Torre de Hércules. El faro romano sigue vivo
La Torre de Hércules mantiene enhiesta su efigie de piedra. Se trata del faro romano más antiguo todavía en servicio, iluminando la rada coruñesa y el océano Atlántico
Por ALFONSO ARMADA
Todo bajo la luz giratoria, el luminoso ventilador, del Faro de Hércules», escribe Manuel Rivas en los primeros compases de su caudalosa última novela, «Los libros arden mal», que es, entre muchas otras cosas, una elegía a su Coruña natal. A la torre encendida, que reanuda su canción cada noche, y no ha dejado de inspirar a navegantes y poetas, fotógrafos y pintores, le llamaban los integrantes de la Cova Céltica «Faro de Breogán», en homenaje al legendario caudillo celta. Construida por los romanos en el siglo II después de Cristo para advertir a los navegantes de los peligros de una costa que, más abajo de la escollera de Malpica, se renombra como de la Muerte, la torre se yergue en el extremo noroeste de la península de La Coruña, sobre una elevación granítica de unos 57 metros, en los 43º 23' 9'' de latitud norte y 8º 24' 24'' de latitud oeste.
La torre, más sólida que esbelta, más maciza que ingrávida, parece sobrada de méritos y requisitos para ingresar en el catálogo patrimonial de la Humanidad. Fue durante el reinado de Carlos IV cuando se realizó una reconstrucción completa del monumento. La obra, de inspiración neoclásica, fue dirigida por Eustaquio Giannini y se terminó en 1791. En su interior conservaba la vieja estructura romana. Mientras la linterna romana se elevaba entre 34 y 36 metros, con el alargamiento de 1791 se alzó otros 21 metros, lo que le da la envergadura actual de 57 metros. Para los que atesoren señales marítimas, o para los navegantes cuya lectura favorita son las cartas de navegación, ha de notarse que la señal luminosa es un grupo de cuatro destellos de luz blanca cada 20 segundos, con un alcance de 23 millas náuticas.
«Un faro es un hito, un monumento por su función, su forma, su emplazamiento y sobre todo por su singularidad, por su condición de artificio situado en puntos estratégicos de la naturaleza. Los faros automatizados de hoy difieren notablemente de los faros mecanizados históricos y mucho más aún de los primitivos "fachos" que emitían señales haciendo fuego y sirviendo de referencia a navegantes», escribe César Portela. Pocos más cualificados que el arquitecto gallego para pensar en voz alta sobre la torre de Hércules, no en vano a su arte y a su genio se deben piezas como el nuevo cementerio metafísico de Fisterra o el faro de Punta Nariga, un auténtico menhir ilustrado en la arquitectura de faros, ingeniería civil que no desdeña la inspiración de poetas como Manuel-Antonio o visionarios como Julio Verne.
«El faro de la Torre de Hércules en A Coruña tiene una larga historia, desde los romanos hasta nuestros días, y pasó por todos los procesos técnicos imaginables, desde el fuego hasta la automatización más evolucionada», sigue Portela. «Y junto con el desaparecido faro de Alejandría son quizás los faros más emblemáticos y míticos de la historia de estas señales marítimas. Cuando tuve la suerte de proyectar y dirigir las obras del faro de Punta Nariga, situado en plena Costa da Morte, próximo a la Torre de Hércules, visité ésta con frecuencia y comprendí en toda su dimensión el significado de los faros: son construcciones míticas, iconos, símbolos que nos acompañan en nuestros periplos como navegantes, referentes geográficos en nuestro imaginario, pero también compañeros del alma en el discurrir de nuestras vidas».
A pesar de que su oficio y beneficio es el de historiador, y como tal profesa en la universidad coruñesa, a Alberto Martínez no le duelen prendas al recordar que hay varias leyendas relacionadas con la construcción de la poderosa fábrica de luz. «Una de ellas cuenta que Hércules llegó en barca a las costas que rodean actualmente la torre, y que fue precisamente allí donde enterró la cabeza del gigante Gerión, después de vencerle en combate. Los ataques normandos provocaron el abandono de la población por sus habitantes en el siglo V, perdiendo la torre, posiblemente, su uso marítimo durante la Edad Media al convertirse en fortificación. El desarrollo del comercio atlántico estimuló a finales del siglo XVII el inicio de la restauración arquitectónica de la obra, con la construcción de una escalera interna de madera. La autorización concedida al puerto coruñés a mediados del siglo XVIII para comerciar directamente con América relanzó la reconstrucción del faro, que se completó en 1791, dándole el aspecto actual. De la época romana ha desaparecido el remate superior en forma cilíndrica, que disponía de cúpula, y la rampa exterior. Tiene el privilegio de ser el único faro romano y el más antiguo en funcionamiento del mundo, además de estar situado en un entorno de gran belleza natural».
En su evocación novelesca con indisimulados rasgos de fresco histórico que Manuel Rivas emprendió en su novela más celebrada, «El lápiz del carpintero», se lee que «en la cárcel de A Coruña había cientos de presos: todo parecía funcionar de manera organizada, industrial. Incluso las sacas nocturnas. Se los llevaban caminando al Campo de la Rata (...) a veces durante las descargas, las aspas de luz del faro de Hércules hacían resplandecer a los fusilados que llevaban camisa blanca». Una estampa que remite a las que Castelao recogió en álbumes como «Atila en Galicia». Los faros tienen esa virtud, iluminar el pasado, pero también el presente, La poeta Chus Molina, que está a punto de publicar el libro «Por el camino de en medio», elige su haz: «la torre vigía permanece / su exacta verticalidad / trastoca mis planes / escalo sus muros / y me asomo al hueco del barco hundido / al asombro sin salto / a la luz intermitente / a la llamada infinita». Un imán de luz que no cesa, el de esta torre en la península coruñesa desafiando temporales.
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