La cultura galaico-portuguesa medieval.


Calcada sobre el desenvolvimiento histórico externo y posterior, cual siempre lo son las manifestaciones culturales respecto de los acontecimientos políticos, hay una etapa de la España medieval en que Galicia florece con propios bríos y enarbola la bandera de una personalidad fuerte y vigorosa. Es la edad de oro del clasicismo gallego, cuando la lírica se hace chorros de rima en las cantigas, y el genio nostálgico del noroeste se vuelca en las más altas cumbres de nuestros gritos medievos de amor y de quereres.

No es nuestro objetivo analizar con intentos de critica literaria la masa de producciones de este tipo, sino deducir de ella los motivos típicos en que aparezca la impronta del genio gallego. No basta el empleo del idioma, pues también están incluidos en la línea tradicional gallega escritores que usan el castellano; lo que nos interesa es aquilatar hasta qué punto asoma, entre las marañas de lirismo y cadencias, las peculiaridades del alma de Galicia.

El centro de la literatura galaico-portuguesa medieval está en Galicia. Dos hechos los demuestran: en primer término, la lengua empleada, nacida en la alta Gallaecia, al amparo de la torres de Santiago; en segundo lugar, los sitios citados o aludidos en las trovas, en su mayoría enmarcados en la zona que va desde el Atlántico hasta el Duero, a un lado y otro de las riberas del Miño.

Bien es verdad que el uso de la lengua gallega para temas líricos gozó de gran favor en toda la Península, y en gallego trovaron reyes y pueblo, todos los que en composiciones ligeras se ocupaban. Si la épica comenzó siendo desde luego castellana, fueron redactadas en gallegos las cantigas de amor, amigo y las de escarnio y maldecir, hasta cuando los autores procedían y tenían su auditorio en el vulgo. Como asimismo es cierto provenir de muy diversas tierras los que trovaron; basta ojear los cancioneros para topar con en Pero García, burgalés; un Pero Barroso, sevillano; un Gómez García, “abade de Valadoldo”; el Ardiano de Toro; Don Pero González de Mendoza; el Marqués de Santillana; Gómez Manrique; Gonzalo de Torquemada, o Alfonso X de Castilla; sin que falte algún extranjero como el genovés Bonifacio Calvo. Mas también es verdad que la mayoría hace referencias a Galicia, cuando no declara paladinamente su patria, cuales Juan Romero, de Lugo; Juan Ayas y Roy Fernández, de Santiago, por ejemplo.

Es Galicia, la gran Galicia a que antes aludíamos, el centro de este florecimiento literario, y el historiador ha de ver en estas trovas medievales lo mejor del alma gallega de aquel tiempo. Y hasta cierto punto, dentro de lo lírico, de toda la española; tenía razón Otero Pedrallo cuando escribía que “la filología románica ha descubierto, por mano de los Monaci y las Michaelis, un nuevo primado de Galicia en Occidente”.