Curioso: Los escoceses históricos, los que ahora moran en Escocia, se consideran herederos de un pueblo llegado de España

Manuel Morillo Rubio



DECLARACIÓN DE ARBROATH
Carta dirigida al Papa Juan XXII por los Barones Escoces.
Robert the Bruce(Roberto I de Escocia) y Barones
"Luchamos, por la libertad - solo por eso, a lo que ningún hombre honesto renuncia sino con su muerte"
[6 de Abril de 1320*

Santísimo Padre y Señor en Cristo, Señor Juan, por providencia divina Pontífice Supremo de la Sacrosanta Iglesia Romana y Universal, sus humildes y devotos hijos, Duncan, Conde de Fife, Tomás Randolph, Conde de Moray, Lord de Man y de Annandale, Patricio Dunbar, Conde de March, Malise, Conde de Strathearn, Malcolm, Conde de Lennox, Guillermo, Conde de Ross, Magnus, Conde de Caithness y Orkney, y Guillermo, Conde de Sutherland; Walter, Comisario de Escocia, Guillermo Soules, Butler de Escocia, Jaime, Lord de Douglas, Roger Mowbray, David, Lord de Brechin, David Graham, Ingram Umfraville, Juan Menteith, guardián del Condado de Menteith, Alejandro Fraser, Gilberto Hay, Constable de Escocia, Roberto Keith, Mariscal de Escocia, Enrique St. Clair, Juan Graham, David Lindsay, Guillermo Oliphant, Patricio Graham, Juan Fenton, Guillermo Abernethy, David Wemyss, Guillermo Mushet, Fergus de Ardrossan, Eustácio Maxwell, Guillermo Ramsay, Guillermo Mowat, Alan Murray, Donald Campbell, Juan Cameron, Reginaldo Cheyne, Alejandro Seton, Andrés Leslie, and Alejandro Straiton y otros barones y propietarios y la comunidad entera del reino de Escocia mandan toda manera de reverencia filial, con besos devotos a sus pies benditos.
Santísimo Padre y Señor, sabemos y encontramos en las crónicas y libros de los antiguos, que entre las ilustres naciones, la nuestra, la de los escoceses, ha sido dotado con extensa fama. Viajaron los escoceses de Escitia Mayor por vía del Mar Tirreno y los Pilares de Hércules, y moraron durante un largo tiempo en España entre los pueblos más feroces, pero ninguna raza, por más bárbara que fuese, pudo sojuzgarlos. Desde allí vinieron, mil y doscientos años después de que el pueblo de Israel cruzó el Mar Rojo, a su tierra en el oeste donde aún viven hoy. Expulsaron a los Británicos, y destruyeron del todo a los Picts, y aunque atacados repetidamente por los Noruegos, los Daneses, y los Británicos, tomaron esas tierras con muchas victorias y labores incontables; y como la historia testificará, desde entonces las han mantenido libre de servidumbre. En su reino han reinado ciento y trece reyes de su propia estirpe real, sin que rompiera el linaje ni un extranjero. La alta nobleza y merito de este pueblo, si no fuesen de otra manera manifiestos, se hacen patentes por esta razón:
El Rey de Reyes y Señor de los Señores, nuestro Señor Jesús Cristo, después de su pasión y resurrección, llamó a nuestro pueblo, aunque radicado en las tierras más extremas del mundo, casi primero a su santísima fe. Ni tampoco permitió el Señor que nadie sino su primer apóstol confirmara a este pueble en su fe—llamando, aunque segundo o tercero en rango—el bondadosísimo Santo Andrés, hermano del bendito Pedro, y le deseó que él protegiera a este pueblo para siempre como su patrón. Sus predecesores los Santísimos Pontífices reconocieron estos hechos y otorgaron muchos favores y numerosos privilegios a este mismo reino y a su pueblo, como el cargo especial del hermano del bendito Pedro.
Así nuestra nación, bajo la protección de aquellos, vivió en paz y libertad hasta el tiempo cuando el poderoso príncipe, el rey de los ingleses, Eduardo, el padre del que reina ahora, vino disfrazado como amigo y aliado para acosar como enemigo a nuestro pueblo, cuando nuestra reino se encontraba sin rey y nuestro pueblo, desacostumbrado a guerras y invasiones, no guardaba nada de malicia ni traición. Nadie podría describir ni plenamente imaginar, sin haberlos visto con sus propios ojos, los hechos de crueldad, masacre, violencia, pillaje, incendios, actos de encarcelar prelados, de prender fuego a monasterios, de robar y asesinar a monjes y monjas y aún otras atrocidades innumerables que el rey cometió contra nuestro pueblo, perdonando a nadie, ni por edad ni género, ni por religión ni rango.
