Revista FUERZA NUEVA, nº 491, 5-Jun-1976
EL COMUNISMO RUMANO DEL QUE NO SE HABLA
(por José Luis Gómez Tello)
En 1944 los comunistas no representaban más que el 2 por 1.000 en el total de la población rumana
Los aduladores de Ceucescu –quiero decir los amigos de los comunistas rumanos que se despepitan por obtener las gracias y las sonrisas de los nuevos bayardos rojos- sostendrán quizá que éste es un “autonomista” deseoso de librarse del knut soviético y que su comunismo es “diferente”.
Vamos por partes.
Escarnio a un pueblo sometido al hambre
La pretendida “autonomía” de Ceucescu (1976) no es más que la cínica explotación, para mantenerse en el Poder, de la desconfianza que el pueblo rumano guarda hacia Rusia. Tiene buenas razones para ello y eso no data de hoy, sino que está enraizado en la historia. En 1859, Rusia se opuso a la unión de Moldavia y Valaquia, de la que debía nacer Rumanía. Los rumanos liberaron a la guarnición rusa de Plevna, sitiada por los turcos durante la guerra ruso-turca de 1877, y Moscú recompensó el heroísmo de los latinos del Danubio apoderándose de Besarabia en 1878. En 1940 se apoderaron de la Bucovina del Norte y de Besarabia. Liberadas una vez, volvieron a apoderarse de ellas en 1944.
Siguiendo una vieja costumbre –reforzada por la inhumanidad del sistema soviético-, la pretendida “liberación” de Rumanía por las tropas rusas al fin de la segunda guerra mundial se saldó con un saqueo feroz y con un apocalíptico escenario de crímenes, encarcelamientos, violaciones y destrucciones. En virtud del armisticio, Rumanía debía pagar a la Unión Soviética 300 millones de dólares a título de reparaciones, pero en realidad esa cifra fue astronómica, porque hay que agregar las incautaciones a que procedieron los soviéticos, apoderándose del suelo y del subsuelo rumano, de todas las industrias, de todas las empresas comerciales e imponiendo pactos comerciales leoninos. En cuanto a los bienes de cada ciudadano rumano, el capricho o la brutalidad de cualquier soldado ruso eran suficientes argumentos para apoderarse de ellos: desde las casas y el ganado de las granjas hasta las bicicletas en las calles.
Entre 1944 y 1949, Rumanía pagó de hecho a Rusia 1.515 millones de dólares, es decir, cinco veces más que la indemnización señalada en el armisticio. Las entregas equivalían al 80 por 100 de la renta nacional rumana. A un pueblo sometido al hambre –era una táctica para debilitar su capacidad de resistencia anticomunista- se le obligó a entregar a los soviéticos 600.000 bueyes vivos, 175.000 caballos, 1.200.000 corderos, 500.000 cerdos, 2.500.000 toneladas de petróleo, 550.000 toneladas de trigo, 200.000 de maíz, 500.000 de harina, etc.
Impacablemente stalinista
Millares de familias rusas se instalaron en Rumanía y completaron el saqueo apoderándose de las viviendas y su mobiliario, y los rumanos tenían que construir las escuelas para los hijos de los ocupantes, a la vez que proporcionar los suministros a tres millones de soldados rusos. Las empresas de seguros, las Bancas, las minas de carbón, la industria del azúcar, el petróleo, las explotaciones forestales, la metalurgia, etc., socializadas, fueron controladas por los soviéticos, que perfeccionaron después el sistema con las llamadas “sociedades soviético-rumanas”, más soviéticas que rumanas.
Los rumanos tienen sobradas razones para no albergar simpatías hacia los rusos. Y Ceaucescu –que lo sabe- explota para mantenerse en el Poder este estado de ánimo.
En cuanto a que su comunismo es “diferente” se ignora o se finge ignorar -para los efectos es lo mismo- que el régimen comunista rumano, tan aparentemente abierto hacia el exterior, es implacablemente stalinista para el interior, siguiendo en eso al actual (1976) modelo de Breznev. Y no podía suceder de otro modo, puesto que los comunistas, que fueron y siguen siendo una ínfima minoría en el país, no pueden mantenerse más que apresando al pueblo en un dogal de hierro.
La posteridad se asombrará, con razón, de que los Gobiernos occidentales se hayan rozado siquiera no con el pueblo rumano -¡pobre pueblo digno de mejor suerte y al que queremos y admiramos por tantos motivos, incluyendo el sacrificio de Mota y Marin y sus compañeros en nuestra Cruzada!- sino con un sistema y unos hombres que ya están juzgados.
