Un samurai en Sevilla
J. FÉLIX MACHUCA
Hasekura y los treinta japoneses que entraron aquel día en Sevilla lo hicieron vestidos de samurais y con rosarios al cuello
En la Sevilla satisfecha de 1614, donde el joven Velázquez aprendía en el taller de Pacheco a pintar como los ángeles y a tirarle los tejos a la hija del maestro, no sólo descubrían nuevos mundos sus marineros más capaces y sus cartógrafos más capacitados de la Casa de Contratación. El pueblo, la gente del común, también lo hacía sin necesidad de abandonar el arrabal de Triana o el barrio del Arenal. Así, durante los años primeros de la expansión americana, se hicieron una idea de lo que vivía y crecía al otro lado del Atlántico asomándose a los jardines del botánico Monardes o fisgoneando lo que salía de las barrigas de los galeones indianos tras su largo y complicado tornaviaje. Pudieron ver a un grupo de indios mesoamericanos jugar a la pelota en uno de los laterales de la Catedral. Celebraron el favor de las cataplasmas de tabaco para sanar postillas. Y calentaron el estómago diariamente con guisos de papa americana. Todo esto lo descubría aquella Sevilla que, desde Guanahaní hasta la fecha que les marco, no habría echado de menos ni el cine ni la televisión para mantenerse entretenida. Solo con asomarse al puerto y ver lo que venía del Nuevo Mundo ya garantizaba su fiesta.
Eso fue lo que ocurrió el 23 de octubre de 1614. Cuando entró en la ciudad la embajada japonesa liderada por el samurai Hasekura. Ortiz de Zúñiga fue el redactor de calle que mandó el ABC de la época para reportear el acontecimiento. Gracias a sus crónicas podemos saber hoy cómo vivió Sevilla aquella llegada, tan exótica. Oficialmente era la primera vez que la gente del país donde nace el sol pisaba tierra occidental. Y la ciudad amotinaba su curiosidad echándose a la calle como siglos después lo hizo para recibir a Evita Perón. Era la Sevilla que husmeaba en los talleres de sus imagineros que, convirtiendo la madera en hilo de croché, hacían retablos para América o imágenes tan convincentes que el tronco del árbol mutaba en carne viva. ¿Estuvo en la puerta de Triana viendo la entrada de la embajada samurai gente como Montañés y Juan de Mesa? ¿Dejó Zurbarán de estudiar la selectividad de Bellas artes que nunca llegó a aprobar para ir a ver al primer samurai que pisaba suelo sevillano? ¿Y Juan de Oviedo? ¿Abandonó su estudio para unirse a la visión de aquellos señores de la guerra que llegaban hasta Sevilla camino de Madrid y Roma para presentarse ante Felipe III y el Papa como nuevos cristianos de un lejano reino de Japón?
Hasekura y los treinta japoneses que entraron aquel día en Sevilla lo hicieron vestidos de samurais y con rosarios al cuello. Sus lanzas coloreadas y sus catanas en la cintura despertaron la admiración de la bulla. Caballeros 24, carrozas, cabalgaduras, nobles de la ciudad, comerciantes de Indias, banqueros, canónigos y gente de la calle abarrotaron el itinerario de esta cabalgata de oriente, en la que el Ateneo no puso un duro. Todo lo costeó una ciudad que veía a aquellos japoneses como si hoy viéramos un desembarco alienígena. Luego hicieron en Sevilla lo que hoy suelen hacer sus paisanos que nos visitan: cruzar Triana, subir a la Giralda, pasear por el Alcázar y conocer el Ayuntamiento, ya entonces en la plaza de San Francisco. Hasekura y los suyos fueron alojados en el Alcázar. Desde allí vería cómo la primera planta de la Lonja de Mercaderes se culminaba y se procedía a levantar la segunda. Cuatrocientos años después, aquel edificio que veía Hasekura desde las ventanas de su alcoba, acoge hoy una maravillosa exposición sobre su embajada, la que vino en nombre del rey de Bajú, Date Masamune, para buscar el sol de la cristiandad. Les recomiendo que la visiten en el Archivo de Indias. Y verán cómo la historia que nos narran, con riguroso criterio científico, Pilar Lázaro de la Escosura y María Antonia Colomar, es la que escribieron estos primeros japoneses que se abrieron a Occidente buscando a Dios y al dinero. Esos fieles acompañantes de los hombres en su largo peregrinaje por el mundo.
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