La Vendèe:
«PRIMERA CRUZADA CONTRA LOS
"SIN DIOS"JACOBINOS»
Por Gustavo Carrère Cadirant
Buenos Aires — Argentina
«Mitis depone colla, Sicamber, adora quod incendisti, incende quod adorasti»
Remigio, Obispo de Reims
1. INTRODUCCIÓN
En la Santa Navidad de 496, durante el bautismo solemne del Rey de los Francos
—Clodoveo— y tres mil de sus súbditos en la Catedral de Reims, el obispo
Remigio pronunció las siguientes palabras:
"Doblega tu cabeza, oh Sicambro; venera
lo que hasta ahora perseguías, y persigue lo que adorabas". Cuenta una
leyenda que como el sacerdote que debía llevar el óleo sagrado de la consagración
no podía atravesar la ciudad por la multitud, una paloma blanca llevó en el pico la
botellita de óleo —ampulla— y un ángel trajo una bandera bordada con flores de
lis, símbolo que sería enseña de los Reyes de Francia.
No obstante su pasado católico, hace doscientos catorce años que Francia dejó
de reconocerse a sí misma como La fille aînée de l’Eglise (La hija primogénita de la
Iglesia). No era injusto ese título, ni mucho menos, porque la nación más extensa,
más moderna y la más culta del continente europeo tenía una sociedad católica. De
los 26 millones de franceses, sólo 40.000 eran judíos y 500.000 protestantes. Sí, se
sabían parte de la Iglesia universal, pero conscientes de su peso específico: 139
diócesis y 40.000 parroquias, en 1789; 135 obispos, alrededor de 70.000 sacerdotes
seculares —un sacerdote por cada 364 feligreses—, unos 30.000 religiosos y
40.000 religiosas. Con razón escribió François Furet que Francia, en vísperas de la
Revolución Francesa, "tenía un paisaje católico, pues iglesias, ermitas, santuarios
y monasterios integraban y, no pocas veces, modelaban pueblos y ciudades".
El estallido, el 14 de julio de 1789, de la Revolución Francesa —de neto
contenido Liberal y Masónico— como nueva etapa del proceso histórico del
alejamiento del hombre de Dios, lleva a la creación de un nuevo concepto de Estado
y sociedad, bajo el lema: "Libertad, igualdad, fraternidad, o la muerte", verdadera
parodia de la tolerancia democrática, uno de los valores más cotizados y pregonados
en el mercado revolucionario; en la teoría, todo se puede tolerar, pero en la
práctica no se tolera que se pongan límites a la «libertad». No se tolera el orden, ni
la autoridad, ni la jerarquía, ni nada que ponga obstáculos a la «libertad». Todos
gritan a coro que el valor absoluto a defender es la «libertad»; y olvidan que ésta,
para ser verdadera, debe estar cimentada en la Verdad y ordenada al Bien.
La Ilustración —difundida por los enciclopedistas franceses— consigue hacerse
con los resortes del poder político, sobre todo a través de la masonería y a partir
de la Revolución francesa, extendiendo poco a poco su influjo mediante el liberalismo;
error que lleva a la afirmación de la voluntad (de la libertad) del hombre por sí
misma, por encima de la voluntad de Dios o incluso frente a ella. Es, pues, el rechazo
de la soberanía de Dios sobre el hombre y el mundo, dando lugar a la revolución
como proceso histórico del alejamiento del hombre de Dios. Por ello, en el nuevo
régimen, los estamentos propios del orden natural deben desaparecer en beneficio
de la nación francesa, ente subversivo.
La Iglesia Católica, Apostólica y Romana en Francia, institución vital en la sociedad
gala y pilar fundamental para el sostenimiento de la Monarquía, sufrió desde los
inicios un ataque sistemático y perverso; surgieron los adoradores de la diosa Razón,
de la diosa Libertad y de la diosa Humanidad, que buscaban reemplazar la fe católica.
Comienza así la descristianización de Francia, signada por una verdadera apostasía
de sus hombres, religiosos y laicos.
El mundo moderno liberal —en el pensamiento y las instituciones, las leyes y las
costumbres— se va, pues, constituyendo ya en Occidente como una contra-Iglesia,
pues quiere vivir sin–Dios y sin–Cristo. Y es apóstata, pues todo él procede del
cristianismo: rechazando la guía de Cristo, en realidad se va configurando contra–
Cristo. Este mundo liberal cree que «la razón humana, sin tener para nada en
cuenta a Dios, es el único árbitro de lo verdadero y de lo falso, del bien y del
mal; es ley de sí misma; y bastan sus fuerzas naturales para procurar el bien de
los hombres y de los pueblos» (San Pío X, Syllabus, 1864, 3).
Así, con la finalidad de desmantelar la Iglesia Católica, Apostólica y Romana —
ya que la revolución se caracteriza por la idea de la rebelión del hombre frente a
Dios— se van sucediendo cronológicamente una serie de disposiciones revolucionarias:
·
4 de agosto de 1789: Abolición de los derechos feudales por la Asamblea
nacional.
·
24 de agosto de 1789: Votación por la supresión de los diezmos.
·
2 de noviembre de 1789: Nacionalización de los bienes del clero y su conversión
en bienes nacionales para su posterior venta en beneficio del Estado.
