Así, gana Cristina.
Hay un contraste notorio entre las febriles preocupaciones de la clase política, deseosa de llegar lo más armada posible a las elecciones de octubre próximo, y el manifiesto desinterés de buena parte la ciudadanía que ni siquiera parece entusiasmarse ante la inminencia de un recambio presidencial.
Son, las mencionadas antes, como dos caras de una misma moneda que nunca alcanzarán a rozarse pero que, guste o no, están condenadas a permanecer unidas. Porque quienes dirimirán supremacías dentro de seis meses necesitan contagiarle algún entusiasmo a una población cada vez más alejada de sus gobernantes, y ésta, de su lado, no importa cuantos ascos le haga a los políticos, no sólo deberá tolerarlos sino que de sus decisiones dependerá su futuro.
El fenómeno no se puede decir que sea nuevo o que refleje una marcada animadversión de los argentinos respecto de la política en términos generales. En realidad se viene arrastrando desde hace décadas y trasparenta el hartazgo del hombre común y corriente con unos supuestos representantes que sólo se acuerdan de los representados cuando llega el momento de desempolvar las urnas para votar.
En otras latitudes, la lógica consecuencia de una recusación tan evidente sería la de pegar el faltazo los días en los cuales habrán de substanciarse, de manera escalonada, los distintos comicios municipales, provinciales y, finalmente, nacionales que están planeados para el año en curso. En nuestro país nada de eso sucederá. Una sociedad descreída de sus dirigentes pero mansa por naturaleza emitirá su sufragio como de costumbre, sin que haya un índice pronunciado de votos en blanco o de infractores decididos a quedarse en su casa.
La evidencia de lo dicho la resaltan -a pesar de ellas- las encuestas de opinión. Hay un porcentaje elevadísimo de personas -faltando tan poco tiempo para el 2 de octubre- que no tiene la menor idea, no ya de a quién votará, sino de qué se trata el comicio. Ningún especialista intentaría -por ser políticamente incorrecto- hacer un relevamiento en el que se le preguntase a los encuestados. no si prefieren a tal o cuál candidato, sino si saben cuál es la naturaleza de la elección por venir. Los pocos intentos que han sido efectuados en esa dirección ponen al descubierto un desconocimiento asombroso.
La democracia nativa no se derrumbará por efecto de semejante desapego. Hasta podría sostenerse que la ignorancia extendida a la mayor parte del universo que vota, lejos de resultar una amenaza latente para la clase política, es funcional a sus intereses.
Como quiera que sea, lo cierto es que no se percibe entusiasmo electoral alguno. Los candidatos pueden generar mayor o menor adhesión, pero no son capaces de seducir a nadie. Ni uno solo de los que aspiran a calzarse la banda presidencial y tomar en sus manos el bastón de mando mueve a su paso multitudes.
En un escenario así tiene cierta lógica que frente a la inexperiencia de los opositores ya en carrera -Ricardo Alfonsín- y la indecisión de quienes amagan y no terminan de decidirse -Mauricio Macri- Cristina Fernández salga beneficiada. Tiene -por supuesto- los seguidores que estarían dispuestos a votarla siempre. Además, desde la muerte de su marido, ha logrado reconquistar a una masa considerable de independientes que se había alejado del kirchnerismo a partir de la disputa con el campo.
Suponer que el vuelco hacia la presidente se debe a una consagración de carácter ideológico o algo por el estilo, sería desatinado. Han vuelto porque perciben en el arco opositor una orfandad de propuestas, y tal incapacidad para vertebrar una alternativa creíble, que ha comenzado a preocuparles la gobernabilidad futura.
Si a esos independientes se les pidiese que definan qué les atrae del gobierno, no mencionarían el modelo ni el boom consumista ni la política de derechos humanos, sino la estabilidad que, según muchos, Alfonsín y Macri no podrían asegurarles. No es que Cristina Fernández enamore como que los opositores no generan confianza. Todo esto unido al hecho de que el gobierno tiene una presencia e incidencia diaria en la vida de las personas de la cual los opositores carecen.
La campaña de Cristina Fernández esta jalonada de anuncios de subsidios, de nuevas obras públicas y de medidas en general destinadas a favorecer, a lo largo y ancho del país, a los gobernadores e intendentes adictos. Con fondos cuantiosos que gastar, el camino que deberá recorrer hasta octubre parece hasta aquí venturoso.
En cambio, quienes se alinean en la vereda de enfrente solo pueden criticar y prometer lo que harían en el hipotético caso de triunfar. De momento, entre lo conocido -bueno o inclusive malo, según de quien se trate- y lo desconocido, la tendencia es a privilegiar lo primero a expensas de lo segundo.
Hay, también, sectores enteros de la población preocupados por los excesos autoritarios del gobierno que, llegados a esta instancia y luego de percatarse de la índole invariable del kirchnerismo, nunca lo votarían.
Así como existe un núcleo duro sostenedor de la actual administración, existe otro de signo contrario tan importante como aquél. Solo que mientras el kirchnerismo ha sido capaz de convencer a una cantidad de indecisos de que con Cristina Fernández no habrá salto al vacío, sus opugnadores no han logrado hacer lo mismo. Esa es la gran diferencia que explica, básicamente, la brecha que separa a la presidente de sus más inmediatos -aunque lejanos- competidores en la intención de voto.
Cuando llegue octubre quienes decidirán el resultado electoral no serán los peronistas de toda la vida ni los radicales históricos. Será ese 70 % de argentinos, poco más o menos, desinteresado de la política, que no se reconoce bien representado por ninguno de los candidatos, que no está afiliado a partido alguno y al que los comicios le representan una carga. Sin embargo, como tiene que votar, en la soledad del cuarto oscuro votará por el mal menor. El kirchnerismo nunca le terminó de llenar los ojos y nunca se consagró a sus banderas en cuerpo y alma.
Por eso le dio claramente la espalda en las movilizaciones del 2008 y en los comicios legislativos del año siguiente. Con todo, hoy su parecer está más cerca del oficialismo y no porque se sienta identificado con sus postulados. Sencillamente porque el resto le da miedo o le parece débil para tomar en sus manos el poder y ejercerlo en tiempo y forma.
La situación puede modificarse, si bien ha pasado medio año desde la muerte de Néstor Kirchner -una verdadera bisagra en cuanto a la relación del gobierno con los sectores independientes- y los opositores siguen en veremos. Así, gana Cristina Fernández en primera vuelta.
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