Revista FUERZA NUEVA, nº 450, 23-Ago-1975
NACIONAL– SINDICALISMO, UNA DOCTRINA BOICOTEADA
Cuando, a través de la “revolución industrial” inglesa, el proletariado empieza a tener idea de su propio protagonismo y busca afanosamente la cobertura que le permita defender sus intereses incipientes y desorientados, se ilumina el campo del trabajo con la luz del sindicalismo y de la reunión de la fuerza del trabajo.
Aquella primera mitad del siglo XIX marca el fin del artesanado y el comienzo del capitalismo en el concepto económico del mundo. Los elementos de trabajo pasan de unas manos, que los usan para su provecho, a otras manos, que los harán usar a los demás para su lucro personal. También se pasa del “yo vivo de mi trabajo” (ganarás el pan con el sudor de tu frente), al “yo vivo del trabajo de los demás a los que controlo” (ganarás el pan con el sudor del de enfrente”).
Urgía cohesionar la fuerza del trabajo que el capital había reunido y masificado, y entre el proletariado surgen los líderes de la primera hora. En todo el mundo las condiciones de trabajo eran tiránicas y excepcionalmente duras y sólo cabía la emancipación a través del artesanado, o esperar que el “amo” tuviese buen corazón y fuese misericordioso. Pero en Inglaterra estas condiciones estaban multiplicadas por mil. Sólo allí debía darse la revolución social por las infrahumanas condiciones que había establecido y provocado la revolución industrial capitalista, atenta a la adoración del becerro de oro, sin otra moral más que la del lucro.
“Sindicación”
Hacia medio siglo XIX se reúne la primera Internacional Obrera, tras varias intentonas para legalizar la reunión de los trabajadores, la “sindicación” del proletariado. Dos puntos de vista distintos pero basados en la misma necesidad, se reúnen en aquella primera Internacional, y ya uno de los grupos -el de Proudhom- tiene que retirarse ante la postura marxista. Para unos, la sindicación supone la reunión del proletariado para la defensa de sus intereses sociales. Para la otra, es la reunión del proletariado, para vencer a su oponente y hacerse con los elementos de trabajo. Es la lucha de clases.
La clave del enfoque está en la contemplación total de la comunidad patria |
Desde entonces ambos puntos de vista andan a la “greña” por todos lados con diversos nombres. Pero es evidente, aun etimológicamente, que la “sindicación” es la reunión de personas para la defensa de unos intereses comunes. Y la diferencia en si son “comunes” los intereses del capital y del trabajo está en el enfoque que se dé a los mismos.
* Si los intereses de uno y otro están vistos bajo el único prisma del interés particular, el planteamiento no puede ser otro que el de la lucha de clases, el establecimiento de corporaciones de obreros frente a corporaciones de patronos, y así se asegura, por agotamiento de recursos y por temor, el triunfo del proletariado. Creo que después (“después” en la historia de la humanidad pueden ser siglos) volverá a iniciarse el ciclo económico por donde siempre ha empezado: por el atesoramiento de poder, que lleva a la suntuosidad y al poder económico, el abuso de esos poderes, la reunión de los oprimidos (en este caso descendientes de los ahora poderosos), la lucha de clases y el triunfo de los oprimidos... y la rueda vuelve a empezar y a girar otro ciclo.
*El otro enfoque es el de la defensa de los intereses comunes. Quizá el capitalismo, en su soberbia, no ha concedido a este enfoque la atención que merecía, y solo ha provocado el que, en muchos casos, degenerases sus promotores hacia la lucha de clases por reacción a la conducta del capitalismo, quien interpreta que su planteamiento de “intereses comunes” puede ser el “camouflage” del revanchismo que ellos saben pueden haber provocado (por aquello de que “cree el fraile que todos son de su aire”).
La diferencia de planteamiento entre uno y otro es notable, y ha suscitado situaciones irreconciliables entre marxistas y sindicalistas. A los primeros les interesa el enfoque político del problema. A los segundos, el enfoque social.
Soluciones
Perro a ambos les falta el “lugar” en que moverse y concretar sus aspiraciones; la solución del “hábitat” en que germinen sus teorías y que condiciona ineludiblemente tanto las aspiraciones, las reivindicaciones, como “los intereses comunes” y, por tanto, las soluciones; y mientras el marxismo tiende hacia el “paraíso del proletariado”, en el que sólo quepan ellos, los sindicalistas admiten a compartir el “hábitat” con los patronos, aunque les hacen la vida imposible. Falta en ambos casos un “algo” superior que haga coherente la doctrina con la práctica, el pensamiento con la realidad y que “comunique” los intereses porque dé fe de la existencia física de esa “comunidad”. Algo a lo que los marxistas, por otros intereses, le han negado realidad histórica consustancial con el hombre, y al que los sindicalistas han olvidado, acuciados porque las más inmediatas y perentorias necesidades no les permitían levantar su espíritu hacia techos más altos y románticos. Y ese “algo” es la Patria.
