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Tema: Potencialidad Hispanoamericana

  1. #21
    Avatar de Mexispano
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    Re: Potencialidad Hispanoamericana

    ¿Y si Latinoamerica fuera un pais? ★ Latinoamerica Superpotencia ★

    No tenemos la idea del gran poder que acumularíamos si todas nuestras naciones fuesen una sola. Aquí un vídeo con todos los datos del poder que tendríamos.

    ________________________________________________________________


    11. Poblacion: Latinoamerica tiene 626 millones de habitantes, seriamos el tercer pais con mas poblacion del Mundo. Ademas tenemos una poblacion joven.

    10. Territorio: Somos el tercer continente mas grande del Mundo. Solo Argentina, Bolivia y Chile son mas grandes que Europa.

    9. Agua: Latinoamerica seria el pais con mas agua del Mundo, acumulando mas de la mitad de los recursos hidricos del Mundo. De hecho Colombia tiene mas agua que toda la Union Europea.

    7. Energia: La generacion electrica por medio de hicroelectricas representa mas de la mitad del poder que genera el continente. Aunque existen alternativas como la energia solar y eólica.

    6. Idiomas: Mas de 422 millones de personas hablan español en Latinoamerica y los otros 200 millones portugues, sin embargo no utiilizamos el idioma para unirnos mas.

    5. Ciudades. Latinoamerica concentra varias de las ciudades mas grandes y ricas del Mundo. Si estas 10 ciudades fuesen un pais serian la octava potencia mundial.

    4. Recursos: Latinoamerica posee innumerables recursos naturales, Latinoamerica seria el primer productor mundial de litio, cobre, esmeraldas, el tercer productor mundial de alimentos, el segundo productor mundial de pescado, el primer productor mundial de carne, el pais con mas reservas de petroleo del Mundo.

    3. Educacion: Al ser un continente joven tenemos millones de niños y adolecentes que se deben integrar al sistema de educacion superior, sin embargo la calidad educativa de Latinoamerica es cuestionado ya que no hay ninguna universidad latinoamerica entre las mejores 100 del Mundo.

    2. Politica: Existe la UNASUR, El Mercosur, el Parlatino, ALBA, Alianza del Pacifico, pero aun asi no se ha logrado una verdadera integracion del continente como se desease. Para aquello se debe unir economicamente al continente.

    1. Economia: Si todas las economias de Latinoamerica se juntaran serian la tercera potencia del Mundo, por detras de China y Estados Unidos. Pero tenemos tantos recursos que podriamos ser la primera potencia sin duda, hay que distruibuirlos mejor, y librarnos de la corrupcion y robo.

    ¡No olvides suscribirte para ver mas vídeos como estos de los distintos países de la región y el Mundo!

    ¡Gracias por ver!






    https://www.youtube.com/watch?v=HbSZ...ature=youtu.be

  2. #22
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    Re: Potencialidad Hispanoamericana

    Se ve clarísimo por qué los anglos fomentaron primero la discordia contra la Madre Patria, y luego entre las diversas naciones hispanoamericanas, y luego han intentado dominarlas económicamente. Divide y vencerás. Un siglo antes de que EE.UU. llegara a ser una potencia mundial, ya Humboldt quedó maravillado del nivel de desarrollo y de cultura que vio en México. Una gran nación hispanoamericana sería probablemente la mayor potencia mundial. Al ser un país cristiano, no comunista como China ni con religiones oscuras y demoniacas como la India, sería el modelo del mundo.

  3. #23
    Avatar de Mexispano
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    Re: Potencialidad Hispanoamericana

    Mal que le pese a tirios y troyanos, el siglo XVIII ofrece un ejemplo inmejorable de geopolítica para España. A saber:

    -Los Borbones (los del siglo XVIII, me refiero: Felipe V, Fernando VI, Carlos III) entienden que el potencial y el porvenir de España está en América y hay que blindar el presente hacia el futuro en el corazón del desarrollo de una prolongación arquetípica patria. Una pena, eso sí, las desviaciones del despotismo ilustrado, pero en absoluta exclusivas de los Borbones, sino presentes en todo el mundo occidental.

    -En Europa, luego de guerras, contradicciones y frágiles alianzas, consolidado el Pacto de Familia de las Dos Coronas (a veces pesado para España), asimismo, se confirma un eje "eurolatino" Francia-España-Parma-Nápoles, entendiendo que el enemigo vital es el imperio británico, el mismo que trazó el famoso "Plan para humillar a España", y el que acuñó las frases-conceptos: "A España hay que vencerla en América y no en Europa" y "Los españoles, por mar, y por tierra, que San Jorge nos proteja".

    Por eso, cuando hablo de estos dos vértices políticos como fundamentales, esto es, romanos hacia Europa e hispanos hacia América, no estoy en verdad "inventando" nada, sino recogiendo una experiencia, que asimismo, otros también desarrollaron de los siglos XIX a XX. Ojalá pueda ir desarrollándolo de forma más práctica y pragmática con el tiempo.





    ________________________________

    Fuente:

    https://www.facebook.com/escritorant...34156283449507
    Hyeronimus y ReynoDeGranada dieron el Víctor.

  4. #24
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    Re: Potencialidad Hispanoamericana

    Los hechos: 577 millones de hablantes (de MANIFIESTO PANHISPÁNICO)


    MOVIMIENTO HISPANOAMERICANISTA SECCIÓN URUGUAY SECTOR ENSEÑANZA·Martes, 17 de julio de 2018



    Imagen de portada: Diario El País de España, el elpais.es, con datos del Instituto Cervantes, 3 de julio de 2018.

    Cfr. MANIFIESTO PANHISPÁNICO


    SUMARIO 1. Introducción 2. Los hechos: 577 millones de hablantes 3. La herencia cristiana católica 4. De cerca y de lejos: Hispanidad Humanista e Hispanidad Totalitaria 5. Hispanidad Ortodoxa e Hispanidad Heterodoxa 6. Identidades: lo indio, lo indiano, lo español, lo americano, lo mestizo, lo hispano americano y lo americano latino. 7. Lo panhispánico


    Uno de los últimos manifiestos hispanistas –declaraciones, decálogos- es el Pacto ideológico hispanista de Fermín Franco Medrano, físico y matemático aplicado de Osaka, Ensenada, Baja California, de junio de 2017. [1] Propone un decálogo a manera de “ideología”, “identidad común”, “base mínima” o “declaración de principios”, dejando en claro “lo que todos apoyamos, lo que todos rechazamos”, mirando “al futuro, a un próximo paso para la construcción de esta Unión Hispana, que empezaría por una buena base de concienciación social en todos los países […]”. Al convocar las firmas de los hispanistas “de todo el orbe”, y haber obtenido respuesta –si bien por ahora, modesta-, Fermín Franco Medrano ha demostrado que la existencia de grupos internacionales de hispanistas es una realidad.

    Al mismo tiempo, hay muchas cosas que el decálogo “no es” –aclara el autor-: “no es una definición de […] ‘una persona de nacionalidad hispana’ en cualquiera de nuestros países actuales ni de un futuro estado de la ‘Unión hispana’ […] tampoco es una ‘carta de derechos civiles’ o ‘constitución’ de ese hipotético ‘estado nación hispano’ […].”

    Este documento también propone no asumir como definiciones colectivas, pero sí respetándolas como puntos de vista personales, aquellas cuestiones que generan debates insuperables entre hispanistas. Busca –según interpretamos- impulsar criterios y requisitos para el diálogo abierto, franco, libre, en el entendido de que los vínculos comunes se construyen. Fermín Franco Medrano considera que esos criterios de identidad son, entre otros:


    1. La lengua castellana como bastión de nuestra identidad, lengua franca y principal lengua de difusión cultural, sin menoscabo de las lenguas nativas.

    2. Nuestra herencia cristiana católica a un nivel histórico y cultural. [Sus aportes a la comunidad, sobre todo sus valores universales, según interpretamos]

    3. El reconocimiento de la herencia ibérica española por al menos dos de las siguientes tres vías: cultural, étnica o lingüística. La Iberia española es el origen y aglutinante común, estando los pueblos hispanos enriquecidos étnica y culturalmente por poblaciones y culturas globales de los cinco continentes, sobresaliendo por número las nativas americanas. [En una época de reconocimiento de las identidades, las que pueden sostener a las personas, esta es una identidad, o sea, una certeza en tiempos de globalización e incertidumbre]

    4. Algunos elementos de la cultura popular como la importancia de nuestros lazos familiares y fraternales, la visión optimista y alegre, la calidez en el trato, el altruismo, etc. más allá de que hayan tenido o no un origen cristiano hace siglos.


    El primero de estos puntos programáticos es el más exitoso y que más adhesiones ha concitado a lo largo de la historia del hispanismo, y este documento panhispánico intentará enriquecer con aportes el anterior. Como programa, ha sido tomado por millones de personas de manera unánime, y se ha convertido en política de Estado de los países iberoamericanos. El idioma castellano por su origen, español por el Estado que lo oficializó primero e hispanoamericano por la región del mundo donde más se ha extendido, ha podido contar con la solidaridad de los escritores –filósofos, historiadores, ensayistas, académicos-; de los sistemas de Educación pública, de los internautas de los medios electrónicos, radiales, y satelitales de comunicación; de los periodistas, impresores, empresarios, industriales, artesanos, comerciantes, feriantes, cocineros, barrenderos, dirigentes políticos, obreros y familias; deportistas, artistas, cantores, actores, actrices; del humilde y cotidiano vecino de la esquina, don José y doña María. Si ha tenido éxito es porque ha llegado a convertirse, -por obra del espíritu comunitario-, en fuerza social.

    El desarrollo de una conciencia lingüística como primer rasgo de una identidad compartida de alcance universal, es el hallazgo más notable de la comunidad hispanohablante en los últimos siglos; y es, al mismo tiempo, un postulado enteramente hispanista, cuyo irreversible triunfo, hispanistas notables, fundadores del hispanismo, apenas pudieron soñar, sin llegar a ver, como nosotros.

    ¿Por qué es tan importante que millones de personas compartan un patrimonio lingüístico común? Porque, como dejó escrito uno de los primeros autores que lo propuso:


    “La sangre de mi espíritu es mi lengua,/ y mi patria es allí donde resuene/ soberano su verbo, que no amengua/ su voz por mucho que ambos mundos llene [...]
    “Y esta mi lengua flota como el arca/ de cien pueblos contrarios y distantes,/ que las flores en ella hallaron brote, […]”

    “[…] lengua en que a Cervantes/ Dios le dio el Evangelio del Quijote.” (Miguel de Unamuno, La sangre del espíritu, España, 1910)


    Una lengua capaz de unir a cien pueblos en ideales comunes, como en su momento lo hicieron el griego, en la Koiné, y el latín, en la Latinidad. Una lengua capaz de contener mundos diversos brotados de raíces diferentes. Una lengua capaz de conservar la tradición y dotar de sentido a la innovación. Una lengua vehículo de pensamientos y sentimientos que enriquezcan el alma. La lengua de esta civilización que es como una persona que tiene algo que decir, algo que puede beneficiar a otros, algo, que de esta manera llegará sin dificultad a oídos de otros. Del éxito de este primer postulado hispanista que es la afirmación de la conciencia lingüística como primer peldaño en la afirmación de otras formas de conciencia comunitaria se deriva un primer resultado notable: ya habitan el mundo más de 577 millones de hispanohablantes, el 7,6% de la población mundial. Y es de esperar que en pocos años seamos 600 millones los hablantes de español. El hispanismo no solo vive y triunfa, sino que cosecha.

