Hoy hace veinticinco años, en la residencia sanitaria de la Seguridad Social de Vigo, moría el maestro gallego del realismo fantástico. Desde joven, el escritor mindoniense dedicó su vida al periodismo y a una trayectoria literaria brillante y prolífica: fue novelista, dramaturgo, poeta, guionista... En 1968 obtuvo el premio Nadal por «Un hombre que se parecía a Orestes».
Siena era el color de la tarde. Ya van veinticinco años, don Cunqueiro, y febrero se acorta en día veintiocho. En la fonte vella, como siempre, canta el agua la rutina de las horas, y sigo viendo, como cuando era mozo, a don Cruz haciendo cruces por Batitales, embozado en niebla y en noviembre.
Mondoñedo continúa suspendido en el aire, es de azogue, y por el valle corre un viento frío que baja nevado de la Xesta, y el silencio es una melodía que ya nadie escucha. Frente por frente de un lateral de la Asunción, de la catedral, sentado en bronce ves pasar la ciudad y a los viajeros que se retratan junto a ti. Debe de ser la eternidad, toda la eternidad esculpida en el tiempo detenido.
Ya va para veinticinco años de ausencia, y hoy, mi señor, es martes de antruejo en esta parte de la cristiandad. Oirás reír a las mascaritas y escucharás los cantos de las comparsas, y mañana el visitante anunciará el ayuno y recordará que polvo somos, que somos ceniza y que en ella habitamos, en el alfabeto civil del recuerdo. Y cartografío Mondoñedo en la distancia, en un vuelo circular de pensamientos y el cerezo que está cabe mi ventana madrileña, desplegando su «sombrilla blanca», su alba cabellera, anuncia que ya la primavera es una certidumbre.
Acaso en la selva de Esmelle o en el bosque de Silva ya anide el cuco avecindándose en marzo. Quizás ocupe el nido del paporroibo, que es un ave que lleva la bandera roja en su pecho, y puede ser que el señor cuco cante abril en su canción que anuncia los años que quedan por vivir a quien lo escucha.
Y noticia tengo de que el señor Simbad habla la lengua de la arábiga nación, y que en Damasco de los sirios, la nueva biblioteca del Cervantes va a llevar tu nombre, don Cunqueiro. Me lo contó César Antonio, que continúa fiel a tu memoria.
Un señor mosiú se quedará a tu lado antologándote, y por Caen de Normandía debe andar el sochantre, que cumple cincuenta años de las crónicas, los mismos que celebró don Merlín, que es un año más viejo.
Veinticinco años de muerte y de invierno hacen del cementerio jardín y el paseante se detiene contando las primaveras que quedan al país de los gallegos para que haga mil la cuenta. Y el epitafio es un saludo al caminante, a aquel que llega al reino de la lluvia. Tiempo ha de dormir fuera como una estrofa de Noriega, de arroparse en latines y en lenguas extrañas de remotos países. Ibant oscuri sola sub nocte per umbram... don Cunqueiro, maestro, mi señor don Alvarito.
Sabes que una historia da cuenta de tus cuentos, tus historias cuentan las cuentas de una historia que dilata las mil y una noches desgranadas en los libros secretos de Al Masudi, donde se pierden todos los caminos enfermos del mal de la desmemoria.
Tenía que haber comenzado escribiendo como tú me indicaste. Escribiendo noche y lluvia y pintando a un viajero, un pasajero desconocido que espera a que le abran la puerta de la posada. Pongamos que ladran perros a lo lejos. Ya van veinticinco años, don Cunqueiro.
publicado en la voz de galicia
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