años.
Hoy, la inmensa mayoría de gobernantes, dirigentes y pensadores, fundamentan sus ideas y actuaciones en los principios de la Revolución Francesa, aunque exteriormente, o en las aplicaciones prácticas de aquellos principios, se nos presentan divididos, más o menos, en dos grandes grupos. El primero, al que podemos llamar capitalista o liberal, que predomina en los países occidentales; y el segundo, marxista o comunista, que tiraniza a los pueblos situados más allá del telón de acero.
Vemos a estos dos bandos –aparentemente enemigos– desplegados, vigilándose y aprestándose a la lucha, no ya sólo en forma de una guerra real, sino en todos los terrenos. Si ello es así, el final de tan singular combate habrá de entrañar, humanamente hablando, la victoria para el campo comunista.
Además de que la Historia de este siglo, y muy especialmente la de estos últimos años, nos lo va demostrando, creemos existe una razón de sentido común que abona la anterior afirmación. A nuestro entender, muy sencilla. Liberalismo y comunismo, son hijos ambos de la Revolución; pero los liberales sólo quieren aceptar las primeras consecuencias de los principios revolucionarios, y, asustados de las últimas, intentan, en un equilibrio confuso e imposible, quedarse a mitad del camino; en cambio, los comunistas, maximalistas y mucho más lógicos, aceptan todas las consecuencias de la Revolución, a la que quieren servir hasta llegar al final.
Los liberales, haciendo una gran ofensa a Dios Nuestro Señor, equiparan la Religión verdadera a las religiones falsas, proclamando la igualdad de derechos entre todas ellas. Los comunistas llegan hasta el fin, persiguen a los católicos e intentan destruir a la Iglesia.
Los liberales, bajo la engañosa bandera de la libertad del individuo, atacan el orden tradicional cristiano, en la institución de la familia, y destruyendo las corporaciones gremiales y los derechos de las regiones naturales e históricas; cuando aquellas sociedades intermedias eran, precisamente, las garantías de la verdadera libertad. Como sustitutivo, nos dieron los partidos políticos, las mayorías inorgánicas, y el régimen parlamentario. Los comunistas continúan el camino, acabando con los restos de aquella falsa libertad, proclamando los derechos de «la sociedad» como superiores a los del individuo, al que dejan convertido en un número, en un engranaje ciego, en un esclavo.
Los liberales, bajo palabras tan altisonantes como progreso y desamortización, robaron las propiedades de la Iglesia, para enriquecer a una pequeña minoría de amigos, y luego atacaron la institución del mayorazgo; con cuyas medidas, lo que lograron, en realidad, fue herir de muerte a la institución de la propiedad en su misma esencia. Los comunistas, mucho más lógicos y consecuentes, llegan hasta la abolición pura y simple de la propiedad, implantan el colectivismo, y acaban con la libertad económica, cuya garantía era la propiedad individual y familiar.
Los liberales, proclamando la libertad de contratación, destruyeron las corporaciones gremiales, abriendo el camino al supercapitalismo financiero, para que pudiera ahogar poco a poco a la pequeña y mediana empresa, que quedó sin defensa frente a la usura y a la competencia ilimitada.
Los comunistas, rematan el trabajo empezado por los liberales, suprimiendo los restos agonizantes de empresa privada, y sometiendo a todo el pueblo a la única empresa estatal, verdadero Leviatán, al cual todos los hombres tienen que servir como esclavos.
Los liberales, favoreciendo la industrialización sin tasa ni medida, y despreciando los intereses de la clase media rural, han provocado la despoblación del campo y la enorme aglomeración en las grandes ciudades, creando, de una parte, el proletariado industrial, y de otra, estos ciudadanos de segunda clase que son los campesinos de casi todos los países de Occidente.
Los comunistas, mucho más expeditivos, acaban con los restos de la clase media campesina, creando las granjas colectivas y fusilando en masa a los «kulaks» o pequeños propietarios rurales, por no saber adaptarse al «sentido de la Historia»; en cuanto a las grandes ciudades, resuelven el problema de la vivienda obligando a que varias familias compartan el mismo piso.