    El Instituto Cervantes ha dado a conocer la noticia el día 3 de julio. A finales de los años 1970 se sabía que había 300 millones de hispanohablantes. Medio siglo después esa cifra casi se duplicó. Muchas otras cosas no han cambiado, pero esa cambió de forma revolucionaria. Una poderosa fuerza social y demográfica avanza.

    Los 480 millones de hablantes nativos de español –los que hablan español desde la cuna- superan a los 399 millones de hablantes nativos de inglés. En todo el mundo, solo los 960 millones de hablantes nativos de chino –que son menos que los habitantes de China- superan a los nativos de español. Pero el chino no tiene la misma proyección internacional que el español. El chino –al menos por el momento- es una lengua nacional, no internacional. Muy por detrás queda el francés con 78 millones de hablantes nativos en el mundo. Según los expertos, el español tiene a su favor dos características de las que otras lenguas carecen: es homogéneo –no está diferenciado en dialectos que puedan romper su unidad-, y es geográficamente compacto. La acción constante y consciente de miles de personas a lo largo de siglos lo ha permitido.

    Por ahora, la auténtica diferencia a favor del inglés es su consideración de lengua franca, lo cual depende de la hegemonía de ciertos bloques. Por ejemplo, la expansión comercial y política del Reino Unido y de EEUU desde mediados del siglo XIX ha generalizado el uso del inglés; la adopción del inglés como lengua oficial por la Unión Europea le ha sumado 500 millones de hablantes, así como la pérdida del estatus de lengua oficial del español en Filipinas en 1986, igual que en otras partes de Asia. Estas coyunturas –que se podrían revertir- hacen que el número de hablantes no nativos del inglés (648 millones) supere al de hablantes no nativos del español (97 millones), mientras que el francés cuenta con 190 millones de hablantes no nativos. Pero los hablantes no nativos suelen ser hablantes de competencia limitada, que valoran la lengua como instrumento y no como vehículo de una personalidad colectiva común. Que serían los primeros en desertar si cambiaran las condiciones históricas. Ese es, potencialmente, el talón de Aquiles de USA-UK, de la “Commonwealth”, y de “la Francophonie”.


    De esto surgen varias tareas urgentes para todo buen hispanista:

    1. El mundo sigue creyendo que por razones estratégicas, es más importante estudiar inglés –incluso francés-, o adoptar el inglés –incluso el francés- como lenguas francas, que el español. ¿Por qué el mundo sigue creyendo esto? Porque todavía la hegemonía internacional ideológica y material de los países anglohablantes o francohablantes sigue siendo un factor notable del orden mundial; y no quieren perderla. La tarea de los grupos hispanistas sobre este punto debería ser, por un lado, revertir la imagen, -que es injusta, y en el fondo, falsa- del español como lengua “local”; y por otro, revertir el hecho. El caso del idioma francés demuestra que la extensión de una lengua no determina, automáticamente, mayor grado de hegemonía; pero, a la inversa, la influencia internacional, con frecuencia, neocolonial, –que en el caso de Francia y Bélgica siempre es a la cola de los países anglosajones, pero es- determina el aumento del número de hablantes no nativos de una lengua, de forma exponencial, incluso ridículamente exponencial. La elección del francés como lengua oficial de países muy poblados, muchos de ellos, africanos –como el Congo, con sus 25 millones de habitantes-; y la imposición de esta misma lengua como lengua franca de un grupo de países, como es el caso de la Organización Internacional de la Francofonía, que agrupa 80 países en todos los continentes, -con criterios muy amplios, como “Estado miembro”, “miembro asociado”, “miembro observador”, categorías estas últimas que abarcan un número increíble de países europeos-, y donde además de países, se incluyen comunidades dentro de países, como es el caso de la “Comunidad francesa de Bélgica”; Quebec y Nuevo Brunswick en Canadá; “Comunidad del Valle de Aosta”, en Italia; que, por otro lado, integra a Haití, México, Costa Rica, Argentina y Uruguay, como “miembros observadores en América”, son factores importantísimos para que el francés tenga un número exageradamente alto de hablantes no nativos en comparación con el número de hablantes nativos. Lo cual está lejos de ser un esfuerzo para unir a los pueblos de una Patria grande y sí, en cambio, formar un Imperio neocolonial. La relación de muchos países, nuevos en el mundo, como neocolonias con sus neometrópolis, Francia y Bélgica; y otras veces, sencillamente, como anexiones ultramarinas bajo la forma de “departamentos de Francia” también es decisiva para que no puedan escapar al sistema. Una de estas anexiones, la Guayana francesa, la tenemos en América del Sur; nuestros noticieros poco la mencionan, -como no se refieren nunca a la “Francophonie”-, pero le suma más de 250.000 hablantes a Francia, Estado centralizado, unitario, que ignora las autonomías. El presidente de Francia, E. Macron, hace poco ha anunciado una nueva ofensiva en este terreno. Neocolonialismo que se ha mostrado sin máscara en los casos de las intervenciones de Francia, algunas de ellas militares, en países como Siria, Malí, Guinea Biseáu, y Madagascar, todos excolonias. [2]

    Revertir la imagen: Se debe mostrar a propios y extraños que la verdadera trascendencia histórica de una lengua se debe a su número de hablantes nativos, y lo demás, son trampas al solitario. Por ejemplo, la región hispanohablante cuenta con el mayor número de universidades acreditadas desde los años 1500. Ya por 1800 eran veinticinco. Este tipo de hazañas culturales solo pueden ser obra de una comunidad de hablantes nativos, de personas que pertenecen a una identidad en la que han crecido desde la cuna, no de personas a las que se les impone una identidad o que se las presiona para que la asuman por razones interesadas. Como evento colonial no tendría trascendencia histórica sustancial, sería simplemente un mecanismo de influencia. Pero estas universidades hispanoamericanas, de las cuales las más antiguas son la Universidad Santo Tomás de Aquino, fundada en Santo Domingo en 1538, y la Universidad de San Marcos, fundada en Lima, en 1551, que desde entonces han seguido funcionando durante siglos, y hasta la actualidad, son glorias nacionales en República Dominicana y en Perú. Lo cierto es que por esta vía se puede aumentar el número de hablantes nativos, atrayendo a nuestras universidades a los no nativos, siempre y cuando la oferta sea de calidad, lo cual es un hecho indiscutible en el caso de las universidades más antiguas y de más prestigio. [3] Invitándolos a radicarse en nuestras patrias y aportar; creando una sólida comunidad científica hispanohablante de destaque internacional, cuando lo que viene ocurriendo es, al revés, que invertimos en formar estudiantes nativos que después se van y aportan el resto de sus vidas a otros países. No es tan difícil hacerles propaganda a nuestras universidades, ya que la realidad termina por imponerse: son más baratas que las anglosajonas, muchas son públicas y gratuitas, sin que esto aminore su calidad; es falso que para cursar estudios académicos superiores haya que estudiar toda la vida inglés –o francés- y matricularse en universidades anglófonas o francófonas a precios usurarios; el estudiantado de esos centros se caracteriza menos por su brillo que por su sobreendeudamiento, como lo indican muchos informes (y demandas presentadas por los estudiantes). También es falso que las becas ofrecidas desde el extranjero se adjudiquen pensando en darnos oportunidades: normalmente se dan para sondear talentos y fugarlos a países menos creativos que los nuestros. En cambio, sería deseable que se hablara perfecto español, que se leyera y se escribiera mejor en este idioma: el mundo sigue siendo de los que leen y escriben, de los piensan, investigan y producen pensando en beneficios para su comunidad y no para una potencia extranjera. También sería deseable que se contribuyera más con la red universitaria iberoamericana, sobre todo la pública y gratuita, pensando en el conjunto de la comunidad, como fue nuestra tradición; pero también, en formar una sólida red de universidades públicas, privadas, comunitarias, formales e informales que se apoyen entre sí en cuestiones como recursos y currículos. Tampoco los “índices de calidad académica” deben quitarnos el sueño. Como ya sabía San Pablo, no hay sanción legítima para quien no está convencido. Ciertos estándares de calidad académica de exclusiva invención anglosajona son tan arbitrarios como otros que se aplican al mundo de las finanzas, de la jurisprudencia, de los intercambios comerciales, y de los derechos de autor. Están hechos a medida del inventor y no es extraño que en estas condiciones el inventor “triunfe en el mercado”. Para nosotros son un “lecho de Procusto”, nombre del asesino griego que estiraba o mutilaba a sus víctimas supuestamente con la excusa de que encajaran dentro de la cama que les había tendido, y que jamás era de la medida de estas. Ya nos hemos referido a características que nunca podrían ser indicador de calidad en ningún sistema: una es el sobreendeudamiento, la otra son una serie de formas tan graves de marginación, que una parte de la población está convencida de que el talento está por detrás del dinero, invirtiendo la fórmula de Salamanca. En cambio, el mundo hispanohablante, que tiene una riquísima tradición intelectual, bien podría trazar sus propios criterios de calidad universitaria. Si queremos que más estudiantes del mundo estudien español, debemos atraerlos a nuestras universidades desde todas partes del mundo, destacando las virtudes de las nuestras, que para empezar, son las más antiguas de América; y como la caridad empieza por casa, debemos invitar a estudiar en ellas, primero, a nuestros estudiantes –cualquiera sea su etnia o grupo social-, en vez de recomendarles que se vayan. Lo que decimos de las universidades, se podría decir de muchas otras iniciativas. Un ejemplo bien conocido es la actividad en conjunto que escritores y editores de textos en español han venido realizando desde la segunda mitad del siglo XX, dando paso a una “explosión” de la literatura en lengua española que ha permitido recuperar la posición del español como lengua literaria internacional de prestigio que tenía en el Siglo de Oro, o los esfuerzos del cine hispanoamericano o de la industria audiovisual que han podido hacer llegar a tierras extrañas el sentir propio de nuestras almas, penas y alegrías cotidianas, pero que en primer lugar debieran llegar a nuestra gente a través de una red de cine independiente. Falta producir más textos científicos en español sobre temas que solo nosotros podemos, invitando a los científicos del resto del mundo a leerlos en español, pero, sobre todo, a los miembros profanos de nuestra comunidad, lo cual exige una política urgente de mejora de la calidad de la enseñanza y de los aprendizajes por todos los medios posibles, formales e informales, y el despertar de un interés genuino por el conocimiento –el saber por el saber mismo- más allá de sus funcionalidades. Por otra parte, el interés por estudiar aumenta si los planes de estudio son pensados junto con las oportunidades o salidas laborales. Si al pensar los planes, también se tiene en cuenta el estado de una determinada industria o sus posibilidades a futuro en un determinado momento. Por ejemplo, la carrera de Licenciatura en Ciencias Históricas puede pensarse como el estudio de grado para un posgrado en actividades de valor económico vinculadas a las industrias de: cine histórico, literatura histórica, artes gráficas históricas –desde la decoración y la pintura hasta las historietas o cómics y las caricaturas-, arquitectura historicista, etc. Discusiones que todo buen hispanista, dentro de la urgencia de la tarea, debe dar, apoyando iniciativas de los otros, promoviendo iniciativas él mismo.