Estas medidas, que anulan en definitiva el poder de la Iglesia Católica en Francia,
tienen diversas consecuencias, tales como: la separación Iglesia-Estado y la formación
del primer Estado aconfesional, la desaparición del patrimonio artístico francés,
la asunción por el Estado de la educación y la asistencia social por el desmantelamiento
de la red educativa, y asistencia de la Iglesia y la manutención del clero por el Estado.
Esta última consecuencia —la desamortización de los bienes de la Iglesia— la lleva a
la pérdida de su independencia económica.
·
Febrero de 1790: Primer juramento de obediencia a la Constitución; se trataba
de una simple declaración de fidelidad a la nación, al monarca y a las decisiones
de la Asamblea Constituyente. La totalidad del clero prestó su juramento, con la
excepción del obispo de Narbona, Mons. Dillon
·
13 de febrero de 1790: Abolición de los votos religiosos, lo que significa la supresión
de las órdenes regulares. Se exclaustra a monjas y frailes, se incautan o
incendian muchos conventos.
·
18 de agosto de 1791: Supresión de las congregaciones seculares.
Estas medidas reducen los efectivos de la Iglesia Católica a los sacerdotes
diocesanos; y para ellos también hay una medida de reorganización, que les
pondrá a las órdenes directas del Estado.
·
12 de julio de 1790: Aprobación de la Constitución Civil del Clero, que es la
base angular de la instauración de una nueva iglesia y la destrucción total de la
vigente hasta entonces. Esta reordenación consiste en diseñar de nuevo las diócesis,
que deben coincidir con los límites de los departamentos. Sin embargo,
esta medida significa la supresión de 53 diócesis. Al mismo tiempo que la
reordenación parroquial, en realidad, consiste en la supresión de cuatro mil parroquias.
En cuanto al personal de la nueva iglesia, la elección de los obispos y
párrocos por una asamblea de electores (ciudadanos activos), pero que por el
censo censitario está reducido a las clases más acomodadas de la sociedad.
Además, la ordenación de los sacerdotes será por los obispos, pero estos serán
por el metropolitano y no por el Papa: es la ruptura con Roma. Se reorganiza la
Iglesia Francesa sin contar con Roma. Se introduce el culto a la Diosa Razón. Se
obliga a jurar la Constitución a obispos, sacerdotes y religiosos, con lo cual se
origina un cisma (juramentados y refractarios). Se persigue (muerte o deportación)
a quienes no juran. La enseñanza, antes muy dirigida por la Iglesia, ahora es
pública y laica. La Primaria queda abandonada.
Como el nuevo clero depende del Estado en su organización y manutención y cumple
una función pública como el resto de los funcionarios del Estado, sus miembros deben
jurar ser fieles a la nación y apoyar con todo su poder la constitución decretada
por la asamblea nacional. Empero, estas medidas que eliminan a la Iglesia Católica
francesa cuentan con la total oposición del Papa Pío VI, con lo que se da comienzo al
cisma de una iglesia galicana subordinada al poder civil, al margen de la autoridad
pontificia, de estructura episcopalista y presbiteriana, donde los obispos y los párrocos
eran elegidos por el pueblo y los nombramientos episcopales serían solamente
notificados a Roma. Entre los miembros del episcopado únicamente cuatro renegarán
de la fidelidad a Roma: Talleyrand, obispo de Autun; Loménie de Brieme, Cardenal
arzobispo de Sens; Jarente, obispo de Orleans; y Lafont, obispo de Viviers. Entre los
miembros del clero se calcula en un 53% los refractarios al juramento y reconocimiento
de la ruptura con Roma. En cuanto al pueblo creyente, éste se suma a la
oposición al clero oficial y asiste a ceremonias clandestinas. El Papa Pío VI prohibió
el juramento y excomulgó, el 12 de marzo de 1791, a los sacerdotes que lo prestaran.
El rechazo a la reorganización eclesial es respondida por las autoridades civiles
revolucionarias con fuertes medidas:
·
29 de noviembre de 1791: el clérigo que no jure en ocho días será puesto bajo
vigilancia.
·
27 de mayo de 1792: se vota un decreto que sometía a la deportación más allá de
las fronteras a cualquier eclesiástico al que veinte ciudadanos denunciaran como
no juramentado y al que el distrito reconociera como tal.
·
10 de agosto de 1792: se aprueba la famosa ley de sospechosos, donde el clero
refractario forma uno de los colectivos considerados enemigos declarados de la
revolución.
·
26 de agosto de 1792: se redacta la ley de deportación general de todos los
miembros del clero que se hayan opuesto al juramento.
·
2 de septiembre de 1792: una banda de revolucionarios sacó del carruaje en que
se conducía a la prisión a tres sacerdotes refractarios y los colgó; comienzan así
las Matanzas de Septiembre. Más de mil monárquicos —aproximadamente unos
doscientos cincuenta sacerdotes— y presuntos traidores apresados en diversos
lugares de Francia, fueron sometidos a juicio y ejecutados; es el primer asesinato
colectivo.
·
3 de septiembre de 1792: se redacta un nuevo juramento en el cual se debe
comprometer el juramentado a mantener la libertad, la igualdad y la seguridad de
las personas y propiedades.
·
Marzo de 1793: los sacerdotes subsistentes en territorio francés que se negaron a
jurar la Constitución Civil del Clero —llamados
curas refractarios— quedan condenados
a muerte. Estas medidas causan la salida de más de cuarenta mil exiliados
de condición religiosa, seis mil de los cuales recalan en España y ayudarán a acrecentar
desde el catolicismo español un sentimiento contrario al revolucionario francés,
que se materializará en 1808 en la lucha contra Napoleón.
