El mundo aprendió a navegar en libros españoles



Juan Manuel Acero 26/07/2024

Almagesto

Admitido que, probablemente, la ciencia griega haya asimilado como propios gran parte de los conocimientos astronómicos que había heredado de las culturas mesopotámicas, hemos de reconocer que, sin las traducciones al árabe de los documentos griegos, gran parte de esos conocimientos podrían haberse perdido para los pueblos de la Europa occidental. Y la labor española en esa difusión, a mi parecer, no ha sido suficientemente valorada.

Con el nombre de Almagesto, en el siglo XII, se tradujo del árabe al romance castellano la edición del tratado astronómico de Ptolomeo (Alejandría, s. II dC.) que, difundiendo la teoría geocéntrica (admitida hasta el s. XVI), incluía tablas de los datos de posiciones diarias de las estrellas fijas, el sol, los planetas y la luna. En la época de esa traducción, Alfonso X ordenó elaborar las Tablas Alfonsíes, (datos astronómicos desde la ciudad de Toledo, basados en las Tablas Toledanas elaboradas un siglo antes por los árabes). Es evidente que el asunto tenía cierta transcendencia en esa época, en la que, seguramente en concomitancia, tiene lugar el fortalecimiento de la Marina de Castilla, creada por su padre Fernando III. El comercio con los puertos atlánticos europeos comenzó, en esa época, a ser valioso, y la influencia de Castilla se consolidó en el Mediterráneo con su expansión al reino de Murcia.

Abraham Zakkut (Zacuto)

Sobre Astronomía o Astrología, en materia científica, y hasta el descubrimiento de América, poco se ha divulgado. Pero debe haber mucho todavía por ver cuando, por ejemplo, en 1473, un judío español llamado Abraham Zakkut (Zacuto), publica en hebreo, un Almanaque perpetuo en el que compila la tabla de datos de luminares[1] obtenidos desde el meridiano de Salamanca, para calcular la posición de un planeta. La obra fue traducida al castellano en 1481 por el catedrático de Astrología y Lógica Juan Zelaya. Posteriormente, fue también traducida al latín, y se sabe que dicho almanaque fue utilizado por Copérnico.

En 1493 (no he podido determinar si antes o después de la vuelta de Colón tras su descubrimiento) un reverendo maestro de Veas traduce del latín al castellano el Tratado de la Esfera de Juan de Sacrobosco (s. XIII) para don Íñigo López de Mendoza, Duque del Infantazgo.

Los antecedentes mencionados evidencian que, para la fecha del Descubrimiento, tablas de declinación diaria del sol eran conocidas y manejadas por los filósofos españoles. Está por demostrar, aún, que también lo fueran por los hombres de mar.

João II de Portugal

Es cierto que, hasta el viaje de Colón, muy poco se sabe de las técnicas de navegación (“artes de marear”) y de construcción de naos de entonces; esas artes eran secretos de “know how” celosamente guardados por sus poseedores. La ruptura de esa discreción fue precisamente originada por João II de Portugal tras recibir en audiencia a Cristóbal Colon, finalizando su primer viaje. Emitió cartas comunicando la noticia a las principales cortes europeas, incluida la española.

Se da por hecho que Colón, en ese primer viaje, disponía de las tablas portuguesas de declinación diaria del sol (estuvo en audiencia con el Rey de Portugal en 1485, cuando su cartógrafo real, Jose Vizinho, le presentó las que había elaborado a su requerimiento).

Es natural que, en España y Portugal, sus descubrimientos y exploraciones provocara un elevado interés por la navegación. Mientras que la monarquía portuguesa castigaba duramente la divulgación de dichas artes, la española, muy necesitada de gente preparada para el volumen de las potenciales exploraciones, autorizó la impresión y publicación de tratados y libros para formar marinos.


esferas geocéntricas de Ptolomeo

Ceñidos al s. XVI, he estudiado tres; los tres comienzan con la teoría de las esferas geocéntricas de Ptolomeo, de la eclíptica, de los movimientos de sol y la luna y sus eclipses, y los periodos de tiempo necesarios para que cada una de las 8 o 10 esferas cumpla una revolución completa. Las justificaciones del comportamiento de los cuatro elementos en la esfera de la tierra y su atmósfera, en los tres casos, son verdaderamente ingeniosas, si bien entiendo son heredadas de sus predecesores griegos. Dedican también capítulos a establecer las horas de día y noche a lo largo del año, en función de la latitud, y corrigen las ideas climáticas griegas, constatando que la vida humana se había podido desarrollar en todo tipo de climas. Y los tres incluyen sus propias tablas de declinaciones del sol para cada uno de los días del ciclo de cuatro años, bisiesto incluido.

