Para entender a aquellos que nos identificamos como españoles americanos hay que entender nuestras tierras como la España Americana.
ESPAÑA NO OCUPABA AMÉRICA, SE OCUPABA DE AMÉRICA
ANZOÁTEGUI, DIVINA INTOLERANCIA
Estudiando la obra de Anzoátegui. Sí, estudiándola, porque en él hay miga. Este escritor argentino se ha convertido recientemente en un hallazgo que nos procura satisfacciones intelectuales sin cuento. Estamos gozando mientras lo leemos.
Ignacio Braulio Anzoátegui era, como buen argentino, "español americano" ("nosotros, españoles americanos, los clásicos de la soledad" -llegó a escribir).
Por eso sería que no se recataba a la hora de escribir, tenía el verbo ágil y relampagueante, y no dejaba títere con cabeza.
Para este patriota español y argentino, estaba más que claro: "América no se perdió porque sí, ni por el cuento de la mayoría de edad, ni por el otro cuento de que los españoles peninsulares eran unos "tigres sedientos de sangre". Se perdió por la traición; justamente cuando el gerente metropolitano culminó, con la expulsión de los jesuitas, la traición al pacto firmado entre Dios y la Conquista".
Da gusto leer a españoles americanos como Anzoátegui. A diferencia de los americanos renegados que se "sienten" indígenas (siendo en todo caso, mestizos), estos "españoles americanos" no sienten como españoles: no... Es que son españoles, y con seguridad digo que son más españoles que muchos que en la península han nacido, o muchos que gocen de un papelajo en que cualquier cuevachuelista haya dado carta de nacionalidad. La diferencia entre el "sentirse algo" y el "ser algo" es algo, valga la redundancia, digno de pensarse: pues, por ende, o se es... O no se es.
"España no ocupaba América, sino que se ocupaba de América. Y eso era lo que no podían entender los pisaverdes de la Corte, los calzonudos, los maricones de la administración española de aquellos días plenos de miseria moral y de grandilocuencia mental" (El subrayado es nuestro: atiéndase a la claridad y contundencia con las que Anzoátegui describe nuestro Imperio; el suyo también).
Anzoátegui era católico, católico como muy pocos lo seguimos siendo: "La Iglesia no es tolerante -escribe-, es la Iglesia bárbara de Jesucristo, nada civilizada en el sentido liberal. Es intolerante porque posee la verdad; es bárbara porque posee la alegría de la esperanza en Dios; es nada civilizada porque no necesita de las cosas del mundo".
Es por ese catolicismo prístino, intolerante -sí: nosotros prestigiaremos la palabra intolerancia, porque no creemos en las pamplinas de los lechuguinos: No se puede ser católico de intención, como afirma Anzoátegui: "La intención basta para salvarse uno mismo, pero basta también para perder a los otros con la mejor intención. Catolicismo y masonería eran dos términos que se tocaban en un punto: la realidad. Políticos católicos respetaban -como ellos decían- las ideas masónicas, porque había que ponerse a tono con el tiempo; políticos católicos pactaban todos los días con los enemigos de la religión de su patria, porque los enemigos eran elegantes y la patria necesitaba civilizarse. Todo esto se lo debemos a los fundadores civiles de nuestra nacionalidad" -sentencia Anzoátegui, y aunque se refiere a la Argentina de sus amores; yo, un español peninsular, podría suscribir exactamente lo mismo de otros tantos políticos de 1978.
Después de 1978 y la "fundación civil" de esto que ahora tenemos en España, vinieron los "santones laicos": "[la santidad civil] es un invento diabólico que tiene todavía muchos creyentes de buena voluntad. La santidad civil sólo puede darse en un pueblo civilmente idiota, y de eso al protestantismo no hay más que un paso: el paso que lleva a la idiotez religiosa". Dixit el divino Anzoátegui.
Para Anzoátegui no se podía ser idealista fuera del catolicismo militante: "No hay derecho a ser idealista si no se es religioso. Los idealistas se dividen en dos grupos: los románticos y los religiosos. Los únicos legítimos son los segundos".