2.
EPOPEYA VENDEANA
a) Antecedentes
La política religiosa del nuevo régimen y las medidas de excepción contra los
sacerdotes no juramentados trajeron una consecuencia cuya trascendencia iba a ser
considerable: la sublevación del oeste de Francia, no solamente La Vendée, sino más
a o menos todo el país que se extiende desde el norte del Poitu hasta la Bretaña y a
los confines de Normandía, en los territorios actuales de los obispados de Poitiers,
Angers, Lucon y Nantes. Si bien la adhesión a la causa realista intervendría también
en su estallido, la fidelidad a la Fe Católica y a la Iglesia Católica, Apostólica y
Romana constituyó sin duda el móvil mayor de aquella epopeya.
La
"Epopeya de La Vendée" refiere a la gesta católica emprendida por
campesinos y sus familias —acompañados por nobles y sacerdotes— que llevaban
prendidos escarapelas del Sagrado Corazón y se autodenominaban como ejército
católico y real; se resistían a que la presencia social de Cristo Rey fuera desterrada
de sus pueblos, de gran mayoría cristiana.
Esta región, evangelizada un siglo atrás por San Luis María Grignion de
Montfort, terciario dominico —que insistía en la devoción filial a Nuestra Señora—
fue tan inmunizada contra el virus de la Revolución, que se levantó en armas contra el
gobierno republicano y anticatólico de Paris.
San Luis María Grignion de Montfort tenía a la Santísima Virgen la devoción
más ardiente, y hasta compuso en su alabanza el "Tratado de la Verdadera Devoción",
que constituye hoy el fundamento más fuerte de toda la piedad mariana profunda.
Por otro lado, con sus misiones aproximaba al pueblo a los sacramentos y lo
enfervorizaba en la devoción al Rosario. También la sagrada insignia difundida por el
santo —el Sagrado Corazón en tela roja, encuadrado por las iniciales de Jesús y
María— fue colocado por los combatientes sobre sus chalecos, blusas, o dispuesto
como escarapela en los sombreros de amplias alas. El día de la beatificación de este
apasionado apóstol, el ilustre obispo de Angers, Mons. Freppel, lo proclamaba
solemnemente ante 20.000 vendeanos en St. Laurent-Sur-Sèvre, lugar donde reposan
los restos del extraordinario conmovedor de almas : «fue por Montfort y sus
hijos espirituales, los Misioneros de San Lorenzo, por quienes corrió el flujo
fecundo de savia cristiana en los campos del Oeste durante todo el siglo XVIII.
Si ese siglo fue en otros lugares un tiempo de decadencia moral, en el Oeste, por
el contrario, salvo en las grandes ciudades, fue una época de vivificación cristiana
durante la cual el pueblo de esta región
—dice Mgr. Freppel— estuvo
como lleno de dos sentimientos igualmente apropiados para engendrar el heroísmo:
la Fe religiosa y la fidelidad al poder legítimo. Por ello es que, cuando
en un día de odio y de obcecación se llegó a atacar a los ungidos del Señor, a
todo lo que representaba Cristo en el estado y en la Iglesia, este pueblo se estremeció
y se levantó para defender todo lo que amaba y todo lo que respetaba».
b) 1
er. levantamiento en La Vendée: 1792
El 27 de noviembre de 1791 la Asamblea decreta
"que enviaba a la cabeza
de partido a los curas refractarios", alejándolos de su comuna, de su centro de
actividad pastoral; los trasladaba a la gran ciudad, sometidos a la inspección, a la
inquieta vigilancia de las sociedades patrióticas. Imposible referir todos los clamores
que suscitó este decreto; el aldeano estaba unido al sacerdote por una razón muy
natural: el sacerdote era el mismo aldeano, su hijo, su hermano o su primo.
Los sacerdotes refractarios, reunidos en la cabeza del partido, conocían perfectamente
el estado de las campiñas, el dolor profundo de las familias y la sombría
indignación de los hombres. Esto les infundió una gran esperanza, y se propusieron
comunicárselo al rey. En una multitud de cartas que le escribieron en la primavera de
1792, le animaban para que se mantuviera firme, que no tuviera miedo a la Revolución
y que la paralizara valiéndose del derecho constitucional: el veto. El 9 de febrero
de 1792, sacerdotes refractarios reunidos en Angers, redactaron una carta para el
Rey, que puede considerarse como el "Acta originaria de la Epopeya de La
Vendée", ya que la anuncia y predice:
"(...) Señor, sois un hombre piadoso, no lo ignoramos. Haréis lo que
podáis ... Pero sabedlo, al fin, el pueblo está cansado de la Revolución. Su
espíritu ha cambiado; le ha vuelto el fervor, frecuenta los sacramentos. A las
canciones han sucedido los cánticos... El pueblo está con nosotros..." "(...)
¿Se dice que excitamos a las poblaciones?... Pero es todo lo contrario. ¿Qué
sería del reino si no contuviéramos al pueblo? Vuestro trono no se apoyaría
más que en un montón de cadáveres y ruinas... Ya sabéis, demasiado sabéis,
señor, lo que puede hacer un pueblo que se cree patriota. Pero no sabéis de lo
que sería capaz un pueblo que se ve arrebatar su culto, sus templos y sus
altares"
.