    b. Revertir el hecho: En primer lugar, reconocer el hecho. Hay proyectos geopolíticos en pugna; esto es una realidad y no una declaración de deseos. Nos gustaría que en el mundo hubiera solidaridad y no competencia entre bloques y potencias: sería todo más cordial, fácil y productivo; y no es que no haya ninguna forma de solidaridad internacional, pero hay un fondo de competencia, guste o no, de rivalidad que se viene dando de manera constante desde hace siglos y que no impusimos nosotros; que tampoco podríamos eliminar; pero que debemos saber manejar. En segundo lugar, -y en consecuencia-, debemos saber cómo interpretar la geopolítica del mundo en que vivimos para transformarla. Por ejemplo, el porcentaje del PBI mundial que representa toda la producción anual de bienes y servicios de los países hispanohablantes es –al menos por ahora- solo el 6,9% del total, donde el PBI de España es el 1,6% del PBI mundial; de los países de la Comunidad de lengua portuguesa, donde el PBI de Brasil es el 2,39% del PBI mundial, mientras la de quienes hablan chino es el 18,2%, y la de los países anglosajones, casi diez veces superior: el 55%; solo EEUU representa el 25% del PBI mundial, Reino Unido y el ex imperio británico o Commonwealth, el 30%. Y aunque también es cierto que el uso de una lengua común puede multiplicar por tres en una zona los intercambios comerciales, esto tampoco es mecánico. [4] Cómo se construyen estos datos, qué es lo que significan, por qué motivos es necesario verlos con ojo crítico, qué fuerzas los distorsionan, y cómo se puede hacer para incidir sobre ellos, son todas cuestiones que deben preocupar a un buen hispanista.

    c. ¿Significa esto que la Hispanidad tiene que organizarse de la misma manera que la Francofonía o la Anglósfera, es decir, buscando la hegemonía mundial, el liderazgo técnico, material, financiero, militar, neocolonial, neoimperial; poniéndonos incluso para lograr esto, interesada y servilmente a la cola de potencias que graciosamente podrían compartir con nosotros las migajas del banquete, por aquello de que “es mejor ser cola de león que cabeza de ratón”? Si la respuesta es no, se debe a que la Hispanidad desde su origen se ha pensado como una comunidad de hombres libres, un régimen de personas. Decían los fundadores del hispanismo: “somos una raza espiritual, no una raza material, biológica”. [5] Hispanidad como una comunidad que entiende la política –considerada, a su vez, actividad de índole social superior- como regida por valores que no pertenecen solamente al ámbito material, -como el dinero y el poder- sino al plano del espíritu. Para cosas más altas hemos nacido [6] y es más exigente trabajar por ellas; valen la pena y la fatiga. Aspiramos a ser una civilización de tipo superior, donde “superior” no quiera decir que tiene la capacidad de saquear, oprimir e imponer, -señalaba también José Enrique Rodó, y comentaba, leyéndolo, Leopoldo Alas- sino de dar, y dar generosamente; de liberar y comprender.

    2. La Hispanidad, que habla español, convive con otras formas de identidad: la Toltecáyotl, la herencia de los pueblos toltecas de Mesoamérica, -del Cemanáhuac-, que hablan náhuatl; la Ñande reko, el patrimonio cultural de los pueblos del tronco guaraní del Araguay, de la región fluvial de América del Sur; la Reqsechicuy, la identidad común de los pueblos del Tahuantinsuyo, la región montañosa de América del Sur, que hablan quechua. Las identidades pueden convivir unas con otras respetando su personalidad y sus límites. Y lo que decimos del idioma español se aplica a otros: para comprender una comunidad se necesita conocer su lengua y habilitar su palabra. Nadie puede, -como pretende el indigenismo paternalista- hablar por otro. Cada lengua comunica un mundo, y es insustituible. Y esto no excluye que una misma persona pueda formar parte de diferentes identidades. Que desde esa doble participación pueda establecer conexiones entre ellas, como Guaman Poma. Pero, cuando un León Portilla traduce e interpreta la Toltecáyotl para los mexicanos, lo hace desde la Hispanidad, desde el idioma español y su mundo. Su aporte, por lo tanto, es sobre la Toltecáyotl pero para la Hispanidad. Un aporte para la Toltecáyotl tendría que hacerse desde su núcleo espiritual y en su lengua. En cambio, se puede vivir en los bordes y fronteras de las identidades: hibridismo o mestizaje.

    3. Son fuerzas que actúan a favor de la difusión del español, su situación actual de lengua no dialectizada, no diferenciada al grado de que pueda resultar de difícil comprensión para los hablantes de una misma comunidad como ocurre en algunos casos con el portugués (peninsular/sudamericano/africano), el inglés (británico/americano), y el francés (europeo/criollo). También actúa a favor del español el hecho de que teniendo mayor número de hablantes nativos, estos tienden a tener mejor competencia lingüística que los no nativos. Pero sobre estos dos pilares hay que trabajar de manera consciente, porque lo mismo que hoy son pilares mañana podrían convertirse en pies de barro, haciendo retroceder al idioma, y con él, al pensamiento. Y hay estudios que indican que millones de hispanohablantes nativos tienen bajo nivel de comprensión y de producción en español, colocándose cerca de los no nativos de competencia limitada. El sistema de Educación pública tiene mucho para hacer en este terreno; pero la Educación pública tiene que ser apoyada, -y no solo monetariamente- tiene que ser alentada; cariñosamente arropada por una Comunidad empática, porque los maestros y profesores –un solo sector social- no pueden llevar en soledad la carga del todo. Entre otras posibilidades, el desarrollo de centros de educación informal, de cooperativas, de educación libre, o comunitaria, de ser posible trabajando en red, pueden influir en la mejora de este proceso.

    4. Por otro lado, una fuerza que incide en la difusión del español es que se habla en zonas geográficamente compactas. Hay 20 países independientes cuya lengua oficial es el español, los cuales se encuentran casi todos juntos en una misma área; y hay más países donde se habla español pero no es oficial. Esto sin desmedro de otras lenguas, pues en países como Perú y Bolivia hay hasta 38 lenguas nativas que son cooficiales. Hay, por hispanohablantes, hispanomexicanos, hispanonicaragüenses, hispanoperuanos, hispanochilenos, hispanouruguayos. Pero de esto mismo se puede inferir que un país hispanohablante dentro de una zona de influencia hegemónica anglosajona peligra perder su estatus lingüístico. Es el caso de Filipinas, donde en 1986 el español dejó de ser lengua oficial, después de haber sido la primera lengua de comunicación general de los pueblos de la zona desde 1565. Puerto Rico sigue luchando por el español como su principal seña de identidad e independencia, y EEUU, en su conjunto, donde más ha crecido el número de hispanohablantes, no solo lucha por la cooficialidad sino para no ser perseguido. En la misma España hay regiones donde la cooficialidad del español está en peligro; y el hecho de que en la Unión Europea el español no sea cooficial junto al inglés, resulta, -además de injusto-, peligroso. Convierte a la Unión Europea en territorio anglósfero. (¿Por qué inglés y no alemán, por ejemplo, cuando en Europa hay más hablantes nativos de alemán, -más de 100 millones- que de inglés -61 millones-? Si la respuesta es “por la proyección internacional del inglés”, entonces, ¿qué pasa con la proyección internacional –e histórica- del español?) [7] Lo mismo puede decirse de los organismos internacionales. [8] Se debería promover la reoficialización y la cooficialización del español en todos los casos en los que se ha producido una pérdida o sería justo un avance.

    5. Si nos enfocamos ahora en el tema del número de hablantes nativos del chino y del español, hay dos potencias lingüísticas que se perfilan en el mundo, una en Oriente, y otra en Occidente. Porque los hablantes no nativos de otras comunidades lingüísticas fácilmente podrían desertar si cambiaran las condiciones históricas. La nueva fuerza histórica y social que podría cambiar de forma revolucionaria el mundo del siglo XXI es la Hispanidad unida. La producción, el comercio, el consumo, hoy en crisis, reverdecerían con el intercambio entre estas dos potencias del mañana: Hispanidad y China. Ya el Imperio romano que por primera vez instituyó la ruta de la seda, -luego ruta de las especias, y por último, ruta de la plata americana- era una potencia liderada –en sus mejores momentos- por emperadores de origen hispano. Ya el Mediterráneo cristiano, que perfeccionó la ruta, pudo contar, en la Edad Media, con el valioso aporte de una delegación castellana, émula de Marco Polo, que llegó a Samarcanda, Uzbekistán, mientras en el Atlántico otros castellanos exploraban las islas Afortunadas, hoy Canarias. Y el viaje de Colón por el Oeste no hubiera tenido sentido de no haber sido una opción para incorporarse a la ruta de la seda siguiendo un camino inexplorado. Así como luego de Colón, la ruta del Galeón de Manila, de España a México y de México a Filipinas y China hasta el año 1815. Relanzado el proyecto a fines del siglo XIX con el nombre de “Camino de China” [9], y frustrado por la guerra hispanoyanqui de 1898, hoy nuestros empresarios buscan el comercio con Asia Pacífico, que no solo es el comercio con China. El proyecto chino “Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda” lanzado por Xi Jinping en 2013, debe ser repensado y relanzado desde la Hispanidad, que siempre tuvo su propio proyecto en ese sentido, con la finalidad de armonizar los dos extremos del mundo, Hispanidad y China. De un estudio histórico en profundidad de todos estos momentos históricos de nuestra evolución, tenemos mucho que aprender sobre cómo funciona y cómo podría funcionar el mundo de hoy.