Juzgados porque los procedimientos gracias a los cuales los comunistas se hicieron dueños de todo el Poder en Rumanía se bastan a calificarlos.
Bien es verdad que constituyen también un ejemplo –quisiéramos suponer que aleccionador- de cómo un país entero puede caer en manos de los comunistas cuando sus políticos demoliberales se asocian con el clan de Moscú.
El “Pacto negociado” de Bucarest
En 1944 los comunistas no representaban más que el 2 por 1.000 en el total de la población rumana: un pequeño partido de 2.000 militantes, mientras las otras formaciones políticas sumaban centenares de miles de afiliados. Los socialdemocrátas, por ejemplo, según el abogado de ese partido, Serbanescu, contaban con 800.000 miembros.
¿Cómo fue posible que en pocos meses se hicieran dueños de todo el Poder?
Un error del que no escarmienta nuestro lamentable mundo occidental es, de acuerdo con su vaga filosofía democrática, juzgar la peligrosidad del marxismo por las cifras, la “aritmética”, como decía desdeñosamente Lenin. Y el calmuco sabía de qué hablaba: con 25.000 militantes, los bolcheviques se apoderaron del Poder en Rusia, donde Kerensky se jactaba de sus millones de socialistas.
Pero, sobre todo, los comunistas cuentan con la estupidez de sus futuras víctimas, que les entregan el Poder. ES conocida la declaración de Lenin: “Si damos a los burgueses bastante cuerda, ellos mismos se ahorcarán”. Radke le preguntó entonces: “Pero, ¿quién nos dará la cuerda?”, recibiendo esta respuesta de Lenin: “La burguesía misma”.
Esto sucedía en la Rusia de 1920. Se repitió en la Rumanía de 1944. Fue la burguesía rumana, representada por sus partidos políticos, la que abrió las puertas al comunismo, a pesar de la casi inexistencia de comunistas.
Se llevó a cabo la operación en virtud del “Pacto negociado” en 1944. El Partido Nacional Campesino de Juliu Maniu; el Partido Liberal de Bratianu, y el Partido Socialdemócrata de Titel Petrescu, se unieron en un comité clandestino, con el objetivo de derribar el régimen del mariscal Antonescu, convenciendo al rey Miguel de la conveniencia de cambiar de campo. Y estos excelentes demócratas no tuvieron inconveniente en que se uniera al Comité de oposición el Partido Comunista, representado entonces por Lucretiu Patrascanu. Después de varias entrevistas secretas con el rey, decidieron enviar al Cairo al antiguo ministro de Asuntos Exteriores, Visoianu, y al príncipe Barbu Stirbey, y prepararon el golpe del 23 de agosto de 1944.
Un “Pacto negociado” que iba a producir sus consecuencias…
La ingenuidad era total. Los comunistas eran pocos. Además, Molotov había dicho el 2 de abril de 1944: “La URSS no intervendrá en las cuestiones internas de Rumanía y no tratará de modificar la estructura social y económica del país”…
En cuanto al golpe del 23 de agosto de 1944, vale la pena reproducir lo sustancial de la escena. El mariscal Antonescu fue llamado a Palacio por el rey. Las habitaciones se encontraban llenas de soldados y de comunistas al mando de Bodnaras Emil, un antiguo oficial traidor afiliado al Partido Comunista. El duro diálogo que siguió quedó recogido en una cinta magnetofónica, que constituye uno de los más penosos documentos de la historia rumana. Nos limitaremos a señalar la profecía del mariscal Antonescu: “Vuestra Majestad perderá el Trono”.
El mariscal Antonescu, después de un largo cautiverio en la URSS, fue fusilado por un pelotón de comunistas disfrazados de soldados. Se temió que los verdaderos soldados se negaran a cometer aquel crimen.
Pero después de aquel golpe, la operación de los comunistas podía desarrollarse tranquilamente. Y se pusieron manos a la obra.
El “Frente Democrático”
Los tres partidos –el Liberal, el Nacional Campesino y el Socialdemócrata- suponían tener despejado el futuro. Los comunistas eran pocos…
Pero los comunistas incrementaron sus filas, acudiendo a la táctica de las “organizaciones de fachada”, que el mundo occidental ya sabe lo que son por experiencia amarga. ¿Comunistas? Cuando a una de estas organizaciones se la califica de tal, sus dirigentes se rasgan las vestiduras: no tienen nada que ver con el Partido Comunista, se trata de asociaciones de vecinos, de comités democráticos profesionales, de organizaciones de defensa no menos profesionales… En Rumanía fueron llamadas la Unión Patriótica, la Defensa Patriótica, el Frente de los Campesinos, denominaciones nada inquietantes y hasta tranquilizadoras. Como lo fue el Frente Democrático, creado por los comunistas, al que se unieron los otros partidos. ¿No bastaba aquella denominación para que todo el mundo supiera a qué atenerse sobre su finalidad: unir todas las fuerzas democráticas del país en un frente común?