Anzoátegui no sólo dice verdades como puños. Recorre su prosa una nota de humor muy personal. Es ese humor que tanto nos agrada, argentina joda: de Buda llega a decir que era "un indio con almorranas", a Amado Nervo le compone el epitafio: "Era una monja laica". La primera se la da en la frente a Juan Bautista Alberdi: "Dijo "gobernar es poblar" y se quedó soltero".
Ignacio B. Anzoátegui ocupará más de una entrada en este blog. Desearíamos que alguna editorial valiente dé el paso al frente y vuelva a publicar en España sus textos, pues es prácticamente un desconocido -no nos extraña que lo sea, habida cuenta de su iconoclastia políticamente incorrecta.
Nosotros lo vamos a leer y releer... Y vamos a hacer un gran servicio a España, haciéndole justicia a una de las inteligencias más grandes que ha tenido nuestra amada hermana Argentina.
Invitamos a saber más de él en este estupendo blog argentino:
Agenda de Reflexion 2005 Julio
nOTA: publicábamos una foto de Anzoátegui, pero queremos hacer constar que no sabemos si la fotografía que publicamos allí corresponde a Ignacio Braulio, o a su hijo, poeta también... Esperamos que cualquier amable lector argentino nos corrija
Maestro Gelimer
LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
Para entender a aquellos que nos identificamos como españoles americanos hay que entender nuestras tierras como la España Americana.
[quote=Hyeronimus;66372] ESPAÑA NO OCUPABA AMÉRICA, SE OCUPABA DE AMÉRICA
ANZOÁTEGUI, DIVINA INTOLERANCIA
Este retrato no es de Anzoátegui sino de Leopoldo Lugones.
En efecto, es Lugones. El propio maestro Gelimer ya expresa sus dudas en el artículo. Al parecer utilizó en su documentación un artículo que hay en la Red que lleva por error una foto de Leopoldo Lugones en vez de la de Anzoategui:Nº 302 - El nacionalismo católico de Ignacio B. Anzoátegui
25 de Julio de 2005 ≈ 0:12 | tamaño de texto | versión para imprimir
Historia Argentina
Literatura
Mística y Religión
Poesía
Hace exactamente un siglo, el 25 de julio de 1905, día de la fiesta de Santiago Matamoros, nació en La Plata Ignacio Braulio Anzoátegui; murió en Buenos Aires el 2 de abril de 1978. Ambas fechas constituyen significativas coincidencias tratándose de él, uno de los más brillantes exponentes del nacionalismo católico argentino. Se casó con Josefina Padilla, con quien tuvo once hijos.
Doctorado en Leyes en la Universidad de Buenos Aires, desempeñó luego la magistratura judicial, siendo sus fallos famosos por el estilo y el talento literario (“Sin poesía no hay derecho”, decía siempre). Uno de esos fallos, sobre un hombre que se casó con una mujer veinte años mayor, decía, por ejemplo: “Cuando se casaron, él tenía la edad en que se encuentra a la vida y ella la edad en que se le reencuentra”.
Además de libros de poesía, aforismos y ensayos, también escribió en cuanto diario y revista relevante existía en el país y en muchísimas del extranjero: La primera Criterio (junto a Manuel Gálvez, Leopoldo Marechal –su gran amigo-, Ernesto Palacio, Eduardo Mallea, Fernández Moreno y Ricardo Molinari, además de Gilbert K. Chesterton, Hillaire Belloc, Ramiro de Maeztu, Jacques Maritain y Giovanni Papini), Número (donde se encargaba de la crítica cinematográfica), Cárcel de papel, Tía Vicenta (con y sin firma), P.B.T. (bajo el seudónimo Martín Pescador), Sol y Luna (cuya dirección compartió), Caras y Caretas, Leoplán, Ulises, El Hogar, Tribuna, Alianza, Tiempo Político, Azul y Blanco, La Argentina (de Hugo Wast), Juan Manuel de Rosas (el boletín del Instituto homónimo), Universitas (la revista de la Universidad Católica Argentina), Jauja (dirigida por el Padre Leonardo Castellani), etcétera. Anzoátegui era un hombre decididamente polémico: escribía como esgrimiendo un arma.