    Un último tema, que suele aparecer en las discusiones sobre Hispanidad: no hay un nombre que pueda expresar la realidad del hemisferio americano en su conjunto. Los nombres “Hispanoamérica”, “Iberoamérica”, “América Latina”, tienen un valor instrumental, “práctico”, para los organismos internacionales –sobre todo, desde el punto de vista estadístico- y las cancillerías; pero la realidad del hemisferio es múltiple y una. No hay discurso, por potente que sea, que pueda abarcarla o crearla. En cambio, hay identidades, unas en contacto con otras. Las fronteras políticas de los países hispanoamericanos no coinciden con fronteras macroétnicas. Los Estados-naciones de la región se crearon con criterio político, luego reconocido por la comunidad internacional. Solo después surgieron unas “naciones”, en la medida en que los Estados crearon o fomentaron unos códigos comunes, como ya había hecho la administración española; siguiendo los mismos límites que había implementado la administración española con criterio administrativo –valga la redundancia-, es decir, que no estaban pensados para ser límites de naciones. Lo que se hizo fue crearles unos imaginarios comunes, una historia “oficial”, un himno, una bandera, un escudo, unas ceremonias cívicas, sistemas comunes de gestión, no siempre igual de justos o de eficaces para toda la población; un sistema de Educación Pública, un sistema de Salud Pública, un Ejército común, un Parlamento, un Poder ejecutivo, un mercado común, un mismo cuerpo cívico, una misma condición ciudadana, un sistema de comunicaciones compartidas, una prensa periódica compartida, y, finalmente, una lengua oficial. Ninguna de estas cosas por separado ni todas ellas juntas crean una “nación”. Lo que hacen es, “independizar” unidades administrativas dentro de lo que era un sistema administrativo común, el español. Solo desde este punto de vista hay nacionalidades, que unas veces unen, y otras separan a identidades preexistentes; una Bolivia, por ejemplo, que agrupa a quechuas, aymaras, guaraníes, hispanos, pero al mismo tiempo los separa de sus hermanos de Perú, Paraguay o Argentina. Además existen etnias mestizas, híbridas, pero que ya tomaron identidad propia, o bien siguen siendo etnias impregnadas por otras; esto ocurre en todos los estratos sociales, desde el campesino criollo de influencia india, o las religiones de influencia africana, hasta las élites “cosmopolitas”, o “globalizadas”, que en realidad han sido anglicizadas. Pero agrupar a estos estratos diferentes en una “nacionalidad”, -peruana, chilena, mexicana- bajo la presión que suponen doscientos años de convivencia, no siempre deseada, es hacer, desde las élites asociadas al poder del Estado, un ejercicio de abstracción y de imaginación, luego impuesto a toda la población a través de la Educación, los medios de comunicación, los medios de transporte y otros medios técnicos. [10] Agrupar por otro lado, a estas “nacionalidades” en una región mayor, llamada “Hispanoamérica”, “Iberoamérica”, “América Latina”, ya es un grado más alto de abstracción y de imaginación; crear organismos regionales que respondan a estos criterios, como la SEGIB para los países “iberoamericanos”, o la CELAC para los países “latinoamericanos”, o UNASUR para los países “suramericanos”, -no hay ningún organismo, salvo la Real Academia Española, que agrupe a los países “hispanoamericanos”-, es esforzarse por materializar entidades abstractas en planos de complejidad creciente, lo cual supone también inversiones también crecientes en infraestructura, y una arquitectura de tratados y acuerdos con cesión también creciente de las soberanías político-administrativas. En la realidad, pertenecemos a diferentes grupos, unos más “cara a cara”, y otros más impersonales; unos más “imaginados”, que dependen de las imágenes colectivas que los medios de comunicación y transporte permiten; y otros más “tribales”; pero la Hispanidad es una identidad concreta, con mayor grado de abstracción que la identidad de un solo pueblo hispano, por ejemplo. Y las identidades siguen siendo, desde la “tribu” hasta la “nación”, una población con un idioma común, un conjunto de creencias comunes, una historia común, unas tradiciones comunes, unas costumbres comunes. Algunos de esos elementos o todos a la vez. En cuanto a la posibilidad de unir a los países en grandes bloques continentales, no hay la menor duda, ya que los países iberoamericanos no representan identidades sino aglomeración de identidades, encuadradas en antiguas jurisdicciones político-administrativas. Para unirlas, solo se necesitaría optar por una bandera –que fácilmente podría ser un mosaico de banderas-; un himno –que podría contener estrofas de cada uno de ellos- entre otros símbolos contemporáneos de estadidad; y unos aparatos administrativos comunes, que ya han empezado a ser creados por diversos bloques, una moneda común, un Sistema de Educación Público con autoridades que representaran a cada uno de los países, entre otras cosas. Y siendo más ambiciosos –porque todavía hay Estados que no han logrado integrar las regiones que los forman-, un mercado común, eliminación de aduanas, flexibilidad para las migraciones, libre flujo de capitales, etc. En cuanto a las identidades, sus mecanismos de integración son diferentes. Las identidades –en nuestros casos- son internacionales. No importa si están más acá o más allá de los límites de nuestros Estados, que se construyeron sobre la base de antiguas jurisdicciones administrativas sin criterio identitario, por más que los autores nacionalistas hayan tratado de asociar al Estado sucesor de la unidad político-administrativa Nueva España (Imperio mexicano, México) con los aztecas; al Estado sucesor de la unidad político-administrativa Perú, con los Incas, operaciones ideológicas se resultados meramente simbólicos, porque ni los aztecas ni los Incas recuperaron el poder dentro de esos Estados, ni marcaron la impronta cultural de los mismos. Es verdad que desde todos estos planos que acabamos de considerar, dispuestos como una estructura en hojaldre, cortada en trozos, se pueden tratar de crear “naciones” –políticas-, a partir de sentimientos localistas previos. Pero siempre estará, por ejemplo, la mirada nostálgica del criollo sobre lo indio, dirigida por la intención de fabricar símbolos, imágenes, sensaciones y sentimientos de valor puramente figurado; como también la mirada del indio contemporáneo occidentalizado estará marcada por el mismo interés; nunca estas miradas serán miradas comprometidas, toda vez que se trata de identidades diferentes, cada una con sus propio núcleo espiritual e intereses materiales diferentes y hasta contradictorios. Para el criollo lo indígena es simple símbolo de americanismo con el que se diferencia del europeo. Pero solamente desde la “Indianidad” –por decir algo- el “indio” se compromete con el “indio”.

    2. Una observación: durante siglos las identidades no coincidieron con los límites políticos de los Estados-naciones –y hoy tampoco, en realidad-, considerando a los Estados-naciones como unidades políticas con pretensión de coincidir con el territorio habitado por una determinada nación, y a la inversa, la nación como un conjunto humano con la pretensión de tener un Estado propio. Durante siglos, las identidades vivieron sin Estados, sin territorios definidos, dentro incluso de Estados hostiles, como hoy los judíos, los musulmanes, y diría también los cristianos, si no fuera porque, la ampliación de la zona de influencia “cristiana”, es obra, cada vez más del ateísmo y no del cristianismo como tal. Cabe entonces pensar la Hispanidad como zona de influencia, como red de contactos, como flujos alrededor del mundo, y no solo como territorios. Ese fue, en realidad, el origen de la Hispanidad, como fue también el origen del Islam, y el origen de la difusión del pueblo que primero tomó el nombre de hebreo, luego de israelita y más tarde de judío, emigrando desde la antigua Ur, en el Medio Oriente, al Próximo Oriente, y desde allí al resto del mundo. Lo cual no es contradictorio con la existencia actual de Estados-naciones; solo que a veces la identidad se refuerza a través de la emigración, de los “entrañables” contactos a distancia, conviviendo diariamente con los diferentes; mientras los Estados actuales angloárabes o anglohispanos [11], muchas veces gobernados por élites egocéntricas, están cumpliendo la misión de enfrentar a unos pueblos con otros al tiempo que se someten ellas mismas como tributarias de la Anglósfera.


    [1] Es una Petición dirigida a los “Estimados hispanistas de todo el orbe”, disponible en peticiones24.com/decalogo_hispanista. Todos los destacados en cursiva de expresiones del autor son nuestros.

    [2] “44 intervenciones militares francesas en África desde 1961” en Nuevatribuna.es, 15 de noviembre de 2015; Jean Batou, “El relanzamiento de las operaciones militares francesas en África y la apatía humanitaria de la izquierda” en Viento Sur, 5 de febrero de 2014; Iván Giménez, “Francia y su larga historia de intervenciones en África”, 12 de enero de 2013.

    [3] En el Informe 2017 del Instituto Cervantes dice que hay en el mundo 21.252.789 hablantes de español del grupo GALE (Grupo de Aprendices de Lengua Extranjera).

    [4] “Foreman-Peck (2007) considera que las diferencias lingüísticas se convierten en un ‘impuesto’ sobre el comercio. Frankell/Rose (2002) y Helliwell (1999) identificaron las diferencias lingüísticas como barreras para el comercio, equivalentes a tasas que podrían implicar un incremento tarifario de entre un 15% y un 22%. También indicaron que el hecho de compartir una lengua común podría aumentar el comercio bilateral entre un 75% y un 170%. Sin embargo, Hagen (2008) recuerda que otros estudios como el de Siscart (2003) indican impactos más modestos, con un incremento tarifario de un 6% aproximadamente.” En José Paulo Alonso Esperança, Español y portugués, lenguas en convivencia. El valor económico de la lengua en las relaciones con el exterior. El caso portugués, Cervantes.es, http://congresosdelalengua.es/valparaiso/ponencias/lengua_educacion/esperanca_jose_p.htm

    [5] “Digo Hispanidad y no Españolidad para incluir a todos los linajes, a todas las razas espirituales, a las que ha hecho el alma terrena –terrosa sería acaso mejor– y a la vez celeste de Hispania, de Hesperia, de la Península del Sol Poniente, entre ellos a nuestros orientales hispánicos, a los levantinos, a los de lengua catalana, a los que fueron cara al sol que nace, a la conquista del Ducado de Atenas.” (Miguel de Unamuno, “Hispanidad”, en Síntesis, Buenos Aires, noviembre de 1927.

    [6] “Créeme Torcuato: para cosas más altas y magníficas hemos nacido, y esto podemos conocerlo por las mismas facultades y potencias del alma, entre las cuales está la memoria infinita de innumerables cosas, la conjetura no muy distante de la adivinación, el pudor que modera las pasiones, la justicia, guardadora fiel de la sociedad humana, y el firme y estable desprecio del dolor y de la muerte, para arrojarse a los trabajos y arrostrar con frente serena los peligros.” (Cicerón, Lelio, o diálogo sobre la amistad)

    [7] Se supone que hay 24 lenguas oficiales en la Unión Europea, pero en los hechos, a partir de una apreciación errónea, el idioma oficial es el inglés. Lo anterior solo significa que un funcionario de la Unión Europea está obligado a recibir comunicaciones y contestarlas en español en el caso de que las presentara un hispanohablante. Ver https://europa.eu/european-union/topics/multilingualism_es


    [8] Hay 6 idiomas oficiales de las Naciones Unidas, árabe, chino, español, inglés, francés y ruso. Pero muchas veces en la práctica este criterio se desconoce. Se trata de exigir que se cumpla.
    [9] Enciclopedia Hispano-Americana, circa 1895. Ministerio de Ultramar. Editorial Jackson, Madrid/Barcelona/Nueva York.

    [10] Para Benedict Anderson (Benedict Richard O'Gorman Anderson), las Comunidades imaginadas (1983/1991), son “artefactos” construidos social e históricamente. El Estado-nación se forma durante la era capitalista industrial durante la Época Contemporánea gracias a los avances técnicos propios de la época y América hispanohablante es una de las primeras regiones donde tiene lugar este proceso (Si bien con intervención británica) A esta etapa se llega, según el autor, por evolución, luego de pasar por la formación de las comunidades religiosas y dinásticas características de la Edad Media y la Época Moderna. El concepto de “imaginado” se refiere a las imágenes colectivas –como por ejemplo los mapas- que los medios de comunicación y transporte van creando entre grupos de personas en un determinado territorio considerado como componente de un Estado.

    [11] Ver Julio C. González, La involución hispanoamericana. De provincias de las Españas a territorios tributarios: El caso argentino. 1711-2010, Editorial Docencia, 2010




    _______________________________________

    Fuente:

    https://www.facebook.com/notes/movim...61583380306004

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    Re: Potencialidad Hispanoamericana

    Dr Santiago Armesilla - China y la alternativa Geopolítica Iberófona

    El campus de Madrid-Vicálvaro acogió este jueves 30 de septiembre la conferencia coloquio ‘Leyenda negra y geopolítica española’, protagonizada por el académico, analista y consultor en Relaciones Internacionales, Marcelo Gullo.

    El Dr. Santiago Armesilla, presenta su postura sobre la relación con China y La necesidad de unión de los pueblos Iberófonos, en contraposición a la idea de "Europa" y "Occidente".





    https://www.youtube.com/watch?v=U4CVhpz1e_0

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    Re: Potencialidad Hispanoamericana

    Mestizaje y geopolítica: el futuro de Hispanoamérica





    agosto 3, 2023

    Por Leonardo Brown

    Fragmentación social y ausencia de un proyecto común



    El nuevo orden multipolar

    Los eventos acaecidos durante el transcurso del siglo XX significaron la desaparición definitiva del modelo de Estado-nación, establecido por la Paz de Westfalia de 1648, el cual se fundamenta en el concepto de soberanía y el plano de igualdad jurídica entre naciones. El desenlace de la Segunda Guerra Mundial orientó la política internacional hacia un modelo bipolar, sucedáneo de la Conferencia de Yalta de 1945, en el cual se consolidaron dos polos de poder: Washington y Moscú. Todo ello sin que se perdiera un nominal reconocimiento de la soberanía y la independencia de los Estados nacionales, como cuestión estrictamente de iure en el seno de la Organización de las Naciones Unidas.

