Las cifras del número de componentes del ejército son muy dispares: según las diversas fuentes varían entre los 1.200 y los 3.000 rebeldes y mercenarios. Incluso antiguos miembros de la expedición que años después escribieron sobre lo sucedido, discrepan en la cantidad de soldados reclutados. Lo más probable es que tras sumárseles unos 200 indios, el número de los republicanos se acercara a los 2.000.
Magee era un ex teniente de artillería graduado en West Point que, viendo frustradas sus aspiraciones de ascenso a capitán al ser adelantado por otros compañeros de promoción más modernos, abandonó el ejército, abrazó la causa republicana en Texas, y fue nombrado coronel por la Junta Revolucionaria. Al ser Magee de origen irlandés, casi todos los historiadores coinciden en que fue él quien diseñó la bandera verde y el máximo responsable de la buena instrucción militar del incipiente ejército tejano.
Dos días más tarde, el 9 de agosto, se unió a los revolucionarios el principal cabecilla de la rebelión, José Bernardo Gutiérrez de Lara, un terrateniente de Nuevo Santander imbuido de las ideas de la Revolución Francesa. Gutiérrez había sido recibido en Washington por el Gobierno de los Estados Unidos que apoyaba su causa con la pretensión de anexionarse los territorios españoles de Norteamérica.
Solo las ciudades de San Antonio de Béjar y La Bahía no habían sido ocupadas por los republicanos. El gobernador español de Texas, Manuel María Salcedo, decidió abandonar Béjar y agrupar sus escasas tropas para hacer frente a los invasores en mejores condiciones. Salcedo contaba con pocos hombres disponibles, los soldados que tenían que haber llegado de España para ayudarle a proteger la frontera se habían quedado en la Península para luchar contra la invasión napoleónica.
Sin embargo, Gutiérrez y Magee decidieron dirigirse a La Bahía. La fortaleza existente en la ciudad era defendida por una guarnición de 200 hombres que pertenecían a la milicia. Ante la abrumadora mayoría republicana prefirieron rendirse y muchos se pasaron a los insurrectos.
Salcedo junto al gobernador de Nuevo León, Simón Herrera, y las tropas españolas que habían logrado reunir, pusieron posteriormente sitio a la fortaleza. Al principio parecía que el final de los republicanos estaba cerca, incluso Magee se planteó negociar la rendición con los españoles, pero sus oficiales se opusieron. El sitio se fue alargando y la llegada del duro invierno tejano hizo mella entre los sitiadores. Escasos de suministros y no vestidos apropiadamente para los rigores del frío, tuvieron que abandonar la plaza a principios de febrero de 1813.
Hostigados por la caballería tejana mandada por Menchaca, los realistas consiguieron llegar a Béjar que había sido saqueada por los indios. «El 8 de febrero Magee murió aparentemente de tisis. Gutiérrez iba a decir en 1815, que tomó veneno para evitar ser fusilado por intentar venderle a los realistas»2.También corrió el rumor de que había sido asesinado. La verdadera causa de la muerte nunca ha podido ser demostrada. A Magee le sustituyó Samuel Kemper como jefe de los angloamericanos. El 29 de marzo, Salcedo y Herrera se enfrentaron nuevamente a los rebeldes en Rosillo, cerca del Arroyo Salado, a unos 25 kilómetros de Béjar. Los reclutas realistas no pudieron resistir el empuje de los republicanos y fueron derrotados. Cerca de 300 bajas entre muertos y heridos sufrieron los españoles. Salcedo negoció la rendición con los tejanos quienes le prometieron que ni él, ni sus oficiales, ni ninguno de sus hombres, serían maltratados. El gobernador español entregó su espada a Kemper, quien le dijo que se la diera a Gutiérrez. Salcedo no podía aceptar aquella humillación ante quien consideraba un traidor y tiró su espada al suelo a los pies de Gutiérrez. Los independentistas entraron en Béjar sin oposición e izaron la bandera verde por la que habían luchado.Días más tarde, Salcedo, Herrera y doce oficiales españoles fueron sacados de la ciudad con la excusa de que iban a ser llevados a Estados Unidos para regresar a España. Escoltados por sesenta jinetes a las órdenes de un tal capitán Antonio Delgado, abandonaron confiados la ciudad, pero a unos 10 kilómetros de Béjar el grupo se detuvo, desnudaron a los oficiales españoles, les robaron sus pertenencias y los mataron a sablazos. A continuación decapitaron los cadáveres y sus cabezas fueron llevadas de regreso a Béjar como un trofeo de guerra cualquiera. Ni siquiera se les permitió recibir los últimos sacramentos.