Los Cursos de Cultura Católica y nosotros
Nacieron los Cursos de Cultura Católica de la decisión de una minoría de hombres inmunes a la heredosífilis liberal que venía regenteando al país después de lo de Caseros (donde la patria se recalcó un pie).
Era por entonces el cultianalfabetismo dueño casi absoluto de la verdad y de la historia: de la verdad gambeteadora y prepotente y de la historia para párvulos a la que jineteaba orondamente tocado de poncho y galera.
La chivatería masónica dictaba cátedra y las quitaba. So color de los colores azul y blanco –infaltables delantales de las tribunas de pino improvisado- arengaba a un rebaño, al que, de paso, había negado el derecho de prosternarse ante el Pastor. Y la intelectualidad argentina la escuchaba boquiabierta, acaso balando hurras a los carraspeos de los descuajeringados pajarracos.
Aquella chivatería creó así, para los fieles de Cristo, una cara que reunía los rasgos de la beatería y la bobera.
Fue por el [mil novecientos] veintitantos cuando el Señor decidió que se operara el milagro. Y lo hizo –como a El le gusta hacerlo- valiéndose de aquella minoría, en armas también ella, cuya misión primera era la de llamar pan al pan y vino al vino y cuya segunda misión era comerse a los comecuras. Pan y vino fueron su alimento y su aliento: el pan y el vino del convivio eucarístico donde Cristo se da entero a sus leales seguidores.
En medio de aquella época tan nefanda como nefasta, en medio de aquel tiempo que se creía dueño y lacayo del último quiquiriquí del máximo mascalzone de turno, en medio de aquellos años enloquecidos de aggiornamiento con el más vil de los viles detractores, los Cursos de Cultura Católica nos rescataron a la confianza, nos reconciliaron con la dignidad, nos enseñaron que el católico no tenía por qué poner cara de drogadicto de la virtud, de monja psicoanalizada por cualquier Amado Nervo.
Tales fueron las lecciones que aprendimos en los Cursos. Tal fue la vida que nos develaron. Tal la enseñanza deslumbrante que compromete para siempre nuestra gratitud.… [...] Continuar leyendo »
http://www.agendadereflexion.com.ar/2005/
Si se hace clic en el enlace que dice "continuar leyendo", se pasa al artículo completo, que si aparece con la foto correcta. Más abajo está el grabado con la cara de Lugones ilustrando un poema dedicado a este último poeta:
El nacionalismo católico de Ignacio B. Anzoátegui
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Hace exactamente un siglo, el 25 de julio de 1905, día de la fiesta de Santiago Matamoros, nació en La Plata Ignacio Braulio Anzoátegui; murió en Buenos Aires el 2 de abril de 1978. Ambas fechas constituyen significativas coincidencias tratándose de él, uno de los más brillantes exponentes del nacionalismo católico argentino. Se casó con Josefina Padilla, con quien tuvo once hijos.
Doctorado en Leyes en la Universidad de Buenos Aires, desempeñó luego la magistratura judicial, siendo sus fallos famosos por el estilo y el talento literario (“Sin poesía no hay derecho”, decía siempre). Uno de esos fallos, sobre un hombre que se casó con una mujer veinte años mayor, decía, por ejemplo: “Cuando se casaron, él tenía la edad en que se encuentra a la vida y ella la edad en que se le reencuentra”.