Aunque sólo los comunistas sabían por qué y para qué lo habían creado.
Para empezar, el Frente Democrático comenzó por pedir la dimisión del primer gobierno real de la posguerra, formado por el general Sanatescu, amigo del rey Miguel. Ante los ataques y críticas que le hicieron, no tuvo más remedio que dimitir, el 4 de noviembre de 1944, siendo reemplazado por otro, dirigido también por Sanatescu, pero en el que los comunistas Gheorghiu Dej, Patrascu y Nicolai eran ministros de Comunicaciones, Justicia y Asociaciones Sociales, respectivamente. No estaba mal: tres ministros para un pequeño partido. Y mucho mejor estuvo aún la labor a que éstos se dedicaron: un mes más tarde los ministros del Partido Liberal y Nacional Campesino tuvieron que dimitir, sometidos a toda clase de ataques y presiones por parte de los comunistas.
“El Porvenir”
El general Radescu fue encargado de formar otro gobierno, pero con una característica especial. Además del Ministerio de Justicia –desde donde podían llevar a cabo una depuración implacable-, los comunistas recibieron la subsecretaría del Interior, para la que fue nombrado Trochari Georgescu, miembro del Comité Central del Partido Comunista. De él dependían la Policía, las fuerzas de seguridad y los prefectos de las provincias. Y no es necesario decir cómo fueron empleadas, no sólo contra los supervivientes del régimen del mariscal Antonescu, sino también contra los partidos que hacía sólo unos meses se habían asociado a los comunistas en el Comité Clandestino y en el Frente Democrático. Por ejemplo, fue inmediatamente suprimido el periódico, órgano del Partido Liberal, “Vitteral”, cuyo título “El Porvenir”, resultó así ser siniestramente profético.
Y para completar la operación, los comunistas intensificaron sus maniobras de división de los restantes partidos. Se creó un Partido Liberal “independiente”, dirigido por Ch. Tatarescu, y un Partido Nacional Campesino “nuevo”, dirigido por Alexandrescu.
Las primeras señales de inquietud de la población fueron reprimidas sin contemplaciones por el subsecretario del Interior, comunista: los estudiantes que se manifestaban ante el Palacio Real para expresar su adhesión al rey Miguel fueron ametrallados. Después de lo cual no quedaba sino abrir otra nueva crisis, con las conversaciones del monarca con los dirigentes del Frente Democrático.
Para encarrilar el desenlace en el sentido buscado por Moscú, el 27 de febrero de 1945, Vichinsky llegó a Bucarest, y en varias visitas el rey Miguel le reclamó la dimisión de Radescu, que bien poco significaba entonces. En una tercera conversación con el rey, hizo algo más: el soviético presentó la lista de un nuevo gobierno, encabezado por Petru Groza, dirigente del Frente de los Campesinos, la conocida organización de fachada, y Ch. Tatarescu, jefe del Partido Liberal disidente. Para esto se habían creado aquellos dos grupos. Y Vichinsky –respaldado por el mariscal soviético Malinovsky, que también había llegado a Bucarest- se salió con la suya: el 5 de marzo de 1945, tras un ultimátum soviético para que el decreto con los nombramientos se publicara en el plazo de dos horas, Groza formó nuevo gobierno, con representantes del Frente democrático. Aunque se le denominó pomposamente gobierno de “gran concentración democrática”, los comunistas tenían todos los puestos claves. El resto estaba en manos de sus seguidores de las “organizaciones de fachada”.
Los otros partidos
¿Y los otros partidos? Los liberales y los nacional campesinos, que habían pactado con los comunistas seis meses antes, comenzaron a sentir en su carne el terror de sus “amigos”, tras haber sido divididos, estafados y marginados. En cuanto a los social demócratas –más exactamente eran socialistas-, tampoco les sirvieron para nada los ochocientos mil afiliados de que se jactaban. Cuando llegó este momento se enteraron de que habían sido cuidadosamente infiltrados por los comunistas. En vísperas de las elecciones de marzo de 1946, cuando Titel Petrescu, que parecía el dirigente indiscutido y popular del partido, se opuso a las listas comunes con los candidatos comunistas, fue expulsado de su propio partido y la persecución más violenta cayó sobre sus partidarios…
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