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Tema: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

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  1. #1
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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

    APOYO BRITÁNICO A BUENOS AIRES Y LA PRIMERA JUNTA

    "En el Río de la Plata se hizo sentir la influencia británica. Era la puerta de entrada de todo el territorio reclamado por el gobierno de Buenos Aires, y aquí la lucha era más urgente que en el norte contra las fuerzas del Perú. Aunque finalmente las campañas de San Martín en Chile y Perú salvaron a las Provincias Unidas del Plata del ataque español, dichas campañas solo fueron posibles porque estaba a salvo de todo ataque exterior la base de operaciones: Buenos Aires. En este momento crítico los ingleses fueron quienes mantuvieron la paz en el Plata y de este modo aseguraron la protección de la capital.

    En 1810, la Banda Oriental estaba dominada por el partido reaccionario [sic] y en caso de fracasar este, amenazada por una invasión portuguesa. Tanto una cosa como otra era fatal para el nuevo gobierno de Buenos Aires. Por esta razón la Junta, una vez instalada, recurrió a la protección británica. Aunque fuera aliada de España, Gran Bretaña le prometió protección contra la agresión de Portugal. Strangford, viejo observador de los independientes, otorgó toda la ayuda y estímulo posibles, con el fin de preservar la paz entre los aliados de Gran Bretaña, y de hecho mantuvo al Río de la Plata a salvo de todo ataque y hasta en cierto grado neutralizó las actividades bélicas de los españoles en Montevideo. Los mercaderes británicos establecidos en Buenos Aires, con sus empresas proveyeron réditos a la Junta y también proporcionaron a la opinión pública en Inglaterra un vivo interés en el éxito del nuevo gobierno. Finalmente, una escuadra naval británica estacionada en el Plata con el propósito de proteger los intereses británicos actuaba poderosamente en apoyo de Buenos Aires, manteniendo a los barcos mercantes a salvo de toda molestia al mostrarse generalmente partidarios del comercio."



    - Street, John, Gran Bretaña y la independencia del Río de la Plata, Editorial Paidos, Buenos Aires, 1967, pp. 179-180.





    __________________________

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    https://www.facebook.com/77125717629...640003/?type=3

  2. #2
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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

    APOYO DE ESTADOS UNIDOS A LOS SUBLEVADOS DE BUENOS AIRES

    The Argentine independence struggle had drawn directly and indirectly on trade with the United States. Beginning in 1811, despite sympathy for the insurgent cause in American society, the United States had adopted a policy of neutrality toward Latin American independence struggles. For all intents and purposes, though, neutrality was a sham. U.S. merchants continued to suply Buenos Aires and other Latin American ports w...ith crucial products. Latin American ships were repaired at New Orleans, Philadelphia, and other American ports. Rebel trade with the United States helped undermine Spanish economic and administrative dominance in the Río de la Plata region. In 1811, the rebel government in Buenos Aires sent agents Diego de Saavedra and Juan de Aguirre to the United States to purchase arms. Received by both President James Madison and Secretary of State James Monroe, the Argentines bought 1.000 each of muskets and bayonets, as well as 363.050 flints.


    Fuente: Argentina and the United States, an alliance contained, David M. K. Sheinin.





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    Fuente:


    https://www.facebook.com/77125717629...306382/?type=3

  3. #3
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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

    ¡AMÉRICA PARA LOS INGLESES! LA INVASIÓN ANGLO CARIBEÑA - BATALLA DE PICHINCHA, SÍNTESIS Y PROTOTIPO DE LA LUCHA PARA LA INDEPENDENCIA

    «El Ejército realista, en la que sería su última batalla en el reino de Quito, estaba formado sobre todo por americanos.»


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    Inglaterra como instigadora de la subversión, no solo permitió el reclutamiento de mercenarios, sino que alentó el mismo.

    Llegaron en cantidades considerables los ingleses para engrosar las filas de los separatistas, completando 720 en 1817, a los que se sumaron nada menos que 5088 incorporados hasta 1819. Todos estos actuarían taxativamente para la consecución de los fines de sus amos, como se detallada a continuación.

    En la parroquia anglicana de St. Agnes —en Kensington Park, Londres— se organizó un proceso masivo de reclutamiento el 4 de mayo de 1817, emprendido por Luis López Méndez, agente personal del «libertador» Simón Bolívar, autorizado por el Gobierno británico y auspiciado entusiastamente por el vicario de St. Agnes, el Rev. Henry Francis Todd.

    En diciembre de ese mismo año, cinco contingentes voluntarios se embarcaron para la América del Sur.

    Pocos meses después desembarcan en la isla de Margarita, el 21 de abril de 1818. El Estado Mayor británico estaba compuesto por los coroneles McDonald, Campbell, Skeene, Wilson, Gilmore y Hippsely, y el mayor Plunket. El contigente anglo-bolivariano contaba con un total de 127 oficiales, 3840 soldados (entre lanceros, dragones, granaderos, cazadores, rifles, húsares y simples casacas rojas), y el apoyo naval de las cañoneras HMS «Indian», HMS «Prince», HMS «Britannia», HMS «Dawson» y HMS «Emerald».

    Uno de los primeros alistados había sido el teniente Thomas Charles Wright, de 29 años de edad, quien años más tarde describió sus experiencias en el libro Reminiscenses of the English officers of the battalion in the compaigns of Bolivar in the war of independence in Colombia, publicado en Londres en 1862.

    En su mejor momento, en 1818-19, la Legión Británica contaba entre sus filas con 5500-6000 hombres de armas. Los integrantes de la Legión, no sólo murieron en combate, sino también por efectos de las enfermedades tropicales, y mil privaciones más.

    En abril de 1818 los británicos de Bolívar participaron heroicamente en la Campaña del Apure. Más de 300 desaparecieron en julio de 1819 en el «Paso de los Andes» para tomar Santa Fe de Bogotá, capital del Reino de la Nueva Granada.

    Después de su actuación en la batalla del Pantano de Vargas, en 1819, la Legión Británica sería rebautizada con el nombre de Batallón Albión, con el que pasaría a la historia. Fueron también veteranos de las batallas del puente de Boyacá el 7 de agosto de 1819; de Carabobo el 24 de junio de 1821, y de Bomboná el 7 de abril de 1822.

    Los integrantes del Batallón Albión provenían de Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda, y eran anglicanos y presbiteranos en su inmensa mayoría, excepto algunos irlandeses que eran católicos liberales.

    Bolívar mandó a Antonio José de Sucre a Guayaquil con 700 soldados para la «liberación» de la sierra quiteña. Sucre se puso al mando no sólo de los efectivos colombianos, sino también de un contingente de tropas guayaquileñas e inglesas, estas últimas ordenadas en al Batallón Albión bajo el comando de los generales John Illingworth y Daniel Florencio O’Leary. Una vez que Sucre se instaló en Guayaquil, intentó penetrar la sierra por Alausí, pero fracasó en dos ocasiones. En vista de esa experiencia, cambió de estrategia, incursionando por Cuenca, donde el poder realista había sido restaurado. Con la ayuda de un contingente enviado por San Martín, Sucre derrotó a las tropas realistas acantonadas en Cuenca en febrero de 1822. Las tropas realistas se retiraron a Quito donde estaba su comandante Melchor Aymerich. Luego Sucre avanzó hacia Quito con cerca de 3.000 efectivos enfrentándose exitosamente con el ejército realista de Melchor Aymerich en las faldas del Pichincha el 24 de mayo de 1822. Los aproximadamente 3.000 mil efectivos que ganaron la Batalla del Pichincha eran mayormente soldados reclutados en Colombia, Venezuela e Inglaterra como correspondía al ejercito multinacional que había armado Bolívar, sin embargo, prácticamente no se encontraban quiteños en el mismo.

    Julio Albi explica el siguiente dato fundamental acerca de la batalla de Pichincha:

    »El Ejército realista, en la que sería su última batalla en el reino de Quito, estaba formado sobre todo por americanos. Los jinetes procedían todos del reclutamiento local (criollo y quiteño por tanto). En cuanto a los infantes, el batallón de Tiradores de Cádiz era ‘casi todo de europeos […] y los otros Cuerpos españoles o realistas, compuestos de americanos.

    De los 1260 soldados realistas que combatieron en la batalla de Pichincha, 1000 eran americanos y sólo 260 eran peninsulares.



    Ingleses versus quiteños.

    Papel protagónico en esta batalla fue el protagonizado por el Batallón Albión.

    Carlos García Arrieche lo refiere así:

    »La oportuna y decisiva participación del Albión en Pichincha, en aquel memorable 24 de mayo de 1822, ha quedado perpetuada y reconocida en el fragmento del parte oficial del combate emitido por el general Sucre, donde expresa: ‘Las municiones se estaban agotando[…] Tres compañías del Aragón, el mejor batallón realista estaban ya a punto de flanquear a los patriotas, cuando llegaron, con el resto del parque, las tres compañías del Albión, con su coronel Mackintosh a la cabeza; y entrando con la bizarría que siempre ha distinguido a este cuerpo, puso en completa derrota a los de Aragón.

    A fin de completar la conquista territorial, el general insurgente Sucre desplegó sus fuerzas hacia la Región Andina, en febrero de 1822. Con victorias progresivas, en mayo ya estaba en los arrabales de Chillogallo y Turubamba, al sur de la capital de la antigua Audiencia de Quito. Sucre, empeñado en evitar un enfrentamiento frontal en terreno abierto, decidió avanzar paralelamente flanqueando las poblaciones con intención de rodear al enemigo, marchando por las laderas del volcán Cotopaxi para así poder llegar al Valle de los Chillos, en la retaguardia de las posiciones defensivas realistas. El 14 de mayo Aymerich, intuyendo las intenciones de Sucre, comenzó a replegarse de forma ordenada evitando así ser copado, llegando el 16 a Quito. Dos días después, y tras una penosa marcha, el ejército de Sucre ocupó Sangolquí, siendo recibido por Rosa Montúfar en la hacienda Chillo Compañía, heredera de su padre el Marqués de Selva Alegre. Descubierta su presencia el 23 de mayo de 1822, Aymerich se aprestó a dar batalla puesto que otro repliegue significaría perder Quito. En la madrugada del 24 de mayo de 1822, el ejército rebelde, conformado por 2971 hombres, empezó a ascender por las laderas del volcán Pichincha. La vanguardia de la columna rebelde estaba encabezada por el batallón colombiano «Alto Magdalena». A continuación venía el núcleo principal de fuerzas y en retaguardia, cerrando la formación a cierta distancia, se posicionaron los británicos del batallón «Albión», protegiendo el pesado tren logístico y las preciadas municiones. A pesar del enorme esfuerzo físico de la tropa, el paso por las laderas del volcán fue más lento de lo previsto, la llovizna que cayó durante la noche había transformado los senderos en ciénagas. Al amanecer, para consternación de Sucre, el Ejército Rebelde no había logrado ningún avance significativo, hallándose literalmente a mitad del camino, a 3.500 metros sobre el nivel del mar y a vista del Ejército del Rey. A las ocho en punto, ansioso por el lento avance, con sus tropas exhaustas y afectadas por el mal de altura, Sucre ordenó al grueso del ejército hacer un alto para descansar. Simultáneamente envió parte del batallón «Cazadores del Paya» junto con el batallón «Trujillo» en labor de reconocimiento. Una hora y media después, repentinamente, los hombres del batallón «Paya» fueron sorprendidos por una certera descarga de fusilería. Con esta acción se inicia a la batalla.

    Cuando amanecía, sin que Sucre lo supiera, soldados apostados en las alturas del volcán avistaron a las tropas rebeldes ascendiendo por las laderas del Pichincha. Aymerich, consciente de la táctica habitual en Sucre de flanquearlo por medio de ganar las alturas, ordenó a su fuerza de 1260 hombres, de los cuales 1000 eran americanos, ascender montaña arriba lo más pronto posible, para enfrentar allí a Sucre. Obviamente debemos objetar esa orden. Se ignora que impulsó tan precipitada decisión en Aymerich; quizás el temor a verse rodeado, la responsabilidad de defender Quito a toda ultranza o la oportunidad de atacar a una tropa fatigada y alejada de su tren logístico. Caben más hipótesis, la historia algún día nos ofrecerá la respuesta. Resulta absurdo elegir un eje de ataque de «abajo hacia arriba», asumiendo las limitaciones tácticas que ello ocasiona. Hacer ascender a los soldados y llevarlos a un campo de batalla donde el poco espacio para maniobrar en las empinadas laderas del Pichincha, entre profundos barrancos y densos matorrales impedía el despliegue total la fuerza resulta también absurdo. Dadas las condiciones impuestas por el teatro de operaciones no había otra opción más que hacer entrar en línea gradualmente las unidades cuando el enemigo, en cambio, sí se beneficiaba de más espacio y mayor altura, lo que se traducía en un rico despliegue de fuerzas.

    Los hombres del batallón «Paya», tras recuperarse de la conmoción inicial, se recompusieron bajo el fuego, esperando el refuerzo del batallón «Trujillo». Sucre, sorprendido, reaccionó enviando en auxilio dos batallones más: el batallón «Yaguachi» y el batallón «Alto Magdalena». Pronto los batallones «Paya, Trujillo y Yaguachi» formaron la línea del frente y de inmediato comenzaron a absorber una cantidad importante de bajas. El batallón «Alto Magdalena» al verse impedido de entrar en línea debido a la estrechez del terreno intentó un movimiento de flanqueo, pero no tuvo éxito, nuevamente el terreno detuvo su avance al llegar a un punto muerto viéndose obligado a volver tras sus pasos.

    A medida que el tiempo pasaba, Aymerich parecía ganar el control de la batalla. El batallón «Trujillo» incapaz de mantener la posición empezó a flaquear y se replegó en desorden. El batallón peruano «Piura», mandado en su auxilio a relevarle se dispersó antes de entrar en línea al ver la carnicería ocasionada por las tropas del Rey. En un intento desesperado de restablecer el frente se ordenó a la última reserva del batallón «Paya» cargar a la bayoneta.

    Al margen de la acción desarrollada en el frente principal, Aymerich, como parte de su estrategia durante el ascenso al Pichincha, separó de entre sus unidades al batallón «Aragón», ordenándole avanzar hasta las alturas del volcán, para así luego atacar a los rebeldes por la espalda. El batallón «Aragón» era una unidad de élite. Compuesto por soldados profesionales y veteranos de la Guerra contra Napoleón en Europa; los mismos se habían también cubierto de gloria en suelo americano. Se trataba de soldados habituados a luchar y a conseguir la victoria en condiciones donde a primera vista la superioridad enemiga parecía abrumadora. Hacía apenas un mes el «Aragón» había enfrentado batalla contra cuatro batallones rebeldes a las órdenes del mismo Bolívar. Tres de ellos fueron aniquilados, el cuarto batido con tal intensidad que perdió en el campo de batalla la mitad de los hombres, debiendo abandonar hasta su bandera. El «Aragón» también sufrió enormes bajas, pero se alzó victorioso. Reducido ahora a un esqueleto de su antigua fuerza, tres compañías, seguía constituyendo una seria amenaza a tener en cuenta.

    Mientras los soldados de Sucre eran masacrados sin piedad en el frente principal, los extenuados fusileros del «Aragón» subían a la carrera por las angostas laderas del Pichincha. Eran pocos y, además, iban cortos de munición pues en su ascenso se habían despojado de las pesadas mochilas para así escalar más rápido. Una fuerza pequeña y ligeramente armada, pero su función no era entablar combates prolongados, debían posicionarse a la retaguardia del dispositivo rebelde y a una altura superior para batir con fuego cruzado el despliegue enemigo. Tan solo un puñado de buenas descargas bastaría para derrumbar la fuerza que Sucre intentaba apuntalar a duras penas.

    Aquí es cuando se produce el centro de gravedad que inclinará la suerte de la batalla. Cuando el «Aragón» ha arribado a su objetivo y está buscando posiciones de tiro, es sorprendido por una carga del batallón «Albión», que hace así su inesperada entrada en la batalla. Resulta que el Albión ocupado en el transporte del pesado tren logístico se retrasó perdiendo contacto con el resto de fuerzas rebeldes. Llegado ahora de improviso, descubre soldados realistas en la retaguardia y de inmediato los ataca. El «Aragón» reacciona y responde a la carga de los ingleses dentro de lo que será una pequeña batalla «Aragón» vs. «Albión», medio kilómetro detrás de la batalla principal. El fuego realista es poco intenso pero muy preciso y pronto hace detener en seco el avance de los ingleses que corren a parapetarse. Sin embargo, el «Aragón» lleva las de perder puesto que aislado detrás de las líneas enemigas es superado en número y además sus municiones empiezan a agotarse; los ingleses en cambio hacen un fuego intenso al disponer del tren de municionamiento de todo el Ejército. Así están las cosas cuando el batallón «Alto Magdalena», perdido hasta entonces en su particular aventura de flanqueo, regresa y se reincorpora al dispositivo de Sucre.

    Diagnosticando acertadamente el peligro que representa la presencia de fuerzas enemigas en la retaguardia, el «Alto Magdalena» las ataca. Con lo que ahora es el “Aragón” quien se ve envuelto entre dos frentes bajo un nutrido fuego cruzado. Como a menudo sucede en la guerra, estamos ante un caso de cazadores que son cazados. Las tres compañías del «Aragón» tras sufrir fuertes bajas, quedan reducidas a menos de una, pero no se desintegran, en la esperanza que Aymerich allá abajo conseguirá romper el frente y venir en su auxilio. Más el milagro no se produce, los soldados del Rey son eliminados literalmente uno a uno hasta el último.

    Descartada la amenaza en retaguardia, los batallones «Alto Magdalena y Albión» avanzan hasta la línea de frente para reemplazar a las unidades más desgastadas. El «Alto Magdalena» en concreto reemplazará al esforzado «Paya». La incorporación de estos dos batallones permite un ataque general de toda la línea rebelde contra el frente de Aymerich que acaba por desmoronarse iniciando una retirada más o menos ordenada en dirección al fortín del Panecillo donde la batería de la plaza permite finalmente contener el avance rebelde. La fortaleza permitía vigilar los accesos norte y sur, por lo que estaba provista de 14 cañones. Así acaba la batalla de Pichincha.

    En la madrugada siguiente, el Batallón Albión avanzó a Iñaquito. Se convirtió así en indispensable para asegurar la victoria en Pichincha, puesto que, mientras Sucre y sus batallones se encaramaban a Cruz Loma, frente al fortín del Panecillo, en condiciones de desventaja, los ingleses avanzaron hasta el Ejido norte de la ciudad. Atacando desde allí a los realistas, impidiendo cualquier posibilidad de escape de los heroicos legitimistas. Cortaron para ello las líneas de abastecimiento con Pasto «la Leal», fortísimo reducto realista en el norte de la América del Sur. El empuje y valentía de los británicos hicieron que al mediodía se proclamara la victoria total. Según el acta de Capitulación del 25 de mayo de 1822, a las 14:00 de ese día, los supervivientes de Pichincha arriaron su bandera y entregaron sus armas al Ejército de Colombia, en una ceremonia especial que tuvo lugar en un puente del fortín del Panecillo.

    A regañadientes y a punta de pistola, los frailes mercedarios fueron obligados por los insurgentes a sepultar en la cripta de San José, del Cementerio de El Tejar, a los fallecidos herejes ingleses.
    Algunos años más tarde, los cadáveres fueron exhumados y vueltos a enterrar fuera del camposanto, en un campo baldío ubicado al norte del Churo de la Alameda, detrás de la iglesia de El Belén. Entre las bajas británicas se contaron 46 mutilados de guerra, cuyos nombres constan en los partes de guerra. En Pichincha, dirigió el «Albión» el coronel John Mackintosh, quien fue ascendido y condecorado por su valor, junto a todo su Estado mayor: el Tcnl. Thomas Mamby, el Cap. George Laval Chesterton y los Ttes. Francis Hall, James Stacey, Lawrece McGuire, Peter Brion, John Johnson y William Keogh.

    Bolívar y Sucre daban a los británicos, que así lo quisieran, tierras donde afincarse y el derecho absoluto sobre su propiedad. Asimismo se les aseguró el culto protestante y la fundación de logias masónicas. «Los británicos habían dado a la libertad Hispanoamericana no sólo el apoyo de su diplomacia, representada por Canning, sino también un invalorable contingente de su sangre».

    El acreditado historiador Jaime Rodríguez denominaría apropiadamente al proceso de separación e independencia forzada por parte de las tropas bolivarianas como «la conquista del Reino de Quito». El iluminado y anglófilo Bolívar no tenía la intención de permitir a Quito, ni a Guayaquil, ni a Cuenca decidir sobre sus destinos:

    »Los americanos no estaban subyugados por los ‘brutales españoles’: durante la mayor parte del Antiguo Régimen, la Monarquía española no mantuvo un ejército regular en América, y cuando se formó uno tras la Guerra de los Siete Años (1756-1763), la mayoría de los oficiales y soldados eran americanos. La Monarquía española nunca tuvo los recursos para dominar el Nuevo Mundo por la fuerza, especialmente después de seis años de guerra encarnizada en la Península y de la ocupación francesa de 1808-1814. La lealtad de los pueblos de la región (América) hacia la Monarquía española fue producto de una cultura política compartida y de los lazos sociales y económicos. En el caso específico del Ecuador, es importante situar la ‘revolución de Quito’ en un contexto más amplio y examinar lo que sucedió entre el fracaso de la Junta de Quito a finales de 1812 y la declaración de independencia de Guayaquil, a finales de 1820. En esa época había muy pocos españoles en América. Si el pueblo del Reino de Quito hubiera querido la independencia, podría haberse rebelado mucho antes de 1820. En lugar de ellos, ejércitos venidos de Colombia forzaron a Quito a aceptar su separación de la Monarquía española y a asumir un estatus secundario dentro de la nueva nación colombiana… irónicamente, la emancipación tuvo como resultado la conquista del Reino de Quito por parte de las fuerzas colombianas.

