Harold Wilson, el primer ministro británico y líder del «ala izquierda» laborista, pensó conceder el autogobierno a Irlanda del Norte tras el fracaso de su plan de paz, según archivos desclasificados

H. Montero











Madrid- En la Navidad de 1974, el frágil alto el fuego alcanzado en Irlanda del Norte disparaba el optimismo en Londres. El Gobierno del laborista de Harold Wilson se mostraba exultante sobre la posibilidad de que los católicos y los protestantes probritánicos compartieran gobierno. Todas las partes habían llegado a un pacto para buscar una salida negociada al conflicto que enfrentaba a nacionalistas y lealistas. Dos años después, el propio Wilson se mostraba dispuesto a otorgar la independencia al Ulster para acabar con la ola de violencia que arrasó la provincia en 1975. El fracaso de los laboristas para lograr una salida pacífica y dialogada a las provincias norirlandesas llevó a Wilson a plantearse la salida más fácil.

Según varios documentos desclasificados ayer por las autoridades de la República de Irlanda, tanto Wilson -simpatizante del ala más izquierdista del laborismo tras los viajes que hizo a la Unión Soviética como secretario de Comercio en 1947- como su homólogo irlandés, Liam Cosgrave, temían que los unionistas declararan unilateralmente la independencia de la región, provocando un estallido de violencia «apocalíptico». Lo cierto es que la amenaza era más que posible tras un sangriento 1975 que dejó en las calles del Ulster nada menos que 247 muertos. Además, el pulso de los unionistas más radicales era insoportable desde la interminable huelga que arrancó el 15 de mayo de 1974 y que forzó a Wilson a plantearse nutrir de energía a Belfast con submarinos nucleares ya que en la capital norirlandesa escaseaban la electricidad y hasta el agua.

«Hay pruebas considerables de que una discusión sobre la independencia como última solución para Irlanda del Norte se está produciendo activamente en estos momentos, particularmente en círculos paramilitares», afirma el documento desclasificado, redactado por un alto funcionario de Ministerio de Exteriores irlandés. «También hay algunas pruebas de que los británicos alentarán el debate de la independencia y estarían muy satisfechos de verla (materializada) como solución» al problema de Irlanda del Norte, añade el texto.

El fracaso del acuerdo de «Sunningdale» -alcanzado por los gobiernos de Londres y Dublín, y por los nacionalistas y lealistas en 1973 para repartirse el poder en el Ulster-, forzado por los unionistas radicales y la posterior huelga general, acabaron por desesperar a Wilson, que buscaba una solución negociada al «problema irlandés» que nunca llegó. Desesperado, se planteó dar la independencia para evitar la «espantosa perspectiva» de los radicales como dueños y señores de la calles de Irlanda del Norte.

Aunque en 1975, el IRA provisional declaró otro alto el fuego, un año después se entregó por completo a la estrategia de la «Long War» -una guerra de desgaste más larga y con actos de terrorismo de «baja intensidad» similar a la «kale borroka» que atemoriza al País Vasco- . La estrategia del IRA y de los unionistas estuvo a punto de surtir efecto.

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