Los liberales, incitaron a la mujer a lograr su «emancipación» económica, social y política. Los comunistas la equiparan con el hombre, obligándola también a trabajar como una esclava, y acaban en este aspecto la labor empezada por los liberales.
El liberalismo abrió el camino para que el marxismo pudiera llevar hasta el fin la destrucción de las estructuras cristianas. Hoy, a los liberales les ha pasado ya su hora; fueron magníficos operarios de la Revolución en su primera fase, pero, superada ya ésta, es natural que los marxistas les cojan la antorcha de la mano para seguir hasta la meta final en esta trágica carrera de relevos, cuyo resultado final –si Dios no lo remedia– no puede ser otro que la implantación de la más colosal de las tiranías que haya conocido el hombre.
Durante la primera mitad del presente siglo –estando el mundo dominado por las potencias liberales–, ha habido dos guerras mundiales: la de 1914-18 y la de 1939-45. ¿A quién han aprovechado estas guerras, y cuáles han sido sus resultados? Veamos. Resultado de la primera: nacimiento de la Rusia soviética. Resultado de la segunda: bolchevización de Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Alemania Oriental, Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia, Albania, Rumanía y Bulgaria.
Si hacemos un balance de los dieciséis años transcurridos desde el final de la última guerra hasta hoy, vemos que el comunismo se ha adueñado de Corea del Norte, China (seiscientos millones de habitantes), Indochina del Norte y Cuba. En el momento de escribir estas líneas, el comunismo se está apoderando de Laos y Vietnam del Sur. Durante estos años se ha formado un fuerte grupo de países «neutralistas», a expensas de territorios de influencia occidental. Han alcanzado la independencia un sinnúmero de países africanos y asiáticos, que se van deslizando hacia el comunismo, el cual amenaza también con arrastrar a su campo a la América hispana. Y todo ello ha venido ocurriendo con la aprobación, o por lo menos con la más absoluta inercia, de las potencias occidentales.
La Historia de estos últimos años no es más que un continuo retroceso de Occidente, y un continuo avance del comunismo. Y es que Occidente, con su escepticismo, con su confusionismo y su materialismo, está prácticamente indefenso frente al comunismo, que cuenta con legiones de fanáticos.
Si los cristianos aceptan el laicismo, y si los hombres rechazan todo lo que sea sobrenatural (tesis del liberalismo), se produce en la persona un desequilibrio formidable que conduce a la más tremenda de las confusiones. El hombre, en tales circunstancias, divorciado de su esencia más íntima, queda imposibilitado de razonar, incluso en el sentido más estricto de la palabra.
Ello nos explica, quizá, la actual contradicción de Occidente, que quisiera vencer al marxismo aceptando sus ideas y empleando su lenguaje. Sí; Occidente quiere derrotar al comunismo dando la primacía a lo económico, sin darse cuenta de que ésta es la idea fundamental del marxismo. Jesucristo nos manda en el Evangelio que busquemos primero Su Reino, y que todo lo demás se nos dará por añadidura. Pero los Occidentales, al poner la añadidura como fin principal, no hacen más que darles la razón a los comunistas.
Es el mismo tipo de lógica de tantos «católicos» de hoy, que, mientras siguen ciegamente las consignas de cualquier cura progresista, no vacilan, en cambio, de poner en duda ciertas enseñanzas pontificias, alegando que el Papa, al decir esto o aquello, no habla «ex cátedra». Y es que la razón, cuando no está iluminada por la Fe, corre peligro de dejar de ser razón. Ésta es la causa de la derrota de Occidente.
Al comunismo no se le puede vencer oponiéndole la ideología liberal. Al odio, sólo le puede vencer el Amor. A las tinieblas, la Luz. A la mentira y a la confusión, la única Verdad.
Occidente rechaza la soberanía social de Jesucristo, y por eso está a punto de sumergirse en la barbarie. Es ya hora de que nos desengañemos de una vez.
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