Aquella atrocidad enfadó a algunos oficiales norteamericanos, entre ellos al propio Kemper, quienes se habían unido a la empresa de la independencia de Texas movidos por «nobles ideales». Kemper y esos oficiales molestos por la masacre abandonaron la expedición y regresaron a los Estados Unidos a pesar de que Gutiérrez empeñó su palabra de que no tenía nada que ver con los asesinatos. Muchos años más tarde, algunos testigos declararon que el mismo Gutiérrez había dado la orden. La marcha de Kemper hizo recaer el mando de los norteamericanos en Henry Perry.
«El 6 de abril de 1813, en una breve ceremonia celebrada en San Antonio de Béjar, un líder visionario que se autodenominaba el Ilustre Libertador, llamado Bernardo Antonio Gutiérrez de Lara, se nombró a sí mismo “Presidente Protector del Gobierno Provisional del Estado de Texas”, al que declaró territorio independiente de la Corona española»3. La nueva Constitución en su artículo primero proclamaba que el nuevo Estado era «una parte de la República Mejicana a la cual está inviolablemente unida»4. Aquello no gustó al gobierno estadounidense cuya pretensión era unir Texas al territorio de Luisiana. Retiraron su respaldo a Gutiérrez y apoyaron como líder de la revolución al aventurero cubano José Álvarez de Toledo que había sido oficial de la Armada española y que había representado en las Cortes de Cádiz a Puerto Rico y Santo Domingo. Las presiones sobre la Junta Revolucionaria, una campaña de desprestigio en la prensa contra Gutiérrez, al que se acusó de apropiación de fondos enviados para la causa, junto al rumor que corrió entre los soldados mejicanos y tejanos de que Toledo llegaría con dinero para pagar los atrasos dinerarios que se les adeudaban, llevó a la Junta a destituir a Gutiérrez y nombrar como jefe supremo del Ejército a Álvarez de Toledo, decisión que no gustó a Menchaca y a otros oficiales amigos de Gutiérrez.
El virrey de Nueva España, Félix María Calleja, preocupado por el cariz que estaban tomando los acontecimientos en Texas, ordenó al recientemente nombrado comandante general de las Provincias Internas de Oriente, don Joaquín Arredondo, terminar con la revolución. Arredondo era un militar de carrera, un catalán de Barcelona que había llegado a América a servir a su patria y al rey.
Arredondo se puso en marcha con algo menos de 2.000 soldados entre caballería e infantería y once cañones para terminar con todo atisbo de rebelión. Ordenó al teniente coronel Elizondo (comandante del presidio de Río Grande) que se reuniera con él en Río Frío pero este desobedeció a orden y el 29 de junio se enfrentó con sus escasas fuerzas a los republicanos en Alazán donde dejó en el campo de batalla cerca de 400 muertos y decenas de prisioneros. Parecía que la República de Texas había alcanzado su plena independencia.
Elizondo y los que habían sobrevivido a la derrota en Alazán, consiguieron reunirse con Arredondo quien reprendió severamente al díscolo teniente coronel y se encaminaron hacia Béjar al encuentro de los republicanos. Les acompañaba también el teniente coronel Zambrano como oficial a cargo de la caballería realista. Las tropas españolas llegaron a las proximidades del arroyo Galván el 17 de agosto. Los republicanos pasaron la noche de ese mismo día en las cercanías del arroyo Gallinas. Habían salido de Béjar dos días antes despedidos con música y los vítores de sus partidarios. Aún se discute por qué los tejanos abandonaron la ciudad y salieron al encuentro de los españoles.
Toledo y los angloamericanos preferían defender Béjar, la opción más acertada, que enfrentarse en campo abierto a los realistas. Además, los españoles, tras varios días de marcha estarían agotados mientras que los insurrectos descansados tendrían agua y comida para resistir. Lo más seguro es que se dejaran convencer por mejicanos y tejanos que temían por sus hogares y familias que vivían en la ciudad. Toledo cometió el error de formar sus compañías y escuadrones por nacionalidades sin tener en cuenta las rivalidades y diferente formación militar que había entre ellas. Su plan consistía en esperar a los españoles en el Arroyo Gallinas para tenderles una emboscada y aniquilar el ejército de Arredondo. Situó una avanzadilla delante del grueso de su despliegue para dar la voz de alarma cuando aparecieran los realistas, pero sin delatar la emboscada que tenía preparada.