Las dificultades comenzaron con la Constitución del Clero y su juramento:
apenas uno de entre cuatro o cinco sacerdotes estuvo dispuesto a jurar. La resuelta
hostilidad de los paisanos de La Vendée para con el clero constitucional se empezó
a manifestar: en mayo de 1792 los alcaldes y oficiales municipales de treinta y cuatro
comunas de las Mauges se reunieron para tratar esta situación.
El 12 de julio de 1792, la Asamblea Nacional proclamó la "Patria en peligro";
decretó la leva de nuevos batallones de voluntarios. En cumplimiento de dicha
ley, el Director del Departamento de Deux-Sèvres ordenó a todos los municipios,
por resolución del 22 de julio, confeccionar dos listas de ciudadanos: una con aquellos
que se alisten y otra con aquellos que se nieguen. Esta novedad causó una
profunda agitación en la región. El domingo 19 de agosto la noticia de la inscripción
de voluntarios y de las persecuciones religiosas provocó la "primera explosión". Los
jóvenes de doce municipios vecinos, armados de guadañas y horquillas para recoger
paja, se reunieron en Moncoutant; se agruparon alrededor del alcalde de
Bressuire, Adrien Joseph Delouche y llamaron a todos los hombres para que acudieran
a las armas con ellos contra un gobierno de tiranos al que se negaban servir,
pidiendo el restablecimiento del Rey en su plena autoridad como único medio de
retorno al orden social y a la libertad religiosa. Los campesinos se dirigieron hacia el
castillo de Pugny, residencia del Marqués de Mouroy, antiguo coronel del regimiento
de Mèdoc, para constituir a éste en jefe y fortificarse en sus tierras; no lo encontraron
allí, pero obtuvieron de su regidor la bandera de su antiguo regimiento: de
seda blanca sembrada de flores de lis en oro, con las armas reales en el centro; fue
el primer estandarte de la guerra de La Vendèe.
De Pugny, los campesinos se dirigieron a la morada de Brachain, a casa de
un noble de la región, antiguo oficial, M. Gabriel Baudry d‘Asson, quien, después de
haber titubeado, aceptó el mando de los casi dos mil hombres presentes y lanzó un
llamado a las armas. El 22 de agosto, en Chantillón, hubo una revuelta de unos seis
a diez mil hombres. La población de la villa, siempre hostil a los principios revolucionarios,
no opuso resistencia al ejército de M. Baudry d‘Asson, que entró vigilante y
triunfante al son de tambores y pífanos. Se dirigieron a la sede de la administración
del distrito, quemando los archivos. El 23 de agosto, Bressuire opuso sus viejos
muros a los sublevados, mechados no obstante por los fusiles de caza y las guadañas
de los aldeanos. El 24 de agosto, día de San Bartolomé, se dio un último combate,
en el lugar llamado "les Moulins de Cornet". Los aldeanos, en número de seis
mil y a órdenes del M. Baudry d‘Asson, seguido por M. Richeteau de la Coindrie,
M. Calais de Puylouet y M. de Feu, armados con algunas escopetas de caza, barras
de hierros, picas, largas horcas, y otras armas improvisadas, hicieron frente a las
fuerzas republicanas, reforzadas con las tropas enviadas por el director del departamento
de Deux-Sévres: dos compañías de infantería de marina de Rochefort con
dos piezas de artillería, las guardias nacionales de Niort, La Mothe-Sain-Héraye, San
Maixent y Parthenay, bien armadas con fusiles. Éstas hicieron fuego sobre los campesinos
y los dispersaron. Más de cien perecieron, cerca de quinientos fueron apresados
y el resto corrió huyendo a través del campo. El "Journal des Deux-Sèvres"
escribió que ciento dieciocho sublevados se quedaron allí y añade que "estaban cubiertos
de cruces y rosarios". Los soldados republicanos, llenos de cólera, se ensañaron
con los cadáveres: cortaron las orejas para hacer escarapelas para los sombreros,
que serían exhibidas en la villa de Bressuire. Los prisioneros fueron llevados ante
el tribunal criminal de Niort; este consideró que debía ser indulgente y los puso en
libertad. Así, el primer levantamiento en La Vendée se frustró.
Paralelamente a estos acontecimientos los sacerdotes juramentados, muy mal
recibidos, debían apelar a la guardia nacional para mantenerse; la mayoría de los
feligreses deseaban y preferían quedarse sin sacerdote que tener a un constitucional al
que no conocían. Ante estos hechos, las autoridades departamentales dejan estallar
su resentimiento contra los sacerdotes refractarios. Comienza la deportación: cerca
de cuatrocientos padres de Maine-et-Loires de la Sarthe, atados de a dos, son conducidos
bajo guardia a Paimboeuf o son embarcados para España. Otros, cerca de
doscientos cuarenta, parten de Saint-Gilles-sur-Vie o de Sables-d‘Olonne.
c) 2
do. levantamiento en La Vendée: 1793
1) Introducción:
La ejecución de Luis XVI, el 21 de enero de 1793, conmocionó a toda
Europa. Ello, unido a la política anexionista de la Convención, hizo que la hostilidad
exterior contra la Revolución aumentara. La Francia, entusiasmada, declaró la guerra
a Inglaterra y Holanda (1 de febrero de 1793), a España (7 de marzo) y a los Estados
italianos. La Francia revolucionaria estaba en guerra contra toda Europa (excepto
Suiza y los países escandinavos); por ello decreta el 24 de febrero de 1793 la movilización
de 300.000 hombres.