    El mundo bipolar funcionó sobre la base de una paridad en potencial económico y estratégico-militar entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, a la vez que existía una oposición ideológica entre el capitalismo liberal y el comunismo soviético. El año de 1991 vio la desaparición de uno de estos polos, con la disolución de la Unión Soviética. A partir de este momento, la política internacional transitó hacia un “mundo unipolar», dirigido por los intereses y la política exterior de los Estados Unidos de América y de sus aliados de la OTAN. En las últimas tres décadas, el mundo ha atestiguado la expansión de la ideología norteamericana, centrada en el capitalismo, el lenguaje de los “derechos humanos” y la democracia liberal, parámetro pretendidamente universal bajo el cual se ha buscado por la presión tanto económica como bélica, la creación de una “América Global”.

    El conflicto entre la OTAN y Rusia representa un punto de inflexión en la ruptura del orden unipolar, como tránsito hacia la multipolaridad, que admite la coexistencia de grandes potencias bajo un mutuo reconocimiento, fenómeno al que denominaremos como “el nuevo orden multipolar” (Dugin, A.; “La Multipolaridad. Definición y diferenciación entre sus significados”). La decadencia del Imperio norteamericano, sin que por ello desaparezca su influencia y alcance mundial, posibilita un nuevo marco de la política internacional, en el que los Estados Unidos, China, y Rusia, actuarán como las potencias hegemónicas al frente del planeta. Esto a la par que cobrarán mayor importancia “potencias emergentes”, como el caso de la India, Irán, Brasil, entre otros, con una cada vez mayor preeminencia del llamado G-2 entre China y Rusia. Todo ello en el contexto del auge de alianzas internacionales con un enfoque regionalizado, por oposición a global.


    Los Estados Unidos de América se resisten a perder su esfera de influencia sobre el continente americano, pues queda fuera de duda que ésta es la base que le ha permitido la continuación de su hegemonía global, ya anunciada desde el siglo XIX, con la “Doctrina Monroe”y el infame “Destino Manifiesto”.


    La desdolarización y el apartamiento del orden mundial estadounidense por parte de numerosos países, particularmente africanos, asiáticos, e hispanoamericanos, es una realidad. Se nos ofrece una coyuntura en la que se permite un rango de maniobra mayor para “naciones de segundo orden» en el contexto geopolítico. Los Estados Unidos oscilan entre una política de “neomonroísmo”, representada por el gobierno demócrata de Joe Biden, y un gobierno de mutuo reconocimiento más abocado a la política económica, representado por el bando republicano cristalizado en el expresidente Donald J. Trump. La dirección que ha tomado la política exterior del gobierno demócrata en turno no ha hecho otra cosa que acelerar un inevitable desentendimiento de una cada vez mayor parte del mundo con el gobierno global norteamericano.

    En el caso de Hispanoamérica, hemos visto en tiempos recientes, en el caso de países como Honduras, el reconocimiento exclusivo de la República Popular China, en desprecio de Taiwán, como única nación china; hablando de Argentina, esta nación se ha incorporado a las políticas monetarias de los BRICS, sin perjuicio de las propuestas en pro de los Estados Unidos, por candidatos neoliberales como Javier Milei, que buscan revertir el inevitable proceso de desdolarización. Está claro que los Estados Unidos de América se resisten a perder su esfera de influencia sobre el continente americano, pues queda fuera de duda que ésta es la base que le ha permitido la continuación de su hegemonía global, ya anunciada desde el siglo XIX, con la “Doctrina Monroe” y el infame “Destino Manifiesto”.


    El panorama deseable, por tanto, no es dar la espalda a Nueva York para someterse a Pekín o a Moscú, sino comenzar por la introspección: ¿quiénes somos y por qué no podemos dejar de percibirnos como tristísimos patios traseros?


    La ruptura del orden unipolar estadounidense, lógicamente, produce un vacío ideológico, en el que se resquebraja la homogeneización de los valores pretendidamente universales de los norteamericanos. El tránsito hacia el orden multipolar es en sí mismo un cuestionamiento a la vigencia de los ideales de la “América Global», controversia que se suscita tanto en el plano de lo teórico como de lo fáctico. La superación de la orientación estadounidense produce un hueco que es necesario llenar, si es que se quiere comenzar a desarrollar una política nacional e internacional propia.

    Para salir de la atrofia en la que se encuentran sumidas nuestras naciones, tristemente ocupadas por políticos mediocres que no conocen otro son que el del flautista de Hamelín de conveniencia —siempre vendidos a intereses mezquinos y/o extranjeros—, es urgente replantearnos el papel que queremos desempeñar en el nuevo orden multipolar. El panorama deseable, por tanto, no es dar la espalda a Nueva York para someterse a Pekín o a Moscú, sino comenzar por la introspección: ¿quiénes somos y por qué no podemos dejar de percibirnos como tristísimos patios traseros?


    En sentido opuesto, la espiritualidad hispana, digna herencia de la Cristiandad, trascendía las fronteras y los límites geográficos, para unir nuestros destinos bajo el Evangelio.


    Debemos tener muy claro que, si los Estados Unidos han triunfado en instalar su hegemonía sobre el continente americano, esto ha sido posible por la misma fragmentación que padecen los pueblos hispanos. Nuestras guerras civiles y nuestras secesiones, al comienzo del siglo XIX no implicaron una separación frente a una entidad política “extranjera”, a la que hemos denominado “Imperio Español”, sino un radical apartamiento de nuestra esencia y nuestro estilo como forma particular de ser, siguiendo a Manuel García Morente. De la misma manera en la que el indio, el mestizo y el criollo batallan incesablemente en el terreno interno de lo social, las repúblicas Hispanoamericanas luchan por una supremacía cortoplacista frente a sus naciones hermanas. En sentido opuesto, la espiritualidad hispana, digna herencia de la Cristiandad, trascendía las fronteras y los límites geográficos, para unir nuestros destinos bajo el Evangelio.

    En el contexto geopolítico, todos parecen percibir con nitidez la unión indisoluble de los pueblos hispanoamericanos, aunque sea bajo la aberrante denominación de “Latinoamérica”; todos, por supuesto, menos nosotros mismos, obsesionados en encontrar puntos de discordia con quienes realmente compartimos no solamente lazos culturales, regionales, lingüísticos, sino más aún, espirituales. Ya bien decía Vasconcelos en su clásica obra “Bolivarismo y Monroísmo”, publicada por primera vez en Santiago de Chile, en 1933:

    En cuanto a la política externa, bastará recordar lo que cada extranjero ilustre que nos estudia, confirma, y es: que somos un bloque étnico y político desde el Bravo hasta el Plata. Y que de no reconocerse esta unidad en la acción pública estamos condenados a seguir siendo factorías productoras; mercados de lanas y trigo en la Argentina; oro y plata, petróleo en México, y poblaciones extranjerizantes, clientes del Cinematógrafo de Hollywood y de los alcoholes de exportación, Whiskeys, que no hubiera ingurgitado un esclavo de la civilización de nuestros ancestros, fundamentada dichosamente en la vid (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”).

    Nosotros tenemos claro que ésta es la hora de Hispanoamérica, que solamente será nuestra en el momento en el que los hispanos despertemos a nuestra conciencia, para fabricar nuestro destino. Comencemos por reconocer que el patriotismo mexicano no tiene por qué excluir el patriotismo guatemalteco, el venezolano, el chileno, el argentino, el dominicano o el colombiano, sino todo lo contrario, pues al amar lo que somos terminaremos por amar lo que también es nuestro vecino, con quien compartimos lengua, espíritu y costumbres. ¿Qué impulso colectivo tienen las naciones hispanas si no es el de la conciencia católica?


    La fragmentación de la sociedad y la ausencia de un proyecto común

    Al hablar de México, es innegable que el país parece haber renunciado desde hace mucho al anhelo de ser una nación libre, con destino propio. Nuestra humillante derrota a manos de los yanquis en el 48 sigue siendo una carga moral que oprime los hombros de todo mexicano, casi siempre avergonzado de su herencia —excepto para lucir camisetas de fútbol—, terreno propicio para el florecimiento de “pochismos” [1], en la asimilación consumista de costumbres extranjeras. La división entre la población india, mestiza y criolla, hace que los teóricos deterministas y los pseudointelectuales sentencien nuestra situación como un espacio en el que la lucha de clases y la destrucción de los “privilegiados” ocurrirá inevitablemente, solamente en cuestión de tiempo.


    Cuando en México teníamos espíritu, lo mexicano consistía, por el contrario, en “la alianza perenne de indios mestizos y criollos”.


    La importación de la mentalidad liberal, de cuña protestante, ha instalado en la mentalidad mexicana el egoísmo como criterio rector. El individualismo hace prevalecer una visión bajo la cual cada persona debe buscar su propio interés, en desprecio de cualquier lazo de unión con sus semejantes, como fondo común sobre el cual se desarrolla todo aspecto de la vida comunitaria. El resultado de estas doctrinas disolventes no puede ser otro que el vacío espiritual por la prevalencia de lo material, lo cual, a su vez, detona “el divorcio del indio y del mestizo, el divorcio de mestizos y criollos, el divorcio de lo español y lo indígena” (Guzmán Valdivia, I.; “Nuestra Reconquista”) dejando a la sociedad como un mero caparazón ensamblado por la conveniencia, en el que confluyen los egoísmos de las castas.


    El abandono de nuestras raíces provoca un entorno propicio para el florecimiento de pseudonacionalismos, bajo la ridícula forma del indigenismo, y otras fórmulas racistas ideadas a lo anglosajón y lo germánico.


    Cuando en México teníamos espíritu, lo mexicano consistía, por el contrario, en “la alianza perenne de indios mestizos y criollos”. Lo que es lo mismo para el peruano, el chileno, el ecuatoriano y el argentino, siendo que “lo hispanoamericano tiene por esencia esta mezcla” (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”); mezcla a la que hemos denominado mestizaje, posibilitada por la universalidad espiritual que permite la compenetración de las almas de cara a un proyecto común: la salvación de todos. Se entiende, así, que al referirnos a lo mexicano, hemos hablado de una especie de lo hispano, género común al que todos pertenecemos.

    Este trágico escenario nos viene por el profundo desconocimiento de la personalidad del mexicano, y de los pueblos hispanoamericanos en general. El abandono de nuestras raíces provoca un entorno propicio para el florecimiento de pseudonacionalismos, bajo la ridícula forma del indigenismo, y otras fórmulas racistas ideadas a lo anglosajón y lo germánico. Se desconoce que la raza no es ni la sangre ni el color de piel, ni los rasgos faciales ni el tipo de cabello. A decir de don Isaac Guzmán Valdivia, “la raza es espíritu, es conformación anímica, es forma de entender la vida. La raza es cultura, es síntesis de tradiciones y anhelos comunes, es historia y destino” (Guzmán Valdivia, I.; “Nuestra Reconquista”).

    La nacionalidad mexicana brotó en el momento en el que los proyectos de vida del indio y del español se unieron en perfecta e indestructible asimilación, de cara a realizar el ideal eterno de la Cristiandad. En esta coyuntura, no existían diferencias entre el indio, el mestizo y el criollo, cuando los anhelos y los deberes se repartían en proporción a cada grupo para lograr un solo destino. La única argamasa viable para un cúmulo tan variado de personalidades es la afirmación católica, en la fe inquebrantable en la obra de Cristo, y en la filiación de todos los linajes bajo el patronazgo de María Santísima de Guadalupe, Emperatriz de América. La conciencia católica es el único verdadero criterio con el cual juzgar el rumbo de México, como de toda Hispanoamérica. Nuestro destino es el de la Hispanidad, y la Hispanidad es, esencialmente, conciencia católica. La conciencia católica es la única posibilidad que tenemos para ser nosotros mismos.

