Fuente: La Unión, 15 de Diciembre de 1936, página 16.
EL ORDEN NUEVO
TEMAS ACTUALES
SINDICALISMO Y CORPORATIVISMO
Quisiéramos evitar todo lo que pareciera disputa con aquéllos con los que nos sentimos unidos en la sagrada hermandad del sacrificio, la guerra y el espíritu. No tienen otro carácter estas ligeras aclaraciones que, dentro de la mayor cordialidad, hacemos a nuestra concepción corporativa: en primer lugar, porque la hemos encontrado combatida, y tenemos que reanimarla, no convencidos por impugnación; y en segundo lugar, porque de ellas pueden deducirse coincidencias más importantes de lo que pudiera pensarse; y, finalmente, porque se trata de rumbos que pueden ser decisivos. Esperamos que con igual voluntad de compañerismo con que van hechas, sean recibidas.
El Tradicionalismo, como movimiento exactamente nacional, tiene el constante afán de acertar a interpretar lo español, y no siente la necesidad de marcar las diferencias de su actitud y doctrinas con otras semejantes.
Cuando señala, por tanto, alguna divergencia, es que percibe clara la necesidad de prevenir una desviación peligrosa.
En esta hora, y con ocasión de los comentarios que ha provocado la obra nacional-corporativa, es necesario proclamar de nuevo y reafirmar nuestra convicción de este orden.
Nosotros somos corporativos; creemos firmemente en la eficacia económica, social y política de la Corporación; y entendemos que la idea orgánica cristiana, que se impone al mundo, después del fracaso de todo lo inorgánico –de lo liberal y de lo marxista–, no tiene otra fórmula de realización que ésta.
El sindicato vertical de inspiración claramente germánica, y producto del intento y proceso de nacionalizar el socialismo, emprendido por Hitler, no ha encontrado acogida en ninguno de los pueblos latinos, con cuyo temperamento y concepciones básicas es incompatible. En Alemania ha podido ser porque, en primer término, los que querían salvar la Patria no tenían delante como instrumento otra cosa que las inmensas masas socialistas; había que utilizarlas y atraerlas, y la gran transacción que se hizo con ellas fue aceptar en parte su socialismo y fundirlo con la idea nacional; y, en segundo lugar, porque la doctrina marxista, característicamente alemana, encontraba al pueblo germánico siempre dispuesto a aceptar, en una u otra forma, algo de ella, ya que la misma rimaba con su complejo temperamental panteísta.
Porque –es preciso decirlo de una vez– el sindicalismo vertical, que abarca en la misma organización de esta clase a cuantos intervienen en la producción, desde el patrono y técnico hasta el último obrero, como organismo y sujeto de la producción misma, lejos de ser una superación del capitalismo, es, sencillamente, una manifestación colectivista de inspiración, no diremos que voluntaria, pero sí claramente marxista. En efecto, en él desaparece la diferenciación de funciones características de la producción; y sus elementos básicos, el capital, con su responsabilidad y su iniciativa, la técnica y el trabajo, quedan desdibujados, y en la confusión pierden su eficacia y sus virtudes.
Es fácil decir que esta fórmula respeta la propiedad y los derechos útiles e indispensables del capital. ¿Dónde está este respeto? ¿A quién corresponde en tal sistema la iniciativa, la dirección y, con ella, la responsabilidad? Si es al capital realmente, entonces, a él corresponde llamar a la empresa al trabajo, y éste ha de conservar en ella su personalidad y ostentar sus derechos, en cuyo supuesto, la novedad de la fórmula se reduce, como tantas otras, a una mera apariencia. Si es al trabajo, que, como se ha dicho, “alquila al capital en vez de ser alquilado por él”, entonces, en realidad, ha triunfado en lo económico la imposición proletaria, y, de hecho, al tener en su mano los trabajadores los instrumentos de producción, fábricas, talleres, capital, etc., con un dominio de la colectividad sindical sobre ellos, se ha logrado la socialización de dichos medios, y habrá hecho su aparición un colectivismo por compartimentos o grupos, que tendrá todos los defectos del marxismo, y en el que, anegada y deshecha la personalidad, se resentirá la producción de todos esos males incurables con que la ha dañado la falta del estímulo del interés individual, en el país soviético. En este sistema, todo el capital generoso, fecundo, audaz y emprendedor, que es el que necesita para su desenvolvimiento la libertad de la iniciativa particular, desaparece, y el que se respeta, en esa sombra de respeto de que se habla, es el parasitario del rentista que, sin riesgo ni responsabilidad, se invierte en las cajas sindicales, como antes en la deuda pública o en los préstamos hipotecarios.
Si la dirección y la iniciativa se atribuyen al conjunto sindical, entonces la fórmula colectivista-marxista-clásica se acusa más inconfundiblemente; y si, finalmente, se reserva al Estado o a sus representantes en el sindicato, quiere decir que hemos entrado en un amplio socialismo de aquél.
El ejemplo de Alemania no nos sirve: en primer lugar, porque tendríamos que formular reservas a su eficacia en la economía del país y a la opinión de éste sobre el mismo; en segundo término, porque la psicología del pueblo alemán, fácil a la aceptación de fórmulas de férrea disciplina social, en la que rinden sus aptitudes en máximo provecho, es en esto totalmente distinto a la del nuestro, con cuyas características temperamentales es forzoso contar para una ordenación definitiva; y, finalmente, porque, escaso todavía el tiempo para juzgar del acierto del ensayo, es evidente que la producción, así ordenada, semejante a una gran movilización industrial, está mantenida en su marcha por un ideal de política exterior que mantiene unido y tenso al pueblo, y en máximo rendimiento a todas sus actividades.
Es bastante fácil decir que, en [un] sistema nacional de rígidos sindicatos verticales, son innecesarios los organismos paritarios y de enlace, porque todo estará sometido a la disciplina de un Ejército. Pero, ¿quién ejercerá el mando? ¿El Estado, por sus delegados? ¿Los obreros, representantes del mayor número? ¿Los técnicos o capitalistas? Por cualquiera de los lados, el socialismo descarnado o el capitalismo sin freno asoman su perfil siniestro.
Pero, ¿hay, en toda esta concepción sindicalista, esperanza cierta de una redención y mejora del proletariado? La respuesta no puede ser más dramática. El proletariado, más que nadie, lleva su suerte unida inseparablemente a la de la producción, y todos los estímulos y garantías del desarrollo de ésta quedan fuera de aquélla. La falta de interés por producir más y mejor del sindicalismo; la carencia de un mecanismo económico, que, con apoyos en una interpretación normal de la naturaleza humana, propulse la producción misma, son las sentencias inapelables de los trabajadores a la pobreza, la escasez y, tal vez, la miseria.
Hemos hecho la crítica, tal vez aparentemente dura, pero, en realidad, simplemente objetiva, del sindicalismo. Examinemos ahora también, objetivamente, la concepción corporativa.
Delegación de Gremios y Corporaciones de la Junta Nacional Carlista de Guerra
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