    Después de la celebración del triunfo, Sucre presionó al cabildo quiteño para que incorporara al territorio de la Real Audiencia de Quito a la República de Colombia. Aunque algunos miembros de la aristocracia quiteña se resistieron, el ayuntamiento finalmente cumplió con el pedido de Sucre. Presagio de un futuro de dominación y coloniaje económico, cultural y cada tanto –cuando lo ameritara- político-militar. La luz que vino del norte arrasó con todo a su paso. En junio de 1822, Bolívar entró a Quito después de haber derrotado a las milicias pastusas.

    «Aceptando las exigencias británicas dentro de los rumbos trazados por Bolívar» el 18 de abril de 1825 se firmó entre los plenipotenciarios de Gran Bretaña y la Gran Colombia el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación, «que no difiere sustancialmente» de los tratados celebrados ese mismo año por las Provincias Unidas del Río de la Plata y Chile, y más tarde por Perú y México con la emergente potencia talasocrática. Para cuando el Ecuador se constituyó como un Estado «soberano» separado de la Gran Colombia en 1830, ya tenía normadas sus relaciones exteriores, comerciales y políticas, en condiciones de exclusividad con Inglaterra, mucho antes de dotarse de su norma fundamental, de su primera Constitución. Es decir, tuvimos normada y tipificada al detalle nuestra relación exterior con Inglaterra antes de tener redactada la Norma Fundamental que garantiza nuestra soberanía política como Estado independiente.


    BATALLA DE PICHINCHA, SÍNTESIS Y PROTOTIPO DE LA LUCHA

    La batalla de Pichincha del 24 de Mayo de 1822 selló oficialmente nuestra denominada y supuesta «libertad», al rendirse los ejércitos regulares de la zona, gracias al triunfo de la suerte que acompañó a las fuerzas combinadas de Colombia, el Perú, las Provincias Unidas del Río de la Plata e Inglaterra (El historiador Luis Andrade Reimers, ha aclarado el asunto: «El sincero pero no del todo objetivo patriotismo del siglo XIX indujo a nuestros historiadores de esa época a presentarnos las gesta heroica de Sucre en el Pichincha como una especie de gran batalla campal, en la cual el ejército patriota se habría enfrentado a la división española comandada por Aymerich y, después de una lucha multitudinaria de tres horas, la hubiese derrotado, apoderándose como triunfador de la capital de la Real Audiencia y de todo el territorio bajo su jurisdicción. Lo que hoy día en esa versión no parece ser del todo objetivo es ese aspecto de batalla campal. En ese 24 de mayo de 1822 Sucre no pretendió dar batalla alguna sino pasar simplemente desapercibido con su ejército del sur al norte de la ciudad de Quito, ocultándose en los repliegues del Pichincha. Así como al comienzo de ese año había explotado a su favor los caprichos de la geografía en el escalamiento de la Sierra por la cuenca del río Jubones para subir a Saraguro y, así como al aproximarse a Quito habían abandonado al camino real al pie de la viudita haciendo trepar a sus soldados por los glaciares del Cotopaxi y Sincholagua yendo a pasar al valle de los Chillos, así mismo pretendió en esa ocasión orillar la capital de la Real Audiencia, ocultando a sus tropas y pertrechos tras las cuchillas caprichosamente radiales del Pichincha, para trasladarlos al norte y desde allí intentar más tarde la toma de la ciudad. Hoy día conocemos dos cartas de Sucre respecto a la Batalla de Pichincha, una escrita por él al Ministro de Guerra de Colombia el 28 de mayo de 1822 (a los cuatro días de los hechos) y otra al general Santander el 30 de enero de 1823, en las cuales él mismo presupone esta intención, y nos proporciona además numerosos detalles de gran interés. En aquel 24 de mayo, con el fin de que las tinieblas de la noche encubriesen su maniobra, puso en movimiento su división al comenzar la madrugada. Desgraciadamente, nos dice “un escabroso camino nos retardó mucho la marcha.” Así fue como a las ocho de la mañana, mientras él mismo y el coronel Córdova con sus acompañantes del “Magdalena” ya dominaban lo que hoy conocemos como “Cima de la Libertad”, el batallón “Albión” que traía el parque se había quedado atascado en un barranco cerca de Chillogallo. Probablemente sólo a esta hora los españoles se dieron cuenta de esa movilización y Aymerich resolvió impedirla. A las nueve y media, mientras Córdova y sus soldados ya avanzaban por las proximidades de Cruz Loma y el “Albión” con su parque no acababa de salir del barranco junto a Chillogallo, los primeros batallones llegaban ya al sitio del enfrentamiento y se empeñaron en cortar en dos el cordón de tropas patriotas para luego destruirlas a mansalva una por una. El punto en donde se verificó el combate, nos dice Sucre, era tan estrecho, que no entraba ni un batallón de parte y parte.

    Asimismo, afirma enfáticamente “el terreno apenas permitía pararse un caballo”. Esos dos elementos, atestiguados por el propio dirigente de la acción, desvanecen por completo el carácter épico de una batalla campal, en la que toman parte a la vez numerosos batallones con abundancia de pertrechos bélicos. La verdad es que fracasó Sucre en su intento de bordear la ciudad de incógnito, pues, por un lado, las malas condiciones del camino lo retrasaron demasiado y, por otro, tanto la perspicacia de los realistas como la rapidez en su movilización lo sorprendieron a la mitad de la operación. El objetivo de Aymerich era dominar el lomo de la cuchilla “de la Libertad” para dividir en dos al ejército patriota y aniquilarlo con más facilidad. Por su lado la acción heroica de Sucre y sus hombres consistió en no ceder ese lomo de cuchilla, a pesar de estar su gente desperdigada en más de diez kilómetros y no disponer de otras municiones que las que cada soldado llevaba consigo. Esta circunstancia especialísima dio lugar a la improvisación de gestas heroicas de mérito excepcional. Llegando como llegaron a cuentagotas las fuerzas independentistas, hubo batallones como el “Yaguachi” que debieron luchar casi hasta su exterminio y hubo otros como el “Paya” que no tuvieron otra alternativa que lanzarse a la carga a la bayoneta, la cual en fuerza al ímpetu y a la técnica hizo estremecer de miedo al enemigo.

    Justamente esta última hazaña y el arribo tan esperado del parque fueron los que abrieron por fin a Sucre el inesperado portillo, a través del cual penetraron los patriotas a la aparentemente inexpugnable capital de la Real Audiencia de Quito. Estas características únicas de la batalla de Pichincha indujeron a Sucre atribuir su triunfo a un singular favor del cielo, como él mismo lo reconoció al solicitar al deán de la Catedral un Te Deum solemne en honor del “Dios de las batallas”»), cuyo cuerpo el batallón Albión llegó a tierras ecuatoriales el 16 de junio de 1822, participando en la casi totalidad de las batallas en el teatro de operaciones ecuatorial , comandadas por el entonces general Antonio José de Sucre, lugarteniente de Simón Bolívar. Sin embargo, la resistencia realista, verdaderamente patriota, se extendió tiempo más allá de esa fecha. Revisemos los hechos.

    A finales de 1821 el norte del Perú pasa también a la insurrección, las fuerzas independentistas logran el triunfo en la costa de Quito, con lo que la zona de Quito-Pasto, constituye un enclave aislado de las hasta entonces importantes dos zonas bajo control realista: Venezuela y la mayor parte del Perú y Alto Perú. Las fuerzas realistas están constituidas en su mayor parte por indígenas de la zona del Cuzco, con unos 700 hombres, las milicias urbanas de pardos y blancos criollos, y un escuadrón de caballería de milicias y fuerzas de artillería y algunos auxiliares.

    En Quito y otras ciudades de la sierra se encuentran diversas milicias locales que pronto deberán oponerse a los rebeldes de Guayaquil. En la capital del Reino, se organizan fuerzas locales (quiteñas y criollas) en el Batallón de Cazadores de la Constitución, similar a otras unidades de milicias preexistentes. Existen también unidades peninsulares bajo las órdenes de de la Cruz Mourgeón, el primer batallón de Voluntarios de Cataluña, que llegó a Panamá en 1815 y el batallón de Tiradores de Cádiz, que es la única y última unidad de refuerzo llegada a América desde la revolución liberal en la Península en 1820.


    Como consta, el ejército independentista era claramente foráneo frente a un ejército realista compuesto en su mayoría por criollos quiteños. Valga reiterar el dato: de los 1260 soldados realistas que combatieron efectivamente en la batalla de Pichincha, 1000 eran americanos y sólo 260 europeos.



    De mi libro, QUITO FUE ESPAÑA: HISTORIA DEL REALISMO CRIOLLO

    En la imagen: Bolívar y Páez saludados por el pueblo de Caracas tras la proclamación de la Independencia. Es notable la presencia del estandarte de guerra británico en esta imagen oficial. Mural del Capitolio de Caracas.




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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

    Simón Bolívar también vive en EE.UU.

    Publicado: 26 jul 2017 13:02 GMT | Última actualización: 26 jul 2017 20:56 GMT

    Tres analistas ofrecen a RT las razones por las que el prócer venezolano ha recibido tantos homenajes en suelo estadounidense.




    Dominio Público



    Este 24 de julio se cumplieron 234 años del nacimiento del caraqueño que lideró la revolución que daría la independencia a buena parte de América del Sur y que con suficientes méritos ganó el título de Libertador: Simón Bolívar (1783-1830).

    Su historia se ha escrito, cantado y llevado al cine. Su rostro está en los billetes, su nombre en calles, avenidas, escuelas y universidades. Todas las plazas centrales de ciudades y pueblos en Venezuela tienen su rostro, su efigie o una estatua ecuestre.

    Se trata de una presencia que abarca todos los espacios, como lo describió el poeta Pablo Neruda en su "Canto a Bolívar".


    "Todo lleva tu nombre, padre, en nuestra morada:
    tu apellido la caña levanta a la dulzura,
    el estaño bolívar tiene un fulgor bolívar,
    el pájaro bolívar sobre el volcán bolívar,
    (…) tu herencia es el pan nuestro de cada día, padre".



    Incluso, en un país con el que el Libertador jamás llegó a tener buenas relaciones, como EE.UU., su presencia es inocultable.


    En suelo estadounidense


    Ya desde 1819, reseña 'El Universal', se tienen registros de localidades estadounidenses dedicadas al héroe venezolano: Condado de Bolívar en Misisipi; la Península de Bolívar en Texas; la ciudad de Bolívar en Misuri y Tennessee; Bolivar Town y Bolivar Village en Nueva York; Village of Bolivar en Ohio; Bolívar en West Virginia y también en Pensilvania.

    Se estima que 42 ciudades de esa nación llevan su nombre, así como puestos de bomberos, comisarías policiales, escuelas primarias, secundarias y hasta productos de consumo.

    Otros dos curiosos eventos relacionados con el nombre de Simón Bolívar ocurrieron en EE.UU. Fueron recopilados por el historiador Miguel Chirinos, según una publicación del sitio Aporrea.

    El primero involucra a dos militares, el general confederado Simón Bolívar Buckner (1823-1914) y el general del ejército de la Unión, Orlando Bolívar Willcox (1823-1907), quienes pelearon en lados opuestos de la guerra civil.




    Digitalizan todos los documentos del Libertador Simón Bolívar para su descarga gratuita



    El segundo ocurrió en 1963 durante la presidencia de John F. Kennedy, cuando se decide bautizar la nave insignia de los submarinos nucleares como el USS Simón Bolívar. Esta se mantuvo activa hasta el 12 de febrero de 1995, luego de 32 años de servicio y 1.040 exitosas inmersiones.


    Admiración

    A pesar de que el paso de Bolívar "por el pensamiento republicano estadounidense es muy poco significativo, el pueblo llano de ese país siempre guardó admiración por la figura del Libertador", dijo a RT el historiador Martín Guedez.
    Pero cuando se trata de Bolívar, agrega, "una cosa es la clase dominante que, en EE.UU. fue y es, rabiosamente antibolivariana y otra cosa muy diferente, el pueblo". Por eso tantas localidades le rinden tributo.


    Washington y Bolívar

    El escritor e intelectual venezolano Luis Britto García recordó que el Libertador "siempre tuvo sentimientos de admiración y respeto hacia George Washington, como personaje político".
    Consultado por RT, relató que hace algunos años se decía que Washington aparecía en los billetes venezolanos, "porque la imagen escogida de Bolívar fue tomada de un retrato en el que posó llevando una medalla con el rostro del estadounidense".


    Las Joyas del Libertador: El Medallón de Washington


    Britto García se refiere al medallón que George Washington Parke Custis, hijastro del prócer norteamericano, envió a Simón Bolívar en 1825, como reconocimiento a su lucha de independencia.

    En la parte posterior, el medallón tiene una inscripción en latín cuya traducción dice: "Este retrato del autor de la libertad en la América del Norte, lo regala su hijo adoptivo a aquel que alcanzó igual gloria en la América del Sud".

    La respuesta ante ese regalo evidencia la admiración que sentía el venezolano por el norteamericano. Afirmó Bolívar luego de recibir el medallón de Washington: "Hoy he tocado con mis manos este inestimable presente. La imagen del primer bienhechor del continente de Colón (…) ofrecida por el noble vástago de esa familia inmortal era cuanto podría recompensar el más esclarecido mérito del primer hombre del universo. ¿Seré yo digno de tanta gloria? No: más la acepto con un gozo y una gratitud que llegarán, junto con los restos venerables del padre de la América, a las más remotas generaciones de mi patria. Bolívar".


    Relaciones políticas

    Desde el punto de vista político, Bolívar mantuvo diferencias muy serias con EE.UU., "sobre todo porque ese país contrabandeaba armas para los realistas y se negaba a venderlas a los patriotas. Además de la oposición estadounidense al Congreso Anfictiónico de Panamá", apunta Britto garcía.

    Motivos por los que el Libertador escribió (1829) en carta dirigida al coronel Patricio Campbell, encargado de negocios de Inglaterra en EE.UU., una frase sobre este último país que ha trascendido los siglos:"Parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad".




    Latinoamérica lucha por contar el pedazo de la historia oculta después de la colonización



    De Bolívar a Chávez


    Hace un par de décadas atrás, "era más evidente el reconocimiento a la enorme importancia histórica de una figura como el prócer venezolano", indicó James Petras a RT.

    Para el profesor emérito de la Universidad Binghamton de Nueva York, en su país siempre se admiró "la herencia histórica que dejó Simón Bolívar en favor de la libertad".

    Pero, actualmente "hay poca expresión de reconocimiento al Libertador suramericano y abunda una propaganda antibolivariana, gracias a una derechización de la opinión pública de EE.UU.".

    Petras observa que, con el triunfo electoral de Hugo Chávez, "los medios de comunicación comenzaron a demonizar a la revolución venezolana y a olvidar los grandes acontecimientos liderados por Simón Bolívar".

    ¿La razón? El historiador Martín Guedez considera que el cambio de actitud en algunos sectores de la nación del norte de América era previsible.

    Cuando la clase dominante se apodera de un símbolo, explica Guedez, "lo usa, lo vuelven Catedral, Dios, o simple estatua. El caso más emblemático es el de Jesús de Nazaret. Pero cuando aún no está convertido en símbolo sino que es un signo de libertad, de justicia e igualdad, entonces lo crucifican. Eso hicieron con Bolívar y también lo harán con Hugo Chávez".


    Ernesto J. Navarro





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    Fuente:

    https://actualidad.rt.com/actualidad...-llevan-nombre

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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

    Francisco de Miranda

    El espía que traicionó a España y batalló con Simón Bolívar por la independencia de Venezuela

    En pleno bicentenario de la muerte de Francisco de Miranda, recordamos la extensa vida de un militar y político más



    Retrato ecuestre de Miranda - ABC


    Manuel P. Villatoro - ABC_Historia

    21/07/2016 01:43h - Actualizado: 21/07/2016 17:16h. Guardado en: Cultura



    Espía, mentiroso y precursor de la independencia de América Latina. Las formas de definir a Francisco de Miranda son equiparables a la ingente cantidad de peripecias que vivió a lo largo de su extensa vida. Con todo, si hubiera que resumir su existencia habría que decir que fue un español nacido en el Nuevo Mundo que no dudó en combatir a las órdenes de Carlos III convencido de la bondad de la Corona. Así, hasta que se cambió de bando y luchó contra España en favor de la emancipación de las colonias americanas. Una decisión que le granjeó llegar a Venezuela como un héroe y ser nombrado general de su Primera República. Sin embargo, hablar de él también es hacerlo de sus últimos años, los más trágicos. Y es que, tras firmar un armisticio con los españoles como líder del nuevo país, fue traicionado por su viejo amigo Simón Bolívar, entregado a Fernando VII por los venezolanos que tanto le habían amado y, finalmente, murió en una prisión ubicada en Cádiz.

    La historia de Francisco de Miranda (más conocido como «El precursor» por ser uno de los primeros que pensó en la existencia de una gran Colombia unida) vuelve a estar estos días de moda debido a que, el pasado 14 de julio, se celebró el bicentenario de su muerte. Una fecha que la Casa de América de Madrid ha querido conmemorar con una exposición dedicada a su vida (todavía visitable) y una conferencia celebrada la semana pasada en la que participaron Manuel Lucena Giraldo (historiador, agregado de educación en la embajada de España en Colombia y autor de «Francisco de Miranda: la aventura de la política») y Juan Carlos Chirinos (escritor venezolano y autor de «Miranda, el nómada sentimental»).


    Infancia

    Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez. Con este nombre nació el 28 de marzo de 1750 en Caracas el «primer criollo universal», como posteriormente sería conocido nuestro protagonista. Su padres fueron Sebastián de Miranda Ravelo, un canario llegado desde la Península que acabó siendo propietario de varios comercios en el Nuevo Mundo, y Francisca Antonia Rodríguez de Espinoza, natural de la misma región en la que nació su retoño. Miranda, de una familia de clase acomodada para la época (su progenitor llegó a contar con hasta siete esclavos) fue alumbrado en una ciudad que, por entonces, no superaba los 12.000 habitantes. Algo que no le impidió recibir una educación de calidad para la época. «En 1762 inició estudios de latinidad de menores y más tarde artes (bachillerato) en la Universidad de Caracas», explica la Fundación Polar en el «Diccionario de Historia de Venezuela».



    Miranda es considerado el primer criollo universal


    Por desgracia para Miranda, si por algo se destacó su infancia fue por un triste recuerdo: el de ver como su padre recibía constantes críticas de un grupo de aristócratas que consideraban que, por su baja cuna, no debía ser capitán de las Milicias de Blancos de Caracas. «Los mantuanos [...] cargaban contra su padre por ser este comerciante. Ocupación que, según ellos, lo inhabilitaba para desempeñar el cargo», se explica en la obra. Con todo, al final este disgusto no llegó a más debido a que, carta del rey español mediante, se dio orden a todos aquellos que le cuestionaban de que depusieran su conducta bajo pena de «privación de empleo» y otras cosas peores. Después de algunos años su suerte cambió, pues -carta va, permiso viene- «El precursor» se embarcó el 25 de enero de 1771 (cuando sumaba 21 primaveras) en dirección a Cádiz con el objetivo de entrar en el ejército de Su Majestad Carlos III.


    A las órdenes de la Corona

    Después de un mes, un Miranda ávido de combatir al servicio de la monarquía española arribó a Cádiz con -según afirma el autor Fermín Goñi en su obra «Los sueños del libertador»- nada menos que 1.000 kilos de cacao, el principal cultivo de su Venezuela natal y uno de las fuentes de la riqueza de su familia. ¿Por qué llevar esa gigantesca cantidad de cacao? Goñi nos ofrece la respuesta: «Los mil kilos viajaron con él desde Caracas porque don Sebastián [su padre] estimó que esa era la mejor manera de colocar un importante numerario en España sin pagar comisiones a intermediarios, una ruina para los comerciantes de la época que traficaban entre ambos lados del océano». La jugada fue perfecta, pues nuestro protagonista se hizo con un pellizco de oro y pudo adquirir algún que otro capricho. «Lo primero que hizo Miranda en Cádiz fue comprar ropa para ir arreglado a Madrid», determina Chirinos en la conferencia de la Casa de América.

    Dos semanas después Miranda llegó a la capital. Madrid fue para él todo un descubrimiento a nivel cultural. Deseoso de no perder ni un segundo, adquirió varios libros con los que poder aprender más sobre la historia de España (muchos de ellos, prohibidos por la Inquisición). «En Madrid se dedicó al estudio de de las matemáticas, de los idiomas francés e inglés y de la geografía», señala la Fundación Polar en su obra. Libro de estrategia militar para arriba, manual político para abajo, el venezolano obtuvo en 1772 un certificado que acreditaba su pureza de sangre. Es decir, que no era ni judío, ni musulmán. Ese papel le permitía entrar en el ejército, así que compró -a cambio de 85 mil reales- una patente para entrar como capitán en el Regimiento de la Princesa. Todo ello, sin necesidad de haberse formado antes como militar en ninguna academia o haber disparado un fusil antes.