    Bajo el pensamiento del “ojalá nos hubieran colonizado los ingleses”, y las divisiones artificiosas entre izquierdas y derechas, o los llamados “liberales y conservadores», jamás se reivindica la esencia de lo hispano. Por el contrario, en México y en Hispanoamérica se observan frecuentemente los intentos propagandísticos de reivindicar “lo indígena”, aunque claro está, siempre en castellano. Lejos de beneficiarse al indígena hispano, lo que sucede, en realidad, es que con ello sencillamente se responde a los dictados de la política exterior norteamericana, firmemente afianzada bajo los lineamientos de la antiquísima y perversa “Doctrina Monroe”:

    Es protestantizante y es pro-imperialista toda propaganda de renacimiento cultural indígena autóctono, así se revista con los disfraces del comunismo. El retorno a la monstruosidad azteca o a la modorra incaica sería, aparte de imposible, suicida, para la competencia que hemos de librar con todas las naciones, en el manejo de los destinos americanos. No hay sino lo criollo como elemento defensivo contra la absorción (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”).


    Del Panamericanismo a la Hispanidad

    Siguiendo el pensamiento de don José Vasconcelos, concebimos al ideal hispanoamericano como el proyecto de “crear una federación con todos los pueblos de cultura española”, mientras que al monroísmo lo entendemos como el “ideal anglosajón de incorporar las veinte naciones hispánicas al Imperio nórdico, mediante la política del panamericanismo” (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”). Hispanoamérica es posible amando a nuestras patrias chicas como parte de una Patria Grande, que nos hermana, como ya hemos dicho, en sentido metafísico, por oposición a material.

    Las repúblicas hispanoamericanas son el fruto de la fragmentación violenta, de la implosión del Orbe Hispano, tanto por debilidad, como por recelos entre nosotros. De todo ello sacó gran partido el imperio anglosajón, que logró su expansión, siempre anunciada por la penetración de misioneros protestantes y de capitalistas norteamericanos, como sucedió en el caso de Tejas, modelo para la tragedia que continuamos experimentando al día de hoy, fatídicamente normalizada. Pues, a decir verdad, “lo cierto es que la conquista moral se adelanta a la material y ya no necesita hacer gran esfuerzo el estadista del norte para imponer su política en el sur” (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”).

    Mientras nosotros nos empecinamos en afirmar lo diferente que somos de un guatemalteco, un hondureño, o un peruano, los amos de nuestros destinos ríen por nuestra incapacidad de notar la disgregación. En nada interesa que baste un momento de convivencia entre hispanos para notar la profunda afinidad que nos hermana, nuestra preocupación se halla en no contradecir las sutiles narrativas divisionistas del extranjero, capaz de encontrarnos muy europeos, o muy indígenas, con tal de hallarnos nada españoles. Y así, inevitablemente se acalla nuestra historia, silenciado “el triunfo magnífico de España, que, en sólo trescientos años, dio la misma sangre, la misma lengua y cultura, a quinientas naciones indígenas y a dos continentes. Mientras que la pobre Europa, a los dos mil años de brega, está todavía dividida en italianos y holandeses galos y teutones” (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”).


    Todo esto nos debe llevar a adoptar resoluciones concretas. La primera de ellas deberá consistir en reconstruir la mentalidad espiritual que poseía el Orbe Hispano cuando existían los Virreinatos.


    No queremos ver que la nuestra es la más semejante de todas las razas extendidas sobre el planeta, “más uniforme que los chinos, cuya unidad no rompe el hecho de que se dividen en sublenguas”. Cualquier mexicano que haya cruzado la frontera norte por cualquier motivo se puede percatar de la manera en la que nos cataloga el norteamericano, obsesionado por hacer distinciones basadas en la etnografía, método pseudocientífico bajo el cual se nos da el tratamiento despectivo de “latinos”. Y así seamos los únicos que no nos percatemos de nuestra fuerza como hispanismo continental, las potencias extranjeras no dejan de mostrarse intranquilas cada vez que se perciben amenazados por el eventual resurgimiento de una Hispanidad unida.

    Todo esto nos debe llevar a adoptar resoluciones concretas. La primera de ellas deberá consistir en reconstruir la mentalidad espiritual que poseía el Orbe Hispano cuando existían los Virreinatos. No es ni en la independencia, ni en los momentos cumbre de los nacionalismos en los que ha brillado la Hispanidad. Por el contrario, nuestra fragmentación ha sido posible porque hemos traicionado nuestro destino, de donde nos ha venido nuestra endeblez. Lo que se propone no es otra cosa que retomar los principios que constituían la concepción de la vida que en aquellos momentos se tenía: el retorno a una orientación vital cuya directrices venían de las luces de lo Alto.

    Y antes de que se califique este proyecto común como españolista, insistimos en aquello que con toda lucidez identificaba don Isaac Guzmán Valdivia:

    Son los indios los poseedores del espíritu patrio. Son ellos los que están del lado de la obligación, del deber, con el sentimiento trágico de la vida clavado en el corazón, buscando su perfección moral en el martirio heroico del verdadero creyente. ¡Quién lo dijera! Los que en el capítulo anti-cristiano de nuestra historia aparecen como víctimas del obscurantismo español son los que conservan en el alma la luz inextinguible de la Hispanidad (Guzmán Valdivia, I.; “Nuestra Reconquista”).

    Es la población indígena la que, sorprendentemente, más arraigada tiene la conciencia católica del hispano. Conciencia que, ante todo, es conformación espiritual, en la que se alienta la patria por actitudes del alma, y no de la sangre ni del color de piel. Siendo la cultura católica, ante todo, religión, la religión penetró hondamente en las almas de los indios, para elevarlos a la concepción cristiana del hombre. Ni siquiera las llamadas reformas ni la Revolución han logrado hacer del indio un ciudadano en más de un siglo y medio, a la manera burguesa, pues éste permanece como hombre, hombre cristiano:

    El indio cree en el destino trascendente del hombre. No teme la miseria y no rehúye el sufrimiento. No teme el dolor ni le amedrenta el martirio. Aprendió a encontrar el secreto del valor heroico ante la esperanza de su salvación eterna y aprendió también a creer que sólo se salvan los que en el dolor se redimen (Guzmán Valdivia, I.; “Nuestra Reconquista”).

    Por el contrario, la manipulación extranjerizante, ya sea en clave de liberación marxista, o de pseudonacionalismos indigenistas, es la que pretende desarraigar al indígena de sus costumbres. Se le dice ahora que la vida a la que debe aspirar es otra a la que conoce por legado de sus ancestros. Se le predica la religión materialista, en la que la redención consiste en la satisfacción de las necesidades, en la que la vida no es deber, sino derecho. Religión en la que las aspiraciones concluyen con la muerte, sin posibilidad de trascendencia, en la que la vida es lucha de clases, y que el “éxito” es para disfrutarse en esta vida, en el Aquí y en el Ahora. Un credo sin dolor ni tragedia, pues lo único que importa dentro de sus preceptos es la alegría del poseer, del júbilo fugaz de la embriaguez y de la satisfacción animalesca del instinto sexual.

    No son pocos los que quedan sorprendidos cuando el indio reacciona con desconfianza a un ideario tan hostil. Los pseudointelectuales “anticolonialistas” creen saber algo del indígena con su empirismo positivista y sus teorías “etnohistóricas”, tratándolo como pieza de museo o espécimen de zoológico, proceso que la sociología anglosajona hace extensivo a los estudios análogos del “latino”. Desconocen que nuestra identidad no se entiende sin el mestizaje, que es ante todo espiritual, como legado de la misionalidad de la civilización hispano-católica.


    ¿Cómo construir el destino común de Hispanoamérica?

    El paso urgente, como se habrá visto, es comenzar en afirmarse en lo que se es. Para ello es necesario impulsar la cultura mexicana en su identidad mestiza, hispana. Una cultura que nos eleve, asegurando los proyectos en común que trasciendan la raza y el interés egoísta, para dejar de privilegiar solamente a grupos favorecidos. Naturalmente que esta cultura debe defenderse de lo extranjero, fomentando aquello que eleve el espíritu y no el embrutecimiento de los sentidos, como bien decía Vasconcelos:

    En lo social es menester mantenerse alerta para que la novedad que es nuestro deporte continental no nos lleve a rebajamientos del nivel estético, como cuando reemplazamos nuestro arte, nuestro teatro naciente, por la vulgaridad mercantilizada del industrialismo. El recuerdo de lo que fuimos en el continente ha de darnos fortaleza, para resistir contaminaciones mediocres y rudas. La conciencia de ser rama de la gran cultura latina podrá defendernos. Lo que importa ante todo es la reconquista del orgullo fundado en el conocimiento y valorización del extranjero; en la conciencia y en la emoción de lo propio (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”).

    El futuro de Hispanoamérica será factible en el cultivo de los lazos espirituales entre las naciones hispanas, con el reconocimiento mutuo de lo que somos, y del conjunto que conformamos. No se trata de renunciar a la individualidad, sino de entenderla como parte de un todo. El Orbe Hispano tiene todo lo necesario para ser una superpotencia, no como proyecto imperial de subyugación, sino en el sentido cristiano de convertirse en Luz del Mundo, buscando la libertad y el engrandecimiento de todos en el bien, según la cosmovisión católica, que no es otra cosa que universal.


    Una cultura que nos eleve, asegurando los proyectos en común que trasciendan la raza y el interés egoísta, para dejar de privilegiar solamente a grupos favorecidos.


    ¿Por qué nos hemos hecho tanto a la idea de que nacimos para servir en la triste condición del sometido? ¿Cuánto más se necesita para iniciar una geopolítica de la integración? Cuatrocientos millones de hispanohablantes lo atestiguan, con una extensión territorial inigualable. Acceso a recursos naturales, y a ambos océanos; entornos rodeados de todo tipo de climas, con una vasta extensión terrestre para fomentar espacios agrícolas, a diferencia de la superpoblación de las colmenas norteamericanas, europeas y asiáticas. Ya no hablemos del anhelo de convertirnos en rectores del mundo, pensemos simplemente en la urgencia de hacernos dueños de nuestros destinos.

    Hemos de comenzar por retornar a nuestra Historia, descartando la óptica deformante del “progreso”, bajo los estándares fijados por la Modernidad protestante. Es imperante abandonar la mentalidad y la conducta de la imitación, esa angustia por convertirnos en lo que no somos, ni seremos, por más grandes que sean los esfuerzos de la asimilación, los cuales nunca producirán algo distinto del meteco, o el descastado. Desechemos los prismas del cientificismo positivista y de la metodología tecnocrática para retornar a nuestro hondo sentido espiritual católico. Solo así habremos de destruir el acongojante prejuicio de la inferioridad mestiza.


    Autor: Leonardo Brown


    Notas

    [1] México: “modo de pensar o actuar propio de un pocho”. Pocho a su vez significa, dicho de un mexicano: “Que adopta costumbres o modales de los estadounidenses”.




    _______________________________________

    Fuente

    https://revistasuroeste.cl/2023/08/0...ispanoamerica/

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    Mestizaje y geopolítica: el futuro de Hispanoamérica





    agosto 3, 2023

    Por Leonardo Brown

    Fragmentación social y ausencia de un proyecto común



    El nuevo orden multipolar

    Los eventos acaecidos durante el transcurso del siglo XX significaron la desaparición definitiva del modelo de Estado-nación, establecido por la Paz de Westfalia de 1648, el cual se fundamenta en el concepto de soberanía y el plano de igualdad jurídica entre naciones. El desenlace de la Segunda Guerra Mundial orientó la política internacional hacia un modelo bipolar, sucedáneo de la Conferencia de Yalta de 1945, en el cual se consolidaron dos polos de poder: Washington y Moscú. Todo ello sin que se perdiera un nominal reconocimiento de la soberanía y la independencia de los Estados nacionales, como cuestión estrictamente de iure en el seno de la Organización de las Naciones Unidas.

