ECOLOGISMO Y FE
Dios y el hombre en el debate medioambiental
Por Jay W. Richards
No hace mucho recibí una carta escrita por un destacado botánico de un importante instituto científico. En líneas generales, la carta era agradable y hasta elogiosa. Pero casi llegando al final, cuando llegó al tema de la humanidad, su tono se ensombreció.
El científico decía que no estaba de acuerdo conmigo en que los seres humanos fuesen parte del plan. Todo lo contrario, se quejaba por "la devastación que los humanos están ocasionando a nuestro planeta".Para mí, estar añadiéndole al planeta más de 70 millones de humanos al año hace que vea el futuro muy sombrío. Seguramente la peste fue una de las mejores cosas que le pasó a Europa: elevó el valor del trabajo humano, redujo la degradación medioambiental y, con bastante rapidez, produjo el Renacimiento. Bajo mi punto de vista, otra enorme pandemia humana le vendría bien al Planeta Tierra. ¡Y pronto!Basándome en sus escritos públicos, debería esperar encontrarme con un científico agradable y humano. Sin embargo, en su correspondencia privada, desea la muerte de muchos millones de sus congéneres con una gran indiferencia. Si fuese sólo una opinión excéntrica y privada, no estaría ahora tocando este tema. Desgraciadamente, su deseo es demasiado común y corriente entre los autodenominados "ecologistas". Nuestro bienestar, bajo ese punto de vista, no entra en su cálculo. Somos, en el mejor de los casos, un accidente en la historia del cosmos y, en el peor, saqueadores y destructores. Por lo tanto, añadir más humanos al planeta es tan malo como añadir más parásitos a un anfitrión de por sí ya achacoso.
Estas ideas serían un asunto puramente académico si no fuese porque tienen verdaderas consecuencias en el mundo. Cada política medioambiental que implementa el gobierno, por ejemplo, nace de las opiniones de alguien sobre la naturaleza del ser humano y su lugar en la naturaleza. Si esas opiniones son antihumanas, la política a aprobarse probablemente será también antihumana. Tomemos en consideración la prohibición del uso del DDT en los años 70. Esa prohibición, que hoy en retrospectiva sabemos que fue poco afortunada, ha resultado en la muerte de más de un millón de personas al año. La mayor parte de estas muertes han sucedido entre los pobres de los países en desarrollo.
Debido a que las políticas medioambientales perpetúan ciertas ideas sobre el ser humano, y ya que estas ideas tienen verdaderas consecuencias en el mundo, a los cristianos no les queda otra opción que entrar en el debate sobre el medioambiente. En especial, deberíamos desafiar a esa cepa misantrópica del movimiento medioambiental moderno. Los seres humanos no son un accidente. Somos una parte prevista en la creación de Dios. Y mientras que Dios dijo que todo lo que creó era "bueno", sólo dijo que era "muy bueno" cuando vio a los humanos, Él nos creó a su imagen y semejanza.
Eso no significa que Dios nos haya dado un pase libre para que hagamos lo que querramos. Por lo contrario, la Biblia nos dice que la Tierra es del Señor y que somos sus administradores. Nos han delegado una responsabilidad sobre la Tierra por la cual nos pedirán cuentas. Y las Escrituras difícilmente son optimistas cuando se trata de las tendencias destructivas de nuestra desgraciada humanidad. Así es que no debería llamarnos la atención enterarnos del abuso al que a veces sometemos a la naturaleza como sus administradores.
Estas verdades nos dan una base teológica sólida para enfrentar las preocupaciones medioambientales al mismo tiempo que evitamos la tendencia antihumana. Desgraciadamente, estas verdades no figuran de manera destacada en el debate contemporáneo. En realidad, está más de moda argumentar, erróneamente, que la tradición judeocristiana es el problema y no la solución. Hasta algunos cristianos que han saltado a la palestra no han tenido el cuidado suficiente para separar evidencias empíricas de supuestos dudosos.
Se ha fundado una organización llamada Interfaith Stewardship Alliance (ISA) para ayudar a judíos y cristianos en el desarrollo de una ética medioambiental positiva que evite esos escollos. Se lanzó este otoño en una conferencia de prensa celebrada en la embajada de Uganda con sede en Washington. ISA es una coalición de personas y organizaciones, incluyendo al Instituto Acton, que comparten un interés común en una guía medioambiental. Se centrará en temas como el calentamiento global, población, pobreza, alimentos, energía, agua limpia, especies en estado de extinción y hábitats.
ISA se inspiró en la Declaración de Cornwall, publicada por el Instituto Acton en el año 2000. Tal como nos lo explica el teólogo Calvin Beisner, la Declaración de Cornwall describe a los seres humanos no solamente como consumidores y contaminadores sino también como productores y encargados. Desafía el convencionalismo popular de que "la naturaleza es más sabia" o que "la Tierra, vírgen de contacto humano, es el ideal". Hace un llamamiento a la gente seria para que distingan entre preocupaciones medioambientales que estén "bien fundamentadas y que sean serias" de otras que "no tienen ninguna base o que son enormes exageraciones". En otras palabras, requiere una ética medioambiental razonable y humana. En una época cuando las equivocadas políticas fundamentadas en suposiciones antihumanas pueden llevar a la muerte de millones de personas, esa ética no podía haber llegado más a tiempo.
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