    Busto de Francisco de Miranda en Bogotá- Wikimedia


    Así quedó sobre blanco su compra frente a un notario de la época: «Ante mí, el escribano de provincia, y testigo don Juan Gaspar de Thurriegel, residente en ella, se dijo: que en el día 20 de abril del año pasado de 1771, por don Francisco de Miranda como principal [...] se otorgó escritura de obligación ante […] el escribano de provincia, obligándose a pagar al otorgante 85.000 reales, en que se convirtieron por razón de la patente de capitán, que éste benefició a favor de don Francisco de Miranda».

    Su sueño se acababa de cumplir, pero Miranda pronto entendió que no todo es batallar y que la vida cuartelera -la más habitual en tiempos de paz- era mucho más aburrida de lo que se había imaginado. Por ello, intentó solicitar un cambio de destino e, incluso, pidió acudir al Nuevo Mundo, pero todo fue rechazado. Su suerte cambió en 1774 cuando, por obra y gracia de Su Majestad, su regimiento partió hacia Melilla para defender el enclave de los ataques marroquíes que, según se creía, iban a sucederse de forma próxima. La información no era mala, pues en diciembre -mientras nuestro protagonista clamaba al cielo por entrar en batalla- el sultán sitió la zona y Francisco pudo poner a prueba sus capacidades militares. Tras salir vivo de allí, después de tres meses de bombazos continuos, participó también en la expedición española contra Argel de 1775 (uno de los mayores fracasos militares de nuestro ejército).


    Por España

    Después de aquel desastre, y tras volver a España, Miranda estuvo dando saltos entre la Península y Melilla. En estos años conoció, además, a dos personas que -tras convertirse en grandes amigos- serían de gran importancia en su vida: el militar Juan Manuel Cajigal y el comerciante inglés Jhon Tumbull. En 1780 se embarcó en una expedición hacia La Habana y, un año después, participó en una de las operaciones más importantes de España durante el S.XVIII en América: la toma de Pensacola. Un enclave costero de gran importancia defendido por los ingleses. Los mismos «british» que andaban a la gresca después de que los americanos (futuros estadounidenses) se hubiesen levantado en armas contra ellos. El puesto, por cierto, lo logró gracias a la mediación del entonces general Cajigal (por enchufe, que diríamos en la actualidad).



    Fue acusado falsamente de transportar mercancías de forma ilegal y de ayudar a los ingleses



    «Su conducta en la toma de Pensacola en mayo le valió ser ascendido a teniente coronel. Esta acción bélica, enmarcada en la guerra que España y Francia sostenían contra Inglaterra en el Caribe y en América del Norte para apoyar la independencia de los EE.UU., contribuyó a fortalecer la posición de los patriotas americanos», se añade en el «Diccionario de historia de Venezuela». Es decir, que por entonces Miranda ayudó a fortalecer las posiciones de los enclaves americanos que apoyaban el permanecer regidos bajo bandera española. Algo curioso si consideramos que, tan solo unos años después, estaría combatiendo contra ese bando. Aunque para eso todavía le faltaba tiempo, así como muchas peripecias que vivir.


    De espía a fugitivo

    Tras la toma de Pensacola la carrera de Miranda se vio impulsada por Cagigal, quien fue nombrado gobernador de Cuba por las gónadas que le había puesto al luchar contra los «british». Así fue como, en 1781, su amigo envió a nuestro protagonista en dirección a Jamaica (una de las últimas ciudades de importancia bajo mando inglés en el Caribe) para organizar un intercambio de prisioneros. Más concretamente, de unos 800 partidarios de España, por un número similar de anglosajones. Al menos, esa fue la excusa oficial. La realidad era que Francisco fue elegido para ejercer de espía al servicio de Su Majestad y su objetivo verdadero era, por un lado, elaborar un mapa de la región y, por otro, descubrir cuáles eran y donde se encontraban las defensas de sus enemigos. A pesar de que su labor como agente fue impecable, mientras Miranda andaba en tierras jamaicanas empezaron a llegar desde Madrid una serie de denuncias contra él.

    Y es que, en los siguientes meses se acusó a Miranda de dos traiciones contra España que, a su vez, se sumaron a un juicio que la Inquisición había iniciado contra él tres años antes por leer libros prohibidos. «Tuvo que enfrentarse a todo tipo de intrigas y denuncias. Le acusaron de que, en junio de 1781, permitió visitar las fortificaciones de La Habana al general inglés Campbell», se explica en la obra. A su vez, se le imputó intentar introducir en Cuba una serie de mercancías de forma ilegal. Es decir, ser un contrabandista. Algo infundado ya que había obtenido permiso para vender esos productos como recompensa por sus servicios. Sin embargo, parece que las autoridades españolas no opinaron lo mismo y se las confiscaron. Posteriormente se ordenó su arresto a pesar de los servicios prestados al rey.




    Batalla de Pensacola- Wikimedia


    ¿Qué hizo entonces? Salir navegando -con ayuda de Cagigal- a todo trapo hacia los Estados Unidos allá por julio de 1783. «Se vio envuelto en una trama de corrupción y, antes de afrontar un juicio, escapó y desertó. Lo irónico es que las ultimas investigaciones afirman que, de acuerdo con el juicio, muchos años después fue absuelto de los cargos de corrupción. ¿Entonces por qué desertó? Porque sabía que tenía difícil defenderse. Se vio obligado a huir porque sabía que había unos manejos de dinero difíciles de justificar. Fue un ilustrado selecto en términos de lecturas y supo inmediatamente que en la trama había una serie de pruebas que podían ser discutibles y quitarle la razón» explica, en declaraciones a ABC, el historiador Manuel Lucena Giraldo. Su objetivo no era otro que evitar la justicia del mismo rey al que había servido con total determinación.


    Miranda el viajero

    En Estados Unidos, Miranda se dedicó a cultivar su mente, a viajar por el continente y a estudiar (tanto idiomas, como manuales militares y políticos). Sin embargo, en aquellas tierras también se ganó el título de enemigo número uno de España. Y es que, en el país por el que había combatido años y años ya era considerado un traidor y un desertor. Al otro lado del charco, además, se hizo un firme defensor de la revolución política ideada por los norteamericanos y se propuso llevarla (con las salvedades oportunas) hasta Hispanoamérica. Algo que le granjeó (si cabe) todavía más enemigos.

    Estuvo en el Nuevo Mundo (ya no tan nuevo, por cierto) hasta las navidades de 1784, cuando decidió partir a Europa. Su destino, más concretamente, fue Inglaterra. Esto levantó las sospechas de la corte española, desde donde se llegó a la conclusión de que la finalidad de su antiguo espía era vender los secretos rojigualdos que conocía a los británicos. Lo cierto es que el rey estaba bastante equivocado, pues el verdadero objetivo de Miranda era seguir aumentando su cultura en un país que era considerado la cuna de las artes y las ciencias y, llegado el caso, favorecer la independencia de la tierra que le había visto nacer. A primeros de febrero del año siguiente llegó a Londres, donde comenzó de nuevo su aventura en las viejas ciudades continentales.




    Carlos III- Wikimedia


    Desde su llegada a las islas, se esforzó por convencer a personalidades con influencia de que le ayudaran a combatir el imperialismo existente en Hispanoamérica, algo para lo que -según dijo en sus diarios- se había estado preparando desde hacía años: «Con este propio designio he cultivado de antemano con esmero los principales idiomas de la Europa que fueron la profesión en que desde mis tiernos años me colocó la suerte y mi nacimiento. Todos estos principios (que aún no son otra cosa), toda esta simiente, que no con pequeño afán y gastos se ha estado sembrando en mi entendimiento por espacio de 30 años que tengo de edad, quedaría desde luego sin fruto ni provecho por falta de cultura a tiempo».

    En Londres, Miranda le puso arrestos y envió una carta a Carlos III solicitándole que le permitiera licenciarse del ejército. La misiva solo caldeó más el ambiente con España, pues fue acompañada de unas pretensiones exageradas: «A Vuestra Majestad humildemente suplico se digne a exonerarme del empleo y rango que por su Real bondad gozo en el ejército; de todo lo cual puesto a sus Reales pies, hago dejación formal por la presente. [...]. También apreciaría, que (siendo del mayor agrado de Vuestra Majestad) se me permitiese el beneficiar, o reembolsar, la cantidad de ocho mil pesos fuertes que me costó el empleo de Capitán, con que comencé a servir en el Ejército, a fin de reparar algo los graves quebrantos que se me han ocasionado últimamente [...]; igualmente que toda la serie de mis sueldos anteriores».




    Catalina la Grande- ABC


    Con los agentes españoles ávidos de darle caza por traidor, Miranda tuvo el honor de ser invitado a asistir a las maniobras del ejército prusiano de Federico II gracias a sus contactos políticos. Sin dudarlo, inició el trayecto que le llevarías hasta Prusia el 13 de agosto de 1785. Para entonces era ya un personaje odiado en la Península y un nómada sin más patria que su querida Hispanoamérica. Quizá fue por eso por lo que decidió conocer mundo y, tras ver a los militares marchar, empezó un gigantesco viaje que le llevó a los lugares más recónditos de la vieja Europa. «Miranda tuvo una etapa muy viajera. Hay quien habla de él como el primer cosmopolita. No en vano estuvo en Rusia, cerca de Catalina la Grande, antes de regresar a Londres», añade el experto español a ABC.

    Este brutal viaje por Europa duró cuatro años (de 1785 a 1789) y le llevó por una extensa lista de capitales europeas. «Visitó parte de Holanda, Prusia, casi toda Italia y Grecia. Pasó al Asia Menor y al Imperio Turco (Constantinopla) y, antes de fines de 1786, se encontraba en Rusia. En Kiev, el 14 de febrero de 1787, fue presentado a Catalina, que hizo de él uno de sus predilectos y le autorizó a usar el uniforme del ejército ruso. Visitó Moscú, y San Petesburgo y obtuvo cartas de presentación para los diplomáticos rusos en Viena, París, Londres, La Haya, Copenhague, Estocolmo, Berlín y Nápoles. Pasó por Finlandia y llegó a Estocolmo. Viajó por Hamburgo, Bremen y Holanda. Fue luego a Bélgica, Alemania, Suiza y el norte de Italia. De Ginebra fue a Lyon y Marsella. Salió para el centro y el norte de Francia, hasta París, y regresó a Inglaterra el 18 de junio», determina la Fundación Polar en su obra.


    El general francés

    Cuatro años de viaje no cambiaron ni un ápice sus ideas. Todo lo contrario. Le convencieron de que su amada Hispanoamérica debía ganar por las armas la independencia. Así que, una vez más, inició una campaña para buscar apoyos militares en Inglaterra con los que enfrentarse a los poderes españoles del Caribe. Pero los hijos de la Gran Bretaña demostraron en los siguiente meses no estar por la labor de querer ayudarle. Como a nuestro protagonista no le faltaba espíritu viajero, hizo el petate de nuevo (efectivamente, otra vez más) y se dirió a Francia, donde la revolución había calado hondo y se respiraban vientos de cambio. Pisó «La France» en 1792 y, en apenas un mes, su carácter abierto y su conocimiento del idioma le hicieron ganarse multitud de amigos en las altas esferas e, incluso, un puesto como militar. No se le debió dar mal el empleo de las armas gabachas, pues pronto fue ascendido a Mariscal de Campo del Ejército Revolucionario.

    Como Mariscal (un grado increíblemente importante en tierras galas) Miranda combatió a las órdenes del general Dumouriez. En esta etapa de su vida demostró que no le faltaban conocimientos en lo que se refiere a guerras europeas, pues logró vencer a los ejércitos prusiano y austríaco (que habían tomado las armas para combatir la revolución gabacha en nombre de las monarquías europeas) en la batalla de Valmy. Esta contienda fue de gran importancia táctica pues, de haber sido derrotado nuestro protagonista, las potencias exteriores podrían haber pisado el centro de Francia y haber vuelto a instaurar a los reyes destronados en su poltrona. Posteriormente, en Holanda, logró tomar las ciudades de Amberes y Roermond.




    Batalla de Valmy- Wikimedia


    Miranda había llegado muy alto (militarmente hablando), y lo había hecho en un ejército revolucionario y contrario, por entonces, a las ideas de España. En aquellos años todo parecía sucederse de forma inmejorable para él, pero la situación cambió cuando su superior, Dumoirez, le acusó de traicionar a Francia y ayudar a los enemigos a vencer al ejército revolucionario en dos batallas de suma importancia. Una acusación, como bien se explica en el «Diccionario de historia de Venezuela», que fue totalmente falsa y usada simplemente para desviar la atención de su persona. ¿La razón? Que el general galo quería pasarse al bando Austríaco sin ser atrapado. Fuera como fuese, los galos no andaban para sospechas, por lo que llamaron a declarar a nuestro protagonista para aclarar el suceso allá por el 28 de marzo de 1793.

    Aunque aquel día fue absuelto, sus desgracias no habían hecho más que empezar. Y es que, durante las luchas internas entre los jacobinos y los girondinos (los dos bandos revolucionarios que querían hacerse con el poder dejado por la monarquía absoluta) fue capturado y metido en prisión durante dos años. «La revolución le pilló en París. Como era un general girondino fue apresado por los jacobinos. No le cortaron el cuello de milagro. Estuvo a punto de ser ejecutado en el verano del terror», añade el historiador español a ABC. Finalmente, tras 24 meses en prisión, logró convencer a un jurado de que era inocente de las tropelías de las que se le acusaban y conseguir la libertad. Una vez en la calle, y sin cargos, Miranda decidió que lo mejor era abandonar Francia (no le habían gustado demasiado las rejas, según parece) y marcharse de nuevo a Londres, donde -aunque nunca le habían hecho demasiado caso en lo que se refiere a la independencia- no le ponían tras unas rejas.


    La invasión fallida

    Francisco de Miranda se pasó los siguientes años de su vida tratando de cosechar apoyos para liberar, de una vez y por las bravas, Hispanoamérica de los españoles. Así continuó hasta que, con la llegada de Napoleón al poder, decidió que era el momento de actuar. Al fin y al cabo, el «Pequeño corso» había causado el suficiente revuelo en Europa como para que todos los continentes estuviesen pendientes de él y no diesen importancia a los movimientos revolucionarios de un espía traidor. Con esas ideas en su mente partió desde Europa y logró llegar hasta Estados Unidos en 1805. Una vez en la capital, estableció que lo mejor era dejarse de intermediarios y entrevistarse directamente con el presidente Thomas Jefferson. Este aceptó verle en la Casa Blanca, edificada apenas unos años antes, el día 2 de septiembre de 1805. ¿Qué diantres buscaba Miranda hablando con el mandamás norteamericano? Lo que quiere todo el mundo: dinero. En este caso, para financiar una expedición que estaba organizando para desembarcar en algún punto de centroamérica y empezar a emanciparla por las armas.

    Aunque no logró llenar su cartera con dinero estadounidense, sí recibió el beneplácito de los EE.UU. para iniciar las operaciones militares. A su vez, Jefferson le explicó que, atendiendo a los primeros resultados, se plantearía si colaborar o no con él. Un mensaje parecido recibió de los ingleses, los cuales le instaron a tener algún éxito militar para enviarle ayuda. Al final, carta de apoyo por aquí, palmadita en la espalda por allá, Miranda consideró que los ánimos estaban lo bastante caldeados como para que un suceso puntual pudiese desencadenar una gigantesca reacción internacional, así que se puso manos a la obra para llevar una expedición armada a Hispanoamérica. «Miranda, con la ayuda de algunos amigos, logró armar al bergantín “Leander” y zarpó de Nueva York hacia Jacmel (Haití) el 2 de febrero de 1806», se explica en la obra venezolana. A su mando, 200 hombres a los que únicamente se les dijo que se iba a atacar a España en algún punto de la costa. En el mástil, la bandera de Colombia (el nombre de la tierra latina unificada que Miranda había imaginado en sus sueños).




    Réplica del Leander en el Parque Francisco de Miranda- Wikimedia


    Los primeros días de la expedición fueron dedicados al entrenamiento en alta mar. Tanto en el cañoneo de otros buques, como en el uso de armas cortas (todas ellas, de segunda mando y compradas a precio de oro). Tiro a tiro fueron pasando las jornadas hasta que, el día 12 de marzo, comenzaron los preparativos «de verdad» para iniciar la invasión. «El 12 de marzo de 1806 en el mástil del “Leander” ondeaba al viento, por vez primera, la bandera de la Nueva Patria, ideada por Miranda “con los tres colores primarios del arco iris”, amarillo, azul y rojo. Se disparó una salva de cañonazos y se hicieron votos por el triunfo de la libertad de América del Sur», explican Manuel Pérez Vila y Josefina Rodríguez de Alonso en la cronología que hacen dentro de la obra «América espera» (escrita por el propio Miranda). Poco antes se habían unido al «Leander» las goletas «Bee» y «Bacchus», con lo que ya se contaban en tres los navíos implicados en la expedición militar.

    Al final, tras muchos preparativos, Miranda ordenó a su pequeña flota atacar el puerto de Ocumare, en Venezuela, el 28 de abril de 1806. Así fue como, viento en popa y con la bandera tricolor ondeando al viento, los tres buques de nuestro protagonista se dispusieron a enfrentarse a las baterías que defendían la zona (las de Puerto Cabello) y a cualquier bajel rojigualdo que enarbolara la insignia española. Para su desgracia, los navíos que defendían la playa eran el «Argos» y «El Celoso», los cuales superaban ampliamente la potencia de fuego de la expedición revolucionaria. El combate duró poco. Francisco ordenó cañonear a sus enemigos, pero no sirvió de nada. Por el contrario, los hispanos devolvieron el fuego y obligaron a los tres navíos a dispersarse. Todo terminó con las goletas «Bee» y «Bacchus» apresadas y el «Leander» saliendo a toda vela para evitar ser aniquilado. Además, los bajeles de la Corona lograron hacer 60 prisioneros. Diez de los cuales fueron ahorcados al mes siguiente.



    «Un tal Don Francisco Miranda anda fomentando la sublevación. Tiene inquieta la provincia y se hacen diligencias para apresarlo»



    Así explicó el fraile y escriba Juan Antonio Navarrete (contemporáneo de Miranda) lo que sucedió con los prisioneros y la gran derrota de Miranda: «Por los meses de febrero y marzo se han puesto en armas todas las tropas por todas las bocas y puertos de las costas de Caracas, por las invasiones y amenazas del enemigo. [...]. Un tal Don Francisco Miranda, patricio de Caracas, anda fomentando la sublevación. Y tiene inquieta la provincia por el mar y se hacen diligencias para apresarlo. […] Por el mes de julio, día 11, se hizo en Puerto Cabello justicia de diez reos, entre otros varios, que se cogieron en una goleta que acompañaban al citado Miranda [...] y venían a hacerse dueños con él del gobierno y pueblos. Se les cogieron entre el barco las banderas, armas, papeles, patentes de nombramiento en oficios y empleos de la provincia, que ya daba Miranda supuesto por suyo todo. Pero todo se quemó por mano del verdugo en público cadalso en la plaza de la ciudad de Caracas el día 4 de agosto, día de Nuestro Padre Santo Domingo, entre nueve y diez de la mañana, con acta solamente de justicia y tropas».

    Con el amargo sabor de la derrota en el paladar, Miranda reorganizó sus fuerzas y reclutó hombres en las siguientes semanas para volver a lanzarse contra los españoles y a sus partidarios (los llamados realistas) en Venezuela. En agosto ya se consideró preparado de nuevo y se decidió a atacar el puerto de La Vela de Coro el día 3. En este caso sus «gañanes» y «rufianes» sin «ninguna experiencia militar» (como bien se explica en la exposición de la Casa de América) lograron desembarcar y conquistar la ciudad de Coro. «Allí se izó el pabellón de la patria naciente pero muchos habitantes, evitando comprometerse, prefirieron huir de la ciudad, que fue evacuada por las tropas realistas», se añade en la obra venezolana. La situación no podía ser mejor. Sin embargo, al carecer de apoyo popular y de refuerzos, nuestro protagonista tuvo que recoger sus pertrechos y huir antes de que el enemigo se reorganizase. Finalmente, «El precursor» vendió o se deshizo de todo aquello que quedaba de aquella desastrosa expedición y volvió a Inglaterra, tierra que pisó el 31 de diciembre de 1807.


    Hacia la verdadera independencia

    Una vez en Inglaterra, Miranda -siempre inquieto- aceptó colaborar en una nueva expedición formada por el gobierno británico para liberar a los pueblos americanos bajo dominio español. Sin embargo, este viaje se vio frustrado cuando Napoleón Bonaparte invadió España. Y es que, a pesar del odio eterno que se habían profesado la corona británica y la española, los «lords» decidieron que era mejor desplazar la armada que iba a invadir el Caribe hacia Portugal para apoyar a sus antiguos enemigos hispanos. No por bondad, desde luego, sino por contener el avance militar del «Pequeño corso» por Europa. Sin apoyo «british», y desesperado por favorecer la sublevación de Hispanoamérica (principalmente Venezuela, su tierra natal), «El precursor» comenzó a enviar cartas a Caracas instando a sus gobernantes a levantarse en armas contra Carlos IV, quien había perdido todo su poder.