La Suma de Geographia

El primero: La Suma de Geographia. Su autor, Martín Fernández de Enciso[ii] obtuvo licencia de Carlos I para imprimirla en 1518. Este hombre, abogado, explorador de la tierra firme con Fernando el Católico (y uno de los que intervinieron en la redacción de Requerimiento que este estableció se hiciera a los indígenas americanos, para aceptar el señorío de Castilla sobre ellos), fue, a su vez, armador de naos para comerciar entre Sevilla y las Indias occidentales.

En ella, introduce una somera historia de España desde Túbal, y relaciona la lista de los reyes españoles, con el afán didáctico de mostrar a su rey (recién llegado a España) la historia que le precedió.

En lo referente al arte de marear es un tanto escaso; además de las tablas de declinación, elabora una figura para determinar, a diferente rumbo, el número de leguas a navegar para modificar un grado la latitud, sin contar con que la esfericidad de la tierra no permite regla fija. Sus cálculos, partiendo de que un grado de latitud equivale a diecisiete leguas y media (para Colón un grado equivalía a 15 leguas) tienen, para nuestras latitudes, una precisión razonable.

El libro es también un tratado práctico de meteorología a partir del aspecto del sol y la luna al amanecer o anochecer, el aspecto de las nubes, y los vientos que, en ese momento y días previos o posteriores, se muestren.

Martín Fernández de Enciso

Su parte más valiosa (y única de los tres tratados a comentar), es la redacción de un detallado derrotero de todas las costas conocidas, indicando latitudes y distancias sucesivas entre los puertos mencionados, añadiendo accidentes geográficos, las desembocaduras de los ríos, su presumido lugar de nacimiento, y la geografía social y económica de cada zona o región, resaltando el carácter de sus naturales con mención de los productos comerciales predominantes en ella. Acompaña a esta descripción datos “históricos” sobre protagonistas como Alejandro Magno, Hércules y Aníbal.
Mientras que en su descripción de las costas de las Indias Occidentales (que cierra la obra) incluye experiencias propias (las que, como descubridor, él mismo vivió), los relatos referentes a las tierras africanas y asiáticas son, evidentemente, heredados.

Por ejemplo, para describir los caimanes hace el siguiente relato:«…vi que en un río que pasa por Darién había muchos lagartos grandes, tan gruesos en el cuerpo como un becerro: y si veía algún otro animal o perro o puerco u hombre cerca del agua, salía del agua y arremetía a él y si lo alcanzaba se lo llevaba al agua y se lo comía. Yo me acerqué a matar el primero que se mató: y vi que le echaron más de diez lanzas: que así como daban en él saltaban como si dieran en una peña. Y después un criado mío fue por través de él y lo atravesó con una lanza de un golpe por medio del cuerpo: y así lo matamos, y muerto y sacado a tierra hallamos que tenía por encima del lomo, que le tomaba desde el pescuezo hasta la cola, una concha que lo cubría todo que era tan fuerte que no había lanza que la pasase”.

Sin embargo, lo que relata sobre los cocodrilos es: “En el río de Cochin hay cocodrilos. Estos cocodrilos son unos pescados que tienen forma de hombres humanos, y de día están en el agua; y de noche salen a tierra y encienden fuego con unas piedras: y asan los pescados que toman«.

