Fuente: Cruzado Español, Número 166, 15 de Febrero de 1965, última página.
Liberalización del comunismo
Por F. Tusquets
En el Número 12 de «Cuadernos para el diálogo», correspondiente al mes de Septiembre del pasado 1964, aparece un artículo de Carlos M. Brú y R. Giannelli, titulado «Togliatti y el partido comunista».
Empieza el artículo señalando el hecho de que en pocos meses hayan dejado de existir los dos líderes comunistas más destacados de la Europa occidental –Thorez y Togliatti–, y traza un breve contraste entre las circunstancias y características de cada uno de ellos.
Pone a continuación de relieve las conocidas cualidades de cultura e inteligencia de Palmiro Togliatti, que, valiéndose de ellas, pudo tener una gestión destacada en la política interna italiana y en los rumbos generales de la actuación comunista mundial. Después de hablar del partido comunista italiano, de su ascenso electoral en 1963, y de su fuerza –ocho millones de votos, dos millones de miembros–, dice:
«Partido enraizado, a lo largo de veinte años, en la vida corporativa y administrativa del país –sobre todo, en las esferas municipal y regional–; partido influyente en la programación económica y la organización sindical e incluso patronal; partido extendido a anchos y prestigiosos círculos intelectuales, científicos y artísticos –es de pensar que no todos simplemente «vendidos al oro de Moscú»–, y partido integrado hoy, a través de su participación dialéctica parlamentaria, en la vida y el desarrollo de la democracia italiana».
Guste o no reconocerlo, parece innegable que esa participación democrática ha integrado las masas comunistas italianas en la vida de su país.
Debido a lo cual –dice el articulista–, y por la parte que en ello tuvo Togliatti, resultaron naturales las atenciones del Gobierno Moro con la familia y correligionarios del recién fallecido. Ejemplares y reveladoras de auténtico espíritu cristiano fueron las oraciones de Su Santidad Pablo VI por Segni y Togliatti –ambos enfermos–. Y añade textualmente:
«¡Qué lejos de estas actitudes, y, al tiempo, qué lejos de la conciencia actual, qué ahistóricos, me parecen los comentarios con sus farisaicas alusiones al “postrer perdón para el descarriado” y con sus enconados anatemas, no ya sólo contra el difunto y su obra, sino contra las mismas instituciones democráticas en que aquélla ha podido desarrollarse!».
Se duele luego en el artículo del reproche que «ABC» hace a la democracia cristiana italiana, por no haber puesto fuera de la ley al comunismo de aquel país. Ya que en los regímenes parlamentarios europeos, lo más «fuera de la ley» vendría a ser la supresión, de golpe y porrazo, de un movimiento de opinión que engloba a una cuarta parte de los ciudadanos. No tiene que temer «ABC» la amenaza de una subversión comunista actualmente en Italia; si este peligro existió, fue en 1943, a la caída del régimen fascista, y precisamente a causa de haber estado el comunismo demasiado tiempo fuera de la ley. Pero, después de veinte años de democracia, el comunismo italiano está ya domesticado; la prueba de ello es que Togliatti pudo estrechar sus relaciones con los jerarcas comunistas de los demás países europeos, iniciando el concepto del «policentrismo socialista».
Y termina así el artículo:
«Policentrismo, esto es, autonomía y diversidad de los partidos y de los regímenes comunistas nacionales; integración de las masas obreras en la estructura democrática italiana, son, en lo exterior una, y en lo interior otra, dos notas características de la última etapa del político italiano fallecido. No destacar esos aspectos de entre los de su obra sería incurrir, por parte nuestra, no ya en una injusticia, sino, peor, en falta de realismo político.
Si, según estupenda frase del español Emilio Romero, “el mundo liberal se socializa, y el mundo socialista se liberaliza”, debemos estimar, en cuanto valga, toda iniciativa que, procedente de uno y otro campo, favorezca ese doble y reconfortante diagnóstico».
* * *
Creemos haber resumido o extractado lo más esencial del artículo. A continuación, nos proponemos responder a algunas de las cosas que en él se dicen. ¿O es que no consiste en esto el diálogo?