    Venezuela respondió a sus misivas enviando hasta Londres una serie de comisionados entre los que destacaba un jovencísimo Simón Bolívar (de apenas 25 años). «En julio de 1810 llegaron a Londres los comisionados de la Junta Suprema de Gobierno de Caracas, Simón Bolívar, Luis López Méndez y Andrés Bello. Había sido iniciado el proceso para la separación de España de las provincias de Venezuela desde el 19 de abril. En Londres, Miranda se convirtió en el consejero, el introductor y compañero de los comisionados, les recibió en su casa, les acompañó en sus visitas a personalidades e instituciones...», determina la Fundación Polar en su obra. Al final, tras muchos años, nuestro protagonista veía -cada vez más cerca- la emancipación de una de las regiones de Latinoamérica. Esta vez, de verdad.




    Llegada de Miranda a Venezuela- ABC


    Con todo, Miranda nunca favoreció la revolución de las clases bajas contra la Corona española, sino que abogó porque la independencia de Hispanoamérica fuese protagonizada por nativos de clase alta. «Nunca fue un revolucionario social ni estuvo dentro de su agenda promover el desorden social. Sus ideas se limitaron meramente a una revolución política», explica el profesor Lucena en declaraciones a ABC.

    ¿Cómo es posible que una región tan pequeña como Venezuela fuera la primera en querer independizarse de España? La respuesta nos la da el profesor Lucena: «Las revoluciones empezaron allí porque Venezuela era una productora de cacao. Y si el cacao se pudría en los almacenes, había peligro de una revolución étnica. Los españoles americanos patricios organizaron juntas autonomistas para evitar los peligros de la disolución política que se había generado con la invasión napoleónica. El escenario era el siguiente: si Napoleón tomaba Cádiz, la América española sería parte del Imperio Napoleónico. Así no iban a vender cacao porque los ingleses eran los dueños del mar y estaban en guerra con los franceses. Si esto se sucedía, les iban a cortar el cuello a los blancos, que dominaban la zona. Tenían que hacer algo».


    La emancipación de Venezuela

    Animado por el séquito que fue a visitarle a Londres, Miranda se embarcó hacia Venezuela el 10 de octubre de 1810 con la misión de colaborar en el proceso de independencia. Llegó a La Guaira exactamente dos meses después y, para su sorpresa, fue recibido entre vítores y aplausos. Nada que ver con el recibimiento por las armas que le habían hecho a él y a sus hombres unos pocos años antes. La «Gazeta de Caracas», por ejemplo, dio la bienvenida en sus páginas «al hombre que había olvidado su patria, pese a las distinciones que se habían acumulado sobre él». El mismo espía y militar que no había pisado la región en casi 40 años. Los meses siguientes fueron de suma importancia para «El precursor» pues -a pesar de que en principio solo acudía como consejero- fue nombrado diputado del Congreso Constituyente encargado de decidir el devenir del país.

    Durante las semanas siguientes, Miranda luchó (políticamente hablando) porque Venezuela se emancipase de forma oficial de España. Al final, sus sueños se materializaron cuando se proclamó la Primera República de Venezuela y se firmó, en julio de 1811, el «Acta de Independencia» de la región. Con estas palabras comenzó aquel informe: «En el nombre de Dios Todopoderoso, nosotros, los representantes de las Provincias Unidas de Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita, Barcelona, Mérida y Trujillo, que forman la Confederación americana de Venezuela en el continente meridional, reunidos en Congreso, y considerando la plena y absoluta posesión de nuestros derechos, [...] queremos, antes de usar de los derechos de que nos tuvo privados la fuerza, por más de tres siglos, y nos ha restituido el orden político de los acontecimientos humanos, patentizar al universo las razones que han emanado de estos mismos acontecimientos y autorizan el libre uso que vamos a hacer de nuestra soberanía».


    A las armas de nuevo

    La independencia supo a gloria a Miranda. Su sueño se había cumplido a pesar de que había tenido que esperar bastante tiempo para ello. Sin embargo, el buen sabor de boca se le agrió cuando se le informó de que no contaban con él a nivel político para ocupar uno de los cargos determinantes del nuevo gobierno. De hecho, tuvo que esperar hasta 1811 -cuando la población realista (la partidaria de Fernando VII) se alzó en armas contra la independencia- para obtener un puesto acorde a su experiencia. «En julio de 1811 los realistas de la ciudad de Valencia [en Carabobo] se levantaron contra la independencia y el Ejecutivo designó a Miranda Jefe del Ejército», explica el dossier venezolano.



    «Miranda fue general a los 6o años, que son como 120 de ahora»



    Es decir, que Miranda fue -a sus 61 primaveras- nombrado comandante y se le dio la orden de acabar con los realistas que tantos problemas estaban dando. «Fue el general de los ejércitos de Venezuela siendo un anciano. Tenía 60 años, que son como 120 de ahora. Aunque es en cierto modo lógico porque, si hay una profesión que reconocerle, además de lector, conspirador y espía, es la de militar. El problema que se encontró es que estaba acostumbrado a las guerras de Europa, en las que combatían unos soldaditos uniformados frente a otros, y no al tipo de lucha que se hacía en América. Al final su formación militar no sirvió para nada», explica, en declaraciones a ABC, Lucena. A pesar de ello, el combatir contra civiles y rebeldes hizo que no tuviera problemas en sofocar las primeras revueltas que se sucedieron en Valencia.


    Una amenaza renovada

    Mientras Miranda luchaba espada en mano para acabar con las poblaciones que combatían por Fernando VII, los realistas discurrieron un plan a sus espaldas en un intento desesperado de mantener bajo dominio español Venezuela. La operación fue ideado por Francisco Ceballos, gobernador de Coro (al norte del país) y partidario de Fernando VII. Este ordenó -allá por marzo de 1812- a uno de sus mejores capitanes de fragata (un canario de 38 años llamado Domingo de Monteverde) que partiera con un pequeño contingente hasta la población de Carora, a 150 kilómetros de la urbe, para apoyar una rebelión de realistas que pretendía arrebatar aquel bastión a los partidarios de la independencia. Su avance fue letal y, en menos de un mes, el español se hizo por las armas con la población junto a multitud de combatientes que se unieron a él durante el trayecto. Cuando los republicanos se dieron cuenta del movimiento ya era demasiado tarde. Aunque, a partir de ese momento, movilizaron a sus generales.

    Tras la conquista de esta ciudad (y viendo lo fácil que había sido avanzar por territorio independentista) Monteverde se propuso conquistar Barquisimeto, una población cercana que se caracterizaba por ser uno de los principales bastiones del enemigo. Sabía que la misión era complicada, pero confiaba en que Dios le ayudara a acabar con aquellos traidores de España. Y, curiosamente, se podría decir que alguien escuchó sus plegarias. «En la tarde del 26 de marzo, jueves santo de 1812, el territorio venezolano fue sacudido por un terremoto de gran intensidad sísmica que causó enorme destrucción en Caracas y La Guaira, Barquisimeto, Mérida y otras poblaciones menores. Hubo un saldo de 15 a 20 mil muertos e incontables heridos, derrumbe de edificios, hasta pequeños ríos desplazados», explica David Bushnell en su obra «Simón Bolívar: hombre de Caracas, proyecto de América : una biografía».




    Miranda, en sus últimos años- Wikimedia


    El terremoto causó daños severos en la mayoría de plazas republicanas y, curiosamente, apenas dañó las regiones realistas. Por ello, muchos lo consideraron un castigo divino. Independientemente de la causa que lo motivó, lo cierto es que este sismo permitió a Monteverde tomar sin oposición Barquisimeto a principios de abril. Fue entonces cuando la Primera República de Venezuela tomó una medida desesperada para evitar que los españoles acabasen con sus sueños de independencia: dieron a Miranda poderes dictatoriales para que expulsara, fuera cual fuese el precio, a los partidarios de Fernando VII. No obstante, ni las órdenes de «El precursor» pudieron evitar que la capital, Valencia, cayera en manos de Monteverde.

    En vista de que la derrota se cernía sobre Venezuela, «El precursor» actuó rápido. Uno de sus primeros actos oficiales fue nombrar a Simón Bolívar (entonces poco más que un oficial) defensor de su principal posición defensiva: el castillo de Puerto Cabello (un fuerte en el que se guardaba una buena parte de la pólvora republicana y se retenía a multitud de presos realistas). «Bolívar no era más que un joven endeudado de los valles de Caracas que, además, carecía de redes sociales. La gran figura era Miranda. Era el enemigo público de la monarquía española», explica Lucena. Él, por su parte, decidió que lo mejor era aguardar un poco y entrenar a sus combatientes. A su vez, ordenó medidas drásticas para aumentar sus fuerzas. «Miranda decretó un alistamiento general de hombres libres [que se hizo] extensible a los esclavos, ofreciéndoles la libertad a cambio de cuatro años de servicio», determina Bushnell.


    Derrotado y traicionado

    A pesar de estas nuevas medidas, Miranda no pudo sostener los combates contra los realistas debido a la fuerte crisis económica de la República, las fuerzas que se alzaron contra los independentistas, las movilizaciones de las clases bajas de nativos (contrarias a que el poder lo ostentasen aquellos que tenían el dinero) y los continuos ataques de Monteverde (los cuales terminaron por desmoralizar a sus tropas). A todo ello se sumó la grave derrota militar que los republicanos sufrieron en Puerto Cabello por culpa de la torpeza de Bolívar. Después de todo ello, nuestro protagonista decidió tomar medidas drásticas y pactar con los españoles la paz para evitar el colapso del estado. Este tratado se hizo patente el 25 de julio de 1812 y, como cabía esperar, causó gran controversia entre los contrarios a Fernando VII.



    Murió solo y traicionado por los mismos venezolanos por los que había combatido



    Tras aquella capitulación, considerada bochornosa por muchos de los oficiales a sus órdenes, las tensiones que ya existían contra Miranda se hicieron todavía más patentes y terminaron en un atentado contra su persona. «Durante la noche del 30 al 31 de julio, a las 3 a. m., un grupo de militares y civiles, entre los cuales se encuentran Bolívar y Miguel Peña, arrestaron a Miranda, a quien reprocharon la capitulación con Monteverde: “Bochinche, bochinche...” fue la exclamación del Precursor en el momento de ser detenido y encerrado en el castillo de San Carlos. Quienes participaron en la penosa confusión de estos acontecimientos podían estar movidos por diversos propósitos. Algunos, como era el caso de Bolívar, aspiraban a desconocer la capitulación y a proseguir la lucha, lo cual no resultó posible», se explica en el «Diccionario de historia de Venezuela».




    Miranda, en prisión- Wikimedia


    Al igual que no habían servido de nada los años que combatió junto a la Corona española cuando Carlos III le declaró enemigo número uno del país, tampoco sirvió entonces que Miranda llevara años y años luchando por la independencia de Hispanoamérica. «Poco después de su arresto las avanzadas realistas al mando de Francisco Javier Cervériz, entraron en La Guaira y se apoderaron de Miranda, a quien encadenaron en las bóvedas. De allí fue enviado al castillo de San Felipe, en Puerto Cabello. A principios de 1813, desde la mazmorra porteña. […] El 4 de junio fue trasladado a la fortaleza de El Morro, en Puerto Rico y a fines de 1813, un bergantín español lo llevó preso a España. A principios de enero de 1814 estuvo encerrado en un calabozo del fuerte de las Cuatro Torres, en el arsenal de La Carraca, cerca de Cádiz. Aislado del mundo exterior, sólo recibió noticias y alguna pequeña ayuda de sus viejos amigos […] Asistido sólo por su criado Pedro José Morán murió, después de una larga agonía, en la madrugada del 14 de julio de 1816», se completa en el texto.






    Cinco preguntas a Manuel Lucena


    ¿Cómo definiría a Miranda?

    Fue una especie de casanova criollo. Un espía británico, un agitador, un conspirador... Y luego una persona traicionada por los suyos. También se podría decir que era un “pieza”. Un personaje que alguno diría amoral, individualista, moderno (iba a lo suyo) y un superviviente desde muy temprana edad.


    ¿Fue finalmente declarado inocente de los cargos de espionaje y contrabando?

    Sí, pero para entonces ya era el enemigo número uno de la monarquía española. Con todo, las investigaciones de Manuel Hernández demuestran que la justicia real es lenta, pero funciona. Al final fue absuelto de esos cargos iniciales que le llevaron a desertar del ejército y le convirtieron en un hombre errante en busca de una identidad política y cultural.


    ¿Qué significa, a día de hoy, ser un «El precursor» como Miranda?

    Una desgracia. Un precursor no deja de ser un perdedor. Es alguien fracasado que no tiene repercusión real porque nació antes de tiempo o después.


    ¿Por qué firmó la paz con Monteverde?

    La firma ante el peligro de la revolución social. Miranda no quería que se estableciera el gobierno de los negros y los mulatos en Venezuela. Sabía del peligro de esa pardocracia. Se dio cuenta del enorme peligro de esa revolución social y acabó con la Primera República de Venezuela para evitarlo. Hoy en día están intentando presentar a Miranda como un revolucionario, pero lo fue a medias. Fue un revolucionario político, pero no social. Cuando vio que los esclavos de Caracas iban a implantar en Venezuela su propio orden social, abandonó. En este sentido fue muy consistente en su ideario y en su conducta. El Miranda que murió era refractario a una revolución social que pasara por lo étnico.


    ¿Se planteó Miranda huir tras la firma de la paz?

    Esperaba irse de rositas, como habitualmente le sucedía, y le traicionaron cuando estaba a punto de escaparse. Además, siempre esperó el perdón y ser liberado en base a la constitución de Cádiz. Fue un individualista y un jugador de ventaja. Un superviviente.




    _____________________

    Fuente:


    Francisco de Miranda: El espía que traicionó a España y batalló con Simón Bolívar por la independencia de Venezuela

  6. #6
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  7. #7
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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

    Leonardo León: "Lo de 1810 fue un golpe de estado"





    https://www.youtube.com/watch?v=2DNJN0AG6ng&app=desktop

  8. #8
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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

    lunes, 26 de septiembre de 2016



    SAN MARTÍN, UN INTERROGANTE





    Por Cristián Rodrigo Iturralde


    San Martín puede significar una influencia y símbolo positivo para las nuevas generaciones argentinas y americanas en general, hoy, a 200 años de consumada nuestra independencia, y habiendo obtenido legitimidad de ejercicio como nación. Si nos guiáramos por lo que se cree que fue, entonces sin dudas que el denominado Libertador de América se presenta como un hombre a reivindicar, máxime en estos tiempos de orfandad intelectual, desinterés patriótico, refulgente inmoralidad, venerado inmanentismo, desmesurada exaltación relativista y furibundo anticristianismo.


    Pero mal haremos en engañarnos en tan delicado asunto. Por más antipático que pueda resultar, por más consciencias y corazones que se constriñan, la verdad debe prevalecer ante todo. Y lo cierto es que –lo adelantamos- existen innegables y sugestivos claroscuros en su accionar político, y más de una cuestión de otro orden atendible de alguna consideración, que llevan a empañar aquella impoluta y angelical imagen signada desde vetustos textos escolares y algunas líneas de pensamiento.



    A este respecto, resulta harto curioso que la figura de San Martín (contrariamente a Juan Manuel de Rosas) sea reivindicada hasta la fecha por una tanto amplia como disímil gama ideológica, que incluye por igual a liberales, masones, izquierdistas, demócratas y nacionalistas (aún entre los hispanistas). Si bien es evidente que cada uno de estos grupos le ha dado su propia impronta, recurriendo no pocas veces a ignominiosas omisiones, palmarias mentiras y falacias, a fuer de que todo cuaje según su pensamiento o tesis, lo cierto es que todos cuentan con su busto del Libertador, cual exhiben orgullosamente en sus despachos.


    Si observamos con atención, las motivaciones de cada una de estas cuadrillas para vindicar a San Martín y a los procesos revolucionarios son similares; solo varía en alguna medida la importancia y orden que otorgan a los factores religiosos, ideológicos, económicos y políticos. Pero en algo concuerdan todos: en su rechazo absoluto hacia España y la Iglesia Católica. (Ciertamente, el caso de los nacionalistas es algo más complejo, y lo abordaremos luego).


    Lo cierto e indubitable es que la acaparación de su figura es un must para todos aquellos que pretendan ser escuchados en salones académicos o construir (en América) una organización o lineamiento cultural, político o ideológico sobre base segura, sólida y popular. Pues el General ha sido expuesto como El Arquetipo por antonomasia; hombre querido y admirado por todos, ejemplo de patriotismo, conducta, altruista, generoso, heroico, es decir, como un hombre superior. Incluso no han faltado quienes han pretendido erigirlo a los altares, atribuyéndole ribetes mesiánicos, rindiéndole culto cual Santo de la espada, según lo retratara aquel obediente émulo de Mitre, Ricardo Rojas. De modo que nadie sabe bien si adorarlo, venerarlo o simplemente admirarlo. Carlos Ibarguren, quien sin ser crítico de San Martín –sino precisamente lo contrario-, alejado de la imagen esteriotipada y mítica del ¨Libertador¨, advertía con mucho tino que no debíase convertir a San Martín ¨en un símbolo o un ser a quien se le rinde culto religioso¨ . Otro de los grandes historiadores del revolucionario americano, Carlos Steffens Soler, coincide en la valoración.


    Ignorarlo, cuestionarlo o repudiarlo nunca han sido consideradas opciones válidas (o al menos, queridas o deseables), pues lo cierto es que no existían fundados motivos que lo ameritaran. Solo en tiempos recientes han ido apareciendo algunas obras críticas con atendibles argumentos e inédita y trascendente documentación, que ha forzado, en alguna medida, a cierto sinceramiento y revisión de ciertas aseveraciones asentadas anteriormente cual verdades inconcusas.


    Parte del propio revisionismo histórico, que se les ha animado a todos, izquierdistas y liberales, ha optado más por justificar in totum una tesis -que pareciera- preconcebida que por revisar el asunto integral y verazmente. Se ha ocupado más de encontrarle salvoconductos y blindar su figura que de investigarlo, de forma tal que no hay inquisición de la cual el levantisco americanista no salga airoso.


    De modo que nos sitúan ante un hombre sin fisuras de ningún orden, devenido en la praxis en una suerte de Dios terrenal enviado desde el más allá, que no sabía de miserias humanas y que, de un día para el otro, vino a liberarnos de no se sabe bien de qué; abonando el campo para que un grupúsculo de iluministas revolucionarios dieran el golpe de gracia a España y tomaran la posta del Virreinato del Río de la Plata, dejándonos política y económicamente a merced de los británicos e ideológicamente en manos de la Enciclopedia jacobina.


    -----


    A nuestro entender, el nacionalismo argentino, en su mayor parte, no ha mentido pero ha abordado defectuosamente el asunto. Ha fallado en la hermenéutica. Tal vez sin quererlo, o bien ha omitido, minimizado o disculpado cuestiones que son capitales, y al mismo tiempo, le ha adjudicado ese carácter a factores que serían en rigor secundarios a los efectos de intentar acordar la valoración que debe adjudicarse a la empresa sanmartiniana y su gestor principal.


    Ejemplo palmario de ello podría ser la batalla historiográfica desatada en torno a si San Martín o la propia Logia Lautaro fue o no de carácter masónico. Pero a fuer de verdad, vistas sobradamente las consecuencias de la revolución americana y su principal beneficiario, este dato devendría casi en anecdótico. Ya las propias escrituras, con inigualable sapiencia, advertían que ¨por los frutos¨ podrán conocerse las personas, sus intenciones y los hechos. Es una obviedad de escolares, pero no está de más advertir que hombres malos y/o equivocados los ha habido siempre, dentro y fuera de las logias telúricas. Por tanto, si llegara a probarse fehacientemente y libre de toda duda que San Martín no perteneció ni adhirió a sus postulados, no queda en absoluto zanjada la cuestión de si obró bien o mal, de si fue o no realmente un patriota.


    Luego se debate acerca de si San Martín pidió o no la baja del ejercito español (al que había jurado servir de por vida, en las buenas y en las malas), pero se subestima la importancia y gravedad del hecho que al día siguiente estaba luchando contra su Patria y sus antiguos camaradas de armas, nada menos que del bando de los revolucionarios americanos en el peor momento de España. Esto es lisa y llanamente traición, con o sin baja concedida por la Corona (pues en rigor, se trata meramente de una formalidad). Adórnese como se quiera, pero eso es lo que es.


    Otros han intentando justificar su retorno a América atribuyéndole un incontenible sentimiento de arraigo y gratitud hacia su lugar de origen… Pero San Martín no vivió en América sino hasta sus primeros seis años de vida, siendo formado y educado en España, donde se encontraban todas sus amistades y familiares. Por tanto ¿cuán fuerte podría haber sido ese vínculo? Pretender encontrar el motivo de su aventura americana en razones sentimentalistas raya el absurdo cuando no el sofisma.