Sí. Ahí en la contemplación total de la comunidad Patria, con sus necesidades, sus preferencias y sus intereses comunes, está la clave del enfoque sindical, porque sólo supeditando los intereses particulares a los comunes, los de clase y los económicos a los de toda la población del país puede lograrse un beneficio moral, social y material equitativo y duradero. Contemplando al Sindicato como vehículo que protege y defiende los intereses del trabajo nacional, del trabajo en toda su amplitud: llegando al Nacional-Sindicalismo.
Nacional-Sindicalismo
Porque el Nacional-Sindicalismo no es más que la concepción total de la Patria en pie de Trabajo, sindicada nacionalmente para la defensa de los intereses comunes del Trabajo; patronos y obreros juntos, porque sus intereses y sus objetivos, a través de la patria son comunes. Porque la empresa que los reúne sólo tiene un objetivo: el bienestar común de sus componentes, y la suma de las empresas de la nación y su bienestar es también la suma de los bienestares comunes de quienes la componen: el bienestar de la Patria.
¿Cabe, pues, otro enfoque que el del Nacional-Sindicalismo? Quizá el día en que se logre la unidad internacional quepa el Internacional-Sindicalismo. Pero, ahora no: porque si difícilmente llegamos a hacer cuajar la unidad de la patria (¿no estamos regresando a los más absurdos regionalismos para beneficio de unos pocos “oligarcas” a costa de las micro-comunidades que, eso sí, no les importa nada de qué heterogeneidad de elementos las compongan, con tal de que les “rente” a ellos?), y más difícilmente se llega a la “Europa de las Patrias”, mal vamos a llegar a la internacionalización del problema del trabajo por falta de relación entre el problema de los mineros del Ruhr y el de los cultivadores de café de Brasil, por ejemplo. No caben los sindicatos clasistas porque son vehículos obligados de la lucha de clases, y no de la armonía de las clases, que es lo que se debe buscar. No pueden caber los gremios, porque son otra visión clasista y cerrada de obtener utilidad de una situación que fuerzan. Y no puede caber la sindicación política, porque la condición del trabajo es técnica, y sus consecuencias, sociales.
Por la misma razón apoya el Nacional-Sindicalismo el principio de unidad de Empresa, porque es en la Empresa donde se aplica la conjunción de esfuerzos para obtener un producto característico de una actividad común. Y por esa misma razón técnica del trabajo no cabe que se suponga mejor proceso de fabricación para la obtención de un producto por un comunista que por un demócrata cristiano, sino que dependerá de la formación técnica de cada individuo. Así se conciben los sindicatos por ramas técnicas, por trabajos, que no por planteamientos políticos, que, en todo caso, está por encima de los sindicatos y marca la pauta del conjunto general de la nación, orientando en todo momento el papel de cada estamento para lograr resultados incoherentes, porque lo que no puede hacerse es dejar a cada cual a su albedrío, como si cada uno viviese para sí mismo y de sí mismo, sino que hay que estar dentro de un orden en el que se plantean con toda libertad los problemas, pero con todo respeto por la prosperidad común.
Eso condiciona también el derecho de huelga y el de “lock-out”. Y que esto es así, mal que les pese a ciertos líderes sindicales que padecen esnobismo, lo refrendan las constantes medidas que los más o los menos democráticos Gobiernos que por el mundo están toman en cuanto la actitud sindical amenaza la prosperidad o la concordia nacional, y, si a veces tardan en tomarlas, no es por falta de fe en la justificación de sus razones, sino por el “qué dirán”, que es lo mismo que estamos haciendo nosotros ahora (1975) de la manera más torpe, con lo que, de seguir así, lograremos dar al traste con la prosperidad lograda y, desde luego, con la armonía, que está seriamente averiada.
Sindicalismo de clase
Así nos extraña ver la marcha sindical, al menos en algunos sectores y algunas provincias significativas hacia el sindicalismo de clase, justificando de mil formas estas desviaciones que en ningún país se quiere por los desastrosos resultados que se están viendo.
¿Adónde vamos con el planteamiento de una Central Obrera y otra Patronal? ¿Cómo podemos admitir que la Organización Sindical haga entrega de sus obligaciones y de su misión, reservándose solamente el papel de coordinadora entre ambos grandes bloques? Después de ese fraccionamiento, ¿quién garantiza que no se formarán los sindicatos políticos, cuyas reivindicaciones nada tienen que ver con las puramente sociales y económicas que reclamen las verdaderas necesidades del país? Y no es que temamos la política por la política, sino que los derechos de los patronos y obreros lo son por naturaleza propia y no política, porque la solución de los problemas del trabajo son técnicos y no políticos, y la obtención de mejores resultados para todos los que componen una empresa y un sindicato son producto de la conjunción de mejores técnicas y mejores colaboraciones, difíciles de obtener si se parte de sindicaciones políticas, de por sí disolventes.