Además de libros de poesía, aforismos y ensayos, también escribió en cuanto diario y revista relevante existía en el país y en muchísimas del extranjero: La primera Criterio (junto a Manuel Gálvez, Leopoldo Marechal –su gran amigo-, Ernesto Palacio, Eduardo Mallea, Fernández Moreno y Ricardo Molinari, además de Gilbert K. Chesterton, Hillaire Belloc, Ramiro de Maeztu, Jacques Maritain y Giovanni Papini), Número (donde se encargaba de la crítica cinematográfica), Cárcel de papel, Tía Vicenta (con y sin firma), P.B.T. (bajo el seudónimo Martín Pescador), Sol y Luna (cuya dirección compartió), Caras y Caretas, Leoplán, Ulises, El Hogar, Tribuna, Alianza, Tiempo Político, Azul y Blanco, La Argentina (de Hugo Wast), Juan Manuel de Rosas (el boletín del Instituto homónimo), Universitas (la revista de la Universidad Católica Argentina), Jauja (dirigida por el Padre Leonardo Castellani), etcétera. Anzoátegui era un hombre decididamente polémico: escribía como esgrimiendo un arma.
Los Cursos de Cultura Católica y nosotros
Nacieron los Cursos de Cultura Católica de la decisión de una minoría de hombres inmunes a la heredosífilis liberal que venía regenteando al país después de lo de Caseros (donde la patria se recalcó un pie).
Era por entonces el cultianalfabetismo dueño casi absoluto de la verdad y de la historia: de la verdad gambeteadora y prepotente y de la historia para párvulos a la que jineteaba orondamente tocado de poncho y galera.
La chivatería masónica dictaba cátedra y las quitaba. So color de los colores azul y blanco –infaltables delantales de las tribunas de pino improvisado- arengaba a un rebaño, al que, de paso, había negado el derecho de prosternarse ante el Pastor. Y la intelectualidad argentina la escuchaba boquiabierta, acaso balando hurras a los carraspeos de los descuajeringados pajarracos.
Aquella chivatería creó así, para los fieles de Cristo, una cara que reunía los rasgos de la beatería y la bobera.
Fue por el [mil novecientos] veintitantos cuando el Señor decidió que se operara el milagro. Y lo hizo –como a El le gusta hacerlo- valiéndose de aquella minoría, en armas también ella, cuya misión primera era la de llamar pan al pan y vino al vino y cuya segunda misión era comerse a los comecuras. Pan y vino fueron su alimento y su aliento: el pan y el vino del convivio eucarístico donde Cristo se da entero a sus leales seguidores.
En medio de aquella época tan nefanda como nefasta, en medio de aquel tiempo que se creía dueño y lacayo del último quiquiriquí del máximo mascalzone de turno, en medio de aquellos años enloquecidos de aggiornamiento con el más vil de los viles detractores, los Cursos de Cultura Católica nos rescataron a la confianza, nos reconciliaron con la dignidad, nos enseñaron que el católico no tenía por qué poner cara de drogadicto de la virtud, de monja psicoanalizada por cualquier Amado Nervo.
Tales fueron las lecciones que aprendimos en los Cursos. Tal fue la vida que nos develaron. Tal la enseñanza deslumbrante que compromete para siempre nuestra gratitud.
Aforismos
Roque Sáenz Peña
El voto secreto es el voto cantado a bocca chiusa. Pero la contención tiene un límite, tras el cual estalla el griterío de las revoluciones. Porque el pueblo no quiere que se lo encierre en el meadero del cuarto-oscuro; quiere cantar su voto por las calles y los caminos. Quiere gritar “¡Viva!” y gritar “¡Muera!”, porque eso es tener conciencia de patria, inexplicada conciencia de patria, que es lo que en definitiva vale.
Van Gogh
Desde la Eternidad inventó Dios el amarillo, para poder un día, con la mayor naturalidad, regalárselo a Van Gogh.
Agustín de Foxá
Úlcera de Duodeno –dijo una vez Foxá- es nombre de poetisa uruguaya.
Cardenal Newman
Hay más fiesta en el Cielo por un inglés que se arrepiente que por cien irlandeses que hacen penitencia.
Adam Smith
Los economistas son los ginecólogos de las finanzas públicas. La mayor parte de ellos se especializan en abortos.