    Nos presentan a San Martín como un patriota argentino, pero lo cierto es que América era España y viceversa (vasallos del Reino de Castilla o la Corona, lo mismo da). No existía tal cosa como ¨Argentina¨. Y aquí hay que ser preciso, pues es una cuestión capital que suele pasarse por alto muy ligeramente, como quien obvia una coma en un texto sin trascendencia. San Martín fue un regionalista, un americanista; luchó por la independencia de tres países distintos: ¿desde cuando un patriota independiza y funda varias naciones? Ideó un plan continental, no nacional (argentino), y allí el motivo por el cual se lo denomina ¨Libertador de América¨. Otrosí, declaraba como su primer título el de generalísimo del Ejército del Perú. Póngasele los ornamentos que se quiera, pero San Martín libró sólo una batalla en territorio argentino y jamás se consideró o proclamó plena y exclusivamente argentino, sino, como hemos dicho, americano.


    Asimismo, se nos ha enseñado que guardamos una inmensa deuda de gratitud con él por habernos liberado… Pero, ¿de qué nos liberó exactamente? Napoleón estaba en España, no en América. ¿De la nefasta regencia borbónica que había traicionado los ideales de la monarquía hispano católica? Los revolucionarios americanos estuvieron influidos de la misma mentalidad iluminista. Pero fundamentalmente, ¿Quién resultó beneficiado de aquella maniobra independentista? Los británicos. Say no more…


    Pretendiendo demostrar un presunto ideal contrarrevolucionario en San Martín, los autores que argumentan en favor de esta tesis suelen señalar como evidencia incontestable que éste fue decidido enemigo de Rivadavia, Moreno y otros americanos de triste memoria (lo cual es cierto), pero no nos dicen que estos enconos podrían haber resultado en realidad de cuestiones de índole personal (de esas que nunca faltan en las relaciones humanas) y motivados por desavenencias en cuestiones tácticas o estrategias a implementar. ¿O acaso los masones no se han enfrentado entre ellos en guerras o contiendas de todo tipo (al igual que los comunistas y sus purgas internas)? La diferencia principal entre algunos de los revolucionarios residía en que algunos pretendían la instauración en América de una monarquía constitucional (democrática) y otros la conformación de repúblicas independientes. Algunos eran más anticatólicos que otros, o bien ¨sentían¨ la religión en forma distinta. Eso es todo.


    Todos, absolutamente todos, coincidían en la ¨necesidad¨ de romper con España y hacerle la guerra sin cuartel. El caso de Saavedra con Moreno es un buen ejemplo de ello; uno católico (liberal) y el otro jacobino y russoneano, uno abiertamente pro británico o francés y el otro no, pero de nuevo: acuerdo completo en la guerra a España.


    Es posible que Saavedra haya sido mejor persona, más simpático y apuesto que Moreno, pero esto es completamente irrelevante a nuestros propósitos; no amerita un panegírico del primero y menos incluirlo en el panteón de los patriotas; mucho menos en el de los hispanistas. Recuérdese también que Saavedra se encuentra entre quienes avalaron el fusilamiento de Santiago de Liniers, nada menos que el héroe que rechazó en dos oportunidades los intentos de invasión británicos.


    Recapitulando: San Martín podrá haber sido intachable en su vida personal, pero aquí importa fundamentalmente su derrotero político.


    Luego, entre otras tantas, surgen interrogantes en torno a sus renunciamientos en Perú, en la guerra civil argentina y en la cuestión de su paso por Inglaterra, su exilio en Francia, y en las filiaciones masónicas de varios de sus amistadas más íntimas (que no desconocía).


    Cómo se aprecia claramente desde el vamos, las cuestiones que se desprenden al analizar su figura y legado son numerosas y de no poca valía a efectos de intentar dilucidar su valoración como ilustre y altruista ¨Padre de la Patria¨.


    Algo que no sucede con el gran patriota argentino, Juan Manuel de Rosas, eximio defensor de nuestra soberanía y restaurador del orden y la tradición.


    Cuando hay que explicar demasiado, algo anda mal, ciertamente.

    Blindar su figura no es la solución a nada.

    Seguiremos estando orgullosos de ser argentinos y prestos a morir en defensa por la Patria de Rosas, con o sin San Martín.




    _____________________

    Fuente:


    https://cristianrodrigoiturralde.blo...stian.html?m=1

  9. #9
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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?


  10. #10
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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

    Venezuela: del «divinizado» traidor Simón Bolívar al mediocre Nicolás Maduro

    By Admin on Agosto 6, 2017






    La mal llamada revolución bolivariana, ya desde el golpe de estado de Chávez en 1992, se ha apoyado constantemente en la imagen mesiánica de un cuasi divino Simón Bolívar que para los venezolanos es equivalente a un líder perfecto. Un héroe de la patria.




    Sin embargo, como suele ocurrir en estos casos, cuando te acercas a la figura de Bolívar -al igual que a la de Chávez- y lo haces en profundidad, te das cuenta de que no es oro todo lo que reluce. Que una figura heroica puede fluctuar con una facilidad pasmosa hacia una tendencia mucho más negativa.

    A raíz del nacimiento de Venezuela como nación surgió la necesidad de fabricar un pasado glorioso con el fin de llenar el vacío histórico y regar la planta del nacionalismo para alcanzar la ansiada cohesión social. Condición indispensable para que cualquier territorio -especialmente si este acaba de nacer- pueda forjar patria y prosperar. Esto es especialmente palpable en un espacio como el de la actual república, zona que (como señala el especialista en historia hispanoamericana, Antonio Sáez Arance) fue «tardíamente poblada, relativamente marginal y compuesta de espacios provinciales muy escasamente articulados entre sí».

    De este modo, el conocido como «libertador» pasó a ser para Venezuela una especie de deidad en torno a la cual gran parte de la sociedad civil comulga. Un personaje que ha copado las paredes de instituciones públicas de todo tipo y cuya historia se ha mitificado tanto que ha acabado completamente desdibujada. Fenómeno similar al que ha sometido el régimen de Nicolás Maduro a Hugo Chávez, al que ha lanzado loas y salvas de todo tipo llegando a referirse a este como «Cristo Redentor amado».

    El problema fundamental de este líder, que se ha envuelto en la misma bandera de sus predecesores, es que ni es Bolívar ni es el difunto comandante supremo. Carece de ese aura mística y no ha sido capaz de fabricar un perfil legendario mínimamente creíble. Este hecho queda en evidencia cuando sus propios correligionarios hablan de Maduro en términos tales como «no todo lo que está haciendo el presidente es correcto» o «Chávez sabía manejar las cosas, hubiese controlado la situación».

    Precisamente la concepción por parte de la sociedad venezolana de Chávez como un ente superior (al igual que hizo este con Bolívar) se ha convertido en una de las principales bazas de Maduro para permanecer en su torre de marfil.

    Vivir a la sombra de comandante y del «libertador» es, pues, todo lo que ha conseguido el gobernante a nivel propagandístico durante los cuatro años que ha ocupado el cargo.




    Hugo Chávez sostiene la espada del “libertador”– AFP


    Volviendo al empleo de héroes vacíos por naciones faltas de tradición, cabe destacar la quimérica asociación -prefabricada por los mal llamados bolivarianos- del militar caraqueño con políticas de izquierda. Una interesada invención nacida de la necesidad de dirigentes como Chávez y Maduro por presentarse ante el pueblo de Venezuela como sus dignos sucesores.

    Buena prueba de esto es que Bolívar era un criollo terrateniente -amén de un ingrato con la Madre Patria a la que juró defender- que se mostró (cuanto menos) sumamente ambiguo en temas sociales de calado como la desigualdad del indígena con respecto a la población blanca o el problema de la esclavitud. De este modo, la «ansiada» descolonización tan idealizada por los enemigos de la libertad no implicó en sí misma ninguna mejora en la calidad de vida de los desheredados parias hispanoamericanos, quienes continuaron estando marginados e inhabilitados para el ejercicio del poder.

    Esta postura de gobierno está muy lejos de aquello que lleva pregonando la actual administración venezolana desde los tiempos del difunto Chávez, la cual siempre se ha mostrado contraria al neoliberalismo (posición política mucho más cercana a Simón) y de marcado corte marxista.

    Sin embargo, la figura del «libertador» no es empleada exclusivamente por el gobierno. Ya en las elecciones que enfrentaron a Nicolás Maduro con Enrique Capriles (líder de la oposición) en 2013, el segundo acudió al plebiscito haciendo uso de un equipo de campaña al que había nombrado «Comando Nacional Simón Bolívar». Claro ejemplo de lo profundo que ha calado el mitificado golpista en la sociedad venezolana.

    Si algo tienen en común (aparte de las invenciones legendarias) el régimen y el deificado «pater patriae» eso es -sin duda alguna- el uso de las armas con el objetivo de mantener el poder.

    Como buen precursor del terror que ejemplificó a la perfección el fenómeno del caudillismo hispanoamericano, Bolívar se mostró en su momento sumamente contrario a la democracia y a los partidos políticos; ya que según su opinión estos fragmentaban la unión de la nación. En este sentido el «Libertador Presidente» -fórmula nominal empleada a la romana para tapar su auténtico cargo- se hizo con todo el poder, político y militar, del Perú aprovechándose de su fama. Su gobierno se caracterizó por una durísima represión (tanto contra la población como contra la oposición) en la que todo valía con el objetivo de mantener su estatus.

    Realizando la comparación con la actual Venezuela las similitudes saltan a la vista. Desde hace meses el régimen de Maduro vive acorralado por una guerra civil. Ante la presión -tanto interna como externa- a la que el sucesor de Chávez se encuentra sometido, ha apostado por emplear la violencia contra el pueblo y encarcelar a sus opositores.




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    https://eldiariodelamarina.com/venez...icolas-maduro/

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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

    Quién es el economista que desmiente el mito: "San Martín no fue el Padre de la Patria"

    Emilio Ocampo (ex Citibank, Chase Manhattan, Morgan Stanley) asegura que el prócer siguió órdenes británicas, no creía en la autodeterminación de los pueblos americanos y se deshizo de sus detractores.

    por JUAN MANUEL COMPTE

    51





    Habla con entusiasmo. Pero sin perder la compostura, ni el flemático tono de su voz. Elegante en gestos y palabras, es un hombre espigado, con porte caballeresco. De 53 años, luce su cabello entrecano, corto y con patillas ligeramente crecidas que le confieren aura de prócer. Labios pequeños, al igual que sus ojos, enmarcados por un entrecejo sutilmente fruncido que le imprimen cierta suspicacia a su mirada. Casi, ideal para la audacia con la que lanza algunas afirmaciones. “San Martín no fue el Padre de la Patria ni el Libertador de América”, asegura, temerario.

    Se llama Emilio Ocampo. Economista de profesión –con una prolífica carrera en la banca de inversión; ocupó altos cargos en entidades como Citibank, Chase Manhattan, Salomon Smith Barney y Morgan Stanley, tanto en Nueva York como en Londres–, es historiador por vocación y elección.

    Lo que comenzó como un pasatiempo –su investigación acerca del protagonismo que jugó Carlos María de Alvear en la guerra con el Brasil– se plasmó en un libro, el primero de 7, publicado en 2003. Sin embargo, fue su tercera obra, 'La última campaña del emperador', la que marcó un punto de inflexión, para él y para la comunidad académica. El texto, que narra el plan americano de Napoleón Bonaparte y su influencia en el proceso independentista de las excolonias británicas y españolas, fue reconocido por la International Napoleonic Society.

    La idea le surgió cuando, durante la investigación del libro anterior, halló la riqueza enterrada en los Archivos Nacionales del Reino Unido. “Leyendo los informes de los agentes británicos en esta parte del mundo, empecé a descubrir una historia que no tenía nada que ver con la que me habían enseñado”, explica. Una historia que, precisamente, no sacraliza a José Francisco de San Martín, el 'Santo de la Espada', de cuyo fallecimiento hoy se conmemoran 167 años.

    “Si, en 100 años, uno quiere saber qué pasó en Irak, debe buscar en los archivos de la Casa Blanca. Eso fue lo que hice: investigué en los archivos británicos, donde se definía un ajedrez global del cual éramos una pieza más”, define. “Y, a eso, San Martín lo tenía clarísimo. Es más: fue el personaje histórico más coherente del proceso revolucionario. Desde el primer día en el que llegó hasta el que se fue, sostuvo lo mismo: que estos pueblos no podían regirse por sí mismos. La democracia era una utopía; había que buscar ‘a los demonios de afuera’ para que nos gobiernen. Impulsó todos los proyectos monárquicos que se plantearon en el Río de la Plata, en Chile y en Perú, que fueron la búsqueda de un protectorado”, amplía.

    Sobre la mesa ratona, posan sus dos últimos trabajos: 'Entrampados en la farsa', de 2015, y 'La independencia argentina', de fines del año pasado. La tesis central del segundo –al que define como un “subproducto” del primero– es que la distorsión del pasado resulta efectiva para servir a los fines políticos del presente.

    En esa manipulación, sigue, define un hito: el “mito sanmartiniano”, surgido a partir de la historia de San Martín que escribió Bartolomé Mitre, escrita en 1869 y editada dos décadas después. “Alberdi habló de la ‘historia vanidosa’: una en la que se ensalza y se busca alimentar la vanidad de los argentinos. Hacerles creer que tienen una excepcionalidad. Que son un pueblo, prácticamente, elegido por Dios para una misión especial. Toda esa excepcionalidad se centra en lo militar. Y, particularmente, en un personaje central: San Martín”, explica.

    Mitre, avanza, eligió escribir sobre dos personajes históricos, Belgrano y San Martín, que –no casualmente– no tuvieron descendencia política. Lo que es lo mismo que decir que él buscaba presentarse como el heredero de ese linaje patriótico. En tal sentido, el mito sanmartiniano le era crucial. “¿Cuál es el mito? El del Libertador de América y el Padre de la Patria. Tiene connotaciones muy importantes. Si uno es el Libertador de América, ya, de por sí, mira a los demás países desde otro escalón. Alimenta un poco más la idea de excepcionalidad y superioridad, algo que, a los argentinos, se les critica desde tiempo inmemorial”, indica.

    Con el correr del tiempo, ese mito ganó fuerza, peso cultural en lo que Ocampo define como“visión provinciana de la historia”. Sobre todo, por lo útil que le resultaba (resulta) a lo que Ocampo define como “el caudillismo populista autoritario”, en cuya visión hay un pueblo explotado, que necesita un líder fuerte que lo defienda de la perversidad de los opresores extranjeros y sus aliados locales, fundamentalmente, la oligarquía apátrida.


    Derrumbando mitos

    “Desde que tenemos uso de razón, se nos martilla con que tenemos un Padre de la Patria. Ese es un personaje ficticio”, arremete Ocampo. ¿Por qué? “Primero, San Martín no fue el responsable de la independencia argentina. La independencia lo precedió. Se originó en 1810 y se declaró en 1816. En gran parte, porque San Martín no quería ir a Chile sin que se la hubiera declarado. Si no iba como jefe de un ejército de un país independiente, España lo consideraría un reo, un traidor. Habría ido directamente a la horca, de haber sido capturado”, responde.

    “Después, desde que tenemos uso de razón, nos dicen que su genialidad fue haber descubierto que la mejor manera de llegar al Alto Perú, que era la región más importante, poblada y rica del Virreinato del Río de la Plata, era a través de Chile. Cuando uno lo mira, se da cuenta de que eso es un absurdo. ¿Cómo la forma más indirecta es la mejor?”, plantea. ¿Qué respuesta encontró? “Sólo puedo conjeturar. De lo que sí tengo pruebas es que San Martín no fue a Chile sin consultar con los británicos. Y, para ellos, Chile, que tenía 11 puertos sobre el Pacífico, era mucho más importante que el Alto Perú”, responde.

    Ocampo cuenta que, una vez que venció a los godos en Chacabuco, en vez de perseguirlos y aniquilarlos, retornó a Buenos Aires. “Los historiadores argentinos nunca explicaron por qué”, apunta. “Lo hizo para conferenciar con su amigo, el Comodoro Bowles, para que le dijera qué pasos debía seguir”, dispara. Como Bowles, en ese momento, no estaba en la aldea, San Martín se reunió con el cónsul británico, Robert Staples. “Él escribió a Londres e informó que San Martín le había dicho que Chile sería un país independiente. Y que, además, le pidió que se le comunique en forma privada qué camino debía seguir porque no quería desandar sus pasos”, devela Ocampo. “Los historiadores argentinos quisieron darle todo tipo de interpretación benigna a esto. Que, claramente, es un pedido de instrucciones de San Martín al Gobierno británico”, remata.

    Juan Martín de Pueyrredón, entonces Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, aceptó la propuesta de San Martín de libertar Chile, siempre y cuando, cumpliera con tres condiciones, subraya Ocampo. La primera, que Chile, ya liberado, enviara dos diputados al Congreso, que ya se había mudado de Tucumán a Buenos Aires. La segunda, que Chile reembolsara al Gobierno de Buenos Aires unos 2 millones de pesos de la época por los costos incurridos en armar su expedición libertadora. Y la tercera, que, una vez derrotados los españoles, firmara una acuerdo para que se retiraran al norte del Desaguadero. “Es decir, que evacuaran el Alto Perú. ¿Cuál de estas tres órdenes cumplió San Martín? Ninguna”, enfatiza.

    Si San Martín fue el Padre de la Patria, nos dejó cuando más lo necesitábamos: cuando había que formar un país. Echar a los españoles era un tema. La mitad de la revolución, como decía Alberdi. La otra era construir una nación, un país, instituciones. Y faltó eso: justamente, lo que hizo George Washington en los Estados Unidos”, puntualiza. A Washington, agrega, se le reconoce más eso que su gloria militar. “Por eso, en los Estados Unidos, no hablan de un ‘Padre de la Patria’, sino de ‘Los Padres Fundadores’: siete civiles y un militar que, además, se ganó ese lugar por su acción de combate pero, más, por su participación cívica”, contrasta.

    “No se trata de criticarlo a San Martín, sino de ponerlo en el lugar correcto”, matiza el autor su crítica al prócer de Yapeyú. A lo largo de la charla, su interlocutor no puede evitar preguntarle en qué medida esa visión acerca del Libertador –está claro que, para él, no fue tal– está influenciada por ser un descendiente de Carlos María de Alvear, rival íntimo, casi enconado, de San Martín y a quien, además, la historiografía argentina –y, en particular, los revisionistas– eligieron como su villano favorito.

    “Si quiero buscar en mi árbol genealógico, también tengo parentesco (no directo) con Pueyrredón. Tengo parentesco directo con Rosas. Soy descendiente directo de Manuel Aguirre, que fue agente de Pueyrredón en los Estados Unidos y el primer embajador argentino en ese país. Lo soy del General Benito Nazar, que peleó en la batalla de Ituzaingó bajo las órdenes de Alvear”, minimiza. “Obviamente, hubo un interés mío inicial por entender la figura de Alvear. Pero, que haya sido o no un traidor, no me cambia. Si me llamara ‘Emilio Alvear’, tal vez, sí. Pero, como no llevo el apellido, no tengo ningún beneficio particular”, agrega, acerca de su interés en reivindicar al “héroe maldito” de la historia oficial.

    San Martín tiene sus huellas digitales en todo lo que pasa de ambos lados de la Cordillera entre 1815 y 1821. Fue un tipo que nunca tuvo problemas en deshacerse de personajes a los que consideraba peligrosos. Y se deshizo de varios. Entonces, lo que yo planteo es una revisión. Soy revisionista en serio, no esa caricatura del mitrismo que fueron los otros revisionistas”, retoma. “Cualquiera puede estar en desacuerdo conmigo. Está en todo su derecho. Pero, si quiere debatirme, que lo haga con opiniones fundadas. Todas mis conclusiones están basadas en fuentes documentales sólidas”, desafía, con la experiencia de haber hurgado archivos británicos, franceses, españoles, brasileños y uruguayos en sus espaldas.




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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

    Los jefes de la flota de San Martín en el Pacífico eran todos británicos.


    Tomado del muro de Nicolás Duré.





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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

    Lo que nunca te contaron de cómo nuestros próceres manejaron su dinero

    Infobae

    Camila Hadad







    © Proporcionado por THX Medios S.A. “Belgrano era tan pero tan pobre que al morir no había plata para su lápida. Entonces cortaron un pedazo de madera de un mueble y esa fue la lápida en su tumba”



    ¿Cómo fue que Juan Manuel de Rosas, uno de los mejores administradores rurales y el hombre más poderoso de la Argentina en su época, terminó su vida como un modesto granjero en Inglaterra?

    ¿Por qué Domingo Faustino Sarmiento fue acusado de haber dilapidado la fortuna de su esposa? ¿Qué relación hubo entre la Campaña del Desierto y el súbito enriquecimiento de Julio Argentino Roca? ¿Por qué Bartolomé Mitre tenía tantas dificultades para obtener préstamos de dinero?

    Estas son algunas de las preguntas acerca de los grandes próceres que se hace Mariano Otálora -director de la Escuela Argentina de Finanzas Personales- a lo largo de su nuevo libro Los próceres y eldinero, de Editorial Sudamericana, un trabajo de investigación de casi tres años en el que participaron varios historiadores.

    Otálora es un economista, experto en finanzas, que ha escrito numerosos libros: Del colchón a la inversión, Inversiones para todos, ¿Qué hacemoscon los pesos, Amorsos la inversión de mi vida. Y recientemente acaba de sacar este libro donde cuenta cómo los héroes de la Patria manejaban sus fianzas. Así, en el subtítulo de Los próceres y el dinero, se lee Inversiones, estafas y despilfarros de los grandes nombres de la patria.