Sin embargo, de estas maldades sin numero nos ha liberado él, quien aflija y a la vez cura y restaura, nuestro príncipe, rey y señor incansable, el Señor Roberto. Él, para que su pueblo y su patrimonio se libren de las manos de nuestros enemigos, enduró alegremente esfuerzo, fatiga, hambre y peligro, como un Macabaeus o Josué. Providencia divina, su derecho de sucesión según nuestras leyes y costumbres, las cuales mantendremos hasta la muerte, y nuestro debido consenso y asentimiento a él lo han hecho nuestro príncipe y rey. A él, como quien que nos ha traído la salvación a nuestro pueblo, somos fieles tanto por ley como por sus méritos, para que se mantenga nuestra libertad, y a él, pase lo que pase, lo respaldaremos.
«Y si él [Robert the Bruce, rey de Escocia] no terminara lo que ha empezado, y acordase hacernos a nosotros o nuestro reino súbditos del rey de Inglaterra o de los ingleses, nos alzaríamos a una para deshacernos de él como de un enemigo y un traidor de sus propios derechos y los nuestros, y haríamos rey a otro hombre que fuese bien capaz de defendernos; porque, mientras queden al menos cien de nosotros, nunca seremos reducidos bajo el dominio inglés. No es en verdad por gloria, ni por riqueza, ni por honores por lo que luchamos, sino por la libertad - solo por eso, a lo que ningún hombre honesto renuncia sino con su muerte.»
Verdaderamente, no es por gloria, ni riqueza, ni honores que luchamos, sino por la libertad y por ella sola, la cual ningún hombre honesto cede sin antes ceder también su vida. Por ende, Reverendo Padre y Señor, es por ello que suplicamos a Su Santidad con nuestras oraciones sinceras y corazones humildes, puesto que Usted en todo su bondad y sinceridad considerará todo esto, que, ya que con Él, cuyo Virrey sobre la tierra Usted es, no hay distinción de judío y griego, escoses o inglés, Usted considerará con los ojos de un padre las tribulaciones y angustias que los ingleses han infligido a nosotros y la Sacrosanta Iglesia. Que sea su buena disposición amonestar y exhortar el rey de los ingleses, quien debería satisfacerse con lo que le pertenece ya que Inglaterra antes bastaba para siete reyes, y que deje en paz a quienes vivimos en esta Escocia tan pequeña y humilde, más allá de la cual no hay donde vivir, y quienes no codiciamos nada más que lo nuestro.
Estamos sinceramente dispuestos hacer lo que sea para él, respecto a nuestra condición, para ganar paz para nosotros. Este verdaderamente le interesa, porque Usted ve la barbarie de los páganos rabiando contra los cristianos, aunque por sus pecados lo han merecido, y que las fronteras de cristiandad se ven cada día más forzadas a encogerse. Usted tendrá que percibir cuánto manchará el legado de Su Santidad si (y Dios no quiera) la iglesia sufre eclipse o escándalo en cualquier de sus ramos, durante su mandato. Pues, incita a los príncipes cristianos quienes por razones falsas pretenden que no pueden ir en ayuda a la Tierra Santa por las guerras contra sus vecinos que los ocupan. La razón verdadera que los previene es que en hacer guerra a sus vecinos menores encuentran ganancias más rápidas y resistencia más débil. Pero cuán alegremente iría nuestro señor el rey y nosotros también si el rey de Inglaterra nos dejaría en paz, Él de Quien nada se esconde bien lo sabe; y nosotros se lo profesamos y lo declaramos a Usted, como el Vicario de Cristo, y a toda cristiandad. Pero si Su Santidad confía demasiado en lo que cuentan los ingleses, y no cree sinceramente en lo que aquí contamos, ni abstiene de favorecer a ellos a nuestro prejuicio, entonces creemos que la matanza de cuerpos, la perdición de almas, y todos las demás desgracias que seguirían, infligidos a nosotros por ellos y a ellos por nosotros, serán puesto en su cargo por El Altísimo.
Para concluir, estamos y siempre estaremos, hasta el deber nos llama, dispuestos para hacer su voluntad en todas cosas, como hijos obedientes a Usted, como Vicario del Altísimo. Y a Él el Rey y Juez Supremo cometimos el mantenimiento de nuestra causa, arrojando nuestras preocupaciones a Él y fiando que Él nos inspirará con coraje y reducirá a nuestros enemigos. Que El Altísimo le preserve en su Iglesia Santa en santidad y salud y concederle larga vida. Rendido en el monasterio de Arbroath en Escocia el sexto día del mes de Abril en el año de gracia mil trescientos y veinte y el decimoquinto año del reinado de nuestro rey susodicho.
Endorsado: Carta dirigida a nuestro Señor el Pontífice Supremo por la comunidad de Escocia. Nombres adicionales inscritos en algunos de los sellos: Alejandro Lamberton, Eduardo Keith, Juan Inchmartin, Tomás Menzies, Juan Durrant, Tomás Morham (y uno ilegible).


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