EL MAPA LINGÜÍSTICO DEL REINO GODO. I. EL REINO TOLOSANO Y EL TOLEDANO La distribución territorial de estos fenómenos tiene una explicación topográfica. La región central visigótica de Mérida y Toledo tenía como grandes medios de comunicación dos principales vías que en forma de V arrancaban de Mérida hacia el Norte
117: una, la calzada llamada de Quinea o «de la Plata», que conducía a Astorga, León y Gijón; otra, la «vía Galiana», que se dirigía a las Galias por Toledo, Zaragoza y Jaca, y por cima de Toledo se bifurcaba de nuevo en V hacia occidente para buscar la vía de la Plata. A uno y otro extremo de esa bifurcación vemos hoy coincidir rasgos dialectales que faltan en el medio; prueba de que el foco uniformador se hallaba en el vértice de esa V, en Mérida o Toledo. Lo cual se ve aún mejor en otros casos. Más ceñidamente a las inmediaciones de las dos grandes vías en su extremo norte vemos hoy coincidencias de los dos dialectos asturo-leonés y navarro-aragonés en rasgos del todo singulares, como la persona Ellos del Perfecto en
-orón. Ellos
comproron, metioron (con
ó tomada de la persona Él
compró): tal coincidencia se da sólo junto a la vía de la Plata, hacia Salamanca, Astorga y Gijón, pero no se da lejos de ellas, no en Galicia, no en Castilla; e igualmente junto a la vía Galiana, hacia Jaca, pero no ya lejos de ella, y lo mismo que no se da en Castilla, tampoco en Cataluña. Semejante situación a los dos extremos de las vías de la Plata y Galiana tiene hoy la vacilación del diptongo incondicionado de ĕy de ŏ:
siella, sialla; puorta, puarta, puerta, extraña a Castilla, donde desde muy pronto se fijó en las formas
ié, ué 118, y extraña a Galicia y Cataluña, que no diptongan.
También los tres rasgos representados por
uello, llengua y
les cases se extienden sólo en las inmediaciones de la vía de la Plata, León-Gijón, alguno como
les cases, cantaben muy ceñidamente a ambos lados de ella
119. En fin, entre los rasgos que no son peculiares a la Península y que debieron de ser propagados desde Toledo hacia el Norte, cabe citar uno de la Romania del Sureste, la persona Él *ĕt, del presente indicativo del verbo esse, que en leonés y en aragonés hace
iet antiguo,
ye o
e moderno, y en gallego-portugués
he, como el italiano
è, rumano
e; mientras se conserva el clásico est en la Romania Septentrional, francés, provenzal, catalán y castellano, Él
es 120.
Combinando así los escasos datos mozárabes con las coincidencias entre los dialectos occidentales y orientales, llegamos a saber algo de la lengua hablada en tiempos visigodos. Los varios romances peninsulares de entonces estaban distribuidos en forma muy diversa de la que después estuvieron. En el mapa lingüístico del siglo XIII acá los dos extremos, es decir, el portugués con el leonés al occidente y el catalán con el aragonés al oriente, aunque presentan entre sí notables semejanzas, están en absoluto incomunicados por la interposición del castellano; por el contrario en el mapa antiguo esos dos extremos no sólo se acercaban más por el Norte, sino que se unían por el Sur mediante los dialectos del centro, análogos a los de los extremos
121. Desde la ciudad regia comenzaba a formarse un romance común, y esa habla toledana usada en la corte del rey Rodrigo se parecía mucho más al asturiano y al aragonés que al castellano, más que nada se parecía al asturiano, aun al asturiano occidental, pues los mozárabes toledanos todavía en el siglo XIII seguían pronunciando el diptongo
ei gallego-astur:
veiga, carreira 122. Si la invasión árabe no hubiese venido a despojar a Toledo de su ascendiente lingüístico uniformador, la Carpetania de Eugenio Ildefonso y Julián, en unión con la Bética de Isidoro, habrían consumado la formación de la lengua literaria. Podríamos así bromear que de haberse escrito el
Quijote sin que Cid Hamete se asentara en la Mancha habría comenzado: «En un
llugar de la Mancha», y usando
les cases, uello, vinioron, Él
ye, fillo, feito y demás rasgos en que el asturiano y el aragonés pirenaico se distinguen del castellano. Pero hondas conmociones históricas hicieron que la urbe regia visigoda, decayendo de su dignidad, olvidase su romance originario, y cuando rodando los siglos recobró la jerarquía de ciudad imperial y volvió a ser norma del buen decir, como afirmaba Cervantes, fue norma del puro castellano, una lengua allí advenediza.
La Bética, con Hispalis, Corduba, Iliberris y demás ciudades episcopales, y toda la costa levantina de la Cartaginense y la Tarraconense, tierras todas ellas herederas de la más antigua romanidad y cultura urbana más desarrollada, se destacarían, sin duda, en la España visigótica como áreas refractarias a ciertos neologismos de pronunciación, como la diptongación de las vocales
ǫ, ę surgida para extremar su diferenciación respecto a
ọ, ẹ, que el centro del reino toledano practicaba. También ya entonces se iniciaron las singularidades lingüísticas de los núcleos bracarense y tarraconense y, asimismo, debieron de formarse multitud de variedades dialectales en las zonas montañosas, más aisladas de influjos uniformadores; en algunas de ellas ni siquiera se había completado la romanización de los pueblos autóctonos.
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