Su descripción de las indias occidentales fue traducida al inglés en 1578[iii]

Tratado del Esphera y del arte de Marear

El segundo es el Tratado del Esphera y del arte de Marear, de Francisco Falero[2], portugués al servicio de la Corona española. Fue impreso en 1535. Si la primera parte (Tratado del Esphera) es muy didáctica en sus razonamientos sobre las esferas de la teoría ptolemaica, su segunda parte es un verdadero tratado del arte de marear, un compendio de la aplicación práctica de los conocimientos astronómicos a la navegación. Establece los métodos para, en primer lugar, determinar distancia y rumbo necesarios para ir de un punto a otro, los modos en que se puede comprobar sobre la carta, navegando, si se cumplen las condiciones previstas, y las causas de sus diferencias. Fija las reglas para determinar la latitud a partir de la altura del sol y de su declinación.

Defiende que la verdadera equivalencia legua/grado es 16, 66 y, en consecuencia, propone nueva figura para determinar, según el rumbo, la distancia a navegar para variar un grado, la latitud, también sin contar con la esfericidad de la tierra. Cifra la desviación de la polar respecto al polo en un radio de 3º y 40′, y propone las correcciones a hacer a la altura medida de la polar, para calcular la altura real del polo (latitud), dependiendo de la posición de las estrellas externas del carro (las guardas, que también permiten evaluar la hora de la noche a lo largo de todo el año). Define instrumentos y procedimientos para determinar el paso del sol por el meridiano del lugar, métodos para evaluar la desviación de la aguja náutica (brújula) y es el primero que concibe, erróneamente, que esta desviación de la aguja respecto el polo verdadero, es igual en todo punto de un mismo meridiano, indicando que ello serviría para determinar la longitud.
Es, como anécdota, el primer tratado que utiliza indistintamente la numeración romana y los guarismos decimales. Y dedica un apéndice a enseñar a contar con estos guarismos.


Arte de Navegar

El tercer tratado (1541) es el Arte de Navegar de Pedro de Medina[3]. Es el tratado de navegación más completo de los tres, Se compone de ocho libros: el primero dedicado a la teoría geocéntrica, el segundo al mar océano, el tercero a los vientos (y las técnicas de navegación y estima sobre la carta), el cuarto al sol (para determinar con él la latitud), el quinto a los polos (con el mismo objetivo), el sexto a las agujas de navegar (y cómo determinar su desviación del polo), el séptimo a la luna (y la determinación de las mareas, que es la primera vez que se trata), y el octavo al día (distinguiendo entre día natural, 24 horas, y día artificial, de luz solar). Es, no obstante, un tratado teórico. En muchos casos plantea dudas, exponiendo, a continuación, las explicaciones que él mismo se da. En el caso de las desviaciones magnéticas de la aguja, tras una larga discusión, se queda con el hecho “mágico” de que los hierros de las agujas, tras ser cebados por la piedra magnética, se orientan al polo, y defiende que no se corrijan (en su fabricación) las agujas con una desviación fija, También propone un instrumento como el descrito por Falero en su obra, para determinar la desviación al paso del sol por su meridiano. Esta obra fue traducida al francés[iv], italiano[v], holandés, alemán e inglés[vi].


Pedro de Medina

Secuela de este tratado, Pedro Medina, imprimió en 1552 (2ª ed. 1563) un “Regimiento de navegación” dirigido a los hombres de mar. Es un tratado práctico, dividido en dos partes, donde simplifica, abunda y mejora su tratado previo, en particular en el manejo de las cartas marinas, prueba evidente de una experiencia marinera que los pilotos de la Casa de Contratación le negaban.

No son los únicos tratados de navegación impresos en ese siglo:

*en 1551:“Breve compendio de la esfera y el arte de navegar” de Martín Cortés Albacar. Introduce dos innovaciones: una tabla que refleja la disminución de distancia en los grados al aumentar la latitud, y la intuición de que la declinación de la aguja se debía a que indica un polo en la tierra, diferente al celestial. Fue también traducido, al menos, al inglés[vii].
*en 1581:”Compendio del arte de navegar” de Rodrigo Zamorano. Traducido también al inglés a comienzos del s. XVII[viii].

El último de los libros autorizados para ser impresos en ese siglo (1599) fue el Regimiento de Navegación, recopilado por Andrés García de Céspedes, cosmógrafo mayor de Felipe III, por orden de este. Su impresión, no obstante, ya tuvo lugar en el siglo XVII.

Podemos, en consecuencia, afirmar, con absoluta seguridad, que el mundo aprendió a navegar en libros españoles.





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