No niego que hubiera fallos en la gobernación durante la época de los Borbones anteriores a 1833 (habría que señalar sobre todo a los ministros de los que se rodearon). Pero no se puede obviar la realidad de lo que ocurrió en 1833. Aún en el supuesto de dejar a un lado la cuestión de la Legitimidad (de la cual nunca se insistirá lo suficiente en que es lo más importante de todo) es indudable que desde entonces la vida política española se ha escindido en dos bandos: la de aquéllos que tratan -en palabras de Menéndez y Pelayo- el imposible de hacer orgánica la Revolución en el pueblo español y que se apoyan en una determinada rama de los descendientes de Felipe V (esto es, la Isabelona y sus descendientes, a los que se llaman intrusos o usurpadores), y la de aquéllos que tratan de restaurar en suelo español nuestra constitución monárquica, católica, tradicional y foral (que se había deteriorado y dejado a un lado o puesto en desuso en parte durante el reinado de los reyes anteriores a 1833) y que se apoyan en los Reyes legítimos sucesores de Carlos María Isidro (Carlos V).Martín Ant, mi fobia generalizada hacia los Borbones (No voy a entrar a discutir si ha habido o no excepciones) ya no viene solo de la época de Fernando VII sino de mucho más atrás. Desde mi punto de vista, esa casa real de la rival Francia nunca debió llegar a gobernar aquí por muy legítimos que fuesen dinásticamente. No debió haber ni el primero.
Es cierto que lo más importante es la consecución del bien común, que se fundamenta en la paz o tranquilidad en el orden, la cual se fudamenta a su vez en la justicia. Parte esencial de esta paz pública es ser regidos conforme a los principios de la Religión Verdadera y gozar de una prosperidad material generalizada en la población. Cierto que en cualquier forma de gobierno, hablando en abstracto, se puede establecer un Estado Católico. Pero no es menos cierto que, como nos recordaba Jaime Balmes, la forma de gobierno concreta de los españoles en virtud de la cual hemos conseguido a lo largo de los siglos llegar a esa paz pública fundamentada en la Religión Católica ha sido por medio de una constitución política de Monarquía hereditaria. ¿Resultaría prudente cambiar nuestra constitución política multisecular mediante la que nos hemos regido los españoles y surgida por siglos de práctica consuetudinaria, por "la voluntad soberana" de una masa (utilizo la palabra masa en contraposición a pueblo) desarraigada por 180 años de ideologización revolucionaria ininterrumpida y que ha estado siempre controlada en todo momento por una oligarquía revolucionaria?Y es que como dice Manuel Ribadavia, toda monarquía es algo corriente como cualquier otra cosa creada por los hombres, no creo que haya que "santificarla" ni conferirle características semidivinas. No me importan nada en absoluto las supuestas líneas sucesorias de las que habláis. Como dice Manuel Ribadavia, son cosas "mundanas", que yo sepa nadie bajó del cielo a traer a ningún rey. Los hombres los pusieron y los hombres los pueden quitar. Para mí, la única legitimidad para hacerlo es el bien de España.
¿Y quién podría ser el más adecuado? Ahí está la pregunta del millón. ¿Vé usted por qué es tan importante el principio hereditario de la Legitimidad política en la que ya se responde a la pregunta? ¿Por qué podría serlo cualquiera menos aquél al que legítimamente le corresponde, esto es, a Don Enrique de Borbón? Qué razón tenía Don Luis Hernando de Larramendi.Desde mi punto de vista, España debería estar gobernada simplemente por aquel español que sea más adecuado para el puesto sea cual sea su origen social. Así de simple.
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