La mañana del 18 de agosto de 1813, Arredondo levantó su campamento y con toda la columna se dirigió hacia el arroyo Galván para cruzarlo. A la cinco de la madrugada partió por delante en misión de exploración el teniente coronel Elizondo con 180 jinetes, pues el general desconocía la posición exacta del enemigo al que sus informes situaban en Béjar. Elizondo se movió posiblemente entre el arroyo Galván y el arroyo Gallinas. Destacó delante de su fuerza en solitario al alférez Francisco López que, confiado, cabalgaba por el terreno arenoso que había entre los dos arroyos. Cuando la avanzadilla de los republicanos vio al alférez, abrió fuego sobre él que, de milagro pudo escapar ileso. Los disparos alertaron a Toledo cuya caballería, creyendo que se aproximaban los españoles, cargó sin esperar la orden de su jefe. Toledo, sin saber lo que ocurría, tuvo que ordenar avanzar a su infantería topándose todos con los 180 hombres de Elizondo (Imagen 1). Este envió un mensajero a Arredondo para prevenirle. El teniente coronel realista estuvo a punto de ser cercado. Tras intercambiar disparos con la caballería tejana de Menchaca que hirieron a dos soldados españoles, uno de ellos gravemente, Elizondo consiguió escapar de la difícil situación en la que se había visto envuelto.
Toledo, cuyo plan había sido descubierto, mandó regresar a sus hombres a la posición inicial, pero Menchaca y Perry, cuya relación con Toledo nunca había sido buena sobre todo la del primero, se negaron a obedecer alegando que habían venido para combatir y que no estaban dispuestos a dejar escapar a nuestras tropas. El cabecilla rebelde tuvo que ceder y todo el ejército republicano salió en persecución de Elizondo y sus hombres a través del bancal de arena que hacía muy difícil la marcha, especialmente para la infantería y los artilleros cuyos cañones quedaban hundidos en el terreno. Mientras tanto, el mensajero enviado por el teniente coronel español para alertar a Arredondo comunicó al general lo ocurrido y el jefe español despachó al teniente coronel Zambrano con 150 jinetes y dos cañones de pequeño calibre para ayudar a Elizondo con la orden de evitar un enfrentamiento a gran escala y atraer a los rebeldes a la trampa que les iba a preparar tras cruzar el arroyo Galván.
Zambrano en su camino contactó con Elizondo quien escapaba del acoso de los republicanos (Imagen 2).
Estos, al reconocer nuevas tropas, creyeron que era el grueso del Ejército español el que tenían delante y continuaron su acometida. Siguiendo el plan de Arredondo, los jefes españoles escaparon aun teniendo que abandonar los dos pequeños cañones que fueron tomados por el enemigo. La marcha por el terreno arenoso se hizo demoledora para la infantería tejana y para los artilleros que tuvieron que desechar los cañones más pesados atascados en la arena. La sed y el cansancio hacían mella en las fuerzas rebeldes. De pronto, en medio del encinal cercano al arroyo Galván, se toparon con la infantería española formada en línea y presta para disparar (Imagen 3).
Arredondo había colocado la infantería en el centro, la mayoría del Regimiento de Infantería de Vera Cruz, los cañones en los flancos (siete en total, ya que de los once con que contaba inicialmente, dos estaban desmontados y otros dos, los de pequeño calibre, los había perdido Zambrano) y la caballería cerrando los extremos cuando arribaron perseguidos por el enemigo. Antes de que Toledo pudiera reorganizar sus fatigadas tropas los cañones españoles comenzaron a disparar. Cerca de 950 proyectiles según el informe de Arredondo. Toledo situó sus tropas en línea, alternando una compañía de tejanos o mejicanos con una compañía de angloamericanos. Esta decisión sería fatal para sus propósitos ya que los mejicanos serían los primeros en retroceder. Si hubiera mezclado en sus compañías todas las nacionalidades, la enconada resistencia de los angloamericanos habría animado a los mejicanos a resistir. Aun así, como señala Arredondo en su informe sobre la batalla dirigido al virrey: «Ellos avanzaron sobre mi ejército con gran valor hasta que estuvieron al alcance del tiro de pistola». Durante más de dos horas el intercambio de disparos fue continuo. Toledo intentó con su caballería desbordar a los españoles pero los jinetes realistas les hicieron desistir (Imagen 4).
La caballería tejana de Menchaca combatió con gran bizarría hasta que un trozo de metralla alcanzó mortalmente el cuello del jefe rebelde y lo derribó del caballo. Su muerte desconcertó a sus hombres que comenzaron a retroceder; al mismo tiempo lo hicieron las compañías mejicanas, y a continuación toda la línea enemiga se deshizo. Arredondo mandó a la caballería en persecución de los que escapaban (Imagen 5). Los sables españoles causaron estragos entre los que huían. La huida se convirtió en desbandada.