En recuerdo de Dresden
Eduardo Arroyo
En medio de la crisis económica y de todo lo que está lloviendo sobre nuestro país gracias a una casta de políticos corruptos, ineficaces o, simplemente, retrasados mentales, no estaría de más recordar que un día como hoy de hace 65 años, mil bombarderos pesados dejaron caer sobre la ciudad de Dresden unas cuatro mil toneladas de bombas altamente incendiarias. La "operación" se repitió dos veces. El objetivo era simplemente, sembrar el pánico. El número de muertos sinceramente no me interesa porque en la confusión de los tiempos hay quién se ha encargado de confundir los espíritus, las cifras y las interpretaciones.. Una basura humana que, en su día, creo que ocupó la Alcaldía de la moderna Dresden se atrevió a decir públicamente, en esa Alemania "democrática" pero hedionda, que la población de esa ciudad no era "inocente". Recuerdo que cuando leí sus declaraciones aprendí a apreciar más a mi tortuga.
En estas líneas quiero, solamente, recordar a esas víctimas a las que nadie quiere recordar en todas sus consecuencias, en toda su amplitud.
Leo ante mí la foto de una carta encabezada con un sello que pone "Prime Minister´s Personal Telegram. Serial No. D83/5" fechada el 28 de marzo de 1945 y que puede buscarse en Google. Su autor es nada menos que Winston Churchill. El egregio estadista dice: "Me parece que ha llegado el momento en que debe ser revisada la cuestión del bombardeo de las ciudades alemanas por el simple motivo de incrementar el terror con cualquier pretexto. De otro modo acabaremos controlando una tierra en la ruina más absoluta. Por ejemplo, no seremos capaces de obtener en Alemania materiales de suministro porque deberemos obtenerlos para los propios alemanes. La destrucción de Dresden supone una seria objeción a los bombardeos aliados. Soy de la opinión de que los objetivos militares deberán de ahora en adelante revisarse en nuestro propio interés, antes que en el de nuestros enemigos. El secretario de Exteriores ha hablado conmigo sobre este tema y siento la necesidad de una concentración más precisa en los objetivos militares, como el petróleo y las comunicaciones justo tras la línea de guerra, antes que en meros actos de terror y destrucción, por impresionantes que puedan parecer".
Churchill se quejaba de algo que se venía haciendo tiempo atrás: Hamburgo, Magdeburgo, Bonn, Misburg, Nürenberg, Böhlen, etc. En oriente, Tokyo a la cabeza, entre otras muchas ciudades, sumaba cientos de miles de muertos originados por una estrategia que el propio Churchill reconocía consistente en "incrementar el terror". Si alguien busca un poco más, existe un telegrama fechado el 18 de febrero de 1945 – es decir: tres días después de la barbarie- del teniente coronel Merrick, responsable de la censura en el Cuartel General Aliado , que explica: "Ha sido hecha pública por error una noticia de A. P. que dice que el Mando Aéreo Aliado ha tomado la decisión de llevar a cabo bombardeos de terror sobre las ciudades aliadas para crear un problema con los refugiados y una ulterior congestión de los centros de comunicación". Merrick añade en un ejercicio notable de cinismo: "Los censores han sido avisados de que esta noticia es totalmente errónea y no debe ser hecha pública. La política aliada es bombardear objetivos militares hasta que la guerra sea ganada; si se provoca un problema con los refugiados a causa de ello, esto es una dificultad accidental de la que el enemigo habrá de ocuparse. Los censores recibirán instrucciones de acuerdo a esto".
Todo esto lleva –solo puede llevar- a una única reflexión para todos aquellos dispuestos a denunciar la injusticia y el crimen vengan de donde vengan. Existe el lugar común de que las democracias no guerrean entre ellas y de que, como por ensalmo, están sistemáticamente revestidas de un extraordinario halo de paz y concordia. Sin embargo, la historia revela que, llegado el caso, las democracias, como cualquier otra institución humana, emplearon el terror sobre inocentes con el ánimo de obtener réditos políticos o ventajas estratégicas, igual que hoy en día hacen los etarras, pero a escala astronómica. La separación clara y diáfana entre "democracia" y "terrorismo" es un mito o, más sencillamente, un fraude porque el hecho es que los hombres, estén donde estén y profesen el credo que profesen, siempre pueden corromperse y ser capaces de los mayores crímenes. Hoy, aquello no tiene remedio y, en la época de la tan cacareada "memoria histórica" –una "memoria" parcial, sesgada para servir los intereses de grupos e ideologías que tienen muchísimo que callar-, a la gente decente solo le queda demandar libertad absoluta para explicar lo que pasó e investigar un pasado sobre el que algunos echan deliberadamente sombras, bien a golpe de código penal, bien mediante propaganda mediática o con simples embustes. Guste o no, no existen asesinados "de primera", sobre los que se puede hacer lacrimógenas películas "hollywoodienses", y asesinados "de segunda" que, por haberlo sido en nombre de la "libertad", el "derecho" o el "socialismo", son relegados a meras anécdotas históricas. Los hombres del mañana deberán tener bien claro que, en palabras de Juan Pablo II, nunca -nunca- se puede legitimar la muerte de un inocente.
El tema no da para más pero es suficientemente trascendente porque, si se acepta el concepto de "culpa histórica" según qué casos, el Reino Unido y los Estados Unidos de hoy –es decir, dos democracias paradigmáticas- arrastran la responsabilidad de haber empleado una de las estrategias bélicas más infames, miserables y criminales que registra la historia. El próximo verano recordaremos nuevamente Hiroshima y Nagasaki en este mismo sentido. Y es que los credos políticos per se no salvan a nadie ni le hacen mejor; al final son siempre los hombres los que deciden. Por eso Gustavo Bueno ha estado muy oportuno al explicar que el "fundamentalismo" no solo habla árabe, sino que, por ejemplo, a veces puede expresarse en correcto inglés.
Como no soy dado a "minutos de silencio" y otras mariconadas similares, rogaría en el aniversario de la destrucción de Dresden, una sencilla plegaria por los asesinados en aquella hora del infierno.
( de:
El Semanal Digital )
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