Las primeras proscripciones de sacerdotes habían comenzado en otoño, y la
noticia de las matanzas de septiembre llegó hasta las más apartadas aldeas; a fines de
enero, la de la ejecución del Rey causó peor impresión. El incendio finalmente estalló
en marzo de 1793.
El 3 de marzo, en el mercado de Cholet, se supo que los funcionarios de
Paris habían decidido que los jóvenes entre dieciocho y veinticinco años fueran alistados
y enviados al ejército; aproximadamente unos quinientos jóvenes juraron públi-
camente no aceptar jamás la milicia revolucionaria. Las autoridades locales, desoyendo
el clima que se vivía, ordenaron el sorteo de los alistados en los centros de
distrito, lo que suponía la reunión de ellos en grandes grupos; en muchísimos lugares
estallaron incidentes. El 11 de marzo, en Machecoul, los guardias nacionales intentaron
imponer el sorteo, lo que costó la vida a treinta de ellos. El 12 de marzo, en Saint-
Florent, se realizó la convocatoria de los conscriptos; estos exigieron la rendición de
las fuerzas republicanas, que si bien eran inferiores en número, contaban con sesenta
armas de fuego y soldados de oficio. Los vendeanos declararon:
"Han matado a
nuestro Rey, expulsaron a nuestros sacerdotes, robaron los bienes de nuestra
Iglesia, comieron todo lo que teníamos, y ahora quieren nuestros cuerpos. ¡No
los tendrán!". Ante la negativa de los republicanos, se lanzaron sobre ellos; los
cañonearon sin éxito y tuvieron que replegarse; los paisanos quemaron las listas de
conscripción. El 13 de marzo, Jacques Cathelineau —de profesión carretero, conocido
y respetado por su devoción religiosa, de tan solo 34 años, casado y con cinco
hijos— es anoticiado por su cuñado Jean Blon de lo sucedido en Saint-Florent; al
poco tiempo entran preocupados en su casa varios vecinos: el sastre, el carpintero, el
herrero, el zapatero y labradores en número de veintisiete, para consultarlo. Entonces
se armó de una pistola, ató a la cintura el santo rosario y fijando sobre el pecho la
imagen del sagrado Corazón de Jesús, salió a la plaza pública para hablar con sus
paisanos; antes de llegar al extremo del pueblo, quinientos hombre lo seguían: toda la
población de Pin-en-Mauges. Marcharon al castillo de Jallais, donde había un pequeño
destacamento de la guardia nacional con un cañón y lo tomaron; luego cayó la
población de Chemillé. El 14 de marzo, el abate Barbotin, vicario de Gardes dio una
misa de campaña, en latín y de cara a Dios, al incipiente ejército paisano y católico de
aproximadamente unos quince mil hombres; cantaron el Te Deum, se repartieron
escapularios y todos tenían cosidos en sus ropas los Sagrados Corazones, y habiendo
recibido del sacerdote la absolución de sus faltas, se lanzaron a las órdenes de
Cathelineau sobre la ciudad de Cholet. Ni un solo campesino, frente a la cruz que se
elevaba en aquella plaza, quedó sin arrodillarse y descubrirse, mostrando una fe inquebrantable.
A veinte pasos de la cruz, bajo las balas enemigas, los vendeanos
rezaban con la misma tranquilidad que si estuvieran en sus iglesias. Cholet fue la
primera villa importante que cayó dentro de la escarcela realista. Así, al grito de
"¡Viva la Religión!"
,
se levantaba en armas toda La Vendée.
2) Desarrollo:
El clima de los ejércitos vendeanos fue profundamente religioso: las columnas
avanzaban rezando el santo rosario; no podían pasar frente a una cruz sin arrodillarse
y rezar, aunque muy rápidamente, un Pater Noster; lanzábanse al asalto cantan-
do el Vexilla Regis; los capellanes impartían la absolución antes de que se trabara el
combate.
Ese espíritu religioso se daba también entre aquellos jefes salidos del pueblo,
como el buhonero Jacques Cathelineau, llamado el "Santo de Anjou" y el ex-soldado
y leñador Jean Nicolas Stofflet. Entre los nobles, a quienes los campesinos buscaron
en sus propias mansiones y castillos para ponerlos al frente de sus fuerzas, esa religiosidad
fue menos espontánea al principio; pero una vez tomada la decisión, todos
ellos: Maurice Louis Joseph Gigost d‘Elbée; Louis-Marie de Salgues, Marquis de
Lescure; Charles Melchior Artus, Marquis de Bonchamps; Bernard de Marigny; Louis
Celestin de Sapinaud; François Athanase Charette de la Contrie; Henri du Vergier,
Marquis de La Rochejaquelein y Antoine Philippe de La Tremoille, Prince de Talmont,
se mostraron dignos de la fe sólida y simple de sus hombres.
En forma general se puede dividir la Guerra de Vendée en los siguientes períodos:
·
La Primer Guerra: marzo a octubre de 1793.
·
El Gran Viraje: octubre a diciembre de 1793.
·
Las Columnas Infernales: enero a marzo de 1794.
·
El Camino a la Paz: abril de 1794 a febrero de 1795.
·
La Segunda Guerra: junio de 1795 a marzo de 1796.