Y no es tampoco que se trate de quitarle al hombre su derecho a la libertad de pensamiento, no. De lo que se trata es de que no se mezclen en su pensamiento, intencionadamente la mayor parte de las veces, las necesidades de tipo político llevadas al terreno de la competición casi deportiva de “a ver quién lo hace más grande”, con la seguridad de la obtención del pan nuestro de cada día, sin perder de vista que no sólo de pan vive el hombre. Que respete ese político la necesidad común, la vida común, como algo sagrado y muy por encima de su personal o “tribal” vanidad o su soberbia. Que no caiga el porvenir de la comunidad bajo el fuego de intereses que, cada vez más, le son ajenos. Que no se le obligue a enfrentarse entre sí o con sus empresarios por juegos de facción o de clase que no le benefician en nada. Que no se abuse de la coacción para obtener lo que por la razón no es posible, cuando no se tiene razón. Que se dignifique al hombre por su trabajo. Que no haya zánganos ni convidados, sino que a cada uno se le premie por lo que aporte con su sabiduría y su trabajo al bien común -y muy especialmente con su ejemplo- y no por lo que haya contribuido a envenenar y enturbiar esa armonía y bien común.
No abandonar nuestra doctrina
No podemos mirar con complacencia, ni siquiera con indiferencia, esa evolución sindical hacia la lucha de clases. Para ello tenemos una doctrina sindical, una estructura y una concepción del mundo del trabajo apropiada para armonizar la convivencia y la prosperidad entre las clases, sin hacer departamentos estancos de ellas. Abandonar esa doctrina es una traición imperdonable que, además, no se puede justificar, porque nuestra doctrina no ha fracasado ni mucho menos, sino que, en todo caso, ha sido concienzudamente boicoteada y eludida para hacerla aparecer como inadecuada. Porque, ¿cómo y con qué derecho le vamos a pedir ahora (1975) al trabajador que debe lanzarse a la lucha de clases, prácticamente a muerte, cuando tenemos todos los argumentos para demostrarle que no es necesario y que es dentro del Nacional-Sindicalismo donde su prosperidad está asegurada sin quitar nada a nadie y sin el riesgo de que a él se lo quiten tampoco? Porque, tras todo ello, asoma una “socialización” uniformadora de todo, donde todos tendrán el mismo “status”, ciertamente, pero que, sobre no ser precisamente el más lucido, estarán cerrados todos los caminos para promocionarse. Es por lo que tenemos que revelarnos contra ese proceso regresivo de planteamiento sindical. Porque el Nacional-Sindicalismo supuso un verdadero avance en las relaciones patrono-obrero y una seguridad en el aumento del nivel de vida de todos.
Nuestra doctrina no ha fracasado, sino que ha sido concienzudamente boicoteada
y eludida para hacerla aparecer como inadecuada |
Porque el hombre y su libertad están ante todas las cosas, tanto individual como colectivamente, y no podemos permitir que, por presentar una imagen de acuerdo con los dictados ajenos, no sabemos si para gustar sus ventajas o para arrastrar a todos en sus fracasos, traicionemos nuestra propia conciencia y nuestra propia prosperidad, que, una vez perdidas, nadie nos ayudará a recuperar. Ved la imagen de Italia, de Inglaterra, de Portugal, etc. Agotados por esas luchas entre sindicatos y patronos, sindicatos y Gobiernos y, lo que es peor, entre sindicatos y sindicatos. Sencillamente porque el interés particular y partidista se ha puesto por encima del colectivo. Y a nosotros, que andábamos por buen camino, nos quieren entregar a ese frenesí, por si nos dejan entrar en el Mercado Común o nos permiten recoger unas cuantas migajas del festín que los demás se organizan según sus conveniencias. La verdad es que nos resulta incomprensible cómo se están entregando los sindicatos -y lo demás- para nada y sin que nadie caracterizado lo exija. ¿Dónde están, si no, esos hombres que, a miles, se han formado en el Nacional-Sindicalismo, y a los que no se les incorpora? ¿Cómo es posible que ese potencial sindicalista ni se use ni se haya tomado nunca en serio su utilización? ¿Qué interés hay en entregar a los activistas de las CC. OO. lo que es patrimonio de la nación, y especialmente del Falangismo?
Cuando llegue la hora del arrepentimiento -que llegará- pidamos a Dios que no nos pille tan desengañados como para desentendernos del problema, pero que no confíen los postizos sindicalistas en que el trabajador no sabe con seguridad que sus problemas son suyos y no de los políticos, que los que trabajan y hacen prosperar a España son ellos y los patronos, y que “los demás” deben de terminar de jugar con ellos y su seguridad. La única aristocracia que cabe es la del trabajo, la otra sólo se puede sostener abusando de sus privilegios, y eso... cada vez se tolera menos.
Joaquín MILLÁN |
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