2. El Imperio. Napoleón III
El primer choque de la revolución de febrero de 1848 había costado la vida al arzobispo de París, mons. Affre, quien valientemente salió en medio de las barricadas como medianero de paz. El general Cavaignac triunfó de la revolución.
Luis Napoleón subió a la presidencia, y en 1852 inauguraba el II Imperio con el nombre de Napoleón III (1852-70). Apoyado en el partido católico, al principio hizo Luis Napoleón una serie de concesiones: en 1848 intervino en favor del papa desterrado en Gaeta; en 1850, pasó la ley Falloux y favoreció el desarrollo de los institutos religiosos y de la enseñanza católica.
Al amparo de esta paz, los obispos pudieron celebrar sus concilios, como el de París, el de Reims, el de Tours y tomar una serie de providencias que impulsaron la restauración y reorganización de los seminarios. En esta época de florecimiento, que sigue pujante a la restauración del Imperio, surge una floración de institutos religiosos de enseñanza y para las misiones. En estos sectores Francia va con mucho a la cabeza en la Edad Moderna. Nombremos al arzobispo de Reims, cardenal Gousset y al arzobispo de Burdeos, cardenal Donnet, como directores de este resurgir.
Pero en el campo político, después de votada la ley Falloux, los católicos se dividieron en dos ramas; los católicos liberales, con Montalembert y Falloux, a quienes sostiene también Dupanloup; y los ultramontanos, con Louis Veuillot, Mons. Pie y Dom Guéranger. Esta escisión apareció en la discusión misma de la ley y se acentuó en la cuestión política que ofrecía el nuevo régimen implantado en 1852. Los católicos liberales se opusieron tenazmente al nuevo régimen en gracia de las libertades, mientras los ultramontanos con Veuillot se adhirieron francamente. Los partidarios del régimen en L’Univers y los contrarios en Le Correspondant se atacaban sin piedad. Pero Montalembert va acentuando las ideas de la escuela liberal, hasta llegar en el Congreso de Malinas de 1863 a la fórmula de Lamennais, condenada por Pío IX: “la Iglesia libre en el Estado libre”.
Pero Luis Napoleón cuando creyó que no necesitaba ya del apoyo católico, adoptó medidas vejatorias contra la Iglesia, como después de la guerra contra Austria en 1859. En su afán de reducir al papa a la impotencia dejó libres las manos a Cavour para que consumara su iniquidad en Italia, aunque públicamente, cediendo a la presión de los católicos, aparecía como el protector del Pontificado. Las Órdenes religiosas seguían vejadas, y en 1864, al publicarse el Syllabus, permitió que la prensa se desbocará contra Roma. En 1870 se lanzó a la guerra contra Prusia y la batalla de Sedán decidió la suerte del II Imperio francés...
(continúa)
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