TRUMPETEANDO, por Juan Manuel de Prada
(ABC, 7 de marzo de 2016)
Explicaba Waldo Frank en un viejo libro, “Redescubrimiento de América”, que para entender los Estados Unidos hay que empezar por asumir que se crearon cuando Europa empezaba a perecer. Y que, por estar construidos con materiales de decadencia y descomposición (aunque instintivamente los repudien), están infectados por su carcoma, de tal modo que su pujanza no es más que un esplendor crepuscular. Es, pues, comprensible que una nación formada con los retales de una Europa caduca y enferma desarrollase a modo de antídoto un optimismo ingenuo y fanfarrón que la llevó a suponer que era un nuevo pueblo elegido y que estaba destinada a salvar al mundo, a través de la religión democrática. Esta idea desquiciada encubría la inmunda voracidad de poder y el desmesurado afán de riquezas de sus élites dirigentes, que desde 1898 hasta hoy ha multiplicado las calamidades por el extenso atlas, justificándolas siempre como esfuerzos apostólicos por propagar el evangelio negro de la democracia.
A la hora de juzgar a Trump no podemos olvidar que es un producto típicamente americano. Pero en Trump todavía hay, mezclada con sus fanfarronerías, una subsistencia auténtica de aquel repudio que los americanos originarios sentían hacia los materiales de decadencia y descomposición europeos: por eso Trump es igualmente odiado por los liberales globalistas encargados de pervertir al pueblo con derechos de bragueta y por los neocones obsesionados por la hegemonía global que ha convertido el mundo en un polvorín y alimentado el fanatismo islámico. Unos y otros representan la voracidad de poder y el afán de riquezas de unas élites que se han aprovechado de la buena voluntad de los americanos, infundiéndoles delirios de grandeza que no tenían otro fin sino garantizar los intereses de la casta financiera. Y de repente aparece este Trump como un elefante en una cacharrería, meándose encima del criptogay Rubio y del fariseo Cruz y lanzando un órdago con posibilidades de triunfo a la bruja Hilaria, la hija predilecta del Nuevo Orden Mundial… ¡Y todo el sistema, desde sus mascarones de proa a sus plumillas paniaguados, se revuelve contra él, como un solo hombre! Sería grotesco presentar a Trump como un santito con peana, porque está amasado con los mismos materiales de decadencia con que fueron amasados los Estados Unidos; pero hay en él una autenticidad que conecta con esos americanos numantinos que todavía tienen vigor moral para rechazar las perversiones que los liberales pretenden infiltrarles, para convertirlos en chusma con papiloma y ojete reventado; americanos que todavía guardan un rescoldo de lucidez que les permite rechazar los delirios paranoides que los neocones pretenden inocularles, con sus sueños de hegemonía global. Americanos, en fin, refractarios a las artimañas que hasta hoy se han empleado para debilitarlos y convertirlos en esbirros del mundialismo y las élites financieras. Americanos hartos de que, con el caramelo de la libertad abstracta que les prometen sus gobernantes, se les arrebaten las libertades concretas que fundaron su tradición patriótica.
Esta es la razón por la que Trump es odiado por los lobbies, los mass media del sistema y hasta por su propio partido. Trump tal vez sea un fanfarrón que exagera el tamaño de su polla, Trump tal vez sea un botarate al que habría que enseñar que los pueblos hispánicos pueden ser la savia fresca que salve a su patria de la decrepitud. Pero es un tipo que inquieta, que subleva y saca de sus casillas a los corifeos del Nuevo Orden Mundial. Y un tipo odiado por esa gentuza, un tipo que logra que interrumpan sus falsas divisiones para hacer contra él un frente común algo bueno tiene que tener.
FUENTE:
Facebook de Prada
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