    En cada una de estas historias financieras se relata cómo grandes de la historia como Sarmiento, San Martín, Belgrano, Nicolás Avellaneda, Mitre, Roca y Rivadavia, entre otros, utilizaron o no, el poder para aumentar su patrimonio.


    -¿Qué descubriste estudiando la economía de próceres como Sarmiento, Belgrano y Roca?
    -De todo. Primero que muchos próceres por ahí no merecen el bronce como uno piensa, siempre hablando del punto de vista económico o de si utilizaron su poder o su posición para enriquecerse. Ahí encontrás los buenos y los malos.


    -¿Quiénes son los buenos y quiénes los malos?

    -Ya te digo que los buenos son personajes que, mientras más los estudiás y te metés, más te enamorás. Hablo de San Martín y Belgrano, que esos son sin dudas los buenos. Después tenés los malos, por decirlo de alguna manera, Rivadavia y Roca, que los podés cuestionar de muchas maneras porque realmente la posición de poder y el crecimiento de su patrimonio fueron de la mano. En cambio, San Martín y Belgrano le dieron la espalda al dinero y no utilizaron su posición para enriquecerse o crecer patrimonialmente.


    -¿Cómo manejaba su economía Belgrano?

    -Belgrano siempre le dio la espalda al dinero y eso que venía de un padre rico. Imaginate hoy al comerciante número uno en la Argentina, ese era el padre de Belgrano, Domingo Belgrano, pero era un estafador. Le hicieron un juicio, termina preso. Eso a Belgrano lo perturbó durante toda su vida y no utilizó la herencia de su padre. Empezó a trabajar en la función pública más para sobrevivir que para hacer dinero, donaba parte de sus ingresos y muere en la miseria absoluta. Era tan pero tan pobre que al morir no había plata para su lápida. Entonces cortaron un pedazo de madera de un mueble y esa fue la lápida en su tumba".


    -En tu libro decís que Rosas terminó como un modesto granjero en Inglaterra. ¿Qué le pasó?

    -Rosas era el empresario, el terrateniente número uno. Llegó a tener 300.000 cabezas de ganado. Hizo una fortuna incalculable. ¿Qué pasó? Se tuvo que ir exiliado. Agarró lo poco que tenía, algunos billetes de la época y también se llevó todos sus balances, fue muy inteligente. Pero acá en la Argentina obviamente fue perseguido, no tuvo posibilidad de defenderse y le expropiaron todos sus bienes. Rosas termina pobre, no porque no tuviera patrimonio, sino porque ante un juicio perdió absolutamente todo. Se vendieron todos los bienes. Muere como un pobre granjero inglés que tuvo que vender hasta sus últimas gallinas y sus vacas para comer.


    -¿Cómo fue que Roca tuvo un súbito enriquecimiento?

    -Roca era una persona muy hábil y con visión para los negocios. Compraba tierras a 2,50 no porque apostara al desarrollo del negocio en el lugar que elegía, sino que le ponía desarrollo a la tierra. Por ejemplo, el ferrocarril. Él era el Presidente y determinaba por dónde iba a pasar el ferrocarril. Entonces compraba terrenos baratos y dos años después pasaba el ferrocarril y esas tierras las vendía, obviamente, muy caras.






    © Proporcionado por THX Medios S.A. “Sarmiento fue un emprendedor, un soñador, pero un desastre con el dinero. El dato curioso es que durante toda su vida su mujer le dijo que él había dilapidado toda su fortuna”



    -¿Sarmiento dilapidó la fortuna de su mujer?
    -Sí. Ese es un dato muy gracioso. Sarmiento siempre fue un emprendedor, un soñador, pero también fue un busca que quiso permanentemente pertenecer a la élite pero que no tenía a veces el dinero que era determinante para participar. Sarmiento pega el salto cuando se casa con la viuda de su mejor amigo, un minero chileno que muere. Sarmiento se casa con Benita Pastoriza que es sanjuanina y a partir de ahí empieza a pegar el salto. El dato curioso es que durante toda su vida su mujer le dijo que él había dilapidado toda su fortuna. Y cuando analizás ves que es cierto, porque Sarmiento era un desastre con el manejo del dinero. Esto está relacionado con que al ser emprendedor y soñador era muy olvidadizo, no sabía dónde tenía la plata ni a quién le debía. Entonces la mujer se lo cuestionó en vida.


    -¿Hay algo que reprocharle?

    -Un dato negativo que encontré es que llegó a tener hasta cinco sueldos en simultáneo del Estado. Si uno se pone a ver y a analizar en esa época ya estaba mal visto. José Hernández ya decía que Sarmiento era un "hijo caro de la República".


    -¿Sarmiento hizo grandes negocios?

    -No. Por ejemplo, mandó a comprar una imprenta para poder imprimir sus libros. Vos no le encontrás a Sarmiento grandes negocios pero sí grandes intenciones de hacerlos. No hay dudas de que era un desastre con el dinero. No terminó en la miseria, terminó con un patrimonio modesto. No fue rico pero hasta en el testamento tuvo que explicar que no malgastó la fortuna de su mujer a pesar de que todo indica lo contrario.






    © Proporcionado por THX Medios S.A. “Para Rivadavia sus negocios estaban por encima de la Patria y de la soberanía”



    -¿
    Rivadavia inventó la deuda externa?
    -Sí. De Rivadavia el dato más negativo que se le conoce es que inaugura la deuda externa en el país y declara el primer default en la Argentina. Yo eso se lo justifico desde el punto de vista económico, porque me parece que esas decisiones estuvieron por encima de él. Tampoco lo podemos cargar a Rivadavia con eso. Pero sí encontré cosas que me llamaron la atención, como que él tenía muchos negociados con la banca inglesa.


    -¿Pensaba en la Patria o en su bolsillo?

    -Hay un episodio que te muestra cómo para Rivadavia sus negocios estaban por encima de la Patria y de la soberanía, que es lo que más le cuestiono. Por ejemplo, él le había vendido a uno de los ingleses la explotación de una mina de La Rioja. Cuando van a esa provincia los ingleses se encuentran con un gran caudillo, Facundo Quiroga, que les dice que ese papel que les firmó Rivadavia no tiene nada que ver: "Es mía y la estoy explotando yo". En ese momento el país estaba en guerra con Brasil. Rivadavia tuvo que decidir entre continuar la guerra con Brasil, que ya Argentina la venía ganando pero no tenía un mango para seguirla, o declararle la guerra a Quiroga, que lo había dejado mal parado con los ingleses. Eligió negociar mal con Brasil. Y terminamos firmando un documento que no era conveniente para Argentina.


    -¿
    Era bueno para los negocios?
    -Rivadavia tenía una visión de negocios pero no era bueno realizándolos. Encontrás que eran más los negocios que perdía o fracasaban que los que realmente le iban bien.






    © Proporcionado por THX Medios S.A. “A Bartolomé Mitre le costaba conseguir préstamos. Ni la misma gente de la redacción del diario La Nación le prestaba plata porque no la devolvía… ¡era olvidadizo!”



    -¿Por qué Mitre tenía dificultades para obtener préstamos?-Esa es una parte ya en el final de su vida y de su carrera. Ni la misma gente de la redacción del diario La Nación le prestaba plata porque no la devolvía. Los mismos empleados decían "ahí viene Bartolomé Mitre" cuando sabían que les iba a pedir… Era poca plata, como si fueran hoy 50 o 100 pesos, pero sistemáticamente nunca te la devolvía.


    -¿Por qué no la devolvía?

    -Porque era olvidadizo…. ¡Vaya uno a saber! Pero nadie le prestaba a Bartolomé Mitre porque no devolvía nada. Se olvidaba y no le ibas a decir "me devolvés los 50 0 100 pesos".


    -¿
    Qué tienen todos ellos en común?
    -Encontrás que todos invertían más o menos en lo mismo porque no existían las posibilidades que hay hoy. La inversión número uno de todos sin duda era la tierra: medías tu patrimonio en cantidad de tierras. Pero la verdad es que eran muy básicos a la hora de invertir o de administrar su dinero. Lo único que encontré que, mal o bien, hay una vinculación entre su poder y cómo crecieron en su patrimonio. En algunos es lo que me dolió y molestó, pero en otros, en comparación, no fue tanto. Salvo San Martín, Belgrano o Nicolás Avellaneda, en el resto encontrás simpre una vinculación en cómo crecieron patrimonialmente.


    -¿Qué podes decir de San Martín?

    -Lo acusan de robarse tesoros nacionales cuando estuvo en Perú. Tambien tenia una gran atracción por el juego, lo cual lo llevo a perder todo su dinero.


    -¿Cuál fue el prócer más hábil en el manejo del dinero?

    Urquiza fue uno de los empresarios más aventajados de su tiempo, siempre atento a todos los avances tecnológicos y nuevas oportunidades de negocios. A lo largo de su vida fue comerciante, terrateniente, banquero, hasta empresario del transporte, incluidos ferrocarriles y barcos. Fue un emprendedor todo terreno.





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    Lo que nunca te contaron de cómo nuestros próceres manejaron su dinero

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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

    Hola a todos.
    Les pedimos disculpas por no publicar durante estos días. Estamos todos muy ocupados, y no ha habido quien ponga al día la página :/
    De hecho, se nos han pasado dos fechas; una de las cuales, aunque con atraso, la abordaremos hoy



    El día 10 de Agosto de 1813 era definitivo el fin del sitio en que los revolucionarios habían puesto a la ciudad de San Bartolomé de Chillán, en la que se encontraba el Ejército Real.

    Al mando de las tropas realistas estaba el Coronel Juan Francisco Sánchez, valeroso oficial de origen gallego que lució una enorme lealtad en todas sus acciones durante esta triste guerra civil, llenando de lustre las armas del Rey frente a un ejército revolucionario y fratricida.

    Una de las descripciones más acertadas de este coronel la hace precisamente el general Mitre, al decir "Sin instrucción ni verdadero genio militar, tenía la devoción de su causa, poseía cualidades de mando con buen golpe de vista, y, sobre todo, una tenacidad a toda prueba. Sin desmayar un sólo instante, aumentó sus fuerzas, levantó trincheras y reductos inexpugnables y auxiliado por la población que pertenecía en masa a la causa del Rey, puso la plaza en buen estado de defensa, con la ayuda de los frailes de propaganda fide que tenían allí su convento, que era una verdadera ciudadela bien abastecida. Hechos estos preparativos, esperó confiadamente el ataque, tomando, mientras tanto, la ofensiva como se ha visto."

    Además de Sánchez, descollaron con ocasión de este sitio don Luis Urrejola -de origen vasco-chileno-, don Matías de la Fuente -de origen peruano-, don Clemente Lantaño comandante de las milicias de Chillán y los guerrilleros realistas Elorriaga y Olate.

    Como anota don Fernando Campos Harriet en su libro "Los Defensores del Rey": "Los chilenos de ascendencia vasca tuvieron en Chillán buena parte de la defensa del Rey"

    La tarea de defender Chillán no era fácil, y hubiese sido imposible sin la ayuda de la población, que era eminentemente realista.

    Los revolucionarios habían tomado Concepción en donde se habían apoderado de algunos pertrechos del Ejéricto Real. Con esta maniobra, los realistas quedaban arrinconados en la ciudad de Chillán. Además, venían más tropas revolucionarias desde Talca, de modo que tenían rodeada la ciudad. Con estas ventajas, Carrera, líder de los insurrectos, le puso sitio el 8 de Julio de 1813.

    Uno de los colaboradores del Ejército Real, ahora arrinconado en la ciudad de San Bartolomé, fue el "General Invierno de 1813".

    La defensa de la ciudad fue dura, pero decidida; de ahí que un autor postrevolucionario la llamara la "siempre goda Chillán".

    Cuando en Julio de 1813 los revolucionarios decidieron atacar la, "la población en masa, armada de palos y de machetes, acudió a la defensa y los asaltantes fueron rechazados, dejando en el campo muertos y heridos (...) el nervio del ejército patriota quedó lesionado"

    Las deserciones en el bando revolucionario comenzaron a aumentar; Ana María Contador, en su libro "Los Pincheira" señala el porqué: el grueso del ejército "patriota" estaba conformado por personas pobres que eran engañadas con promesas de alimentos gratuitos para concurrir a establecimientos en dónde los capturaban y obligaban, bajo pena de muerte, a unirse al ejército insurrecto; otras eran salteadores a los que se les prometía el despojo de los bienes de los realistas, y que no tardaban en desertar para continuar sus prácticas delictuales; otros, tal vez los más convencidos, recibían sueldos de hambre con el que a duras penas podían sobrevivir.

    La lluvia, el viento, el frío, el hambre y la decidida defensa de los realistas pronto mermaron todo el ánimo de los revolucionarios; y el 7 de Agosto, José Miguel Carrera dió orden a su ejército de abandonar el sitio y retirarse. Al principio, los realistas los persiguieron, pero viendo bien pronto la terrible condición en que se hallaban los insurgentes, los dejaron partir, aunque hostigados en todo momento por los guerrilleros realistas Urrejola, Elorriaga, Lantaño y Olate.

    Con esta acción el ejército Real pudo recuperar gran parte del territorio que Carrera le había arrebatado en los meses anteriores.
    Lamentablemente, del coronel Juan Francisco Sánchez, no hemos encontrado aún ninguna imagen; sino, tengan por seguro que él sería, junto con don Santiago Liniers, el personaje de este mes .


    A ver si en los próximos días publicamos algo sobre la reconquista de Buenos Aires; acontecimiento trascendental que también aconteció en Agosto, más precisamente, un 12 de Agosto de 1806.

    Saludos a todos.





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    https://www.facebook.com/partidoreal...64694666971482

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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

    Bolívar: el criollo «libertador» símbolo de las independencias latinoamericanas

    El militar y político caraqueño ha pasado a convertirse en uno de los personajes más venerados por los gobiernos populistas

    RODRIGO ALONSO
    Madrid24/07/2017 15:52h

    Actualizado:29/08/2017 09:30h

    El político y militar criollo Simón Bolívar ha pasado a la Historia de América Latina como uno de los príncipales iconos de la emancipación colonial que tuvo lugar a principios del siglo XIX. De este modo, ocupa un puesto privilegiado en los altares de la independencia junto a otros militares «libertadores» como San Martín.

    Bolívar nació el 24 de julio de 1783 en el seno de una familia criolla acomodada de ascendencia española; la cual estaba afincada en la ciudad de Caracas.

    Desde muy joven se sintió atraído por el mundo militar; probablemente debido a la influencia de su padre: El coronel Juan Vicente Bolívar y Ponte.

    En el 1797 ingresó en el Batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, donde su padre ejercía sus funciones de oficial. El joven Simón mostró desde el principio grandes dotes para la vida militar. Fue así como logró ascender en el escalafón vertiginosamente.

    Corría el año 1799 cuando realizó un viaje a España con el objetivo de profundizar en sus estudios. Desde la Península partió a conocer otros territorios europeos, como París y Roma. Este periplo podría haber tenido como resultado el que Bolívar comenzase a creer en la «liberación» de Latinoamérica del control de la metrópoli española.

    Fue a razón del conflicto surgido a raíz de la ocupación de la Península Ibérica por Napoleón (1808-1814), que los independentistas criollos (entre los que se encontraba Bolívar) obtuvieron la oportunidad que estaban esperando para comenzar a romper definitivamente los lazos con la «Madre Patria».

    Bolívar tomó la decisión de unirse a la rebelión independentista venezolana encabezada por Francisco de Miranda. Dicho movimiento acabó fracasando y obligó al «libertador» a escapar para así poder continuar luchando. Sin embargo, el general caraqueño acabó logrando la victoria revolucionaria en la batalla de Carabobo (1821), la cual supuso la liberación de Caracas.

    El deseo de Bolívar era conformar con los distintos espacios sudamericanos una confederación de estados a la imagen de Estados Unidos. Fue debido a esto que se decidió a luchar contra la corona en otros escenarios. En 1819, tras la batalla de Boyacá, logró la independencia de Nueva Granada y el nacimiento de la «Gran Colombia», de la cual se convirtió en dirigente.

    La rebelión encabezada por Riego en Cabezas de San Juan (1 de enero de 1820) contra el absolutismo de Fernando VII supuso que las tropas que estaban destinadas a recuperar el control en ultramar nunca llegaran a su destino dificultando la recuperación de los territorios perdidos.

    Para arrebatarle Perú a España trató de forjar una alianza con el también «libertador» San Martín. Sin embargo la fuerte personalidad de ambos chocó, dando al traste con los posibles beneficios de la mutua colaboración.
    Con la victoria del general Sucre en la batalla de Ayacucho (1824) terminó la resistencia realista en Perú a excepción de algunos focos dispersos.

    En los años posteriores el «libertador» Bolívar estuvo lejos de ser bien visto por todos. Tenía tendencia a acaparar el poder y a ejercerlo de una forma dictatorial a la par que despótica.





    Nicolás Maduro durante una conferencia de prensa



    Símbolo de la «Revolución Bolivariana»

    La imagen del «libertador» ha sido empleada por gran cantidad de presidentes latinoamericanos para reforzar su poder personal, así como para legitimizarse como sus dignos sucesores.

    Este es el caso de presidentes como Hugo Chávez o Nicolás Maduro. Quienes en muchas de sus intervenciones públicas han aparecido acompañados por un retrato del general criollo.




    _______________________________________

    Fuente:

    Bolívar: el criollo «libertador» símbolo de las independencias latinoamericanas

  16. #16
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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

    Imperio de la Colombeia

    Colombeia era un proyecto monárquico concebido por Francisco de Miranda, este nuevo Estado se extendería desde el río Misisipi hasta el cabo de Hornos, teniendo como capital a Panamá.

    Francisco de Miranda tomaba aspectos importantes de la Constitución Monárquica francesa de 1791 (por ejemplo, establecía un requisito de propiedad mínima para ejercer los derechos políticos), aunque incluía otros del sistema estadounidense (como el juicio por jurados).

    Este Imperio, organizado de manera federal, estaría regido por varios Incas, con sus poderes limitados por una legislatura bicameral. Los miembros del poder ejecutivo tendrán el título de Incas. En el nuevo Estado solo serían ciudadanos los nacidos en el país, hijos de padres y madres libres, y los extranjeros que, establecidos y casados en el país, prestaran juramento de fidelidad al nuevo gobierno, o que siendo solteros prestaran servicio en tres campañas de la independencia americana.

    En caso de una crisis o guerra uno de los Incas adoptaría el título de Dictador Provisional y asumiría todos los poderes políticos y militares del Imperio.







    https://www.facebook.com/18705357365...409359/?type=3

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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?


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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

    El clero rebelde en la Independencia Hispanoamericana

    24 June 2013 | Ciencias Sociales,Historia | Tags: Clero, Criollos, Independencia, Teorias





    Betty Rodríguez Quevedo*


    Resumen: Es bien conocido que en las luchas independentistas que tuvieron lugar entre 1808 y 1826 en América Latina, los criollos fueron los principales actores. Por otro lado, ha sido investigado el papel que jugó la Iglesia, como uno de los enemigos fundamentales de la emancipación. Sin embargo, a principios del siglo XIX, el clero en Hispanoamérica estaba nutrido de elementos de la élite criolla que encontró en la Iglesia una vía de ascenso y realización social, lo cual explica que como parte de la sociedad criolla haya jugado también un papel relevante en la independencia de América Latina, como agente de movilización nacional. En el presente ensayo se demuestra la incidencia de los sacerdotes rebeldes en los movimientos independentistas quienes lucharon no sólo con la palabra, sino también con el fusil. Además, se exponen algunas de sus ideas, y los orígenes de ese pensamiento radical, que bebió tanto de la Ilustración francesa como de las teorías tomístico-suarecianas sobre la Soberanía Popular.



    Abstract: It is very well known that the creoles (natives) were the main performers of the struggles for the independence that took place in Latin America between 1808 and 1826. In addition, the role played by the Church as a fundamental enemy of the emancipation has been researched. However, at the beginning of the XIX century the Spanish–American clergy was full of the creole elite’s elements who found in the Church a way of ascent and social realization what explains, as a part of that society, it had also played an outstanding role for the independence of Latin America as a national mobilization agent. In this essay it is demonstrated the incidence of the rebellious priests who fought not only with the word but with the weapons, in the movements for the independence. Besides, some of their ideas and the origins of that radical thought which took a lot from the French Illustration as well as the theoriestomístico-suarecianas about the Popular Sovereignty are shown too.

    Key words: independence, Creole(native), clergy, theories



    El proceso independentista que comenzó en 1790 con la Revolución de Haití y prosiguió en el resto del continente Hispanoamericano a partir de 1808, tuvo entre sus causas factores de tipo político-económicos como la decadencia de la Monarquía española –catalizada por la expansión napoleónica- y el descontento de las colonias debido a los cada vez mayores gravámenes comerciales. Hubo también factores de orden ideológico que se explicaron a partir de la llegada de las ideas filosóficas de la Ilustración, así como por los ejemplos de la Revolución Francesa y la Norteamericana. A esto se le adicionó la consolidación social de un sector criollo muy vinculado al incremento de la producción agropecuaria, que ya reclamaba para sí derechos políticos, al crearse una conciencia nacional muy influenciada además por las ideas enciclopedistas. Fue precisamente este sector el que llevó adelante el movimiento emancipador, donde se destacó incluso un ala radical, proveniente parte de ella de la intelectualidad.