En primer lugar –vaya por delante–, nos parece muy bien que Su Santidad Pablo VI elevara sus oraciones por los dos políticos enfermos en aquel momento: Segni y Togliatti; es una obra de misericordia, que Dios nos manda a todos, el rezar por los vivos y por los muertos. La obligación de la caridad, alcanza para con todas las personas; no así para con sus obras o para con sus ideas, las cuales pueden y deben ser combatidas si son contrarias a la Ley de Dios.
Estamos conformes con los articulistas sobre la fuerza del partido comunista italiano y su extensión a círculos selectos de artistas, científicos, intelectuales e incluso –añadimos nosotros– de financieros; y en que no todos están vendidos al oro de Moscú. Nosotros diríamos todavía más: que es posible que a algunos de ellos les cueste buenas sumas de dinero el hecho de ser comunistas.
En cuanto a que el crecimiento del partido comunista italiano se deba a la persecución durante el periodo fascista, confesamos que ya no lo vemos tan claro; la prueba es que en el artículo se confiesa el gran crecimiento que ha tenido en 1963 –después de dieciocho años de domesticación democrática y de aprovechamiento de la libertad de actuación de que han venido disfrutando–. Nosotros –ingenuos y simplistas– creemos que no debe existir la libertad para el mal, y que el error no tiene derecho a nada.
Hay algunos que afirman constituye una equivocación combatir al comunismo con disposiciones gubernativas, propugnando como única solución el cambio de las estructuras. Si dicho cambio se hace en un sentido social cristiano, podríamos estar conformes con la segunda parte, pero sin excluir la primera; ahora, si el cambio de estructuras se hace en sentido marxista, o socialista-tecnocrático, mucho nos tememos que, a la larga, realmente no sería necesario combatir al comunismo, porque ya lo habrían instaurado los «anticomunistas». Es como aquellos «católicos progresistas», que, buscando la unión con los protestantes, quisieran olvidar los dogmas de la Iglesia Católica, introduciendo una especie de libertad de pensamiento dentro del catolicismo.
Hablar de integración de los comunistas dentro de la estructura democrática de un país occidental, es desconocer profundamente lo más elemental de la doctrina marxista y comunista: la relatividad de las verdades con sus continuos cambios, y el arma de la acción y el oportunismo. Todos los teóricos del comunismo coinciden en ello. De aquí, los cambios que están siempre dispuestos a hacer, aunque sea un retroceso táctico, o adoptando posturas pacifistas, pero siempre con el objetivo preciso de hacer triunfar la Revolución.
Termina el artículo dando como bueno todo lo que favorezca el doble diagnóstico de «el mundo liberal se socializa, y el mundo socialista se liberaliza». De que el mundo liberal se socialice, no tenemos ninguna duda; ahora, que el mundo socialista se liberalice, ya no lo vemos tan claro. Pero, aun admitiendo como cierto el doble diagnóstico, no vemos la razón de alegrarse por ningún lado, pues «Cuadernos para el diálogo» es una revista que se nos presenta como católica, y sus redactores son hombres cultos, y les suponemos enterados de las Encíclicas pontificias en lo que atañe al socialismo y al comunismo. Quisiéramos, por tanto, recordarles que Su Santidad Pío XI, en la «Quadragessimo Anno», afirma que el socialismo, aun en su versión moderada, es incompatible con los dogmas de la Iglesia católica, porque su manera de concebir la sociedad se opone diametralmente a la verdad cristiana.
Y en lo referente al doble diagnóstico, o sea, a los vasos comunicantes liberalismo-socialismo, el mismo Pío XI añade poco después, ponderando los gravísimos peligros de que «el padre de este socialismo educador es el liberalismo; y su heredero, el bolchevismo».
Son definitivas las palabras del Papa.
En cuanto a artículos como el que hemos comentado, y que nos presentan con tanta «objetividad» un comunismo tan humano, corren el riesgo de contribuir a aflojar las defensas anticomunistas, narcotizando a sus lectores. Puede que sus autores no sean conscientes de tal resultado. Nosotros, por nuestra parte, quisiéramos terminar dirigiéndoles unas preguntas, que hacemos extensivas al lector, como puntos de meditación.
¿Es que el comunismo se liberaliza, o es que el liberalismo se bolcheviza? ¿No será que ambos, liberalismo y comunismo, tienen un mismo origen anticristiano? Y, ¿el punto de convergencia hacia donde ambos se dirigen, no será la tecnocracia, denunciada como un peligro por Pío XII y Pablo VI?
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