Camila O’Gorman
Casarse con un cura es ciertamente un desacato. Pero dejarse explotar en los prostíbulos del liberalismo es ciertamente un suicidio: una lápida mortuoria que confirma una enfermedad venérea.
Ra
Ningún dios de ninguna mitología gozó de tanto prestigio como Ra en el mundo de las palabras cruzadas.
Shelley
Había una vez un tiempo en que el inglés no era sólo un dialecto de ejecutivos.
Frei
Cada vez que en un país triunfa la Democracia Cristiana, se decreta en el Cielo tres días de Carcajada Celestial.
Anónimo
Me lo previno una vez un santo confesor, viejo y cargado de juvenil sabiduría: “Es difícil, muy difícil, hijo, sacarse un mujer de encima; pero más difícil es quitársela de abajo”.
Los siete sabios de Grecia
Los helenos, que algo entendían de belleza, le dijeron a la sabiduría el nombre más bonito de su lengua: sophia. Porque para saber es menester saber bellamente: lo demás es física nuclear y economía política y perfeccionamiento de artefactos sanitarios.
Elcano
Intentar entonces la vuelta de la Tierra era tomar billete de ida. El billete de regreso quedaba a cargo de ese gran promotor del turismo más conocido por el nombre de Dios, especialista en tormentas y en rotosos regresos triunfales.
Gustavo Adolfo Bécquer
Digan lo que digan los registros parroquiales, Bécquer nació en Flores. Todavía su sombra se pasea por esos atardeceres de glicinas con jardincito al frente.
Benvenuto Cellini
El mármol es, sin duda, uno de los más nobles y puros elementos de la Creación. ¿Puede alguien imaginar a Cellini tallando su Perseo en fórmica? Yo creo que en el tumulto del Sinaí a Moisés se le traspapeló el XI mandamiento: “No formicar”.
Domingo Faustino Sarmiento
El niño que nunca faltó a clase y el hombre que nunca tuvo clase.
Francisco Pizarro
Terminemos de una vez por todas con la bobada de la sed de oro de los conquistadores. La sed de oro basta para conquistar a una viuda millonaria y necesitada; pero no basta para conquistar un imperio y además fundar sobre él otro imperio. Para esto es preciso estar signado, vale decir persignado, por el Dueño de la Creación. Francisco Pizarro no era exactamente de Asís, pero tampoco era de la raza de los Rostchild.
Franklin Delano Roosevelt
Cada cual tiene el segundo nombre que se merece.
Esperanza del milagro
Inútilmente pido lo que pido,
Inútilmente quiero lo que quiero:
No espera mi esperanza lo que espero
Ni olvida mi memoria lo que olvido.
Ni pide mi esperanza lo que olvido
Ni quiere mi memoria lo que espero:
Inútilmente olvido lo que quiero,
Inútilmente espero lo que pido.
Todo es inútil ya. Pido y espero;
Pido al amor olvido, y el olvido
Se entrega a la memoria prisionero.
Quiero sin esperanza, y lo quiero
Espera eternamente en lo que pido
El milagro de amor en el que muero.
Monólogo al amor…
Este querer quererte por amarte
y este miedo de amarte sin quererte
y este querer perderte por ganarte
y este querer amarte sin perderte.
Y este ganarte sin saber perderte
y este perderte sin saber ganarte,
me dan miedo de amarte por amarte
cuando quisiera no querer quererte.
Este miedo de amarte sin ganarte
y este querer ganarte sin perderte
me obligan a perderte sin amarte.
Porque el miedo de amarte y de perderte
y el miedo de quererte y de ganarte
es el miedo de amarte hasta la muerte.
En secreto y al oído
Tu madre niega que niega
Y yo que afirmo y afirmo,
Porque yo sé de quién eres:
Que eres de ella y que eres mío.
Ella no quiere que sepas
Que estando ella conmigo
Hablamos de ti y nosotros
En secreto y al oído
Y que juntos te nombramos
Por tu nombre y apellido.
No lo repitas a nadie:
Yo sé por qué te lo digo.