Como bien nos señala Daniel Rops: «A decir verdad, dos Francias se enfrentaron
en aquella lucha fraticida. La una, católica y tradicionalista, en la que se
confundían convicciones cristianas y realistas hasta el punto de borrar en ella el
sentido de la comunidad nacional y aceptar el lanzarse a una revuelta en el
instante en que la Patria era invadida por todas partes»; al tomar las armas
contra un gobierno al que consideraban ilegítimo y tiránico, no pensaban en absoluto
en "traicionar a Francia". «La otra, la Francia "de la montaña", vagamente
deísta, violentamente anticlerical, que no tenía en el fondo otra religión que la
de la Patria».
3) Consecuencias
La Vendée fue un levantamiento popular, que forzó a los titubeantes clérigos a
tomar partido y produjo la salida de incógnito de muchos nobles temerosos de comprometerse:
nada de aristócratas y clero que incitaban al pueblo a defender sus privilegios.
Rebelión religiosa frente al feroz volterianismo ideológico que se imponía a
sangre y fuego desde París. Una insurrección en defensa del cristianismo, que consti-
tuye un hecho único en la historia por sus proporciones y el alcance de su brutal
represión y exterminio, siendo sin duda el
"Primer Genocidio de la Modernidad".
Las cifras más conservadoras —en relación con el programa de exterminio establecido
en París y realizado por los oficiales revolucionarios— llevan a los siguientes
resultados: en dieciocho meses, en un territorio de sólo 10.000 km2 , fueron eliminadas
120.000 personas, por lo menos el 15% de la población total; diez mil edificios
fueron completamente destruidos, el 20% de los de La Vendée.
En tal sentido resultan muy ilustrativas las siguientes expresiones:
·
"La destrucción de La Vendée, el castigo de los traidores, la extirpación
del monarquismo, he aquí nuestras necesidades...". Ideas del diputado Barreré,
en nombre de la Comisión de Bien Público.
·
"¡Soldados de la libertad! Los ladrones de La Vendée han de ser exterminados
antes del fin de octubre. (...)". Arenga del General L´Echelle a sus tropas.
·
"¡Valientes defensores que lleváis el nombre de columnas infernales! ¡Os
conjuro en nombre de la ley: pegad fuego en todas partes, y no perdonéis a
nadie, ni siquiera mujeres y niños, fusilad a todos, incendiad todo!". Arenga
del General Westerman a sus tropas.
·
«La Vendée, compatriotas republicanos, ya no existe. Murió bajo nuestros
sables, con sus mujeres y niños. Yo la enterré en los pantanos y selvas de
Savenay. Siguiendo las órdenes que vosotros me disteis, he pisoteado a muerte
a los niños con nuestros caballos. Y he masacrado a las mujeres: no alumbrarán
más bandoleros. No pueden acusarme de tomar un sólo prisionero:
los he exterminado a todos ... los caminos están cubiertos de cadáveres, y
abundan en varios sitios formando pirámides. Pero los pelotones de fusilamiento
aún trabajan incesantemente en Savenay, porque a cada momento
llegan bandoleros que pretenden rendirse como prisioneros. ¡Y ya no más
prisioneros! Estaríamos obligados a alimentarlos con el pan de la libertad,
mas la compasión no es una virtud revolucionaria". Carta del General
Westerman al Comité de Salud Pública.
·
«Tenemos que convertir La Vendée en un cementerio nacional». Expresión
pública del General Turreau.
·
"... los saqueos no son, con todo, lo peor. En todos los rincones se veían
violaciones y barbarie. Republicanos han violado mujeres en las carreteras
y luego las han fusilado o degollado. Otros llevaban niños de pecho en la
punta de sus bayonetas o de las picas...". Informe de Lequinio, integrante de
la Convención.
·
"El Gobierno ha calculado el número de los habitantes y hallado que es
imposible mantener tanta gente; por lo tanto hay que tomar medidas para
disminuir la población". Nota de Juan Bautista Carrier al gobierno revolucionario.
·
"Un suceso de género enteramente nuevo ha venido a disminuir el número
de los curas". Carta de Carrier a la Convención.
3. MÁRTIRES DE LA FE
Señalaba S.S. Benedicto XIV, en el
«Tratado de Canonización de los Santos
»: "Hay martirio cuando el perseguidor, movido de hecho por su odio a la fe,
inflige la muerte, aunque se vanaglorie de hacerlo por otra causa".
La llamada «Humanista, gloriosa y liberadora Revolución Francesa»,
costó a la Cristiandad más de tres mil sacerdotes asesinados, una multitud de religiosas
profanadas, violadas y torturadas hasta la muerte, pueblos enteros destruidos y
miles de mártires fusilados, guillotinados, descuartizados, ahogados, incendiados vivos,
torturados, por oponerse a la Revolución Liberal y Masónica por fidelidad a la
Religión Católica, Apostólica y Romana; entre los beatificados figuran:
·
Beatas Mártires de Compiègne. Dieciséis carmelitas son detenidas y encarceladas
en junio de 1794; posteriormente guillotinadas el 17 de julio. En el trayecto
cantaron el Miserere y luego el Salve, Regina. Al pie ya de la guillotina entonaron
el Te Deum, canto de acción de gracias, y, terminado éste, el Veni Creator. Por
último, hicieron renovación de sus promesas del bautismo y de sus votos de religión;
subieron a su pequeño calvario cantando el Laudate con uncida compenetración,
no sin antes perdonar con el corazón y la verdad a sus despiadados e
inmisericordes asesinos. El 16 de diciembre de 1902 su S.S. León XIII declaraba
venerables a las dieciséis carmelitas. Se sucedieron los milagros, como una
garantía de su santidad, y el 13 de mayo de 1906 el Papa San Pío X declaraba
beatas a aquellas "que, después de su expulsión, continuaron viviendo como
religiosas y honrando devotamente al Sagrado Corazón".