    Mas no se puede olvidar que la llegada de los conquistadores a América Latina a finales del siglo XV, vino acompañada de la religión católica y por tanto de la institución de la Iglesia como mecanismo de control político e ideológico, que fue expandiendo su poder a lo largo de más de tres siglos de colonialismo. En todo este período la Iglesia Católica y el Estado Español en América actuaron con una dependencia mutua, justificada en el Patronato Real. Por tal motivo, uno de los mayores enemigos del movimiento independentista en América Latina fue la Iglesia, que volcó casi todas sus energías para escamotear la Revolución, al excomulgar a muchos de sus líderes y emitir pastorales contra ellos y el movimiento revolucionario. Empero, no se puede decir que todo el clero estuvo contra la emancipación. Es necesario destacar que muchos de los clérigos eran criollos, y algunos eran afines a las ideas enciclopedistas y escolásticas, por lo cual formaron parte también del grupo revolucionario.




    Izquierda: Félix Varela. Cuba



    Sin lugar a dudas los dos más importantes sacerdotes rebeldes que encabezaron un movimiento revolucionario fueron Hidalgo y Morelos, pero no fueron los únicos, aunque cualquiera que se guíe por la historiografía apologética de grandes figuras sí lo pensaría. En Cuba por ejemplo se destacó en este período el padre Félix Varela, quien estudió también las ideas de la Ilustración. Los otros curas que participaron en los movimientos emancipadores -rebeldes porque desobedecieron tanto a la Iglesia como a la Metrópoli-, lo hicieron no sólo desde su condición de intelectuales convencidos del despotismo colonial, sino desde una ideología criolla donde se reconocía la diferencia.

    Sobre la problemática de la independencia hispanoamericana se han hecho disímiles trabajos, y sobre todo debido a la importancia del tema como legitimación de la memoria histórica, donde se reafirma el carácter soberano de las repúblicas latinoamericanas. La historiografía latinoamericana ha aportado incluso importantes estudios sobre la Iglesia en el continente, como los del autor Enrique Dussel y su Historia de la Iglesia en América Latina, que resulta de gran importancia para un mayor dominio del tema, al mostrar el comportamiento de la religión a lo largo de sus tres siglos de dominación colonial. Sobre este particular también se encuentra La Iglesia en América y la dominación española, de Lucas Ayarragaray, así como La Iglesia frente a la emancipación americana, de Miguel Luis Amunátegui y Diego Barros Arana; La Iglesia y su doctrina en la independencia de América, de Guillermo Figuera y La Iglesia Católica y el movimiento de liberación nacional en América Latina, de José Grigulévich, por solo mencionar algunos títulos. Se puede contar incluso con estudios sobre países específicos que abordan sus relaciones con la institución eclesiástica desde la colonia y durante el período revolucionario, como La Revolución de Mayo y la Iglesia, de Rómulo D. Carbia e Historia eclesiástica de Chile, de Carlos Silva Cotapos.

    Ahora bien, la mayoría de estas monografías se han concentrado en la acción de la Iglesia como institución durante este período, y por lo tanto ha quedado vacante un estudio de la Independencia desde la influencia de los sacerdotes rebeldes en dicho proceso. Huelga decir que sí han habido disímiles estudios sobre Hidalgo y Morelos, y otros autores se han preocupado por rescatar figuras eclesiásticas del período revolucionario como Nicolás Perazzo con Josef Cortes Madariaga, Jorge Eduardo Arellano con El padre indio Tomás Ruiz. Prócer de Centroamérica, José Salvador Guanique con Presbítero y doctor José Matías Delgado y Eduardo de Salterain y Herrera con Monterroso. Iniciador de la patria y secretario de Artigas. Mas el presente ensayo busca destacar la participación de aquellos y otros curas que formaron parte también del elemento criollo que desde la intelectualidad supo llevar las pasadas ideas escolásticas sobre el origen contractual del poder y las de la ilustración francesa en aquellos momentos vigentes, a su ideal de república independiente.

    El tema de la actitud del clero frente a la independencia ha dado lugar a las más disímiles opiniones –aunque la que predomina es su reacción contra la revolución-, sobre todo cuando se trata de defender desde una posición tan involucrada en el tema como lo está la historiografía hecha por religiosos. Por ese motivo, el criterio eclesiástico más generalizado ha sido ver que el clero católico fue, durante el movimiento de liberación, su fuerza motriz, y que la Santa Sede mantuvo en este período una neutralidad benévola para los patriotas. Incluso hay quienes han llegado a afirmar que la Iglesia fue “generosa hasta la heroicidad”[1] por las irrecuperables pérdidas que tuvo.

    Por su lado, existen otros historiadores que sostienen que los jerarcas de la Iglesia se mantuvieron fieles a España -aún cuando el poder lo detentaban los revolucionarios-, porque a ella los unían vínculos de consanguinidad. Además, éstos pertenecían a familias de la alta sociedad que debían a la Corona el mantenimiento de su status. Muchos justifican las posiciones asumidas por factores económicos –que no dejan de ser causantes- y en el caso de los patriotas arguyen la deserción de las filas sacerdotales. También asumen que el clero ordinario se subordinaba a la fuerza militar y política –ya sean de realistas o revolucionarios- que tomara el control de sus parroquias u obispados.

    Aunque muchos de estos argumentos son válidos, ninguno es absoluto ni prevalece por encima del otro. Primero porque no se puede hablar de un clero en general, pues se dividía en jerarquías y nacionalidades, además de estar influenciado por las ideas de la Ilustración o las teorías suarecianas, o por coyunturas determinadas. Lo que sí se puede asegurar es que la gran mayoría estuvo contra la independencia, y es que no se puede olvidar el engranado control estatal que constituyó el Patronato Real -instrumento palpable que legitimaba el poder español en medio de la efervescencia revolucionaria. La mayoría del cuerpo eclesiástico debía su razón de ser en la Colonia a la Corona, y sobre todo la alta jerarquía.

    La primera gran diferencia se hizo sentir desde temprano entre el episcopado y el presbiterado. El primero, constituido por obispos y arzobispos, tenía una ventajosa situación económica en cada colonia. Su membrecía llegaba a obtener enormes rentas anuales y por esto hacían incluso la función de bancos, con lo cual sus intereses aumentaban con el tiempo. El segundo estaba integrado por presbíteros y sacerdotes que tenían en su gran mayoría una situación desventajosa, pues sus rentas no llegaban a veces ni a un tercio del ingreso de los obispados. La desigual distribución de esos capitales, era causa de odios entre ese alto y bajo clero, lo cual explica en parte su posición frente a la revolución.

    La actitud de unos y otros estuvo también mediada por el tipo de relaciones mantenidas con España. De esta manera puede advertirse que los obispos, al haber sido nombrados por el sistema de Patronato, y por ende tener obligaciones con el Rey como Patrono, además de ser responsables del cumplimiento de las órdenes del Papa, [2] se mostraron más reacios al movimiento independentista. Éstos eran conscientes de la amenaza que suponían la independencia y el liberalismo para el statu quo logrado en la Colonia. Al ser la mayoría españoles, negaban la posibilidad de la formación de una Iglesia americana, que los despojase de sus cargos bien remunerados.

    En cambio el bajo clero era más libre para seguir sus propias inclinaciones, al no tener tan graves responsabilidades ni contacto directo con el monarca español y menos con el Papa. Además, sus miembros conocían de cerca al pueblo, pues trabajaban con ellos en las parroquias e incluso tenían contacto con la aristocracia en el confesionario. También habían tratado directamente con los indios –sobre todo el clero regular-,[3] y por esto conocían su padecimiento. Mas esto no quiere decir que todos apoyaron la independencia, siquiera la mayoría. Antes hubo una segunda división que esclareció la posición de unos y otros, y la constituyó el elemento criollo del sacerdocio. Éste fue el bloque que en su gran mayoría contribuyó al desarrollo de la emancipación. Mas, ¿cómo llegaron ellos a ocupar un espacio en la sociedad?

    En la segunda mitad del siglo XVIII tuvo lugar el Despotismo Ilustrado, donde las monarquías absolutas incluyeron en sus gobiernos algunas ideas filosóficas de la Ilustración que traían algunos cambios –supuestamente para el beneficio del pueblo-, pero sin renunciar a ninguno de sus derechos. Uno de sus representantes fue Carlos III de España, quien gobernó hasta 1788. En su reinado promovió algunas reformas, incluso en el tema de la religión, donde guiado por consejeros –el conde de Campomanes, el conde de Floridablanca y Manuel Rodó- promovió un definido programa de reforma eclesiástica. [4] Bajo esta línea se acordó, en 1776, nombrar a criollos para el desempeño de cargos eclesiásticos y judiciales en España, previéndose además que en las colonias se les ofreciera a los criollos un tercio de todos los cargos eclesiásticos. A partir de entonces es que se les dio acceso a la Iglesia, aunque principalmente para el ejercicio de funciones secundarias.

    El elemento criollo ocasionó nuevas escisiones en el clero, pues éste no tuvo jamás una aceptación desprejuiciada por los gobernantes de la colonia, ni siquiera por sus obispos. Las dignidades eclesiásticas sólo estaban reservadas para los peninsulares, pues la Iglesia americana era ante todo española, “organizada sobre el modelo español, dirigida por españoles, en la que los fieles indígenas hacían un poco la figura de cristianos de segundo orden”. [5] Los criollos fueron destinados en su mayoría a cumplir como párrocos rurales y curas doctrineros. La hendidura entre estos clérigos y los peninsulares se abrió cada vez más, en cuanto las desigualdades se ahondaron. Los eclesiásticos españoles eran realistas, y aunque hubo sacerdotes criollos partidarios del Rey, una parte importante fue defensora de la independencia.

    El clero fue además el sector que con mejor derecho pudo alcanzar la categoría de intelectual. Era un derecho noble que, aunque fuera un hijo de cada familia acaudalada, se iniciara en el sacerdocio. Las universidades de México, Lima, Santiago, Charcas y Córdoba, formaban especialmente a teólogos y casuistas. Muchos jóvenes criollos prefirieron el sacerdocio que encomendarse a las labores del comercio, además de que el mayorazgo también los obligaba. A su vez, era la vía más expedita para alcanzar los conocimientos necesarios y que le valiera de un rango en la sociedad. Fue así que con el tiempo se formó una clerecía patriota, empapada de ideas que le sirvieron de fundamento para contribuir a la emancipación.

    El sentimiento cada vez más nacionalista encontró honda raíz en ese clero que pedía igualdad, una vez unido a las voces de libertad. Esto evidenciaba un sentido cada vez más desarrollado de la identidad, un descubrimiento del sentimiento americano por encima del español, que algunos sacerdotes manifestaron. Fue así que José María Morelos declaró en una oportunidad que: “a excepción de los europeos, todos los demás habitantes no se nombrarán en calidad de indios, mulatos ni otras castas, sino todos generalmente americanos”. Además, encontraron el patriotismo criollo muy marcado por la religión, razón por la cual el propio Morelos destacó que: “somos más religiosos que los europeos”, y que aquella era “nuestra santa revolución”. [6]

    Mas ¿cuáles fueron las doctrinas que manejaron aquellos sacerdotes de la independencia? Como es sabido, las ideas de la Ilustración no solamente socavaron el orden en la Vieja Europa, sino que hicieron entrada triunfal en la apaciguada vida colonial. Entre sus más fervientes lectores estuvo el clero, que en una parte importante constituía a su vez la intelectualidad criolla. Estas ideas libertadoras del siglo XVIII entraron en la colonia bajo la influencia de una literatura subversiva extranjera, adalides de la guerra de independencia de las colonias inglesas en América del Norte y de la Revolución Francesa de 1789.

    Para ese año –después de un largo período de reposo durante el reinado de Carlos III- la Inquisición vedó la entrada de estos libros y el Tribunal del Santo Oficio castigó a sus lectores. En las actas se dejaron constancia de los juzgamientos a Juan Pastor Morales, profesor del seminario conciliar, por haber aprobado la ejecución de Luis XVI e incitar a lo mismo para con el monarca español. También se condenó al sacerdote Anastasio Pérez de Alamillo, juez eclesiástico, que expresó sus dudas sobre la aparición de la Virgen de Guadalupe. Otro caso ocurrió en 1797 cuando esa institución encarceló al fraile franciscano Juan Ramírez Orellano, quien calificó de tiranos a los reyes en general, incluso a los de España por su agresiva política colonial. Además había dicho que los franceses –aludiendo a los enciclopedistas- lo despertaron de un sueño, que eran los salvadores del género humano y que Voltaire era el Papa del siglo.

    Ahora bien, ¿cómo se explica que los sacerdotes bebieran de estas ideas que desplegaban una recia ofensiva filosófica contra la Iglesia? Y es que aquellos pensamientos vinieron a completar la tesis escolástica de la Soberanía Popular. Ambos guardaban conceptos muy parecidos sobre el contrato social, sólo que uno desde la propia Iglesia y el otro fuera de ella pero con el lenguaje renovado del siglo XVIII. Esto quiere decir que en el movimiento emancipador convergieron dos ideologías: la de la Ilustración europea -sobre todo con Rousseau- acerca del origen contractual del poder político; y la de la tradición tomístico-suareciana [7] sobre el consenso explícito o implícito del pueblo al designar o aceptar al regente del poder y a sus sucesores.




    Jean Jacques Rousseau.


    Sin embargo tuvo una antigua y mayor receptividad entre los religiosos la doctrina escolástica de la soberanía popular, fundada en los apotegmas aquinianos y comentada por los grandes pensadores del siglo de oro español como Francisco Suárez, y que era enseñada en las Universidades y Colegios Mayores de Indias por dominicos y jesuitas. Los escritos del jesuita Suárez contenían la afirmación más clara del origen popular y de la naturaleza contractual de la soberanía. Este pensador argumentaba que el poder lo concedía Dios con consentimiento del pueblo a través del contrato social. Y que una vez transferida esa autoridad al gobernante, no podía recuperarse sin una razón suficiente como la ausencia del legislador o su incapacidad para atender el bien común. La doctrina aquiniana expuesta por el maestro tenía cinco condiciones para justificar la autoridad civil, donde la última permitía la resistencia pasiva e incluso la activa, si se llegaba al tiranicidio.

    Este pensamiento se evidenció en muchas de las pastorales y alocuciones emitidas por sacerdotes que defendían la soberanía popular, como el rioplatense fray Pantaleón García cuando en 1814 expresó:

    Es necesario tranquilizar la piedad alucinada. La autoridad emana de los pueblos sostenida por la Providencia, que deja nuestras acciones a la voluntad libre. La omnipotencia no toma interés en que el gobierno sea monárquico, autocrático o democrático; que la religión ni sus ministros pueden condenar los esfuerzos que hace una nación para ser independiente en el orden político, dependiendo de Dios y sus vicarios en el orden religioso.

    Demos más luz a la razón. La fidelidad no es un derecho abstracto que obliga materialmente en todo evento: es la obligación de cumplir el contrato social que liga las partes con el todo. Su obligación es recíproca: tan deber es la cabeza ser fiel a sus colonias como de estas a ella. Debemos guardar respeto, obediencia al rey y a la metrópoli, pero éstos deben guardarnos nuestros derechos, promover nuestra felicidad.[8]

    Cierto es que en las dos últimas centurias coloniales primaron las cátedras de Filosofía, Teología y Derecho en las Universidades a las que asistió la juventud criolla. De hecho, casi todos los sacerdotes que apoyaron la independencia, se formaron en colegios jesuitas, por lo cual entre sus ideas estaba presente la reversión de los derechos de soberanía al pueblo, tesis basada en los escolásticos españoles. Empero, esto no quiere decir que “no era Juan Jacobo Rousseau, sino Francisco Suárez, el mentor que los inspiraba” y que “no era el ¨contrato social¨ rousseauniano sino el ¨pacto social¨ suareciano lo que alegaban”[9] -como dice el historiador Guillermo Figuera-, porque las ideas de la Ilustración vinieron a complementar lo que de actualidad carecía el escolasticismo.

    Para ejemplificar esto se pueden tomar los hechos ocurridos en Nueva Granada, cuando los patriotas de 1810, con el propósito de justificar la guerra contra España, citaban a Santo Tomás de Aquino en apoyo de la soberanía popular. Pero cuando los acontecimientos se precipitaron y tuvieron que redactar la Carta Constitucional de Cundinamarca el 3 de mayo de 1811, hablaron de los derechos inalienables del hombre y del ciudadano, con lo cual utilizaban el lenguaje del siglo XVIII. Por su parte José María Morelos en México aseguraba que la soberanía residía esencialmente en el pueblo y que, debido a las circunstancias del momento, éste había recuperado su usurpada soberanía, por lo cual quedaba disuelta para siempre la dependencia al trono español. Aunque este sacerdote rebelde cita las ideas de Suárez, su actuación posterior evidenció un nacionalismo criollo azuzado por las recientes ideas de la Ilustración.

    Como éste hubo muchos otros sacerdotes que se sumaron al movimiento independentista hispanoamericano, ya sea por medio de la palabra o por el fusil. Señala el padre Cuevas que solamente en México llegaron a 6000 sobre un total de 8000,[10] los curas que en el período de 1810 a 1821, participaron en la lucha. En este mismo territorio, pero en la provincia de San Luis Potosí, ocurrió también un levantamiento -opacado por el de Dolores- donde participaron más de cincuenta clérigos dirigidos por el fraile Juan Villerías y el lego Luis Herrera.

    Valientes como éstos en las batallas hubo otros como Mariano Matamoros, José Antonio Torres, José Guadalupe Salto, entre muchos que a pesar de sus hábitos fueron ejemplo desde el caballo de guerra. Mas algunos de letra franca y atrevida aseguraron también grandes hombres a la revolución. Desde la palabra sacerdotes como José María Coss y Servando Teresa de Mier desafiaron a la autoridad y cuestionaron el poder español. Así lo demostró el primero cuando en un discurso a raíz de la instalación en 1814 de Fernando VII en el trono, expresó:

    Si las Cortes de Cádiz y todo el gobierno fueron nulos, y sus ministros delincuentes, como asegura Fernando VII, los americanos, lejos de ser herejes y rebeldes, por no haberlos querido reconocer, se han portado fieles a la Religión y a la Patria y son, por tanto, dignos de los mayores premios; como por el contrario Venegas, Cruz y toda la infernal caterva de seductores son, en este caso, los verdaderos traidores. Pero si el gobierno de las Cortes es legítimo, Fernando VII, que decreta despóticamente su exterminio, no debe ser reconocido como rey.[11]




    Dean Gregorio Funes. Provincias Unidas del Río de la Plata (Argentina)



    Otro gran territorio, cuna de destacados clérigos proindependentistas, lo constituyó el río de la Plata. Solamente en las Actas Capitulares desde el 21 al 25 de mayo de 1810 en Buenos Aires, aparecen las firmas y opiniones de 26 sacerdotes[12] que pedían se le quitara el poder de mandato al virrey y se dejara en manos del cabildo. Aquí los curas rebeldes se destacaron sobre todo como líderes políticos, pues formaron parte importante en los gobiernos como el ilustre Gregorio Funes, quien evitó la contrarrevolución de Liniers y ofreció importantes consejos para las decisiones en la nueva nación. También como un gran asesor fungió fray Benito Monterroso, quien se dedicó entre otras labores a “explanar razones convincentes, teñirlas de sentimiento en caso preciso y vestir el instinto con prendas de inteligencia”,[13] cuando a Artigas le faltaba la mesura ante la exaltación rebelde de su carácter.

    En el Perú y Chile hubo otros tantos líderes políticos como el sacerdote Francisco Javier Luna Pizarro quien fue presidente del Primer Congreso Constituyente en 1822 una vez que San Martín dejó el poder y logró, junto a otros delegados del Congreso, imponer una plataforma liberal dejando a un lado a los representantes aristocráticos. En la patria de O´Higgins se destacó Camilo Henríquez, unido a la fracción carrerista [14] , miembro del Congreso y activo periodista editor del primer periódico La Aurora de Chile. Otro partidario de Carrera y ferviente orador, adepto a verdaderas transformaciones sociales fue el franciscano Antonio Orihuela, quien en 1812 expresó en una proclama: Con vosotros hablo, infelices, los que formáis el bajo pueblo. ¡Atended!Mientras vosotros sudáis en vuestros talleres, mientras gastáis vuestro sudor y fuerzas sobre el arado; mientras veláis con el fusil al hombro, al agua, al sol y a todas las inclemencias del tiempo, esos señores condes, marqueses y cruzados duermen entre limpias sábanas y en mullidos colchones que les proporciona vuestro trabajo […]; y no tienen otros cuidados que solicitar con el fruto vuestros sudores, mayores empleos y rentas más pingues, que han de salir de vuestras miserables existencias, sin volveros siquiera el menor agradecimiento, antes si desprecio, ultrajes, derechos usurpados […]. Borrad si es posible, del número de los vivientes a esos seres malvados que se oponen a vuestra dicha, y levantad sobre sus ruinas, un monumento eterno a la igualdad.[15]

    En pos de esta misma igualdad se manifestaron voces como la del Obispo José Cuero y Caicedo, de Nueva Granada y la del chileno –defensor de la independencia en Venezuela- José Cortés Madariaga. Sobre el primero dijo el historiador español Mariano Torrente, que fue uno de los enemigos más terribles que tuvieron los que defendían la causa del rey, pues desde su posición podía manejar con facilidad los ánimos e incidir directamente en la determinación -favorable a la emancipación- de una parte del clero. Sus pastorales y predicaciones revolucionarias fueron en Quito, una de las mejores armas de aquella etapa revolucionaria.