Leopoldo Lugones
Se quitó los anteojos y de un trago
Empinó la cicuta.
Con un vago
Secreto se nos iba, roto el dolor y la cabeza
Hirsuta
A medio descansar sobre la mesa.
Se nos iba la Patria. Los antiguos laureles
Que él cantara
Yacían en el cesto de papeles
Y él moría y moría
Cara a cara
Con la derrota que le consumía.
Los enteros
Varones,
Los de la lanza de los entreveros,
Lagrimeaban entre cuatro velones
El dolor de que eternamente fuera
El caballo del comisario
El que ganara siempre la carrera
Sin otro comentario.
El pulso
Desvaído,
Se nos iba la Patria. Ya el convulso
Corazón se nos iba
Sin voz y sin latido,
Sin un ¡Muera! Siquiera y sin un ¡Viva!
Porque ya todo aquello,
Todo aquello que él era se lo llevó la Muerte,
Las manos aferradas a su cuello:
Toda la Patria mustia,
Fuerte ya, sí, para llorarle fuerte
Bajo las campanadas de la angustia.
Ante Usted, don Hipólito, yo me saco el sombrero
y le llamo señor,
por eso que tenía de taita y mazorquero,
y hasta se dijo que era hijo del Dictador.
Mientras la oligarquía andaba a cuatro patas
pordioseando una libra y empeñando el laurel,
Usted iba llenando los atrios de alpargatas
y enseñando a los hombres a cumplir su papel.
Usted, don Yrigoyen, de bastón y galera,
de la media palabra y el silencio sutil,
era caudillo y prócer y exactamente era
el Felipe II de la calle Brasil.
Usted a la Inglaterra supo pararle el carro
y para no ser neutro se mantuvo neutral,
a pesar de que estaba bastante espeso el barro
y nos amenazaban la noche y el puñal.
Con eso sólo basta, varón de cuerpo entero
que cultivó el callado sentido del honor:
por eso en su memoria yo me saco el sombrero
y le llamo señor.
Sesenta y cuatro paladas
De tierra húmeda y fría
Aguardan junto a mi huesa
Para venírseme encima.
Señor el sepulturero
Que está bebiendo en la esquina,
Siga bebiendo tranquilo
Porque no me corre prisa.
Aquella que usted ya sabe
No ha llegado todavía.
Y me prometió traerme
Un ramo de siemprevivas.
Aquí se ve un poco mejor
Y este es su hijo
Ahora ya puede corregirlo en su blog, maestro.
España fue el imperio más humano de la historia
Lo afirmaba sin tapujos Salvador de Madariaga (1886-1978) insigne diplomático y gran historiador español, exiliado durante el franquismo con motivo del bicentenario de Estados Unidos en 1976
- ¿Cómo es posible que la historia de una nación como España —creadora del primer imperio global, protagonista absoluta de la Edad Moderna y responsable de la primera gran hibridación cultural y humana entre pueblos de distintos continentes— sea hoy tan desconocida y escasamente valorada por parte de propios y extraños?
Algunas respuestas se hallan en la obra del erudito Julián Juderías, escrita en 1914.
Su autor definió así en qué consiste el objeto de su ensayo: «Por leyenda negra entendemos el ambiente creado por los fantásticos relatos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en casi todos los países; las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y como colectividad […]; la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso o de las innovaciones; o, en otros términos, la leyenda que habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces y más especialmente en momentos críticos de nuestra vida nacional».
La extraordinaria originalidad de su planteamiento otorga a este libro, en el centenario de su publicación, un interés perenne. Imitado y plagiado, este clásico merecía una cuidada edición que —por primera vez— enmienda erratas y contextualiza la obra de Juderías, cuya pionera valoración de la imagen se adelantó al tercer milenio y al desarrollo de los medios audiovisuales. En sus propias palabras:
«Las naciones son como los individuos, de su reputación viven […], si la honra de los individuos se respeta, ¿por qué no ha de respetarse la de los pueblos?».
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Fuente:
España fue el imperio más humano de la historia | DLM
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