·
Beatas Mártires de Valenciennes. Once hermanas ursulinas recluidas en arresto
domiciliario el 3 de septiembre de 1794 y condenadas a muerte el 23 de octubre
por "haber enseñado la Religión Católica Apostólica". Esa tarde en la plaza de la
ciudad subieron a la guillotina cantando. Beatificadas por S.S. Benedicto XV, el
13 de junio de 1920.
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Beatas Mártires de Cambrai. Cuatro Hijas de la Caridad, pertenecientes a la
comunidad de Arrás, guillotinadas el 26 de junio de 1794, por negarse a jurar la
Constitución Civil del Clero. Beatificadas por S.S. Benedicto XV, el 13 de junio de
1920.
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Beatas Mártires de Orange. Ifigenia Gaillar, Teotisa Pélissier, Andrea Minutte,
Mariana De Rocher, Mariana Béguine-Royal y 27 Religiosas más, guillotinadas
entre el 6 y el 26 de julio de 1794; subieron al cadalso riendo, cantando, orando
por sus verdugos. Beatificadas por S.S. Pío XI, el 10 de mayo de 1925.
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Noel Pinot. Sacerdote diocesano. Detenido en la noche del 9 de febrero de
1794, cuando se preparaba para celebrar la Santa Misa. El 21 de febrero de
1794 se abrió en Angers el proceso contra él. Las acusaciones fueron: presunta
colaboración con los insurrectos de La Vendée, negación de juramento a la
constitución civil, presunta cooperación para la reposición de la monarquía y,
sobre todo, el prohibido ejercicio de la profesión de sacerdote. Condenado a
muerte, subió al patíbulo vestido con alba y casulla. Momentos antes de su decapitación
tuvo que quitarse la casulla, pero los fieles le pusieron más tarde el
ornamento después de la consumación del sacrificio. Beatificado por S.S. Pío
XI, el 21 de octubre de 1926, quién expresó: "Noel Pinot atestiguó, llevando
hasta el momento de su ejecución la casulla, que la tarea primordial, más
importante y más sagrada del sacerdote es la celebración de la Santa Eucaristía
según el encargo del Señor: «Haced esto en memoria mía»".
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Luis José François y Juan Enrique Gruyer. Sacerdotes pertenecientes a la
Congregación de la Misión. Por negarse ambos a jurar la Constitución Civil del
Clero, fueron asesinados. El primero fue lanzado por la ventana y el segundo
atravesado por una espada, el 3 de septiembre de 1792. Beatificados por S.S.
Pío XI, el 17 de octubre de 1926.
·
Pedro Renato Rogue. Sacerdote de la Congregación de la Misión. Tras unos
meses de cárcel y malos tratos, sobrellevados con paciencia y buen ánimo sirviendo
de apoyo a otros fieles, murió decapitado el 3 de marzo de 1796. Beatificado
el 10 de mayo de 1934.
·
Beatos Mártires de Angers. El Terror desatado por la Revolución Francesa ha
producido miles de víctimas en Anjou; el Padre Gruget estima que 2000
vendeanos, fieles a la fe, fueron fusilados. La Causa de Beatificación, introducida
en 1905, comprendía a 99 personas: 15 que fueron guillotinadas en Angers,
y 84 que fueron fusiladas en Champ-des-Martyrs d’Avrillé, entre el 30 de octubre
de 1793 y el 14 de octubre de 1794. "Nos, acogiendo el deseo de nuestros
hermanos Jean Orchampt, obispo de Angers,(...), así como de otros
muchos hermanos en el Episcopado y de numerosos fieles cristianos, después
de haber escuchado el parecer de la Sagrada Congregación para las
Causas de los Santos, con nuestra Autoridad Apostólica establecemos que
los venerables Siervos de Dios Guillermo Repin y compañeros (...), de aho-
ra en adelante llamados Beatos y que su fiesta pueda celebrarse todos los años
en los lugares y del modo establecido por el derecho, el día del tránsito para el
cielo: el 1 de febrero para los Beatos Guillermo Repin y compañeros (...). En el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo"
. Con esta fórmula S.S. Juan
Pablo II declaró Beatos al R.P. Guillaume Repin y 98 mártires franceses (11 sacerdotes,
3 religiosas y 84 seglares —4 varones y 80 mujeres— que murieron por la Fe
en Angers en 1793-94, durante la Revolución Francesa). La ceremonia tuvo lugar
en la basílica de San Pedro, Roma, el domingo 19 de febrero de 1984. La homilía
del Papa el día de su beatificación tiene puntos que esclarecen mucho este y otros
martirios: "Son, en primer lugar, los numerosos mártires que, en la diócesis de
Angers, en los tiempos de la Revolución Francesa, aceptaron la muerte, porque
como dijo Guillaume Repin, quisieron «conservar su fe y su religión», con firme
adhesión a la Iglesia católica y romana; sacerdotes que se negaron a prestar un
juramento que consideraban cismático, y que no quisieron abandonar su cargo
pastoral; laicos que permanecieron fieles a estos sacerdotes, a la Misa celebrada
por ellos y a las manifestaciones de culto a María y a los santos. Sin duda, en
un contexto de fuertes tensiones ideológicas, políticas y militares, se pudo hacer
pesar sobre ellos sospechas de infidelidad a la patria; se les acusó, en las
actas de las sentencias, de compromiso con las «fuerzas anti-revolucionarias».