    De espíritu ardoroso fue también Madariaga, quien se ganó incluso la antipatía de la oligarquía mantuana, al proponer medidas determinantemente radicales como la igualdad del hombre sin distinción de clases, el abandono de la esclavitud y la repartición de algunas tierras, entre otras. Aunque tuvo una segunda etapa en su vida caracterizada por los errores en su proceder, pues fiel al modo de hacer de Miranda no comprendió que los tiempos de la primera República habían fracasado y que Simón Bolívar se convertía en el líder indiscutible de la revolución venezolana, aquel sacerdote nunca dejó de ser un amigo de la independencia y la libertad americana.

    Ahora bien, a pesar de que en todos los territorios se sumaron clérigos a las luchas independentistas, en no todas las colonias el sacerdocio se entregó en iguales proporciones. Esto estuvo determinado por los sectores y grupos sociales que se unieron a la revolución y a la sujeción que pudieron mantener los realistas en cada territorio. Si se contaba con que la Iglesia como estamento poderoso económico y político, si se unía a una de las revoluciones iba a ser a la que estuviera representada por las más altas clases de la colonia, la realidad fue más allá de todo pronóstico. En primer lugar porque los sacerdotes actuaron como individuos conscientes de su nuevo tipo social y no como aquella institución que era española y no americana. Además, porque donde los movimientos fueron de base más popular, ellos encontraron el verdadero cambio; pues las revoluciones que en un principio se mostraban oligárquicas y defensoras del trono español, al no cambiar el statu quo, tampoco transformarían la condición de desventaja del clero criollo con respecto al español. Tanto fue así, que a medida en que los movimientos se fueron radicalizando, mayor cantidad de sacerdotes se unieron a la voz de independencia.

    Criollismo exacerbado diríase fue uno de los motivos espirituales más connotado de aquellos curas rebeldes, quienes en busca de justicia fueron capaces de desobedecer a sus obispos, reyes y a la propia Curia Romana. La vida eclesiástica les había provisto de una mejor educación intelectual y un buen escaño en la sociedad, pero eran ante todo hijos naturales de Ultramar. Exponentes en sus discursos y pastorales de un sentir americano, fueron a su vez responsables de sumar al pueblo religioso al movimiento emancipador, que revestía no sólo el objetivo de una añorada independencia sino el de la formación de una nueva nación. NOTAS * Betty Rodríguez Quevedo es Licenciada en Historia, del Instituto Superior de Diseño(ISDi). Cuba. ** Ensayo elaborado a partir de la Tesis de Diploma Contrahistorias de la Iglesia: Los sacerdotes rebeldes de la Independencia. (nota de autora).



    [1] Enrique Dussel: Historia de la iglesia en América Latina. Mundo Negro-Esquila Misional, Madrid, 1983, p. 149.


    [2] El Pontificado se guió en un principio por las ideas vigentes que consideraban básica la alianza del Trono y el Altar, por lo cual hacía declaraciones contra la emancipación, entendiendo el movimiento americano como rebelión.


    [3] Este es el clero de las ordenes misionales, como los jesuitas, franciscanos, dominicos, etcétera, quienes mostraban gran lealtad al Papa. También ha sido denominado como clero religioso.


    [4] Los partidarios del Despotismo Ilustrado, encontraron como una de las causantes principales de la decadencia de España, a la Iglesia católica con su influencia sobre la vida espiritual y su acumulación de riquezas materiales, por lo cual sus reformas incluyeron la desamortización de sus bienes, la secularización de la enseñanza, la reducción del número de clérigos y frailes, la abolición de la Inquisición, la disolución de la Compañía de Jesús, entre otras.


    [5] Guillermo Figuera: La Iglesia y su doctrina en la independencia de América. Ediciones Guadamarra, S.L., Madrid, 1960, p.382.


    [6] Citado en: Pedro Borges: Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1992, p. 822.


    [7] Esta denominación alude al pensamiento del filósofo y teólogo español Francisco Suárez nacido en Granada. Es considerado el filósofo escolástico de mayor relevancia del siglo XVI. De orientación básicamente tomista, sus obras y su enseñanza intentaron renovar la filosofía escolástica, en la época de la Contrarreforma en España.


    [8] Citado en: Rómulo D Carbia: La revolución de mayo y la iglesia. Editorial Huarpes S.A., Buenos Aires, 1945, p. 24-25.


    [9] Guillermo Figuera: Op.cit., p. 429.


    [10] Ver sobre estas cifras en: Comisión de Estudios de Historia de la Iglesia en América Latina: Historia General de la Iglesia en América Latina, t.V. México. Ediciones Paulinas, S.A., México, D.F., 1984, p.184.


    [11] Citado en: Leandro Tormo y Pilar Gonzalbo: Historia de la Iglesia en América III. La Iglesia en la crisis de la independencia. FERES-Friburgo OCSHA-Madrid, Madrid, 1963, p. 57.


    [12] los 26 firmantes fueron: Don Juan Nepomuceno de Sola, fray Ignacio Grela, fray Pedro Santibáñez, fray Pedro Cortinas, fray José Vicente de San Nicolás, Dr. Julián Segundo Agüero, Dr. Nicolás Calvo, Dr. Domingo Belgrano, Dr. Melchor Fernández, Dr. Antonio Sáenz, fray Manuel Torres, fray Juan Manuel Aparicio, Dr. Luis José Chorroarín, fray Ramón Álvarez, Dr. Pascual Silva Braga, fray Manuel Alvariño, Dr. Domingo Viola, Dr. Bernardo de la Colina, Dr. Dámaso Fonseca, Dr. Pantaleón Rivarola, Dr. Manuel Alberti, Dr. José León Planchón, Dr. Juan León Ferragut, Dr. Vicente Montes Carballo, Dr. Ramón Vieytes.


    [13] Eduardo de Salterain y Herrera: Monterroso. Iniciador de la patria y secretario de Artigas. Impresora L.I.G.U., Montevideo, 1948, p.111.


    [14] En Chile los revolucionarios se dividieron en dos poderosos partidos: los que seguían a Carrera y los que apoyaban al cura Joaquín Echeverría Larraín y parentela. Los primeros eran más radicales y se mostraban más firmes contra los españoles, mientras los segundos eran timoratos en sus acciones, por lo muy unidos que se encontraban a la nobleza. Larraín había sido electo diputado por Santiago para el Primer Congreso Nacional de 1811, y en ese mismo año ocupó el cargo de Presidente de la Cámara de Diputados, el cual ejerció hasta que Miguel Carrera disolvió el congreso.


    [15] Citado por: Hernán Ramírez Necochea, en la Introducción: Amunátegui, Miguel Luis y Diego Barros Arana. La iglesia frente a la emancipación americana. Empresa Editora Austral LTDA, Santiago-Chile, 1960, p.14.


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    Ariadna Tucma Revista Latinoamericana. Nº 8. Marzo 2013 – Febrero 2014. Volumen I.

    Publicado por ©Ariadna Tucma

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    Fuente:

    Ariadna Tucma » Blog Archive » El clero rebelde en la Independencia Hispanoamericana
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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

    Manuel Caballero // Bolívar único

    A garrotazo limpio, el chavismo quiere reescribir la historia de la Independencia

    DIARIO

    domingo 28 de mayo de 2006 12:00 AM


    Lo que voy a relatar lo haré con la mayor prudencia posible, por las razones que expondré al final. Por varios conductos me ha llegado una información que no es anónima, porque está avalada no sólo por el profesor víctima de los sucesos, sino por la solidaridad manifestada por sus colegas. En el Colegio Universitario ¿Francisco de Miranda? un grupo de estudiantes protestó a un profesor y pidió su expulsión de la cátedra o del colegio. La junta directiva decidió abrirle al profesor un expediente de investigación.

    Hasta aquí, nada anormal, nada que merezca llegar a las páginas de los diarios, mucho menos a las de opinión. Pero el problema comienza cuando se informa qué cosa reprochan los estudiantes a su profesor. En verdad, no son tres opiniones, sino tres informaciones fácilmente verificables por cualquiera que abra un manual de historia de Venezuela (salvo, por supuesto, si fue redactado por la misma mano que elaboró el calendario escolar 2005-2006).

    Jamas negados.- Allí podrá conocer la verdad de los asuntos que, los dos primeros, dicho sea de paso, jamás han sido objeto de controversia entre historiadores. Pero esas afirmaciones tan banales han sonado sacrílegas a los ojos de algunos jóvenes inquisidores de boina roja, boca sucia, lustradas botas y tacones chocantes.


    Las sacrílegas afirmaciones del herético profesor son las siguientes:

    1) Que el proyecto de una Latinoamérica unida, incluyendo el nombre de Colombia no es original de Simón Bolívar sino de Francisco de Miranda (cosa, por lo demás, que debería ser sabida y resabida en un instituto que lleva su nombre).

    2) Que el título de ¿Libertador¿ le fue dado a Bolívar en 1813, mucho antes de Carabobo y de Bomboná, Pichincha y Ayacucho. O sea, que no fue premio a esas victorias sino previo a ellas.

    3) Que por lo menos hasta la restauración de Fernando VII en el trono español y la expedición de Morillo, la de independencia fue una guerra civil: venezolanos contra venezolanos.

    ¡Desde 1911!.- Como se ha dicho antes, las dos primeras informaciones nunca han sido cuestionadas: y en cuanto a la tercera, esa idea, hoy aceptada por todos los historiadores serios en este país, fue expresada y probada por Laureano Vallenilla Lanz nada menos que en 1911. De modo que nuestros curiosos eruditos boinacolorá tienen un siglo de atraso.



    Esta información tiene al menos dos elementos gravísimos. Lo primero es que un grupo de estudiantes de toda evidencia ignaros, pretendan imponer a la cátedra sus disparates porque ellos coinciden con la adoración del Dios único de la historia oficial: la espada de Bolívar, ella solita, realizó la independencia, creó la Gran Colombia, el Ejército Nacional, la Aviación y la bomba atómica. En segundo lugar, que la dirección del instituto, en lugar de rechazar semejantes burradas, someta a investigación al profesor acusado por la banda chavecista.

    No doy como palabra de Evangelio las informaciones que me han llegado, y por eso he planteado a la Academia Nacional de la Historia llevar a cabo la correspondiente investigación. Hay dos razones para esta actitud mía.

    Quisiera equivocarme.- La primera es que soy historiador, y por lo tanto consciente de que la mera afirmación no es prueba. La segunda razón es que pocas veces en mi vida he deseado tanto equivocarme, y que la información que estoy recibiendo ahora sea errada o falsa. Porque no quiero creer que el ejemplo forajido del locatario de Miraflores haya llegado a envenenar de tal manera cerebros juveniles al punto de querer imponer sus disparates a garrotazo, si no a tiro limpio.


    PD: El Primer Locutor de Sabaneta hace dos anuncios pronto desmentidos por los interesados: que la Universidad de Oxford le iba a otorgar un doctorado honoris causa; y esa misma universidad (horroris causa!) lo desmiente. Dice que Oliver Stone va a hacer una película sobre el 11 abril como un Román Chalbaud cualquiera aunque pagado en dólares, y Stone mismo lo desmiente. Hay un refrán que su abuela Rosa Inés nunca se tomó el trabajo de enseñarle: ¿El que de ajeno se viste, en la calle lo desvisten?


    PPDD: Los chavistas de Carrizales, derrotados, piden conteo manual. Ni ellos confían en las manipulaciones del siquiatra Sigmund Fraude, como lo llamaron en Perú cuando fue a servir de asesor y terminó como guardaespaldas de Ollanta Hu(go)mala.




    _______________________________________

    Fuente:

    Manuel Caballero // Bolívar único - Opinión - EL UNIVERSAL

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    Re: San Martín & Bolívar: ¿Vendepatrias?

    martes, junio 29, 2010

    Historiador venezolano Manuel Caballero nos habla sobre su nuevo libro: "Historia de los venezolanos en el siglo XX"







    COMENTARIO BLOGUERIL:

    En torno a las ideas de política y democracia que usa Caballero, me atrevo a criticarlo. Quizás este atrevimiento con mi maestro responda a desconocimiento, pero creo que hay que decir que la política no puede reducirse al diálogo, al reconocimiento del otro en la esfera pública. Sería maravilloso que fuera así, pero no podemos negar que todo lo relativo al poder es política. ¿Será que los caudillos no hacían política, y Bolívar tampoco?. Otra cosa es la forma dominante de la política del siglo XX, esa forma es la del diálogo. En relación a la democracia la define como "un estado de conciencia: conciencia del pueblo de su propia fuerza." Me gusta esta idea de ser una "conciencia", porque siempre he pensado que es una forma de vida. Pero, como aclara luego, democracia también son otras cosas como libertades, derechos humanos, elecciones, partidos políticos, etc. De seguir a Caballero hoy en día no tenemos democracia porque las mayorías están adormecidas, sin conciencia de su poder; ¿o será que son masoquistas?. Para Caballero esto no es así, aunque al final señala que lo novedoso del chavismo es que "Por primera vez en Venezuela, las tendencias autoritarias, que siempre han existido, llegaron por un cierto tiempo a ser mayoritarias. Por otra parte, es la primera vez que en el país un gobierno autoritario emplea exitosamente los mecanismos de la democracia para conquistar y mantenerse en el poder."
    El subrayado es nuestro.


    EL NACIONAL - Lunes 28 de Junio de 2010 Cultura/4 El foro del lunes MANUEL CABALLERO


    El académico destaca, por sobre la democracia, la política «Aquí ha habido una resistencia permanente, abierta, corajuda»

    Historia de los venezolanos en el siglo XX es el título del volumen 16 de la biblioteca que el sello Alfa edita con el nombre del historiador y profesor jubilado de la Universidad Central de Venezuela

    DIEGO ARROYO GIL


    A quien inventó el café con leche deberían darle el Premio Nobel, sobre todo al que inventó el café con leche de la mañana". Así comienza esta entrevista con Manuel Caballero, que está sentado en un sofá de su estudio y se dispone a conversar sobre su más reciente libro: Historia de los venezolanos en el siglo XX, volumen 16 de la biblioteca que mantiene, con su nombre, Editorial Alfa. Son 400 páginas escritas con el pulso de quien, antes que académico, fue periodista, o a quien el periodismo le dio la mirada para cazar la liebre en los hechos, vividos o conocidos por testimonios y lecturas, y que echa mano de las herramientas del análisis histórico para profundizar en eso que observa medular.



    --Usted le dijo a Simón Alberto Consalvi, para una entrevista que fue publicada en Siete Días , que fue en el siglo XX cuando los venezolanos comenzaron a llamarse venezolanos. Si es así, ¿qué éramos entre 1810 y 1908?

    --Yo hablo de percepciones y de la idea que los venezolanos tenían de sí mismos entonces. Me baso, entre otras cosas, en una investigación que hizo un grupo de investigadores de Maracaibo, dirigido por Germán Cardozo Galué.

    Revisando la lista de los que solicitaban pasaporte, les llamó la atención que los únicos que, cuando se les preguntaba la nacionalidad, decían ser venezolanos, eran los de la Provincia de Caracas. Todos los demás decían ser maracuchos, cumaneses, etcétera. Es decir, que no había todavía esa conciencia nacional. De hecho, el Estado-nación venezolano todavía no se había formado. Cuando uno revisa la historia del siglo XIX, observa la dominación coriana, la aragüeña, la llanera, la andina. Al final del gobierno de Falcón, la gente salió gritando a la calle: "¡Mueran los cabezones, mueran los corianos!".

    En un informe que le pasa el jefe de la Policía de Caracas al general Gómez sobre unos manifestantes en 1930, le decía que había gente gritando: "¡Mueran los táchiras cabezas chatas!". Yo dificulto que hoy a un venezolano le pregunten "tú qué eres" y, primero que todo, diga "yo soy coriano". Eso no pasa ni siquiera en una ciudad tan importante y que está por encima de todas como Barquisimeto, que es de donde yo soy (risas).


    --Entonces esa conciencia nacional se concretó en el siglo XX.

    --Sí. Ya en la década de los años veinte Vallenilla Lanz decía que se podía hablar de una nación con todas sus características. Eso fue acompañado por la formación de una conciencia. En 1958, a raíz de las elecciones, hubo una mancheta de El Nacional que fue muy clara en ese sentido. Decía: "Betancourt perdió en Guatire, Larrazábal en Carúpano y Caldera en Yaracuy". Es decir, que en cierto modo las fidelidades regionales habían sido borradas, si no habían desaparecido. Por otra parte, en el siglo XX ya es posible reconocer a un venezolano fuera de Venezuela sin necesidad de que presente el pasaporte. Hay una idiosincrasia nacional.


    --Usted acaba de hablar de Gómez, y verdad es que suele decirse que Venezuela entró realmente en el siglo XX en 1936...

    --Esa es una frase de Picón Salas *se adelanta Caballero*.

    Si hemos de creer a alguien que estaba presente cuando se dijo, se aplicó en primer lugar a España, con motivo de la guerra. Se dijo que España había entrado en el siglo XX en 1936, y Picón agregó que Venezuela también. Entonces pegó esa frase, que es muy cierta. Hay siempre la tendencia a pensar que la historia comienza con uno. Por ejemplo, después del 18 de octubre, había en el aire la sensación de que la historia, pero sobre todo el siglo XX, comenzaba con nosotros. Y eso también era cierto. La sociedad de masas, eso tan característico de nuestro siglo pasado, aparece en 1945, no necesariamente como consecuencia del 18 de octubre, pero por lo menos coincidencialmente.


    --¿Y qué tan cierto es que el país no ha salido del siglo XX?

    --Ah, bueno, eso no se puede saber todavía. Apenas han transcurrido 10 años del siglo XXI, ¿y cuáles son las características del siglo XXI? Eso se podrá decir después.


    --Todo aquel que se considera demócrata, quizá por descuido, emplea como palabras sinónimas "democracia" y "política". Pero en el libro usted insiste en que son distintas. ¿Cuál es la diferencia?

    --La diferencia que existe entre el continente y el contenido. El continente es la política, que tiene las siguientes características: primero, el abandono de las soluciones de fuerza; segundo, el reconocimiento de la existencia del adversario. ¡Reconocimiento! *enfatiza el historiador*. En Venezuela se comienza a reconocer la existencia del adversario después de la muerte de Gómez. Sin embargo, para mí, empieza a formar parte de la actitud política del venezolano con el estatuto electoral de 1946, que establece la representación proporcional de las minorías. Ese es el meollo de lo que es la política.


    --¿Y qué hay de la democracia?

    --La democracia es, fundamentalmente, un estado de conciencia: conciencia del pueblo de su propia fuerza. La democracia aparece cuando un pueblo toma conciencia de que su sola presencia, como ocurrió el 14 de febrero de 1936, puede doblar el rumbo de la política de un país y torcerle la mano al Gobierno.

    Para mí la democracia no es la sucesión de gobiernos democráticos, la libertad de prensa, de culto, etcétera, ¡aunque también!, sino que lo fundamental, lo básico, es la toma de conciencia popular. Ahora, eso no es necesariamente positivo. La democracia puede ser, si no se reconoce la existencia del adversario, la dictadura de la mayoría. Aquí hemos visto esa prueba. De modo que, por encima de la democracia, está la política.


    --¿Podría decirse, entonces, que Chávez ha acabado con la política pero no con la democracia, o sea, que ha ido atrofiando las formas políticas que hacen posible la vida democrática?

    --Sí, Chávez ha intentado acabar, basado en la democracia, con la política. Chávez llegó al poder por elecciones, durante mucho tiempo ha sido una presencia mayoritaria y continúa teniendo una indudable fuerza. Pero aquí ha habido una resistencia permanente, abierta, corajuda.

    Durante todos estos años yo me he opuesto a la posibilidad de un golpe militar. Nadie puede dudar de que yo detesto a Chávez, pero uno no sale de una pesadilla cambiando un monstruo por otro. La única manera de acabar con una pesadilla es despertarse.


    --Usted asegura que en la figura de Chávez han reencarnado viejos complejos venezolanos. Pero, ¿no siente que hay algo inédito en la crisis actual? En el siglo XX ningún proyecto político había logrado convencer a tanta gente de que, antes que fracasar, hay que matar o morir.

    --¿Y eso es verdad? Habría que verlo y hasta ahora no se ha presentado. Germán Carrera Damas dijo una vez algo que en su momento yo tomé como una boutade, pero que luego reflexionando he tomado más en cuenta. Dijo que ha habido un solo gobierno por el que el pueblo venezolano ha derramado sangre a raudales, un solo gobierno, nunca ningún otro: el gobierno de Fernando VII. Así que no hagamos tanto caso a las fanfarronerías de Chávez.


    --¿Pero entonces no hay nada nuevo en esto?

    --Sí, es cierto que hay algo.

    Por primera vez en Venezuela, las tendencias autoritarias, que siempre han existido, llegaron por un cierto tiempo a ser mayoritarias. Por otra parte, es la primera vez que en el país un gobierno autoritario emplea exitosamente los mecanismos de la democracia para conquistar y mantenerse en el poder.



    Fotografía: Manuel Sardá (El Nacional, Caracas, 28/06/10)


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    Fuente:

    Venezuela y su historia: Historiador venezolano Manuel Caballero nos habla sobre su nuevo libro: "Historia de los venezolanos en el siglo XX"

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