    El mundo bipolar funcionó sobre la base de una paridad en potencial económico y estratégico-militar entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, a la vez que existía una oposición ideológica entre el capitalismo liberal y el comunismo soviético. El año de 1991 vio la desaparición de uno de estos polos, con la disolución de la Unión Soviética. A partir de este momento, la política internacional transitó hacia un “mundo unipolar», dirigido por los intereses y la política exterior de los Estados Unidos de América y de sus aliados de la OTAN. En las últimas tres décadas, el mundo ha atestiguado la expansión de la ideología norteamericana, centrada en el capitalismo, el lenguaje de los “derechos humanos” y la democracia liberal, parámetro pretendidamente universal bajo el cual se ha buscado por la presión tanto económica como bélica, la creación de una “América Global”.

    El conflicto entre la OTAN y Rusia representa un punto de inflexión en la ruptura del orden unipolar, como tránsito hacia la multipolaridad, que admite la coexistencia de grandes potencias bajo un mutuo reconocimiento, fenómeno al que denominaremos como “el nuevo orden multipolar” (Dugin, A.; “La Multipolaridad. Definición y diferenciación entre sus significados”). La decadencia del Imperio norteamericano, sin que por ello desaparezca su influencia y alcance mundial, posibilita un nuevo marco de la política internacional, en el que los Estados Unidos, China, y Rusia, actuarán como las potencias hegemónicas al frente del planeta. Esto a la par que cobrarán mayor importancia “potencias emergentes”, como el caso de la India, Irán, Brasil, entre otros, con una cada vez mayor preeminencia del llamado G-2 entre China y Rusia. Todo ello en el contexto del auge de alianzas internacionales con un enfoque regionalizado, por oposición a global.


    Los Estados Unidos de América se resisten a perder su esfera de influencia sobre el continente americano, pues queda fuera de duda que ésta es la base que le ha permitido la continuación de su hegemonía global, ya anunciada desde el siglo XIX, con la “Doctrina Monroe”y el infame “Destino Manifiesto”.


    La desdolarización y el apartamiento del orden mundial estadounidense por parte de numerosos países, particularmente africanos, asiáticos, e hispanoamericanos, es una realidad. Se nos ofrece una coyuntura en la que se permite un rango de maniobra mayor para “naciones de segundo orden» en el contexto geopolítico. Los Estados Unidos oscilan entre una política de “neomonroísmo”, representada por el gobierno demócrata de Joe Biden, y un gobierno de mutuo reconocimiento más abocado a la política económica, representado por el bando republicano cristalizado en el expresidente Donald J. Trump. La dirección que ha tomado la política exterior del gobierno demócrata en turno no ha hecho otra cosa que acelerar un inevitable desentendimiento de una cada vez mayor parte del mundo con el gobierno global norteamericano.

    En el caso de Hispanoamérica, hemos visto en tiempos recientes, en el caso de países como Honduras, el reconocimiento exclusivo de la República Popular China, en desprecio de Taiwán, como única nación china; hablando de Argentina, esta nación se ha incorporado a las políticas monetarias de los BRICS, sin perjuicio de las propuestas en pro de los Estados Unidos, por candidatos neoliberales como Javier Milei, que buscan revertir el inevitable proceso de desdolarización. Está claro que los Estados Unidos de América se resisten a perder su esfera de influencia sobre el continente americano, pues queda fuera de duda que ésta es la base que le ha permitido la continuación de su hegemonía global, ya anunciada desde el siglo XIX, con la “Doctrina Monroe” y el infame “Destino Manifiesto”.


    El panorama deseable, por tanto, no es dar la espalda a Nueva York para someterse a Pekín o a Moscú, sino comenzar por la introspección: ¿quiénes somos y por qué no podemos dejar de percibirnos como tristísimos patios traseros?


    La ruptura del orden unipolar estadounidense, lógicamente, produce un vacío ideológico, en el que se resquebraja la homogeneización de los valores pretendidamente universales de los norteamericanos. El tránsito hacia el orden multipolar es en sí mismo un cuestionamiento a la vigencia de los ideales de la “América Global», controversia que se suscita tanto en el plano de lo teórico como de lo fáctico. La superación de la orientación estadounidense produce un hueco que es necesario llenar, si es que se quiere comenzar a desarrollar una política nacional e internacional propia.

    Para salir de la atrofia en la que se encuentran sumidas nuestras naciones, tristemente ocupadas por políticos mediocres que no conocen otro son que el del flautista de Hamelín de conveniencia —siempre vendidos a intereses mezquinos y/o extranjeros—, es urgente replantearnos el papel que queremos desempeñar en el nuevo orden multipolar. El panorama deseable, por tanto, no es dar la espalda a Nueva York para someterse a Pekín o a Moscú, sino comenzar por la introspección: ¿quiénes somos y por qué no podemos dejar de percibirnos como tristísimos patios traseros?


    En sentido opuesto, la espiritualidad hispana, digna herencia de la Cristiandad, trascendía las fronteras y los límites geográficos, para unir nuestros destinos bajo el Evangelio.


    Debemos tener muy claro que, si los Estados Unidos han triunfado en instalar su hegemonía sobre el continente americano, esto ha sido posible por la misma fragmentación que padecen los pueblos hispanos. Nuestras guerras civiles y nuestras secesiones, al comienzo del siglo XIX no implicaron una separación frente a una entidad política “extranjera”, a la que hemos denominado “Imperio Español”, sino un radical apartamiento de nuestra esencia y nuestro estilo como forma particular de ser, siguiendo a Manuel García Morente. De la misma manera en la que el indio, el mestizo y el criollo batallan incesablemente en el terreno interno de lo social, las repúblicas Hispanoamericanas luchan por una supremacía cortoplacista frente a sus naciones hermanas. En sentido opuesto, la espiritualidad hispana, digna herencia de la Cristiandad, trascendía las fronteras y los límites geográficos, para unir nuestros destinos bajo el Evangelio.

    En el contexto geopolítico, todos parecen percibir con nitidez la unión indisoluble de los pueblos hispanoamericanos, aunque sea bajo la aberrante denominación de “Latinoamérica”; todos, por supuesto, menos nosotros mismos, obsesionados en encontrar puntos de discordia con quienes realmente compartimos no solamente lazos culturales, regionales, lingüísticos, sino más aún, espirituales. Ya bien decía Vasconcelos en su clásica obra “Bolivarismo y Monroísmo”, publicada por primera vez en Santiago de Chile, en 1933:

    En cuanto a la política externa, bastará recordar lo que cada extranjero ilustre que nos estudia, confirma, y es: que somos un bloque étnico y político desde el Bravo hasta el Plata. Y que de no reconocerse esta unidad en la acción pública estamos condenados a seguir siendo factorías productoras; mercados de lanas y trigo en la Argentina; oro y plata, petróleo en México, y poblaciones extranjerizantes, clientes del Cinematógrafo de Hollywood y de los alcoholes de exportación, Whiskeys, que no hubiera ingurgitado un esclavo de la civilización de nuestros ancestros, fundamentada dichosamente en la vid (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”).

    Nosotros tenemos claro que ésta es la hora de Hispanoamérica, que solamente será nuestra en el momento en el que los hispanos despertemos a nuestra conciencia, para fabricar nuestro destino. Comencemos por reconocer que el patriotismo mexicano no tiene por qué excluir el patriotismo guatemalteco, el venezolano, el chileno, el argentino, el dominicano o el colombiano, sino todo lo contrario, pues al amar lo que somos terminaremos por amar lo que también es nuestro vecino, con quien compartimos lengua, espíritu y costumbres. ¿Qué impulso colectivo tienen las naciones hispanas si no es el de la conciencia católica?


    La fragmentación de la sociedad y la ausencia de un proyecto común

    Al hablar de México, es innegable que el país parece haber renunciado desde hace mucho al anhelo de ser una nación libre, con destino propio. Nuestra humillante derrota a manos de los yanquis en el 48 sigue siendo una carga moral que oprime los hombros de todo mexicano, casi siempre avergonzado de su herencia —excepto para lucir camisetas de fútbol—, terreno propicio para el florecimiento de “pochismos” [1], en la asimilación consumista de costumbres extranjeras. La división entre la población india, mestiza y criolla, hace que los teóricos deterministas y los pseudointelectuales sentencien nuestra situación como un espacio en el que la lucha de clases y la destrucción de los “privilegiados” ocurrirá inevitablemente, solamente en cuestión de tiempo.


    Cuando en México teníamos espíritu, lo mexicano consistía, por el contrario, en “la alianza perenne de indios mestizos y criollos”.


    La importación de la mentalidad liberal, de cuña protestante, ha instalado en la mentalidad mexicana el egoísmo como criterio rector. El individualismo hace prevalecer una visión bajo la cual cada persona debe buscar su propio interés, en desprecio de cualquier lazo de unión con sus semejantes, como fondo común sobre el cual se desarrolla todo aspecto de la vida comunitaria. El resultado de estas doctrinas disolventes no puede ser otro que el vacío espiritual por la prevalencia de lo material, lo cual, a su vez, detona “el divorcio del indio y del mestizo, el divorcio de mestizos y criollos, el divorcio de lo español y lo indígena” (Guzmán Valdivia, I.; “Nuestra Reconquista”) dejando a la sociedad como un mero caparazón ensamblado por la conveniencia, en el que confluyen los egoísmos de las castas.


    El abandono de nuestras raíces provoca un entorno propicio para el florecimiento de pseudonacionalismos, bajo la ridícula forma del indigenismo, y otras fórmulas racistas ideadas a lo anglosajón y lo germánico.


    Cuando en México teníamos espíritu, lo mexicano consistía, por el contrario, en “la alianza perenne de indios mestizos y criollos”. Lo que es lo mismo para el peruano, el chileno, el ecuatoriano y el argentino, siendo que “lo hispanoamericano tiene por esencia esta mezcla” (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”); mezcla a la que hemos denominado mestizaje, posibilitada por la universalidad espiritual que permite la compenetración de las almas de cara a un proyecto común: la salvación de todos. Se entiende, así, que al referirnos a lo mexicano, hemos hablado de una especie de lo hispano, género común al que todos pertenecemos.

    Este trágico escenario nos viene por el profundo desconocimiento de la personalidad del mexicano, y de los pueblos hispanoamericanos en general. El abandono de nuestras raíces provoca un entorno propicio para el florecimiento de pseudonacionalismos, bajo la ridícula forma del indigenismo, y otras fórmulas racistas ideadas a lo anglosajón y lo germánico. Se desconoce que la raza no es ni la sangre ni el color de piel, ni los rasgos faciales ni el tipo de cabello. A decir de don Isaac Guzmán Valdivia, “la raza es espíritu, es conformación anímica, es forma de entender la vida. La raza es cultura, es síntesis de tradiciones y anhelos comunes, es historia y destino” (Guzmán Valdivia, I.; “Nuestra Reconquista”).

    La nacionalidad mexicana brotó en el momento en el que los proyectos de vida del indio y del español se unieron en perfecta e indestructible asimilación, de cara a realizar el ideal eterno de la Cristiandad. En esta coyuntura, no existían diferencias entre el indio, el mestizo y el criollo, cuando los anhelos y los deberes se repartían en proporción a cada grupo para lograr un solo destino. La única argamasa viable para un cúmulo tan variado de personalidades es la afirmación católica, en la fe inquebrantable en la obra de Cristo, y en la filiación de todos los linajes bajo el patronazgo de María Santísima de Guadalupe, Emperatriz de América. La conciencia católica es el único verdadero criterio con el cual juzgar el rumbo de México, como de toda Hispanoamérica. Nuestro destino es el de la Hispanidad, y la Hispanidad es, esencialmente, conciencia católica. La conciencia católica es la única posibilidad que tenemos para ser nosotros mismos.