Así sucede en casi todas las persecuciones, de ayer y de hoy. (...) "Nos admiran
sus respuestas decididas, tranquilas, breves, francas, humildes, que no tienen
nada de provocación; y que son tajantes y firmes en lo esencial: la fidelidad a
la Iglesia. Así hablan los sacerdotes, todos guillotinados como su venerable
decano Guillaume Repin, las religiosas que se negaban incluso a dejar creer
que habían prestado juramento, los cuatro hombres laicos". ( L’Osservatore
Romano, pág.2 (118) - 16 de febrero de 1984 ).
4. GENOCIDIO
La Revolución Francesa y sus armas republicanas no se pueden librar de
todos los excesos cometidos en nombre de la fraternidad, de la libertad, de la patria,
por la aplicación de ese famoso adagio:
"Pas de liberté pour les ennemis de la
liberté".
Aquella bestial represión de los católicos de La Vendée fue, como ha dicho
Pierre Chaunu,
"la más cruel entre todas las hasta entonces conocidas, y el
primer gran genocidio sistemático por motivo religioso". Y quizá lo más lamentable
fuera que —también por primera vez en la historia— esta masacre se llevó a
cabo bajo la bandera de la tolerancia.
Según la definición de politicólogos reconocidos, la esencia del "genocidio"
no reside en un método particular de exterminio —siempre relativo al nivel de desarrollo
técnico— ni a los resultados efectivos, igualmente contingentes, sino más bien
sobre "la intención de los responsables". La voluntad de exterminar totalmente una
comunidad humana suficientemente grande a identificar, si está acompañada de una
racionalización de los medios disponibles.
Como señala Hans Graf Huyn: "fueron violadas las monjas; cuerpos vivos
de muchachas soportaron el descuartizamiento; se formaron hileras con los
niños para ahogarlos en estanques y pantanos; mujeres embarazadas se vieron
pisoteadas en lagares hasta morir, y en aldeas enteras los vecinos perecieron
por beber agua que había sido envenenada. Casi ciento veinte mil habitantes
de La Vendée fueron asesinados, y arrasadas decenas de miles de viviendas".
En tal sentido, Jean Meyer observa:
"La cuestión de fondo de aquel enfrentamiento
no estuvo en la disyuntiva entre monarquía o república, ni fue un conflicto
entre estamentos, sino que consistió más bien en la decidida intención de
extirpar esas creencias sin reparar en medios".
Seguramente sería una equivocación argüir solo de los excesos del Terror
para condenar toda la obra de la Revolución; como asimismo sería injusto querer
limpiar a los criminales y los asesinos no considerando más que el momento erigido
por la Convención, ya que en ella se habla expresamente, refiriéndose al catolicismo,
de "fanatisme outre", de "fanatisme invincible", y de "crimen de fanatismo" al hecho
de profesar la fe católica. La Revolución Francesa no es sino una versión histórica
más de la "Revolución", que es sola y única —en verdad su causa verdadera y profunda
la comprobamos en el espíritu de rebelión y soberbia que caracterizó el pecado
de Lucifer y de sus ángeles, en primer lugar, y en el de nuestros primeros padres
en el paraíso terrenal, en segundo lugar— . Por ello, la Revolución Francesa no
puede juzgarse como un proceso situado en el plano de abstractos ideales sin relación
a sus supuestos ideológicos o a los hechos nefastos por ellos desencadenados;
un juez revolucionario sentenció a un sacerdote refractario, que se negó a suscribir el
juramento constitucional por deber de conciencia, diciendo: "Cuando la ley habla,
la conciencia debe callar".
Sin embargo, a través de la "historia oficial francesa", el estado francés sigue
reivindicando públicamente las "obras de la Revolución" como ápice de humanidad
y, paralelamente, continúa silenciando el "Genocidio de La Vendée", como crimen de
lesa humanidad.
¡Qué importante sería que algún día no muy lejano, el Estado Francés reconozca
y asuma públicamente ante el mundo los excesos cometidos en su nombre por
la Revolución Francesa bajo el lema
"Libertad, Igualdad, Fraternidad o la muerte"
y pida perdón por el "Primer Genocidio de la Modernidad", en La Vendée!
Un forcejeo incesante entre la Iglesia de Cristo y el mundo liberal moderno,
que quiere construirse sin Dios, al margen de Dios y, a veces, contra Dios. Por ello,
mientras los cristianos católicos afirmamos que
"es preciso que reine Cristo" sobre
nuestros pueblos (1Cor. XV, 25), los modernos, liberales y derivados, siguen queriendo
lo contrario: "no queremos que éste reine sobre nosotros" (Lc. XIX, 14).
Nos corresponde, pues, a los católicos, a la Iglesia, todo el peso histórico en
esta durísima lucha para mantener a Dios como fundamento de las leyes y del orden
cultural y social, y para afirmar que no hay salvación para los hombres y para los
pueblos y sociedades sino en la medida en que se acepta a Cristo como Rey (Hch.
IV,12), a quien, después de su victoria en la cruz, ha sido dado «todo poder en el
cielo y en la tierra» (Mt. XXVIII, 18).
Hace doscientos diez años se iniciaba así la «Epopeya de La Vendée»,
Primera Cruzada contra los
"sin Dios" jacobinos.
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