    Bajo el pensamiento del “ojalá nos hubieran colonizado los ingleses”, y las divisiones artificiosas entre izquierdas y derechas, o los llamados “liberales y conservadores», jamás se reivindica la esencia de lo hispano. Por el contrario, en México y en Hispanoamérica se observan frecuentemente los intentos propagandísticos de reivindicar “lo indígena”, aunque claro está, siempre en castellano. Lejos de beneficiarse al indígena hispano, lo que sucede, en realidad, es que con ello sencillamente se responde a los dictados de la política exterior norteamericana, firmemente afianzada bajo los lineamientos de la antiquísima y perversa “Doctrina Monroe”:

    Es protestantizante y es pro-imperialista toda propaganda de renacimiento cultural indígena autóctono, así se revista con los disfraces del comunismo. El retorno a la monstruosidad azteca o a la modorra incaica sería, aparte de imposible, suicida, para la competencia que hemos de librar con todas las naciones, en el manejo de los destinos americanos. No hay sino lo criollo como elemento defensivo contra la absorción (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”).


    Del Panamericanismo a la Hispanidad

    Siguiendo el pensamiento de don José Vasconcelos, concebimos al ideal hispanoamericano como el proyecto de “crear una federación con todos los pueblos de cultura española”, mientras que al monroísmo lo entendemos como el “ideal anglosajón de incorporar las veinte naciones hispánicas al Imperio nórdico, mediante la política del panamericanismo” (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”). Hispanoamérica es posible amando a nuestras patrias chicas como parte de una Patria Grande, que nos hermana, como ya hemos dicho, en sentido metafísico, por oposición a material.

    Las repúblicas hispanoamericanas son el fruto de la fragmentación violenta, de la implosión del Orbe Hispano, tanto por debilidad, como por recelos entre nosotros. De todo ello sacó gran partido el imperio anglosajón, que logró su expansión, siempre anunciada por la penetración de misioneros protestantes y de capitalistas norteamericanos, como sucedió en el caso de Tejas, modelo para la tragedia que continuamos experimentando al día de hoy, fatídicamente normalizada. Pues, a decir verdad, “lo cierto es que la conquista moral se adelanta a la material y ya no necesita hacer gran esfuerzo el estadista del norte para imponer su política en el sur” (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”).

    Mientras nosotros nos empecinamos en afirmar lo diferente que somos de un guatemalteco, un hondureño, o un peruano, los amos de nuestros destinos ríen por nuestra incapacidad de notar la disgregación. En nada interesa que baste un momento de convivencia entre hispanos para notar la profunda afinidad que nos hermana, nuestra preocupación se halla en no contradecir las sutiles narrativas divisionistas del extranjero, capaz de encontrarnos muy europeos, o muy indígenas, con tal de hallarnos nada españoles. Y así, inevitablemente se acalla nuestra historia, silenciado “el triunfo magnífico de España, que, en sólo trescientos años, dio la misma sangre, la misma lengua y cultura, a quinientas naciones indígenas y a dos continentes. Mientras que la pobre Europa, a los dos mil años de brega, está todavía dividida en italianos y holandeses galos y teutones” (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”).


    Todo esto nos debe llevar a adoptar resoluciones concretas. La primera de ellas deberá consistir en reconstruir la mentalidad espiritual que poseía el Orbe Hispano cuando existían los Virreinatos.


    No queremos ver que la nuestra es la más semejante de todas las razas extendidas sobre el planeta, “más uniforme que los chinos, cuya unidad no rompe el hecho de que se dividen en sublenguas”. Cualquier mexicano que haya cruzado la frontera norte por cualquier motivo se puede percatar de la manera en la que nos cataloga el norteamericano, obsesionado por hacer distinciones basadas en la etnografía, método pseudocientífico bajo el cual se nos da el tratamiento despectivo de “latinos”. Y así seamos los únicos que no nos percatemos de nuestra fuerza como hispanismo continental, las potencias extranjeras no dejan de mostrarse intranquilas cada vez que se perciben amenazados por el eventual resurgimiento de una Hispanidad unida.

    Todo esto nos debe llevar a adoptar resoluciones concretas. La primera de ellas deberá consistir en reconstruir la mentalidad espiritual que poseía el Orbe Hispano cuando existían los Virreinatos. No es ni en la independencia, ni en los momentos cumbre de los nacionalismos en los que ha brillado la Hispanidad. Por el contrario, nuestra fragmentación ha sido posible porque hemos traicionado nuestro destino, de donde nos ha venido nuestra endeblez. Lo que se propone no es otra cosa que retomar los principios que constituían la concepción de la vida que en aquellos momentos se tenía: el retorno a una orientación vital cuya directrices venían de las luces de lo Alto.

    Y antes de que se califique este proyecto común como españolista, insistimos en aquello que con toda lucidez identificaba don Isaac Guzmán Valdivia:

    Son los indios los poseedores del espíritu patrio. Son ellos los que están del lado de la obligación, del deber, con el sentimiento trágico de la vida clavado en el corazón, buscando su perfección moral en el martirio heroico del verdadero creyente. ¡Quién lo dijera! Los que en el capítulo anti-cristiano de nuestra historia aparecen como víctimas del obscurantismo español son los que conservan en el alma la luz inextinguible de la Hispanidad (Guzmán Valdivia, I.; “Nuestra Reconquista”).

    Es la población indígena la que, sorprendentemente, más arraigada tiene la conciencia católica del hispano. Conciencia que, ante todo, es conformación espiritual, en la que se alienta la patria por actitudes del alma, y no de la sangre ni del color de piel. Siendo la cultura católica, ante todo, religión, la religión penetró hondamente en las almas de los indios, para elevarlos a la concepción cristiana del hombre. Ni siquiera las llamadas reformas ni la Revolución han logrado hacer del indio un ciudadano en más de un siglo y medio, a la manera burguesa, pues éste permanece como hombre, hombre cristiano:

    El indio cree en el destino trascendente del hombre. No teme la miseria y no rehúye el sufrimiento. No teme el dolor ni le amedrenta el martirio. Aprendió a encontrar el secreto del valor heroico ante la esperanza de su salvación eterna y aprendió también a creer que sólo se salvan los que en el dolor se redimen (Guzmán Valdivia, I.; “Nuestra Reconquista”).

    Por el contrario, la manipulación extranjerizante, ya sea en clave de liberación marxista, o de pseudonacionalismos indigenistas, es la que pretende desarraigar al indígena de sus costumbres. Se le dice ahora que la vida a la que debe aspirar es otra a la que conoce por legado de sus ancestros. Se le predica la religión materialista, en la que la redención consiste en la satisfacción de las necesidades, en la que la vida no es deber, sino derecho. Religión en la que las aspiraciones concluyen con la muerte, sin posibilidad de trascendencia, en la que la vida es lucha de clases, y que el “éxito” es para disfrutarse en esta vida, en el Aquí y en el Ahora. Un credo sin dolor ni tragedia, pues lo único que importa dentro de sus preceptos es la alegría del poseer, del júbilo fugaz de la embriaguez y de la satisfacción animalesca del instinto sexual.

    No son pocos los que quedan sorprendidos cuando el indio reacciona con desconfianza a un ideario tan hostil. Los pseudointelectuales “anticolonialistas” creen saber algo del indígena con su empirismo positivista y sus teorías “etnohistóricas”, tratándolo como pieza de museo o espécimen de zoológico, proceso que la sociología anglosajona hace extensivo a los estudios análogos del “latino”. Desconocen que nuestra identidad no se entiende sin el mestizaje, que es ante todo espiritual, como legado de la misionalidad de la civilización hispano-católica.


    ¿Cómo construir el destino común de Hispanoamérica?

    El paso urgente, como se habrá visto, es comenzar en afirmarse en lo que se es. Para ello es necesario impulsar la cultura mexicana en su identidad mestiza, hispana. Una cultura que nos eleve, asegurando los proyectos en común que trasciendan la raza y el interés egoísta, para dejar de privilegiar solamente a grupos favorecidos. Naturalmente que esta cultura debe defenderse de lo extranjero, fomentando aquello que eleve el espíritu y no el embrutecimiento de los sentidos, como bien decía Vasconcelos:

    En lo social es menester mantenerse alerta para que la novedad que es nuestro deporte continental no nos lleve a rebajamientos del nivel estético, como cuando reemplazamos nuestro arte, nuestro teatro naciente, por la vulgaridad mercantilizada del industrialismo. El recuerdo de lo que fuimos en el continente ha de darnos fortaleza, para resistir contaminaciones mediocres y rudas. La conciencia de ser rama de la gran cultura latina podrá defendernos. Lo que importa ante todo es la reconquista del orgullo fundado en el conocimiento y valorización del extranjero; en la conciencia y en la emoción de lo propio (Vasconcelos, J.; “Bolivarismo y Monroísmo”).

    El futuro de Hispanoamérica será factible en el cultivo de los lazos espirituales entre las naciones hispanas, con el reconocimiento mutuo de lo que somos, y del conjunto que conformamos. No se trata de renunciar a la individualidad, sino de entenderla como parte de un todo. El Orbe Hispano tiene todo lo necesario para ser una superpotencia, no como proyecto imperial de subyugación, sino en el sentido cristiano de convertirse en Luz del Mundo, buscando la libertad y el engrandecimiento de todos en el bien, según la cosmovisión católica, que no es otra cosa que universal.


    Una cultura que nos eleve, asegurando los proyectos en común que trasciendan la raza y el interés egoísta, para dejar de privilegiar solamente a grupos favorecidos.


    ¿Por qué nos hemos hecho tanto a la idea de que nacimos para servir en la triste condición del sometido? ¿Cuánto más se necesita para iniciar una geopolítica de la integración? Cuatrocientos millones de hispanohablantes lo atestiguan, con una extensión territorial inigualable. Acceso a recursos naturales, y a ambos océanos; entornos rodeados de todo tipo de climas, con una vasta extensión terrestre para fomentar espacios agrícolas, a diferencia de la superpoblación de las colmenas norteamericanas, europeas y asiáticas. Ya no hablemos del anhelo de convertirnos en rectores del mundo, pensemos simplemente en la urgencia de hacernos dueños de nuestros destinos.

    Hemos de comenzar por retornar a nuestra Historia, descartando la óptica deformante del “progreso”, bajo los estándares fijados por la Modernidad protestante. Es imperante abandonar la mentalidad y la conducta de la imitación, esa angustia por convertirnos en lo que no somos, ni seremos, por más grandes que sean los esfuerzos de la asimilación, los cuales nunca producirán algo distinto del meteco, o el descastado. Desechemos los prismas del cientificismo positivista y de la metodología tecnocrática para retornar a nuestro hondo sentido espiritual católico. Solo así habremos de destruir el acongojante prejuicio de la inferioridad mestiza.


    Autor: Leonardo Brown


    Notas

    [1] México: “modo de pensar o actuar propio de un pocho”. Pocho a su vez significa, dicho de un mexicano: “Que adopta costumbres o modales de los estadounidenses”.




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    Por ColPat en el foro Hispanoamérica
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    Último mensaje: 28/05/2011, 00:20
  4. Obra cumbre Hispanoamericana
    Por FACON en el foro Hispanoamérica
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  5. Causas de la independencia hispanoamericana
    Por cruz_y_fierro en el foro Hispanoamérica
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    Último mensaje: 09/08/2006, 23:05

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